martes, 19 de diciembre de 2017

EL OROTAVENSE LUIS PERERA, UN PINTOR IMPRESIONISTA


A Luís Perera, le conozco desde los tiempos infantiles, fue monaguillo del templo Parroquial y Matriz de Nuestra Señora de La Concepción, y compañero de pupitre en la Academia Mercantil Atlántida de la Villa de La Orotava.
Los destinos posteriores fueron indiferentes, yo emprendí el camino de las ciencias mercantiles y empresariales, y él, los procedimientos de la electrotecnia. Pero jamás supe que conllevara de forma inédita, y recóndita, precisamente la práctica del dibujo, del arte y de las tonalidades.
Siempre me lo tropezaba, nos saludábamos, intercambiábamos reputaciones relativa a una vida empresarial, evidentemente sobre la electricidad, claro que le llamábamos Luís “El Electricista”, y ahora naturalmente tengo que cambiarle la nombradía por Luís “El retratista del impresionismo”. Y hablo del impresionismo, por la concordancia de las palabras expuestas en el boceto del recordado catedrático de la Complutense madrileña, el orotavense Don Jesús Hernández Perera, que transcribe a Luís con otra luz, impresionado por la acogida que merecieron sus exposiciones en Barcelona, retornando de nuevo a la Sala Llorens, -del veinte de abril, al diez de mayo de 1995-, con una nueva colorista edición de sus lienzos florales, interpretados con el cromatismo diáfano y rutilante con que convive a diario bajo la luz atlántica de las Islas Canarias. Vuelve a insistir en el contraste que en los inicios del impresionismo advirtió Claude Monet en los de amapolas, y con ágil empleo de la espátula hace vibrar entre el verde de los cereales las humildes corolas de esta papaverácea. Ganan mayor cercanía y tactilidad las hortensias, en Canarias llamada “flor de mundo”, que con sus esféricos racimos de tonos azules, malva o blanco, evocan la galanura de aquella dama francesa de nombre Hortense a quien la debió el naturalista Commerson que la importó de China. Pero trae asimismo nuevos estudios de otras flores, extraídos de vergeles orotavenses o de los jardines de Pedralbes, como esos cohetes explotando en azules intensos los agapantos, que en la isla portuguesa de Madeira se alinean a lo largo de kilómetros de carreteras y caminos, saludando al caminante con helénica síntesis de “ágape”, amor, banquete fraternal de los primeros cristianos, y de “anthos”, flor, la flor de la amistad. O los flotantes nenúfares, cercanos al lado azul que los árabes nombran “nilúfar”, con sus pétalos blancos, a veces sonrosados, también amarillos que, al extremo de largo peciolos surgidos de rizomas nudosos y feculentos, ganan desde el fondo de los estanques y remansos acuáticos la superficie del agua rodeados de hojas redondas como platos. También resurge en ellos la sabia lección de Monet y sus cambiantes “Ninfeas” de la misma familia que los nenúfares.
Rafael Kyoga-Berliner, escribía de Luís Perera, y su expresión en la Sala Llorens de Barcelona: que sus paisajes revelan una vocación intimista que se nos hace patente gracias a la atmósfera global que los envuelve y, asimismo, por la incidencia de una acuidad visual que es el común denominador a la captación que hace de distintas temáticas que con éxito aborda. Emerge del trabajo de Luís Perera una dimensión poética que se nos antoja necesario subrayar y que se infiere en la generalizada capacidad inherente a una línea de fuerza que hace de los valores ópticos y de las impresiones atmosféricas una de sus constantes más significativas. La pintura de Luís Perrera ilustra, perfectamente, esta integración a un espacio intelectual y estético que, a nivel sociológico y psicológico, nos parece útil subrayar.
