lunes, 19 de febrero de 2018

EL MUELLE PESQUERO Y LA BATERÍA DE SANTA BÁRBARA DEL PUERTO DE LA CRUZ



Fotografía tarjeta postal coloreada sepias de F.B.  nº. 4. Del año 1925. La compañía inglesa Yeoward afincada en el Puerto de la Cruz, por esa época disponía de una flota de cinco vapores: Agila, Aboceta, Ardeola, Alca, y Alondra.

La construcción del llamado El muelle pesquero  de la añeja batería de Santa Bárbara en el Puerto de la Cruz entonces Puerto Orotava  comenzó el año 1822, ayudado el Ayuntamiento por el Real Consulado de las Islas, quien para adelantar la comodidad del puerto, del cual le entraban muchos ingresos, concedió las siguientes cantidades: en mayo de 1822 entregó 30.000 Rvn; en diciembre de 1823, 10.000 Rvn, y en septiembre de 1824, 15.000 Rvn. O sea, un total de 55.000 Rvn.
Con este dinero se rompieron algunas peñas más de la entrada de La Caleta y se limpió el Charco de la Tía Paula, quitándosele una hilera de grandes riscos movedizos que evitaban un poco la comunicación del mar entre uno y otro lado, pero llegado el invierno se vio el terrible error, pues el mar, furioso, se precipitaba dentro de la Caleta y ocasionó varios destrozos; entre ellos, derrumbó el murallón de la calle de la Marina, frente a la casa del doctor Perdomo, comprobándose que lo marcado en el primer plano era lo exacto y que aquellas peñas hacían falta para atajar la furia del mar en épocas invernales, y entonces se comenzó allí el brazo del Muelle Nuevo, que quedó paralizado varios años a falta de ayuda de las entidades oficiales.
El año 1823, el comandante de Ingenieros don Diego de Tolosa levantó un plano para la construcción de este nuevo muelle, pero debió extraviarse, pues no se encuentra en el Archivo Municipal, como tampoco el expediente del presupuesto. Con tal motivo se hizo nuevo expediente y se elevó al comisionado regio don Manuel Genaro Villota cuando estuvo en Santa Cruz, y se nombraron dos señores que tenían que informar, cuyo resultado se supo el 4 de diciembre de 1830. Este expediente se lo llevó dicho comisionado, sin haber dejado copia en la Intendencia, a cuyo jefe se le volvió a oficiar, por la Junta de Aranceles, con fecha 12 de enero de 1832, deseando conocer el presupuesto de la obra, comunicando dicho intendente al Ayuntamiento que costaría la suma de veinte mil pesos y que para llevarla a cabo se podía contar con los siguientes arbitrios: un real de plata sobre cada quintal de pescado salado que se importase; un derecho sobre tonelaje de los buques de tráfico a partir de treinta, y la mitad del citado derecho sobre las de menor peso. El cálculo resultaba ser de 5.000 a 6.000 Rvn. Anuales, pues no se podía contar mucho con el impuesto del pescado salado, ya que el imponerlo traería serias dificultades, ordenándose que se incluyeran también los impuestos que se tenían para otros fines, tales como los del medio por ciento de Consulado, el ahber de peso que percibía el Cabildo de La Laguna, los dos reales de vellón sobre la tonelada para el muelle de Santa Cruz, todo lo cual, según cálculos, ascendería a la suma de 18.700 pesos.
Para reconstruir el murallón que había destrozado la fuerte marea en la noche del 23 al 24 de enero de 1838 y que defendía la casa del doctor Perdomo y las demás de dicha calle, el Ayuntamiento solicitó ayuda de la Junta de Fortificaciones, la que después de mucho papeleo concedió en octubre del mismo año mil pesos corrientes, con lo cual pudo hacerse la obra, que quedó terminada el mes de diciembre con la ayuda generosa de varios vecinos.
