Fotografía
tarjeta postal coloreada sepias de F.B. nº. 4. Del año 1925. La compañía
inglesa Yeoward afincada en el Puerto de la Cruz, por esa época disponía de una
flota de cinco vapores: Agila, Aboceta, Ardeola, Alca, y Alondra.
La construcción
del llamado El muelle
pesquero de la añeja batería de Santa Bárbara en el Puerto de la Cruz
entonces Puerto Orotava comenzó el año 1822, ayudado el
Ayuntamiento por el Real Consulado de las Islas, quien para adelantar la
comodidad del puerto, del cual le entraban muchos ingresos, concedió las
siguientes cantidades: en mayo de 1822 entregó 30.000 Rvn; en diciembre de
1823, 10.000 Rvn, y en septiembre de 1824, 15.000 Rvn. O sea, un total de
55.000 Rvn.
Con este dinero
se rompieron algunas peñas más de la entrada de La Caleta y se limpió el Charco
de la Tía Paula, quitándosele una hilera de grandes riscos movedizos que
evitaban un poco la comunicación del mar entre uno y otro lado, pero llegado el
invierno se vio el terrible error, pues el mar, furioso, se precipitaba dentro
de la Caleta y ocasionó varios destrozos; entre ellos, derrumbó el murallón de
la calle de la Marina, frente a la casa del doctor Perdomo, comprobándose que
lo marcado en el primer plano era lo exacto y que aquellas peñas hacían falta
para atajar la furia del mar en épocas invernales, y entonces se comenzó allí
el brazo del Muelle Nuevo, que quedó paralizado varios años a falta de ayuda de
las entidades oficiales.
El año 1823, el
comandante de Ingenieros don Diego de Tolosa levantó un plano para la
construcción de este nuevo muelle, pero debió extraviarse, pues no se encuentra
en el Archivo Municipal, como tampoco el expediente del presupuesto. Con tal
motivo se hizo nuevo expediente y se elevó al comisionado regio don Manuel
Genaro Villota cuando estuvo en Santa Cruz, y se nombraron dos señores que
tenían que informar, cuyo resultado se supo el 4 de diciembre de 1830. Este
expediente se lo llevó dicho comisionado, sin haber dejado copia en la
Intendencia, a cuyo jefe se le volvió a oficiar, por la Junta de Aranceles, con
fecha 12 de enero de 1832, deseando conocer el presupuesto de la obra,
comunicando dicho intendente al Ayuntamiento que costaría la suma de veinte mil
pesos y que para llevarla a cabo se podía contar con los siguientes arbitrios:
un real de plata sobre cada quintal de pescado salado que se importase; un
derecho sobre tonelaje de los buques de tráfico a partir de treinta, y la mitad
del citado derecho sobre las de menor peso. El cálculo resultaba ser de 5.000 a
6.000 Rvn. Anuales, pues no se podía contar mucho con el impuesto del pescado
salado, ya que el imponerlo traería serias dificultades, ordenándose que se
incluyeran también los impuestos que se tenían para otros fines, tales como los
del medio por ciento de Consulado, el ahber de peso que percibía el Cabildo de
La Laguna, los dos reales de vellón sobre la tonelada para el muelle de Santa
Cruz, todo lo cual, según cálculos, ascendería a la suma de 18.700 pesos.
Para reconstruir
el murallón que había destrozado la fuerte marea en la noche del 23 al 24 de
enero de 1838 y que defendía la casa del doctor Perdomo y las demás de dicha
calle, el Ayuntamiento solicitó ayuda de la Junta de Fortificaciones, la que
después de mucho papeleo concedió en octubre del mismo año mil pesos
corrientes, con lo cual pudo hacerse la obra, que quedó terminada el mes de
diciembre con la ayuda generosa de varios vecinos.