Julián Duffor, desde la Sala Gaudi, también de la ciudad Condal indica: Que Luís Perera, es a través de una representación objetiva próxima a un realismo lírico que su pintura, representa un Arte, que se apoya en un muy cuidado dibujo que acierta a combinar su caligrafía con la del color que la viste entonando aquello que pertenece a la descripción con lo que -sin olvidar los necesarios acentos cromático- nace del sentimiento. Sí, es una pintura sensible -sensible y bien estructurada- la que Luís Perera lleva a cabo en su directa y legible obra: equilibrio de dibujo y color que no pretende otro mensaje que representar unos temas queridos con orden, rigor y sensibilidad. Mi compañero de profesión el Profesor Mercantil Antonio Salgado, dice que: Luís Perera es un autodidacta, se queda con las cosas agradables que atesora la vida. Es un pintor bucólico que se recrea con los caminos vecinales, con esas casitas de tejas ocres festoneadas de verodes; con el color malva de nuestros árboles autóctonos; con esas cascadas de bouganvillas y geramios esparcidos por esas trochas que parecen no haber sido holladas por el hombre. En sus óleos, Luís deja patente su sello campestre; parece huir de las ciudades, del bullicio, de la masificación, del ruido... Se encuentra mucho más a gusto parece más distendido con nuestros frondosos palmerales costeros, que en sus cuadros parecen vibrar, ofreciéndonos esa brizna de aire que desintoxica el ambiente. A Luís, polifacético y sonriente, le gusta los tonos claros, parece como jugar con el verde y con el rojo, que vierte en sus valles y sus llanuras, que deja patente en esos campos de pródigas amapolas, que parecen rivalizar con las más austeras de Renoir. Luís Perera, que allá, en la Ciudad Condal, concretamente en la Sala Gaudí, dejó “la reciente impronta de su debut en el color, en la sensibilidad y en la fluidez cromática”, como bien apuntó el presentador de su obra, José Antonio Montesdeoca, ahora aquí, en la lagunera galería de arte Olka, seudónimo que oculta a una de nuestras vernáculas voces de oro; aquí, decíamos, este joven artista orotavense nos ha abierto las ventanas de nuestros campos, de nuestros rincones recoletos, de esas parcelas que, ojalá, perduren para goce visual y terapéutica de unos personajes cada vez más esterados por el agobio, la fatiga y el materialismo en pos de una supervivencia. La paleta de Luís Perera también ha sido generosa con nuestras peñas y rocas, que incluso parecen minimizar al padre Teide, al que el artista aleja en el vacío como queriendo atenuar su sempiterno protagonismo. Idéntica paleta se ha detenido, con evidente ternura, en el quicio de esa puerta teñida de color esperanza, donde una anciana recoge la tibieza del sol mañanero, envuelta en un manto azabache de pliegues hiperrealistas. El artista, que también juguetea con el blanco, ha captado el estilo y la esbeltez de ese edificio extraño, diferente y bello, que posiblemente, muy pronto, sea pasto de la voraz piqueta municipal.
Luís Perera, ha comenzado relativamente tarde su dedicación concienzuda a la pintura y el inicio él lo relaciona indiscutiblemente con la ciudad de Barcelona y la sala Gaudí, donde expuso parte de su obra. Allí fue donde le surgieron cambiar su anterior estilo académico por tendencias más impresionistas y la utilización de la espátula como medio técnico descriptivo. A Luís, la afición le viene por la vía familiar, ya que su padre es un reconocido escultor sudamericano, Antonio Otazo, el pintor Master en Sátira, el pintor que se hizo artista para librar de tantos errores a la Humanidad. Así y todo, Luís admite que su acceso al mundo del arte ha sido tan rápido y precipitado que ni se lo cree. Tanto es así que ya tiene reservada para el inmediato la sala Llorens de Barcelona. Concretamente ha relacionado su decisión de dedicarse de lleno a la pintura a su amistad con el escultor Ezequiel de León Domínguez, en cuyo estudio perfiló lo que en la actualidad es su estilo.
Nuevamente el ilustre y académico Don Jesús Hernández Perera, habla de los paisajes de Luís, Tanto los paisajes isleños como ahora sus apuntes barceloneses, intentan y logran aprisionar la luz, bien del Mare Nostrum o del Océano, como envolvente de un lugar y un momento que la retina capta y el pincel interpreta, con parsimonia y fruición, sin pesadumbres ni dramatismo, con optimista espontaneidad. Le importa transmitir su interés por las construcciones prestigiosas de Antoni Gaudí como Casa Batlló, La Pedrera, el Parque Güell o la Sagrada Familia, sin apurar el diseño con tal de no truncar la simpatía con que envuelve el conjunto, solo interponiendo balcones y cornisas para que sean la luz y la sombra las que pauten el espacio con la diafanidad de un Utrillo. Cuando evoca los rincones campestres en los que el verde vegetal emerge en suave volumetría, descompone la vibración lumínica en toque impresionista y aplica a la atmósfera mediterránea la teoría de los colores complementarios, demostrando cómo la técnica con que Monet transcribió la fresca y húmeda luz de Normandía puede ser válida también aquí y ahora, como demuestran sus amapolas y geranios, en un chisporroteo de rojos vibrantes en mitad de los bancales plenos de clorofila. Luís Perera, nacido en la Villa de La Orotava, forjado a sí mismo como artista, trae otra vez a Barcelona, otra muestra de sus trabajos, después de las anteriores acogida, merecidas del éxito rotundo.
