En el tema
vanguardista hay muchísimas palabras esenciales salpicadas de belleza y pura
literatura, originales, expositoras de los principales factores que
caracterizan las esencias y las semblanzas de la villa de la
Orotava, sin embargo entre todos los villeros existe un
especial recuerdo de un hombre campechano, vecino de mi
infancia en la calle El Calvario, donde nací. Evidentemente desde
ese emblemático lugar tengo una reminiscencia imborrable de este crédulo
convecino, una mañana con pancha de burro, le observaba con mis amigos desde el
muro de la azotea de mi casa, cuando se afeitaba en el patio de la
suya, frente a un pequeño espejo. Escamado por la circunstancia,
reacciona severamente y casi de broma estuvo a punto de darnos un tablazo
con un gran madero que se encontraba en su morada. Asustados,
salimos corriendo, y nos escondimos en la biblioteca de mi padre.
Don José Pérez González, conocido por
"Pepe el del Kiosco", murió hace 42 años(1957) en
la villa. Para evocar su indeleble esencia, utilizo un inédito contexto
publicado en el desaparecido semanario “Canarias” (año 1957), firmado con
la abreviatura de J.L., que mi amigo “Ruiz” encargado de poner orden en
los periódicos viejos de la biblioteca municipal, me insinúa. El cual utilizaré
como fuente confidencial para manifestar el perfil de este entusiasta personaje
a todos los villeros que no le conocieron. Muchas de estas notas figuran en el
libro de mi buen amigo, jurista, escritor, literato, y convecino don Juan
del Castillo y León, por lo que no tengo la seguridad, - y
con perdón -, si es del mismo autor, o por el contrario
estos datos figuran en su archivo o biblioteca particular.
"Pepe el del Kiosco", había que verlo en funciones, un
servidor, entonces era un niño de siete años. Parecía Sansón en una lucha
inacabable, remolinado un inmenso cuchillo. Decía entre grandes risotadas
partiendo un trozo de jamón, en láminas inolvidables, que parecían
hojas, - de él aprendió su sucesor
"Fidel"-. Era una delicia verlo comprar queso,
leche, dulce o pescado. Su estampa de villero,
- aquellos enormes pantalones, sujetos por una correa, medios
caídos -, se agigantaban aún mas, en el tira y afloja
del trato; en el regateo burlón entre bromas. En
pausas y silencios, roto a carcajadas entrecortadas, riéndose hacia
dentro. Se reían de su sombra. Y su sombra era
él. Se quejaba de los impuestos. Y de lo caro de las cosas.
Y de que todo iba a parar a él. Pero se transformaba y
hacia de los impuestos y de la carestía de la vida, un puro y fino
humor, que terminaba en sus grandes risotadas de gigante, infantil y
bonachón. Su cátedra era el Kiosco MUDÉJAR de la música, de la
plaza de la Alameda o de la Constitución, el Kiosco era su imán, lo
ataría, entre los ruidos de los vasos, el susurro de las
fichas del dominó, vigía de varias generaciones,
hasta que vencida la noche y rota la ultima tertulia villera
por excelencia, se marchaba con pasos lentos y dificultosos para su casa,
dejando los inolvidables jardines de la Alameda para que jugaran los
dulces y traviesos duencillos. En su Kiosco murió con las botas puestas,
varias generaciones de niños le pidieron agua,
varias generaciones de novios, amaron en la plaza, antes su romántica y fiel
mirada. El Kiosco símbolo de la discordia, del arte y del sosiego villero,
necesita una espléndida y cuidada restauración para recobrar su sabor de
antaño, sigue viviendo y la vida continua.
Siempre le quedará a los contertulios mayores el recuerdo de un hombre
sencillo y modesto, que reía a carcajadas y que nunca hizo mal a
nadie, ni tampoco quiso hacernos daños con la tabla reposada en su casa,
sino quería gastarnos una broma, tal como yo y mis
amigos de infancia se la estábamos exhibiendo desde la azotea
de la recordada mansión de mis padres, que por desgracia(los herederos), y
otros muchos convecinos con idénticas e históricas residencias no supimos
conservar en la eterna y auténtica calle El Calvario de la Villa.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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