lunes, 5 de febrero de 2018

DON GUILLERMO CAMACHO Y PÉREZ GALDÓS



El amigo desde la infancia de la Villa de La Orotava; ANTONIO LUQUE HERNÁNDEZ remitió entonces (17/03/2012) estas notas que tituló “DON GUILLERMO CAMACHO Y PÉREZ GALDÓS”.
Publicadas en LA PRENSA, EL DÍA (SANTA CRUZ DE TENERIFE), DOMINGO 30 DE ABRIL DE 1995: “…EL día tres de abril de 1995, cercano a cumplir los 97 años, se extinguió la vida de don Guillermo Camacho. De la tristeza que nos produce su muerte, consuela la fortuna de haber podido contarse, a sí mis­mo, la razón de su propia vida, desde una clarividente vejez, ausente de ella esa decrepitud que tantas veces oscurece y hace casi vegetal la vida de los ancianos. En mis frecuentes visitas a su casa, podía comprobar la pervivencia de su memoria, de su inteligencia y de su espíritu.
Escucharle fue asistir a una amena lección, su conversación llana ya la vez humanista nos traía a la mente figuras bien dibujadas, historias finas y sentenciosas, dichos llenos de buen sentido, y siempre las ejemplares vivencias de un caballero cristiano. No pude acudir a la última despedida, pero al conocer su muerte vinieron a mí los gratos recuerdos de su amistad ahora definitivamente perdida. Poseía el amigo desaparecido una extraordinaria inteligencia, una vastísima cultura, unidas a una memoria formidable, cualidades que le conferían una personalidad difícilmente superable, porque además unía a estas cualidades humanas, virtudes teologales, fe profunda, que afloraba y daba un tono trascendente y bondadoso a su trato.
Había nacido en Santa Cruz de Tenerife, el 12 de mayo de 1898, hijo del general de Artillería  don Guillermo Camacho, y de doña María del Carmen Pérez Galdós y Ciria, sobrina de don Benito. En la capital tinerfeña realizó sus pri­meros estudios, en los P.P. del Corazón de María, «los padri­tos», como el gustaba llamarles. Después, a la muerte de su abuelo materno el teniente general don Ignacio Pérez Galdós, la familia se trasladó a Las Palmas, y allí, en el Colegio de San Agustín, termi­nó su bachillerato, con califica­ción de sobresaliente.
Con dieciocho años ingresó en la Academia de Infantería de Toledo; durante esa época pasó muchas de sus vacaciones en Madrid, donde trató familiarmen­te a su tío abuelo don Benito Pérez Galdós, por entonces escritor consagrado y famoso. En 1919 recibió el despacho de alférez y realizó su bautismo de guerra par­ticipando en acciones tan impor­tantes como el desembarco de Alhucemas.
Fue en 1928 cuando alcanzó el empleo de capitán, e ingresó pos­teriormente en la Escuela Superior de Guerra, obteniendo en ella el diploma de Estado Mayor. En el Regimiento de Artillería de Las Palmas realizó las prácticas regla­mentarias, para ser destinado más tarde al Protectorado de Marrue­cos. Una grave lesión, en acto de servicio, le motivó la amputación de su pierna derecha, y la separa­ción del Ejército; antes pasó un corto período en el Servicio Topo­gráfico Militar, del que fue retira­do, ingresando entonces en el Cuerpo de Mutilados de Guerra por la Patria. Con ocasión de nuestra Guerra Civil (1936-39) volvió a prestar servicios auxilia­res en el Estado Mayor del Gobierno Militar de Las Palmas.
Después de nuestra contienda, deseoso de completar su forma­ción humanística, inició estudios superiores en la Facultad de Filo­sofía y Letras de la Universidad de La Laguna, concluidos brillante­mente en 1944. Ejerció después como profesor de Historia, Filo­sofía y Lenguas Clásicas, en la capital de la provincia oriental, en los colegios masculinos de San Antonio de Padua, San Ignacio de Loyola, Viera y Clavijo, este últi­mo dirigido por el inolvidable genealogista don Pedro Cúllen del Castillo; y en los femeninos del Sagrado Corazón, y de las Tere­sianas, en ellos trabajó hasta su jubilación, dejando en sus alum­nos un excelente recuerdo como pedagogo.
Don Guillermo había casado en Barcelona, en 1935, con la dis­tinguida dama catalana doña Pilar de Alós y Fontcuberta, hija de los marqueses de Dou. De ellos proceden doña Concepción, fallecida en 1989; doña María del Carmen, casada con don Juan Domingo Jiménez Fregel; y doña Mercedes, licenciada en Historia, esposa de don Manuel Sarmiento Peñate.
Camacho fue escritor eminen­te, que comprendió las aspiracio­nes de su tiempo y se unió a los más auténticos intereses de su tierra; investigador capaz, y autor de buenos trabajos periodísticos, además de elocuente conferen­ciante; tuvo la amabilidad, para el que escribe estas líneas, de hacerle una magistral presentación de su libro «Las familias de Chaves y Montañés de Tenerife», en 1990. Su prosa es erudita, espontánea y clara, proyectan la imagen de un individuo sincero e inteligente, pleno de equilibrio moral y de autodominio, pero por encima de todo son los trabajos de un fervo­roso creyente. Nunca participó activamente en la vida pública, pero en privado dio testimonio de sus opiniones que eran las de un hombre prudente y tolerante, siempre fiel a sus convicciones monárquicas y liberales.
Poseyó don Guillermo nume­rosas distinciones y condecoracio­nes, así la Cruz y Placa de la Real y Militar Orden de San Hermene­gildo; dos Cruces Rojas al Mérito Militar en Campaña; fue Hijos­dalgo a Fuero de España; de la Noble Esclavitudde San Juan Evangelista, de La Laguna; Hijo Adoptivo de la Villa de Los Rea­lejos, municipio que perpetúa su nombre en una de sus más carac­terísticas vías públicas, cercana a la Hacienda de los Príncipes, que en vida fue su residencia realejera.
Su conocimiento fue para mí continua enseñanza y fuente de armonía, porque como afirma Michel Yquen de Montaigne (1533-1592) «La relación y correspondencia la crean las amis­tades verdaderas y perfectas».
Nuestros temperamentos afines, su desinterés y llaneza, propicia­ron el mutuo entendimiento, así como lo intachable y generoso de su afecto.
Montaigne también dijo que: «El último extremo de la perfec­ción en las relaciones que ligan a los seres humanos, reside en la amistad; por lo general, todas las simpatías que el amor, el interés y la necesidad privada o pública for­jan y sostienen, son tanto menos generosas, tanto menos amistades, cuanto que a ellas se unen otros fines distintos a los de la amistad considerada en sí misma».
En fin, volviendo al principio, digo que Dios concedió a este sin­gular canario larga vida, este hombre que supo hermanar en su amor nuestras dos provincias, siempre enraizados y conocedor de ellas, gozó hasta el último ins­tante de una esplendida luz men­tal; envidiable conversación amena y erudita.
Campechano y afable, para con todos; la muerte se llevó con él una parte de nuestra memoria colecti­va, y aunque su magisterio perma­nece en sus escritos, desconsuela su ausencia. Pero nos conforta la esperanza del creyente, y el pensa­miento de aquella frase, tan repe­tida por él, «Dios es sobre todo un padre amante», y en esa seguri­dad, estoy seguro, habrá acogido Dios el alma de este varón de vir­tud que en vida fue Guillermo Camacho….”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