En sus cuadros se refleja una y otra vez la vocación floral. Perpetuada de generación en generación en La Orotava gracias a las más variadas especies botánicas que existen en la Villa, esa vocación que movió a las señoras de la Casade Monteverde, hace casi un siglo y medio, a cubrir las calles del recorrido de la custodia del Corpus con las vistosas alfombras de flores, primera iniciativa que luego se extendió a todo el Archipiélago. Luís se aprovecha de la experiencia de los impresionistas y alcanza con el empleo de la espátula una gran agilidad lírica que plasma con delectación morosa otorgando a los paisajes un aire poético.
Lo que parecía ser un gran electricista, se culmina en el renacer de un Renoir villero, un Renoir casi inédito, que ha sabido convertirse en artista, tarde pero preciso. Luís Perera, si es, como lo retratan los intelectuales y conocedores del arte, estoy seguro que pronto tendremos, una índole impresionista, porque impresionistas son los lienzos del amigo villero, que trasmite la ilustración desde La Orotava de Fernando Estévez, a la Barcelona de Antoni Gaudí.
La carta del ex catedrático de la Complutense de Madrid el ilustre villero  don Jesús Hernández Perera para el pinto Luís Perera. Un pintor joven con los ojos habituados a la luminosidad del Atlántico y a los panoramas húmedos y el cromatismo templado por el sol tibio de su isla natal Tenerife viene nuevamente a mostrar sus óleos en el continente, después de captar rincones de la Ciudad Condal y de la campiña catalana bajo otra luz, la del Mediterráneo. Luís Perera nacido en la Villa de La Orotava forjado a sí mismo como artista trae otra vez a Barcelona, a la Galería Roglan otra muestra de sus paisajes, después de la acogida que mereció el pasado año su primera exposición individual en la Sala Gaudí (septiembre de 1990), y el éxito obtenido el mes de marzo último con sus paisaje tinerfeños en la Sala Olkade La Laguna. Tanto los paisajes isleños como ahora sus apuntes barceloneses intentan y logran aprisionar la luz, bien del Mare Nostrum o del Océano como envolvente. De un lugar y un momento que la retina capta y el pincel interpreta con parsimonia y fruición, sin pesadumbres ni dramatismos con optimista espon­taneidad. Le importa transmitir su interés por las... construcciones prestigiosas de Antoni Gaudí como Casa Batlló, La Perrera., el Parque Güell o la Sagrada Familia, sin apurar el diseño con tal de no truncar la simpatía con que envuelve el conjunto, solo interponiendo balcones y comisas para que sean la luz y la sombra las que pauten el espacio con la diafanidad de un Utrillo. Cuando evoca los rincones campestres en los que el verde vegetal emerge en suave volumetría descompone la vibración lumínica en toque impresionista y aplica a la atmósfera mediterránea la teoría de los colores complementarios, demostrando cómo la técnica con que Monet transcribió la fresca y húmeda luz de Normandía, puede ser válidér también aquí y ahora, como demuestran sus amapolas y geranios, en un chisporroteo de rojos vibrantes en mitad de los bancales plenos de clorofila.
El concierto para las flores de Ángel Lorenzo Perera; Artísticamente, Luís Perera nace y probablemente muera en un campo de amapolas. La pintura es y seguirá siendo su modo de vida, ya forma parte de su anatomía como la nariz o los ojos. Los agapantos, margaritas y amapolas, componen el conjunto de las
notas en el delicado pentagrama del paisaje... ¿oyes la música? Subiendo la montaña del Guajara, llegas a la cima para inmortalizar el panorama plasmándolo sobre el lienzo con tu peculiar estilo. Al descender traes escobón, tagasaste y retama inundando el estudio con su olor característico que penetra en tus cuadros... ¿percibes el aroma?
