Nació en la villa de la Orotava en el año 1897. Licenciado en
Derecho, Gestor Administrativo, jurista, literato que convertía la fantasía en
auténtica prosa, en teatro y en poesía. Es decir era un emblemático
personaje perteneciente a la música, a la ilustración y a las leyes.
Llenó una larga etapa artística de la vida orotavense,
llegando a actuar como artista aficionado en el teatro, e incluso desempeñó
funciones de director.
Dirigió el periódico “Gente Nueva” y colaboró en diversas
revistas nacionales y locales. Excelente pianista y muy destacado compositor.
Aparte del sainete lírico “Cosas del Pueblo”, escribió
también “Viva la Paz”, a las que el maestro Calamita le puso
música.
Otras composiciones con músicas y letra suyas, son: “El que no
corre no vuela”, cuplé. El Vals; “Uvas u Vienes”,
“El Silbido del amor, fox”, “¡Cantares! ¡Cantares!”.
Serenata, “El Fútbol” y “Morena”. De carácter
regional y entre otras, citamos “Malagueña Canaria”, “Folias
Canarias” y “Si esto no es una isa”.
Para las fiestas patronales de san Isidro Labrador hizo unas
coplas, que son externas y permanentes, que alegran los corazones
villeros:
Cuando
canta una canaria, / con la isa se apasiona, / y llora
con la folia / y ríe con la saltona. / tiene este valle
de ensueño / cuatro florones de luz: / la
Orotava, los Realejos / y mi Puerto de la Cruz.
Falleció en la Orotava el 29 de noviembre de 1973.
Colaboró de forma constante primero con el grupo coral “Capilla
Santa Cecilia” y después con Los Pirandones.
DON JOSÉ LUÍS SÁNCHEZ PARODI,
remitió entonces estas notas: “…De nacer en la Grecia clásica, estoy seguro que habría sido uno
de los discípulos más, amados de Epicuro. Pero había nacido en La Orotava, en
los primeros años de este siglo, hijo de un procurador de los Tribunales, serio
y honrado, que aspiraba a que sus dos hijos varones fuesen abogados. Y a
trancas y barrancas -yo creo que más a las primeras, que a las segundas-
terminó don Felipe la carrera de Derecho, en la Universidad de La Laguna, no
sin haber cursado algunas asignaturas en la de Murcia, por aquellos tiempos
coladero nacional para estudiantes descarriados. Don Felipe era cojo. Como
Tirteo, aquel griego, burlón y sarcástico. Como Byron, el lord y poeta, que
iría a morir en un lugar oscuro, luchando por la independencia de
Grecia. Y si todo el mundo lo conocía como don Felipe, a sus espaldas le
llamaban "el cojo Casanova", porque un rasgo que caracteriza al
pueblo canario es el de resaltar, cariñosamente, este defecto. Nadie, nadie
dice aquí "el tuerto González", "el manco Fernández, o "el
ciego Díaz"; pero todo el mundo antepone al apellido de un cojo el
proclamar que lo es. Y todavía recuerdo que por los años en que viví en la
Villa había dos cojos célebres. Uno era, naturalmente, don Felipe; el otro, un
ser pequeño y esmirriado, de voz profunda y grave, cascada por el vinazo de
las ventas, que cantaba, solitario, en las noches de alcohol y luna llena,
contorsionado su cuerpo por las camballadas que daba, apoyado en una larga
muleta de madera, mientras hacía un alto, en las esquinas, en las cuestas, de
La Orotava. Y el eco de su voz atronaba como un fantasmagórico sereno que
anunciaba la hora que era, simpático e inofensivo curda callejero: era el cojo
Regalado, al que, afectuosamente, se conocía por "Taquito" . Pero don
Felipe, además de cojo, como Tirteo y Byron, era también poeta. Poeta en tono
menor, pero poeta. Yo tengo perdidos entre las páginas de mis libros, hermosos
poemas de don Felipe, de gran contenido lírico, en los que canta el amor con
bellas imágenes y delicadas palabras. Más, antes de llegar al final, sus
últimos versos se transformaban en puro exabrupto, en soez frase o en vocablos
escatológicos, que rompían la armonía y hermosura del soneto o el romance.
Intencionadamente, como si don Felipe tuviese el temor de que lo creyesen un
hombre sensiblero, blando y melancólico. Escribió, como todo el mundo isleño
sabe, una obra llamada "Las cosas del pueblo", con música del
maestro Calamita, y compuso muchos versos, repartidos en hojassue1;... tas,
que nunca pretendió recopilar, por el poco valor que daba a lo que hacía.