“Cada vez que miro la topografía marítima de nuestro pueblo, escribía Álvarez-Rixo en sus Anales, me parece que la Naturaleza, a pesar de lo bravo del mar, nos está brindando un medio favorable para hacer el deseado puerto artificial, sin que sea necesario ahondar la plaza, lo cual tendría el inconveniente de enfangarse con las avenidas y corrientes de las calles”. (Álvarez Rixo escribía en el año 1839, cuando ya se había hecho la reforma y embellecimiento de la entonces llamada “Plaza de la Constitución”, a la cual él mismo había contribuido diseñando los modelos de los canapés de piedra que allí se colocaron). Mi parecer, dice, es otro: “Hágase una fuerte y alta muralla de cimiento ahondado sobre las peñas, conforme lo aconseja el ingeniero Mines, que empiece en la llamada “La Pepita”, que está cerca de tierra en la Caleta, y diríjase hacia el poniente formando semicírculo para no recibir tanto impulso de las olas, hasta afirmarla en los dos grandes riscos que se hallan cerca de la Carnicería Vieja; que será un espacio de cosa de doscientas varas y después se puede limpiar la parte interior y derribar el muro de la huerta de Perdomo, con las pequeñas casitas que le siguen hacia el oeste, de manera que la entrada de dicho Puerto o Dique será por la misma Caleta del puerto, cuyo canal deberá también profundizarse algo más para mayor comodidad. Sería también muy del caso que desde dicha paña La Pepita se hiciese otra muralla con dirección al norte, hasta los riscos llamados Los Picachos, y se evitaría la agitación del agua en el canal de la entrada”.
Las cifras que da Álvarez Rixo para acometer dicha obra, que jamás se realizó, pero sí la construcción de los dos brazos del muelle: el prolongado desde el semicírculo del patio de armas de Santa Bárbara y el llamado Muelle Nuevo, o sea, el que contenía el pase del agua desde el charco de Tía Paula hasta la Caleta, hoy los dos terriblemente destrozados, fueron las siguientes: el importe de los edificios que habría que derribar y de los cuales se podría aprovechar mucho material era de 3.000 ps. corrs; el coste del murallón semicircular sería sólo de 7.000 ps. corrs., ya que el primitivo tenía muy buenos cimientos; la limpieza del interior del charco, que en su mayoría eran callaos con alguna peñas que sería necesario aplanar, costaría 20.000 pesos. Los recursos para obtener dichas sumas los tenía dicho pueblo, que en pocos años podría proporcionar 31.500 ps. corrs., y en cuanto se tuvieran 7.000 u 8.000 se podría dar principios a la primera muralla, que construida, aunque sea sola, ya puede abrigar a los barcos del país. A estos recursos se añadían los del derecho de fortificación, que importaban de 8.ooo a 9.000 Rsvn.
Otro de los fondeaderos era llamado de “El Rey”, en San Telmo, casi en tierra, entre unas peñas “a las cuales se les dieron ciertos tajos en el año 1750. A ellas se amarraban las embarcaciones. Los barcos extranjeros que fondeaban allí estaban obligados a pagar una libra de cera a la Hermandad del Santísimo, que fue quien costeó el trabajo de acondicionamiento de dicha caleta”. Solamente servía durante el verano, pues no tenía más que ocho o nueve brazas de fondo, el cual era de rocas, pero desde finales de septiembre había que levar anclas tan pronto se notaban señales de viento NO., que era la travesía en invierno.
Como escribí antes, el barranco de San Felipe formaba en su desagüe una ensenada por donde se hacía el tráfico, y parece que hasta barcos de carrera de Indias se hicieron allí, entre ellos uno llamado La Meca.