1 comentario:

  1. Hay personas que uno quisiera olvidar y otras de las que se conserva un recuerdo imborrable. A este último grupo pertenece Don Guillermo. Don Guillermo, así, a secas. Fue profesor nuestro de Historia universal, en 3º de bachillerato, en el colegio de los jesuitas, de Las Palmas. Le vimos entrar en clase, por primera vez, al comienzo de la tarde, la cara sonriente, el gesto afable, el cuerpo erguido, a pesar de su paso renqueante, debido a la amputación evocada en la necrológica que comento; escaló el estrado y se dirigió a nosotros. No recuerdo sus palabras iniciales. Corría el año 1957. Han pasado nada menos que 62 años. Pero sí recuerdo que me cautivó. Que nos cautivó a todos, creo poder afirmar en nombre de todos los alumnos de 3º B; no me acuerdo si los de la sección A lo tenían también de profe. Terminó el curso. Nos seguimos viendo, dentro o fuera del colegio. Ya en la Universidad, algún verano, nos acercamos a saludarle a su casa (vivía cerca del colegio). Y luego, pasó el tiempo. Don Guillermo permaneció en mi memoria (personalmente, la actividad profesional me conduciría, al cabo de unos años, a transitar por los caminos de la Historia) y, quiero pensar, en la de muchos de los compañeros. Nos reunimos cada año, a finales de noviembre, gracias al sentimiento de confraternidad que nació en los años 50 del siglo pasado y a los desvelos de Mauro Pérez García. En breve volveremos a hacerlo y, con toda seguridad, y con gran cariño, evocaremos la memoria de Don Guillermo Camacho Pérez-Galdós, mi, nuestro, entrañable profesor de Historia.
    Gilles Multigner
    PD.: Busqué, en vano, en el árbol genealógico reproducido en la exposición que se acaba de inaugurar en la BNE sobre Don Benito Pérez Galdós, alguna referencia a su sobrino-nieto. Me puse entonces a buscar en Internet y me he encontrado con este artículo, por el que les doy las gracias a Antonio Luque Hernández y a Bruno Juan Álvarez Abréu

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