Logró, sin embargo, la vieja aspiración de Manuel Machado que era tan buen
poeta como su hermano Antonio, quien ya dijera que las coplas no lo son hasta
que el pueblo las canta, y entonces ya nadie sabe quién es su autor. Que es lo
que. Sucede con el estribillo de la isa, que comienza con el "Yo me visto
de mago en la romería “, y que, salvo los villeros, nadie sabe que él lo
compuso. Cuando yo le conocí, allá por los primeros años 50, tenía una
gestoría y asesoraba a unos sobrinos suyos, gemelos, que comandaban una escuela
automovilística. Era un hombre grueso, corpulento, de mirada baja y huidiza,
tímido, al menos en mi presencia, acaso porque me viera bajo la imagen de juez
de Instrucción, y la autoridad le originara miedo o prevención; quizá por los
años pasados en prisión durante los terribles días de la Guerra Civil. Ya
entonces había remitido algo su intenso fervor dionisíaco, y sin dejar por
completo el culto a sus dioses paganos favoritos, llevaba una vida más
sosegada, en plácidas jornadas, jugando a la baraja, echándose unas perras de
vino, de vez en cuando, marchándose de tenderete, "damas" y comilona
a la capital, o de festivo y suave parrandeo a cualquier sitio que sirvieran
buen mosto, por los altos de la Villa. Amaba el teatro, los toros, el canto,
las zarzuelas, el fútbol. Don Felipe había estudiado música, y tocaba
con salero el piano. Y había que verlo, excelente mimo, caricato de sí mismo,
acariciando las teclas, e interpretando pasodobles, mazurkas, poIkas, cuplets o
canciones de la tierra, en un repertorio inimaginable, ejemplo de gracia y de
memoria. Tunante, travieso y endiablado don Felipe, adorador - empedernido de
Venus, cultivador de Baca, con cuánto placer hubiera compartido amables cenas
con Lúculo y Helio gábalo! Deslumbrante relámpago de vida, torbellino siempre
en pie de guerra, ingenioso y dispuesto a cada instante para la broma, la
juerga y la francachela. Inagotable, fantástico cojo Casanova, entrañable amigo
de izas, rabizas y colipoterras que dijera don Camilo José. Durante
la República fue político y ocupó accidentalmente' la Alcaldía de la villa. Se
afilió, como hombre liberal de izquierda, al partido de don Manuel Azaña
máximo burgués de las España, aunque entonces nadie lo creyera - y colaboró con
su cuñado don Manuel González, el último alcalde republicano de allí. Pero su
vocación era la sátira, la burla, y así escribió en un periódico que entonces
existía, y que se llamaba Rompe y rasga; periódico ácido y violento, de
notoria agresividad contra las personas de derecha, muchos de cuyos artículos
se los imputaban, sin razón plena, al turbulento don Felipe. Y esto le pudo
costar la vida. Porque en la tarde del 18 de julio de 1936 fue detenido, como
peligroso elemento, y le ingresaron, no en el teatro "Power" de La
Orotava, sino que fue conducido directamente a la prisión provincial, en la
capital. Me supongo el pánico que pasó don Felipe en los tres años que allí
estuvo ingresado, en espera, sobre todo en aquel verano trágico, del
"paseo", en la noche amarga en que leían de una lista a los presos
que se habían de "sacar" inmediatamente, para ir a un destino que
todos adivinaban. Pero don Felipe tuvo suerte, y en la lotería, en la azarosa
ruleta de la muerte -¡hagan juego, señores!-, no le tocó el premio máximo -¡no
hay quién de más, señores!-. Acaso sus antiguos diosecillos, juguetones, le
pidieron a las Parcas que dilataran su llamada, y así, pudo salir en libertad
finalizada la guerra. Se refugió, asustado, durante algunos años, en La Victoria,
y yo me imagino cuánto tuvo que sufrir, lejos de sus calles en flor, del
susurro del viento por los altos balcones de la Villa, del posmear de las nubes,
cubriendo, poco a poco, de agua los blancos cristales de las ventanas, mientras
sus sobrinos pequeños -los hijos que no tuvo contemplaban, ensimismados,
aquella lluvia suave y delicada que, lentamente, caía. En sus últimos años,
tenía frecuentes ataques, en los que perdía el conocimiento, y cuando todo el
mundo creía que de ésta no salía, allí aparecía, de repente, recobrado, como si
retornase del viaje al otro mundo. Y volvía con nuevas fuerzas, pletórico de
chanzas y optimismo, burlándose, ahora, hasta de su propia sombra resucitada. Y
en una de éstas, aquel solterón contumaz, decidido y audaz en el mundo de la
juerga pero tímido en la. Vida cotidiana, se casó, "in artículo
monis", con la mujer siempre conviviera. Pero él siguió a su aire. Nunca
me lo representé como tranquilo señor de hogar, butacón cómodo, bata de
casa y en zapatillas, dormitando, aburrido, en torno a la televisión, ni
paseando, matrimonialmente, en esas tardes largas e inacabables de los
domingos eternos. Un día, le dio uno de estos "patatuses" -como él
los llamaba- y trajeron al sacerdote, que comenzó a darle la extremaunción, en
cuyo instante salió del soponcio. Y tranquilo, sin moverse ni asustarse abrió
un ojo, y en un latín macarrónico, quizá aprendido en una lejana ceremonia de
un carnavalesco entierro de la sardina, lanzó una "laudetur
Jesucristo", que dejó asombrados a todos, ante la serenidad de ánimo de
aquel hombre, retrechero y guasón, que ahuyentaba, riendo, a su propia muerte.
No mucho después moría don Felipe, y asistí a su entierro, en un día triste del
Valle. Entre el celaje, creí adivinar que le esperaban, con impaciencia, las
almas del Arcipreste de Hita, de don Francisco de Rebeláis, de aquel don Luís
Vélez de Guevara que escribiera, precisamente, sobre un diablo cojuelo, o de
don Francisco Delicado, el cura que narra las aventuras de una lozana andaluza,
putana distinguida, en la Roma del Renacimiento. Pasarán los años, y la figura
de don Felipe se desvanecerá poco a poco. Más siempre habrá un día de primavera,
o puede que del verano, en que el calor brille y jóvenes romeros de la isla
vengan a la Villa a acompañar a la pequeña imagen de San Isidro. Y voces nuevas
entonarán, una vez más, canciones como plegarias. Y allí estará el recuerdo de
don Felipe, que tanto amó la juventud, la vida, el goce y la alegría. Y sobre
todo, su tierra eterna de La Orotava…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
No hay comentarios:
Publicar un comentario