La Orotava
como otras poblaciones de Canarias, disponía, desde el siglo XVII, de un calvario
erigido por los franciscanos. En 1639, fray Francisco Luis, fundador de la
orden tercera de Penitencia, es el que promovió su creación. Solicitó del
Cabildo de la Isla unos terrenos en la Dehesa para fabricarlo. Se levantó a la
vera del camino real a la entrada de la población.
En el año
1695, SEGÚN el amigo de la Villa de La Orotava; MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ: "... el presbítero Luis Rixo
Grinaldi Benítez de Lugo erigió, en el interior del recinto del calvario una
ermita dedicada a Nuestra Señora de la Piedad. La devoción gira en torno a un
cuadro de la piedad, - del pintor orotavense y clérigo Gaspar de Quevedo. Aquí
también se daba culto a San Isidro Labrador. Durante la mayordomía de Domingo
Calzadilla; a principio del siglo XIX, se reformó la ermita y, por encargo
suyo, el escultor orotavense Fernando Estévez de Salas esculpió las imágenes de
la piedad, Santa María de la Cabeza y un nuevo San Isidro. Los labradores
orotavenses, a imitación de los laguneros, convirtieron en 1590 a San Benito en
su patrono, dedicándole para ello una ermita que sería más tarde convento
dominico de esa advocación. A comienzos del XVII la cofradía de labradores de
la Villa Arriba levantó otra a San Juan Bautista, convertida en 1681 en
parroquia. La tardía canonización en 1622 de San Isidro hizo que se expandiera
su culto. En Los Realejos ya se le ofició como tal desde 1676 y su fiesta es de
obligado precepto en las Sinodales de Dávila de 1734. En la villa tuvo
lugar en el marco de un calvario erigido a su entrada, con recinto de forma
rectangular, rodeado por una tapia. En él en 1695 el presbítero Luis Rixo
Grimaldi Benítez de Lugo construyó una ermita dedicada a Nuestra Señora de la
Piedad. Como refiere en su testamento de 26 de mayo de 1709 la había dotado con
dos misas y la había fabricado a su costa “en el calvario de dicha villa”. Una
de ellas sería para “Nuestra Señora de dicho título el Viernes de Dolores y la
otra para “el glorioso San Isidro labrador que está colocado en dicha ermita en
su día”. Para ornamentos y reparos le cedió un tributo de 50 reales. Hay
constancia de que el gremio de labradores ya le celebraba fiesta desde 1700. En
el 15 de febrero de ese año Juan de Lugo Navarrete, Manuel González de Abreu,
Domingo Yáñez y José Hernández se la hicieron con “víspera, misa, sermón y
procesión”. La devoción a San Isidro fue cada día más patente, hasta el
punto de que era su denominación más popular a principios del siglo XIX. Sus fiestas
del Domingo de Pentecostés, con su procesión hasta San Agustín, despertaban
cada día más el entusiasmo y el fervor de los villeros. Hasta 1892 en que
se cambia a su actual emplazamiento, se celebraba el Domingo de Pentecostés y
no el 15 de mayo, su fiesta oficial. La razón es su conexión, como el Corpus,
con las festividades de invocación a la fertilidad, y por tanto en consonancia
con el calendario lunar y femenino. Pentecostés rememora una fiesta hebrea
análoga con un pronunciamiento marcadamente agrícola relacionada con el fin de
la cosecha que daba comienzo en Pascua, que en la simbología cristiana ha
pasado a coincidir con la bajada del Espíritu Santo a los Apóstoles. No es, por
tanto, casual que las fiestas locales del San Isidro villero y el San Benito
lagunero coincidan, porque ambas expresan el agradecimiento de sus labradores
por la buena nueva de la cosecha. Como contraste a la octava del Corpus, San
Isidro es la fiesta con más ricos testimonios documentales del siglo XIX, lo
que prueba su carácter hegemónico. La víspera por la noche recorrían las calles
en un elegante y vistoso carro lleno de flores cinco niñas de la elite
simbolizando genios o ninfas. Iban adornadas con ricos y vistosos ropajes.
Recitan versos preparados para el momento. La carrera finalizaba en el llano de
San Sebastián con fuegos artificiales “de los colores más lucidos y
agradablemente diversificados”. Los campesinos con sus varas gritan los aijides
y cantan al son del tambor o la guitarra. Dos gigantes de tres metros desfilan
en el medio de las calles. Son construidos de cestería y movidos por hombres.
Van acompañados de los papahuevos, enanos vestidos a la antigua. El recorrido
entre San Agustín y el Calvario estaba embellecido por dos soberbios arcos,
multitud de flotantes banderolas de diversos colores, figuras de animales, rama
alta, palmas y festones de que pendían infinidad de farolillos de papel. El
suelo se alfombra también con motivos florales. En el Domingo de Pentecostés
por la mañana se verificaba la procesión. El clero parroquial partía desde San
Agustín al Calvario en busca de los santos patronos que eran conducidos por
miembros de la cofradía de labradores cargando sus célebres varas y cantándole
aijides. Ascendían hasta el templo, donde se le tributaba un sermón y bajaban
de nuevo. Por la tarde doce niños de las familias principales, seis de cada
sexo, se vestían con el traje campesino. Se ponía en juego una rifa de unas
yuntas de bueyes. La descarga de voladores y el vuelo de unos globos era la
señal de la entrega del premio. A continuación un corderillo se presentaba al
público adorado con cintas y flores de colores. Era rifado por los doce niños
que regresaban con dulces a sus casas. Las indumentarias campesinas, que eran
todavía trajes reales, aunque la elite había comenzado su idealización,
precisamente porque no los usaba, se mezclaban con las lujosas de las
damas aristocráticas. En los bailes desde la tarde concurría numeroso pueblo
acompañado de castañuelas, guitarras y panderetas. Finalizaba con dos vistosos
globos que permanecen casi fijos por espacio de media hora, brillando como
estrellas. Los turrones, los muchos ventorrillos, los juegos de toda clase en
el Llano y la Alameda, “las funciones hípicas (vulgo caballitos) y las
representaciones teatrales son al decir de la Asociación en 1869 motivos todos
ellos que atraen numerosa concurrencia comarcana que “puede disfrutar de ella
según su carácter, sus tendencias y su bolsillo” . Una eclosión festiva que
mantuvo tales características hasta la creación de la romería tal y como hoy la
conocemos en 1936. Nuevas ermitas y fiestas se expanden por
esos años como en el pago lagunero de ese nombre o en Granadilla, cuya ermita
se fundó en 1675 en cumplimiento del testamento de María del Castillo, viuda
del capitán Marcos González del Castillo. En las últimas décadas, imitando el
modelo orotavense de 1936, han proliferado por toda la faz insular imágenes y
romerías de esta advocación en una sociedad paradójicamente cada vez más
urbanizada y que utiliza desde el mundo de la ciudad los románticos ideales
agrarios como nostalgia de un tiempo ancestral idílico y como supuestas señas
de identidad..."
En 1914, por
exigencias urbanísticas, se derribó está vieja ermita y el calvario que se
hallaba situado en lo que hoy es la confluencia del paseo de Domínguez Alfonso
y la plaza de la paz.
La actual se
edificó en estilo neogótico con planos del arquitecto Mariano Estanga, en
terrenos cedidos por Doña Águeda Hernández Melo y fue bendecida el 28 de enero
de 1917.
BRUNO JUAN
ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
No hay comentarios:
Publicar un comentario