En Martiánez también hubo un fondeadero por frente al castillo de San Carlos, construido a expensas del administrador de la Real Aduana don Matías Gálvez Gallardo, en el año 1770, y desaparecido en la noche del 7 de noviembre de 1826, junto con su guarnición, arrastrado por la fuerza de las aguas del barranco de Martiánez. Entre los años 1776 al 79 estuvo en las islas don Andrés Amat de Tortosa, ingeniero militar, quien levantó un plano para construir el muelle de Martiánez, del cual se sacó copia, que se conservó en la Secretaría del Ayuntamiento. Dicho plano se unió a una memoria que redactó don José de Viera y Clavijo a nombre de su pariente don Nicolás Cabeza Viera, que era síndico personero, la cual fue elevada a S.M. el rey don Carlos III, quien la tomó en consideración, ya que ordenó se levantase nuevo plano para ejecutar las obras. Este deseo de construir el muelle de Martiánez se continuó hasta los primeros años del presente siglo, pues en el año 1902, en la visita que hizo al Puerto Su Majestad el rey don Alfonso XIII, se le obsequió con un plano de dicho muelle pintado en una cinta por el artista don Manuel Baeza Carrillo, pero todo quedó archivado, y entonces se concibió la idea de hacer el desembarcadero en El Penitente, obra que se llevó a cabo durante la alcaldía de don Isidoro Luz y Carpenter; se colocó una gran grúa y a él atracaban los pequeños fruteros de la Casa Fyffes Limited; pero también resultó inútil por lo peligroso de aquella parte, y el dinero allí gastado se debió emplear en limpiar y acondicionar el Muelle Nuevo, cuyas obras se habían continuado por etapas a partir del año 1870, cuando ya había decrecido el comercio del Valle y Santa Cruz había obtenido el privilegio de principal puerto de la isla, pero el papel e importancia del Puerto fue siempre vida de la ciudad como veremos.
El día 2 de enero de 1870 se colocaron diferentes prismas para la continuación del Muelle Nuevo, prosiguiendo dicha fábrica el día 7 de junio, tirándose algunos barrenos en las peñas o rocas “Los Piques” para ampliar la aproximación al desembarcadero o escaleras. Parte de este trabajo volvió a destrozarlo la furia del mar el día 3 de febrero de 1875, trabajándose a ritmo acelerado durante los meses de verano para reponer lo roto y avanzar unos metros más. Por suscripción entre comerciantes y propietarios se habían recaudado mil duros, que le fueron entregados al comerciante catalán, avecindado en la isla, don Tomás Bosch, para que este adquiriera dos grandes boyas llamadas muertos a las cuales se pudiera amarrar las naves con menos peligro en todas las estaciones. Dichas boyas deberían estar colocadas el mes de abril del año 1873, pero la quiebra de dicho señor imposibilitó la compra, lo que motivó la negativa de los capitanes de buques de la Península de venir a cargar en el mes de mayo de dicho año las patatas y cebollas para transportarlas a América, causando así un grave perjuicio a nuestros cosecheros. En el mes de febrero de 1878 continuaba la fábrica del muelle, pero con poco adelanto, debido a lo malo de la estación; pero el 6 de agosto del mismo año se pudo aventajar la obra empleando mayo número de obreros, y en los primeros meses de 1879 llegó de Marsella un barco de tres palos cargado de sacos de cal hidráulica para dicha obra, y el día 2º se empezó la construcción de los veinticinco metros que habían sido subastados para la prolongación del muelle, faltando solamente unos cuarenta para alcanzar la Baja Negra, pero el día 2 de octubre de 1880 una fuerte marea destrozó un pedazo del muelle construido el verano y en febrero de 1881 volvió el mar a romper otro trozo.
El encargado de la obra era don Amaro Riberol, buen marino y a la sazón alcalde accidental, y a él se dirigieron varias personas para rogarle que se esforzara para llevar la prolongación del muelle hasta las tantas veces mentada Baja Negra, para suprimir el peligro que tal roca suponía para las lanchas que allí se estrellaban o rompían sus remos al querer entrar a la caleta. En el extremo se colocaría una gran cruz de hierro, con un farol que sería encendido en ciertas estaciones y horas de la noche que conviniera. También se le hizo ver la necesidad de que, para ser útil el muelle comercial, fueran derribados un pedazo de la calle de La Marina y algunas casas de buena planta. Todo lo expuesto le pareció muy acertado al señor Riberol, pero jamás se cumplió, para no tener que rozar con vecinos de influencia, propietarios de los inmuebles afectados. Fue al comienzo de este siglo cuando el alcalde don Melchor Luz y Lima obtuvo autorización para derribar la batería de Santa Bárbara, y de esta forma pudieron pasar los camiones a descargar la mercancía, sirviendo aquella explanada para depositarla.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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