Fotografía referente al
barranco Godínez de Los Realejos, propiedad del DIARIO DE AVISOS
El
amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS remitió entonces (22/03/2020)
estas notas que tituló; “AQUEL BICHO DE GODÍNEZ”: “…2009 fue el año de un severo riesgo universal, la denominada gripe A, de
la que también salimos, no sin coste, desde luego. El impacto social de
entonces fue la aparición de Facebook, la
red social. En septiembre de 2009, fue recordado -no se sabe muy bien por qué
‘razón- otro hecho que, en su momento, años setenta del pasado siglo, produjo
un revuelo popular. Se trataba de un fenómeno natural de difícil explicación.
Escribimos entonces:
Se registró en el barranco de
Godínez, término municipal de Los Realejos, en las cercanías de la antigua
carretera general del norte que conducía hasta Icod y Buenavista.
Alguien que una noche cruzaba a
oscuras el barranco escuchó una especie de respiraciones. Se asustó, echó a
correr y al día siguiente lo contaba a familiares y amigos.
No hizo falta mucho para que la
curiosidad se agigantara y comenzara el desfile hacia Godínez. Gentes del
pueblo pero también venidas de localidades cercanas, principalmente del Puerto
de la Cruz, se concentraron en los márgenes de la carretera y en los senderos
que conducían al fondo del barranco para especular y dar su particular versión.
Horas y horas, hasta bien entrada la noche, Godínez fue ruta de curiosidad y
peregrinación.
Las respiraciones eran una
especie de desahogo, lo que entenderíamos como un escape, como un soplido. En
la segunda ocasión, al coincidir con la erupción del volcán Teneguía, en La
Palma, se quiso encontrar ahí la razón de aquellos soplidos o de aquellos extrañísimos
desinflamientos. Allí estuvimos varias noches y así lo sentimos.
Pero la leyenda cobró otros
derroteros.
A la hora de ofrecer
explicaciones, llegó a hablarse de los jadeos y del éxtasis de una pareja que
exteriorizaba su placer de forma digamos tan desaforada. Hasta se hizo recuento
de criaturas nacidas al cabo de nueve meses para señalar que se aprovechó el
fenómeno para hacer el amor en cualquier cueva o rincón del barranco. Una venta
localizada al borde de la carretera agotó las existencias de vino y carne de
cabra.
Desde el Puerto de la Cruz se
organizaron verdaderas excursiones. En una de ellas, uno de los hermanos Pérez,
mecánicos de pro, llevó una batería y un potente foco supuestamente para
alumbrar los pasajes más recónditos de Godínez y poder disparar sobre el bicho.
Porque alguien apuntó la
posible existencia de un animal, de un avechucho, recién nacido, malherido o
atrapado en el follaje o en algún hueco del barranco como causa de aquellas
respiraciones que llegaban a producir escalofríos en las mujeres y en muchos
hombres.
Allí nació la leyenda del
bicho. El bicho del Realejo o el bicho de Godínez. El periódico 'La Tarde' se
hizo eco en varias ediciones de la controversia. Fueron unos reportajes
deliciosos.
Y allí quiso disparar el popular
Gilberto Hernández, a quien Manolín González, si no estamos errados, había
provisto de una escopeta de balines. Se lo pasó muy bien con el mecánico Pérez
a su lado, a quien ordenaba la orientación del foco.
Gilberto tuvo en Godínez una de
sus genialidades: el padre Rubén, animado por las historias que le llegaban a
su parroquia, se acercó una noche para comprobar qué había de serio en todo
aquello. El cura trataba de explicar algunos fenómenos geológicos para hallar
similitudes hasta que Gilberto le interrumpió:
"Para mí, padre, que se
trata de un alma en pena que está vagando en el infierno y quiere salir aunque
esté abrasado".
"¡Hombre, Gilberto! No
diga usted eso, deje el infierno tranquilo que bastante dolor tienen los que
están allí!, replicó el padre Rubén, mientras Gilberto y acompañantes contenían
las ganas de la carcajada.
En la oscuridad de la noche,
apareció también Gregorio Ávalos, un pintor acuarelista, precursor del cabello
largo de The Beatles y que intentó en cierta ocasión suicidarse en Las Cañadas
con un tubo de aspirinas. Tenía una peculiar forma de hablar, muy
castellanizada:
"¡Jesús, qué oscuro está
esto!".
En ese momento, el mecánico
Pérez encendió la foto y lo dirigió al rostro del artista:
"Soy Avalos, el pintor,
¿no me reconocen?".
Se pedía y se guardaba silencio
cuando se escuchaban las respiraciones. Alguien pretendió grabarlas pero no
tuvo éxito. Algunos guardaron posiciones estratégicas, en las proximidades de
los "núcleos de emisión", como para localizarlos y salir de dudas. Hasta
que el silencio se veía alterado por un grito:
"¡Galano!, échate un metro
p'abajo, muchacho, a ver si sale el bicho y te pica".
En las páginas de 'La Tarde' de
aquellos días debió quedar reflejada la opinión del catedrático Telesforo
Bravo, quien negaba la posible respiración de aquellos extraños ruidos con la
erupción volcánica de La Palma.
Centenares de personas se
agolparon en la carretera, el hombre de la venta debió hacerse rico con el
chorizo y la carne de cabra, alguien se quedó con las ganas de disparar y
cobrar pieza, puede que alguna pareja haya aprovechado la ocasión para unos arumacos
o algo más, puede también que algunos hayan "visionado" al bicho...
pero lo cierto es que la popularidad del fenómeno fue decreciendo a medida que
pasaban las fechas y allí, en Godínez, no pasaba nada.
Pero en la pequeña gran
historia del municipio quedó este episodio, tan peculiar y tan popular. Tal fue
así que aquel barranco (con el paso del tiempo y el trazado de la nueva autovía
del norte, más aislado o más lejano) recibió, naturalmente, el sobrenombre:
barranco del bicho.
Otro bicho, más letal y dañino,
poco dado a las bromas, es el que ahora mismo nos tiene a mal traer…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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