La casa donde nació y la que ha sido su taller de color y terminará siendo su sala de arte para iluminarnos a todos de la bellezas de sus pinceles. El edificio con el número 3 de la calle es de la segunda mitad del siglo XVI y fue fabri­cado con un aspecto distinto del que hoy tiene. Presenta una fachada de alto y bajo, con cierta asimetría en sus vanos. En la superior tiene cuatro ventanas de guillotina y antepe­chos de cojinetes. En la baja, la entrada principal, otra puerta y dos ventanas. Posee buen patio y amplio jardín. Fue erigida por Magdalena Grimaldi Rizzo, hija única y sucesora del regidor genovés y conocido empresario azucarero Doménico Rizzo -cuya familia se apelli­daba originalmente Rizzo, pero al está integrada en -el albergo Grimaldi, a partir de del año 1576, aún en relación con el país de origen, pasa a llamarse Grimaldi Rizzo.-, que, viuda de Diego Benítez Suazo de Lugo, repitió matrimonio con el caballero portugués Diego de Cospedal. Con el tiempo gozó esta casa Miguel Germina Cospedal de Grimaldi, capitán de milicias y alcalde de La Orotava, conocido benefactor del hospital de la Santísima Trinidad, y después fue de su hijo Francisco de Cospedal Grimaldi y Hoyo, esposo de su prima Magdalena de Cospedal, Grimaldi y Montalvo. Hija y heredera de éstos fue María de Cospedal Grimaldi y Rizzo, mujer del capitán de infantería José Ferraz de Caraveo, quien en 1657 hizo constar su condición hidalga. De ese matrimonio procedió Miguel de Caraveo Grimaldi Ferraz y Cospedal, - coronel del regimiento de Garachico, casado en la isla de La Palma con Dionisia Teresa de Lazcano, que transformó esta morada tal como se ve hoy. Aquí vinieron al mundo sus hijos José Hipólito Caraveo de Grimaldi (1687-1762), militar y lite­rato, que ganó fama de extraordinario soldado en las guerras de Orán y Nápoles, llegó a ser mariscal de campo de los reales ejércitos, comandante general de San Roque y gobernador de Pamplona, donde falleció; y Miguel Caraveo de 'Grimaldi, coronel del regimiento de dragones de YiIcatán. Luego, al morir sin descendencia en 1853, Aureliano Caraveo de Grimaldi, nieto del coronel Miguel Caraveo de Grimaldi, sus sobrinos, los Pacheco Solís, enajenaron la propiedad.
En esta morada, entonces habitada por su familia, nació Elisa González de Chaves y González de Chaves (1914 -1966), fundadora y directora del primer colegio para sordo­mudos de Canarias. Y aquí vio la luz, el 19 de octubre de 1950, el pintor Luís Perera Luís.
La entonces Juez decana de La Orotava CarmenRosa Marrero Fumero escribía en el matutino  El Día del jueves 10 de marzo de 2005; No sé si será por la belleza que destila cada uno de sus rincones, o por el embriagador sabor añejo que regalan a cada paso sus calles y balcones, o por el encanto  de sus numerosas fuentes cristalinas, o quizás por todo ello conjuntamente, pero lo cierto es que esta hermosa Villa de La Orotava ha sido la cuna de numerosos artistas que la honran. Cuando llegué a esta villa como juez, destinada por voluntad propia, lo que más recordaba eran mis visitas de niña, cuando mis padres venían en búsqueda de los famosos: y renombrados dulces de las hermanas de "las manos buenas", que, si no yerro, creo que así se las llamaba por su destreza en el arte de la repostería. Lo que ignoraba hasta ese momento era la grandeza moral y talla humana de la gente y de esta ciudad, que he ido constatando poco a poco. Me ha satisfecho especialmente encontrar esa grandeza en la gente de a pie, en la gente trabajadora que cada día se gana el pan más duramente. Ejercer esta profesión te convierte en un termómetro del pueblo, de sus gentes, y yo, que siempre he sido una observadora nata, aprendo día a día de las gentes de esta villa, de su generosidad, de su desprendimiento, de su solidaridad. Es curioso, pero no recuerdo cuándo ni dónde conocí o me presentaron a una per­sona que la villa de La Orotava vio nacer y respecto a la que inmediatamente me per­caté que esta ciudad ha de sentirse espe­cialmente orgullosa: Luís Perera. Don Luís Perera es persona, personaje y artista. Quién no le ha. visto en los días de lluvia bajo su gran paraguas, resguardo a veces de niños y mayores, con su bufanda alrededor del cue­llo y su ágil figura caminando por las. Calles de La Orotava. Quién no le ha oído saludar cálidamente a todo el que conoce, que suele ser todo el que pasa a su lado. Y quién en esta villa no ha recibido de sus manos una felicitación de Navidad con unos brazos abiertos (como a modo de refugio, de saludo, o de alegría, aún no lo sé, y creo que tal vez ni él mimo lo sepa), con una dedicatoria que en sí misma es toda una obra, porque la pluma de Luís Pecera es una niña jugue­tona, que dibuja mayúsculas de ensueño via­jando por el texto y minúsculas reverentes que las siguen, sumisas, al final de un trazo lineal que las atrae. Confieso que nunca he sido amante fiel del arte de la pintura, mas lo cierto es que jamás me había perdido en un cuadro como me perdí aquel día. Ese día terminé de entender lo que desde el principio había intuido: que Luís Perera no era un artista, era un sentimiento plasmado en su obra.       
