miércoles, 28 de febrero de 2018

EL CALVARIO DE LA OROTAVA. (ACTUAL ERMITA 1917 – 2017. 100 AÑOS)



La Orotava como otras poblaciones de Canarias, disponía, desde el siglo XVII, de un calvario erigido por los franciscanos. En 1639, fray Francisco Luis, fundador de la orden tercera de Penitencia, es el que promovió su creación. Solicitó del Cabildo de la Isla unos terrenos en la Dehesa para fabricarlo. Se levantó a la vera del camino real a la entrada de la población.
En el año 1695, SEGÚN el amigo de la Villa de La Orotava; MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ: "... el presbítero Luis Rixo Grinaldi Benítez de Lugo erigió, en el interior del recinto del calvario una ermita dedicada a Nuestra Señora de la Piedad. La devoción gira en torno a un cuadro de la piedad, - del pintor orotavense y clérigo Gaspar de Quevedo. Aquí también se daba culto a San Isidro Labrador. Durante la mayordomía de Domingo Calzadilla; a principio del siglo XIX, se reformó la ermita y, por encargo suyo, el escultor orotavense Fernando Estévez de Salas esculpió las imágenes de la piedad, Santa María de la Cabeza y un nuevo San Isidro. Los labradores orotavenses, a imitación de los laguneros, convirtieron en 1590 a San Benito en su patrono, dedicándole para ello una ermita que sería más tarde convento dominico de esa advocación. A comienzos del XVII la cofradía de labradores de la Villa Arriba levantó otra a San Juan Bautista, convertida en 1681 en parroquia. La tardía canonización en 1622 de San Isidro hizo que se expandiera su culto. En Los Realejos ya se le ofició como tal desde 1676 y su fiesta es de obligado precepto en las Sinodales de Dávila de 1734. En la villa  tuvo lugar en el marco de un calvario erigido a su entrada, con recinto de forma rectangular, rodeado por una tapia. En él en 1695 el presbítero Luis Rixo Grimaldi Benítez de Lugo construyó una ermita dedicada a Nuestra Señora de la Piedad. Como refiere en su testamento de 26 de mayo de 1709 la había dotado con dos misas y la había fabricado a su costa “en el calvario de dicha villa”. Una de ellas sería para “Nuestra Señora de dicho título el Viernes de Dolores y la otra para “el glorioso San Isidro labrador que está colocado en dicha ermita en su día”.  Para ornamentos y reparos le cedió un tributo de 50 reales. Hay constancia de que el gremio de labradores ya le celebraba fiesta desde 1700. En el 15 de febrero de ese año Juan de Lugo Navarrete, Manuel González de Abreu, Domingo Yáñez y José Hernández se la hicieron con “víspera, misa, sermón y procesión”.  La devoción a San Isidro fue cada día más patente, hasta el punto de que era su denominación más popular a principios del siglo XIX. Sus fiestas del Domingo de Pentecostés, con su procesión hasta San Agustín, despertaban cada día más el entusiasmo y el fervor de los villeros.  Hasta 1892 en que se cambia a su actual emplazamiento, se celebraba el Domingo de Pentecostés y no el 15 de mayo, su fiesta oficial. La razón es su conexión, como el Corpus, con las festividades de invocación a la fertilidad, y por tanto en consonancia con el calendario lunar y femenino. Pentecostés rememora una fiesta hebrea análoga con un pronunciamiento marcadamente agrícola relacionada con el fin de la cosecha que daba comienzo en Pascua, que en la simbología cristiana ha pasado a coincidir con la bajada del Espíritu Santo a los Apóstoles. No es, por tanto, casual que las fiestas locales del San Isidro villero y el San Benito lagunero coincidan, porque ambas expresan el agradecimiento de sus labradores por la buena nueva de la cosecha. Como contraste a la octava del Corpus, San Isidro es la fiesta con más ricos testimonios documentales del siglo XIX, lo que prueba su carácter hegemónico. La víspera por la noche recorrían las calles en un elegante y vistoso carro lleno de flores cinco niñas de la elite simbolizando genios o ninfas. Iban adornadas con ricos y vistosos ropajes. Recitan versos preparados para el momento. La carrera finalizaba en el llano de San Sebastián con fuegos artificiales “de los colores más lucidos y agradablemente diversificados”. Los campesinos con sus varas gritan los aijides y cantan al son del tambor o la guitarra. Dos gigantes de tres metros desfilan en el medio de las calles. Son construidos de cestería y movidos por hombres. Van acompañados de los papahuevos, enanos vestidos a la antigua. El recorrido entre San Agustín y el Calvario estaba embellecido por dos soberbios arcos, multitud de flotantes banderolas de diversos colores, figuras de animales, rama alta, palmas y festones de que pendían infinidad de farolillos de papel. El suelo se alfombra también con motivos florales. En el Domingo de Pentecostés por la mañana se verificaba la procesión. El clero parroquial partía desde San Agustín al Calvario en busca de los santos patronos que eran conducidos por miembros de la cofradía de labradores cargando sus célebres varas y cantándole aijides. Ascendían hasta el templo, donde se le tributaba un sermón y bajaban de nuevo. Por la tarde doce niños de las familias principales, seis de cada sexo, se vestían con el traje campesino. Se ponía en juego una rifa de unas yuntas de bueyes. La descarga de voladores y el vuelo de unos globos era la señal de la entrega del premio. A continuación un corderillo se presentaba al público adorado con cintas y flores de colores. Era rifado por los doce niños que regresaban con dulces a sus casas. Las indumentarias campesinas, que eran todavía trajes reales, aunque la elite había comenzado su idealización, precisamente porque no los usaba,  se mezclaban con las lujosas de las damas aristocráticas. En los bailes desde la tarde concurría numeroso pueblo acompañado de castañuelas, guitarras y panderetas. Finalizaba con dos vistosos globos que permanecen casi fijos por espacio de media hora, brillando como estrellas. Los turrones, los muchos ventorrillos, los juegos de toda clase en el Llano y la Alameda, “las funciones hípicas (vulgo caballitos) y las representaciones teatrales son al decir de la Asociación en 1869 motivos todos ellos que atraen numerosa concurrencia comarcana que “puede disfrutar de ella según su carácter, sus tendencias y su bolsillo” . Una eclosión festiva que mantuvo tales características hasta la creación de la romería tal y como hoy la conocemos en 1936. Nuevas ermitas y fiestas se expanden por esos años como en el pago lagunero de ese nombre o en Granadilla, cuya ermita se fundó en 1675 en cumplimiento del testamento de María del Castillo, viuda del capitán Marcos González del Castillo. En las últimas décadas, imitando el modelo orotavense de 1936, han proliferado por toda la faz insular imágenes y romerías de esta advocación en una sociedad paradójicamente cada vez más urbanizada y que utiliza desde el mundo de la ciudad los románticos ideales agrarios como nostalgia de un tiempo ancestral idílico y como supuestas señas de identidad..."
En 1914, por exigencias urbanísticas, se derribó está vieja ermita y el calvario que se hallaba situado en lo que hoy es la confluencia del paseo de Domínguez Alfonso y la plaza de la paz.
La actual se edificó en estilo neogótico con planos del arquitecto Mariano Estanga, en terrenos cedidos por Doña Águeda Hernández Melo y fue bendecida el 28 de enero de 1917.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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