“Cada vez que
miro la topografía marítima de nuestro pueblo, escribía Álvarez-Rixo en sus
Anales, me parece que la Naturaleza, a pesar de lo bravo del mar, nos está brindando
un medio favorable para hacer el deseado puerto artificial, sin que sea
necesario ahondar la plaza, lo cual tendría el inconveniente de enfangarse con
las avenidas y corrientes de las calles”. (Álvarez Rixo escribía en el año
1839, cuando ya se había hecho la reforma y embellecimiento de la entonces
llamada “Plaza de la Constitución”, a la cual él mismo había contribuido
diseñando los modelos de los canapés de piedra que allí se colocaron). Mi
parecer, dice, es otro: “Hágase una fuerte y alta muralla de cimiento ahondado
sobre las peñas, conforme lo aconseja el ingeniero Mines, que empiece en la
llamada “La Pepita”, que está cerca de tierra en la Caleta, y diríjase hacia el
poniente formando semicírculo para no recibir tanto impulso de las olas, hasta
afirmarla en los dos grandes riscos que se hallan cerca de la Carnicería Vieja;
que será un espacio de cosa de doscientas varas y después se puede limpiar la
parte interior y derribar el muro de la huerta de Perdomo, con las pequeñas
casitas que le siguen hacia el oeste, de manera que la entrada de dicho Puerto
o Dique será por la misma Caleta del puerto, cuyo canal deberá también
profundizarse algo más para mayor comodidad. Sería también muy del caso que
desde dicha paña La Pepita se hiciese otra muralla con dirección al norte,
hasta los riscos llamados Los Picachos, y se evitaría la agitación del agua en
el canal de la entrada”.
Las cifras que
da Álvarez Rixo para acometer dicha obra, que jamás se realizó, pero sí la
construcción de los dos brazos del muelle: el prolongado desde el semicírculo
del patio de armas de Santa Bárbara y el llamado Muelle Nuevo, o sea, el que
contenía el pase del agua desde el charco de Tía Paula hasta la Caleta, hoy los
dos terriblemente destrozados, fueron las siguientes: el importe de los
edificios que habría que derribar y de los cuales se podría aprovechar mucho
material era de 3.000 ps. corrs; el coste del murallón semicircular sería sólo
de 7.000 ps. corrs., ya que el primitivo tenía muy buenos cimientos; la
limpieza del interior del charco, que en su mayoría eran callaos con alguna
peñas que sería necesario aplanar, costaría 20.000 pesos. Los recursos para
obtener dichas sumas los tenía dicho pueblo, que en pocos años podría
proporcionar 31.500 ps. corrs., y en cuanto se tuvieran 7.000 u 8.000 se podría
dar principios a la primera muralla, que construida, aunque sea sola, ya puede
abrigar a los barcos del país. A estos recursos se añadían los del derecho de
fortificación, que importaban de 8.ooo a 9.000 Rsvn.
Otro de los fondeaderos
era llamado de “El Rey”, en San Telmo, casi en tierra, entre unas peñas “a las
cuales se les dieron ciertos tajos en el año 1750. A ellas se amarraban las
embarcaciones. Los barcos extranjeros que fondeaban allí estaban obligados a
pagar una libra de cera a la Hermandad del Santísimo, que fue quien costeó el
trabajo de acondicionamiento de dicha caleta”. Solamente servía durante el
verano, pues no tenía más que ocho o nueve brazas de fondo, el cual era de
rocas, pero desde finales de septiembre había que levar anclas tan pronto se
notaban señales de viento NO., que era la travesía en invierno.
Como escribí
antes, el barranco de San Felipe formaba en su desagüe una ensenada por donde
se hacía el tráfico, y parece que hasta barcos de carrera de Indias se hicieron
allí, entre ellos uno llamado La Meca.
En Martiánez
también hubo un fondeadero por frente al castillo de San Carlos, construido a
expensas del administrador de la Real Aduana don Matías Gálvez Gallardo, en el
año 1770, y desaparecido en la noche del 7 de noviembre de 1826, junto con su
guarnición, arrastrado por la fuerza de las aguas del barranco de Martiánez.
Entre los años 1776 al 79 estuvo en las islas don Andrés Amat de Tortosa,
ingeniero militar, quien levantó un plano para construir el muelle de
Martiánez, del cual se sacó copia, que se conservó en la Secretaría del
Ayuntamiento. Dicho plano se unió a una memoria que redactó don José de Viera y
Clavijo a nombre de su pariente don Nicolás Cabeza Viera, que era síndico
personero, la cual fue elevada a S.M. el rey don Carlos III, quien la tomó en
consideración, ya que ordenó se levantase nuevo plano para ejecutar las obras.