Me quedé embelesada ante aquel impresionante perfil del padre Teide en su más cautivadora imagen de primavera, con decenas de retamas en flor a sus pies, reverenciando su altivez. He de reconocer que perdí la conciencia de estar ante un lienzo de dimensiones descomunales, que cubría toda una pared haciendo que ésta se fracturase en mil pedazos para transportar al espectador a lo más alto de Tenerife en un viaje instantáneo. Me perdí en aquella imagen y fue difícil  regresar a la realidad: Mirar aquella obra era sentir la brisa seca de Las Cañadas acariciándote la piel del rostro, oler el perfume fresco de la retama en flor y percibir bajo tus pies el tacto de la piedra caliza sin haberte movido siquiera de La Oratava. Muchas veces le he pedido a Luís Perera que me permitiera ver aquella obra de nuevo para comprobar si la magia se repetía, descubriendo para mi sorpresa que de nuevo aquel cuadro me arrastraba Jada sí con sólo mirado, despegándome una vez más de la realidad. Siempre le decía que era su mejor obra, porque atravesaba la pared sin permiso de su autor y también sin su permiso aprisionaba al espectador dentro de sí, más allá del lienzo. No era una obra: era "la obra", digna del hogar del mismo Dios. Sin embargo, después de mucho tiempo pensando que aquél era el mejor cuadro que Luís Perera había creado, me percaté súbi­tamente de que la mejor obra no es la que se pinta, sino la que se derrama literalmente por el lienzo: sobre un caballete de madera, imponente y sobrecogedora al tiempo, des­cubrí la más hermosa que jamás había conocido. Un paisaje solitario de tonos pas­tel evocaba un sentimiento incalificable des­bordado de esperanza y fe. Sobre el lienzo de mármol, un nombre de mujer con el mismo apellido que el autor. Bajo el nombre, las personas que más la amaban, y a su lado, un tajinaste azul mirando hacia el hori­zonte, expectante y solo. Reconocí inme­diatamente en el tajinaste a  Luís Perera, y en el horizonte, a la mujer que le había regalado la vida. Sucumbí al silencio, que siempre es mejor que la palabra cuando es imposible expresar el sentimiento que te embarga: aquélla era, sin lugar a dudas, la mayor obra de Luís Perera. Y la mujer que la inspiró, un impresionante paradigma de nobleza, pues sólo una mujer así puede inspirar una obra de tal calibre. Esa obra es, sin que su autor fuera cons­ciente de ello en el momento de creada, la puerta del Paraíso, homenaje póstumo a la entrega de una madre. Y sé que sólo puede haber venido del Cielo……
Exposiciones individualidades: Sala Gaudi, Barcelona, septiembre de 1990. Olka Galería de Arte La Laguna, mayo 1991. Roglain Galería de Arte, Barcelona, julio 1991. Sala Llorens, Barcelona, abril 1995. Galería Raami, Helsinki – Finlandia, febrero 1998.
Exposiciones colectivas; Sala Exposiciones del C.O.A.C. Santa Cruz de Tenerife, julio 1990. Salón del c.c. Patio Llimona, Barcelona, mayo 1995. Sala Elizalde, Barcelona, 30 de mayo de 1996.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

No hay comentarios:

Publicar un comentario