El amigo de la Villa de La Orotava; JAVIER LIMA ESTÉVEZ,
Graduado en Historia por la Universidad de La Laguna, remitió entonces
(11/02/2018) estas notas que tituló; “UNA CRÓNICA DEL VALLE DE LA OROTAVA EN
LOS INICIOS DEL SIGLO XX”.
Publicadas originalmente en dos partes en el periódico
digital EL DIARIO DE TENERIFE: “…En el
presente artículo analizamos una crónica del diario El Progreso, disponible
para su consulta en el portal Jable de la ULPGC. En su edición del 12 de
septiembre de 1908, recoge un escrito de Luis Roger -acrónimo del periodista
Leoncio Rodríguez (1881-1955)-, bajo el título “El Valle de la Orotava”, aunque
centra su atención en Los Realejos y el Puerto de la Cruz. Tras anotar algunos
aspectos de la conquista realejera, describe un contexto marcado por la
presencia de hombres que con trabajo labraban la tierra y mujeres
que, con sumo cuidado, se encargaban de elaborar y distribuir los calados. No
duda en destacar la presencia de una puerta pintada de color verde en la plaza
principal rotulada con “las iniciales de los nombres de los Realejos” como
elemento para definir “la jurisdicción de ambos pueblos. Una hoja pertenece al
Realejo de Abajo y la otra hoja al Realejo de Arriba”. Un aspecto que, a
priori, no tendría mayor importancia, pero lo cierto es que el autor del
artículo no duda en manifestar lo siguiente: “¡Ay del vecino que osare no
acatar este mandamiento! ¡Ay del alcalde que fuera a meterse a gobernar más
allá de su hoja de puerta! ¡Ay del cura párroco que bautizare a cualquier
neófito, nacido fuera de aquellos antiguos límites! Al querer penetrar por otra
puerta que no fuera la suya, le darían con ella en las narices. El lindero de
la hoja de la puerta es inviolable, y todos acatan esta sencillísima ordenanza
municipal, que no ha sido menester ponerla en papel sellado ni en letras de
molde”.
Todo un
conjunto de calles limpias y urbanizadas, así como la presencia de notables
casas, extensas plazas, un importante sistema de canalización de aguas y la
extensión del cultivo del plátano definían la imagen del lugar en los inicios
del pasado siglo. Curiosa nota podemos observar cuando acude a una fonda del
Realejo Bajo, situada en “un viejo caserón, capaz de albergar un regimiento”.
En ese espacio no dudaría en anotar la espera a la que fue sometido como
consecuencia de que el almuerzo se servía a una determinada hora y no antes; a
pesar de sus quejas por esa situación. Un hecho que no terminaron de entender
pero que sería en parte omitido ante la presencia de Conchita, hija de la
fondista cuya belleza sería reseñada como “una hermosa y hercúlea realejera, de
ojos brilladores y semblante alegre, soberano vestigio de la raza de Guajara y
Guayarmina…”.
La
crónica que iniciamos en la primera parte de nuestro artículo continúa con la
presencia de nuevos detalles. De esa forma, el periodista Leoncio Rodríguez no
dudaría en desplazarse calle arriba con dirección a “La Habana” hasta la espera
del almuerzo en la fonda. Se trataba de la venta que regentaba un cubano y en
la que se distribuían bebidas de gran calidad. Allí disfrutaría de una animada
charla en la que el cubano le preguntaría si había observado muchos Afligidos
en Los Realejos. El forastero, con gran sorpresa y duda, manifestaría no
conocer ese hecho. El cubano, con una sonrisa en su semblante, no dudaría en
afirmarle que el nombre de Cha Afligida y Cho Afligido es una constante en el
lugar, siendo “el nombre de pila más usado en esta tierra”. Para L. Roger,
todas esas cuestiones representaban una novedad. De esa forma, llegaría incluso
a dudar de que esas historias fueran “invención de la gente vieja”.
Del
Realejo Alto advierte la presencia de la histórica iglesia parroquial y el encuentro
con el sacerdote para observar numerosos elementos de un notable valor
histórico y religioso. Por otra parte, no podía dejar de reseñar la localidad
como el escenario de nacimiento del polígrafo José de Viera y Clavijo
(1731-1813).
El
espíritu trabajador del pueblo se manifestaría en la laboriosidad de sus
habitantes, tal y como observa en la producción de fuegos artificiales, la
extracción de piedra pómez y, por supuesto, la industria de los calados “a la
que se consagran todas las mujeres del pueblo”.
La
última parada en Los Realejos se sitúa en torno al elevador de Aguas de
Gordejuela, relatando un espectáculo “donde la ciencia se hermana con la poesía
y donde la vida parece que siente el soplo de la tragedia”. Desde allí continúa
hasta el Puerto de la Cruz. Un pueblo que caracteriza por sus habitantes “de
espíritu liberal y rumboso”. En torno a las calles describe la presencia de
espacios anchos y despejados así como plazas y fuentes que ofrecían un marco de
armonía sin comparación. La vida comercial y hotelera discurría con dinamismo y
la belleza del incólume entorno de la playa de Martiánez también es objeto de
su atención. En la ciudad portuense encontraría el final de su viaje y el punto
y final a una crónica de la que se despide con gran melancolía por dejar atrás
la presencia de un Valle incomparable…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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