Este deseo de construir el muelle de Martiánez se continuó hasta los primeros
años del presente siglo, pues en el año 1902, en la visita que hizo al Puerto
Su Majestad el rey don Alfonso XIII, se le obsequió con un plano de dicho
muelle pintado en una cinta por el artista don Manuel Baeza Carrillo, pero todo
quedó archivado, y entonces se concibió la idea de hacer el desembarcadero en
El Penitente, obra que se llevó a cabo durante la alcaldía de don Isidoro Luz y
Carpenter; se colocó una gran grúa y a él atracaban los pequeños fruteros de la
Casa Fyffes Limited; pero también resultó inútil por lo peligroso de aquella
parte, y el dinero allí gastado se debió emplear en limpiar y acondicionar el
Muelle Nuevo, cuyas obras se habían continuado por etapas a partir del año
1870, cuando ya había decrecido el comercio del Valle y Santa Cruz había
obtenido el privilegio de principal puerto de la isla, pero el papel e
importancia del Puerto fue siempre vida de la ciudad como veremos.
El día 2 de
enero de 1870 se colocaron diferentes prismas para la continuación del Muelle
Nuevo, prosiguiendo dicha fábrica el día 7 de junio, tirándose algunos barrenos
en las peñas o rocas “Los Piques” para ampliar la aproximación al
desembarcadero o escaleras. Parte de este trabajo volvió a destrozarlo la furia
del mar el día 3 de febrero de 1875, trabajándose a ritmo acelerado durante los
meses de verano para reponer lo roto y avanzar unos metros más. Por suscripción
entre comerciantes y propietarios se habían recaudado mil duros, que le fueron
entregados al comerciante catalán, avecindado en la isla, don Tomás Bosch, para
que este adquiriera dos grandes boyas llamadas muertos a las cuales se pudiera
amarrar las naves con menos peligro en todas las estaciones. Dichas boyas
deberían estar colocadas el mes de abril del año 1873, pero la quiebra de dicho
señor imposibilitó la compra, lo que motivó la negativa de los capitanes de
buques de la Península de venir a cargar en el mes de mayo de dicho año las
patatas y cebollas para transportarlas a América, causando así un grave
perjuicio a nuestros cosecheros. En el mes de febrero de 1878 continuaba la
fábrica del muelle, pero con poco adelanto, debido a lo malo de la estación;
pero el 6 de agosto del mismo año se pudo aventajar la obra empleando mayo
número de obreros, y en los primeros meses de 1879 llegó de Marsella un barco
de tres palos cargado de sacos de cal hidráulica para dicha obra, y el día 2º
se empezó la construcción de los veinticinco metros que habían sido subastados
para la prolongación del muelle, faltando solamente unos cuarenta para alcanzar
la Baja Negra, pero el día 2 de octubre de 1880 una fuerte marea destrozó un
pedazo del muelle construido el verano y en febrero de 1881 volvió el mar a
romper otro trozo.
El encargado de
la obra era don Amaro Riberol, buen marino y a la sazón alcalde accidental, y a
él se dirigieron varias personas para rogarle que se esforzara para llevar la
prolongación del muelle hasta las tantas veces mentada Baja Negra, para
suprimir el peligro que tal roca suponía para las lanchas que allí se
estrellaban o rompían sus remos al querer entrar a la caleta. En el extremo se colocaría
una gran cruz de hierro, con un farol que sería encendido en ciertas estaciones
y horas de la noche que conviniera. También se le hizo ver la necesidad de que,
para ser útil el muelle comercial, fueran derribados un pedazo de la calle de
La Marina y algunas casas de buena planta. Todo lo expuesto le pareció muy
acertado al señor Riberol, pero jamás se cumplió, para no tener que rozar con
vecinos de influencia, propietarios de los inmuebles afectados. Fue al comienzo
de este siglo cuando el alcalde don Melchor Luz y Lima obtuvo autorización para
derribar la batería de Santa Bárbara, y de esta forma pudieron pasar los
camiones a descargar la mercancía, sirviendo aquella explanada para
depositarla.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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