El amigo del Puerto de
la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS, remitió entonces (27/07/2017) estas notas que
tituló; “BASKET EN EL PUERTO”: “…El baloncesto en el Puerto se fue apagando, como
tantas otras cosas. No alcanzó los niveles de práctica y popularidad que el
fútbol, allá por la década de los sesenta del pasado siglo, pero tuvo algunos
escenarios, jugadores y entrenadores destacados. Recordemos.
En la que fue sede del Frente de Juventudes (Falange),
en la última parte de la finca, tras pasar el taller de cerrajería de don
Salvador (Boro) Acosta, había una cancha de tierra que servía para casi todo:
estaban los aros adosados (nunca los vimos con red) y las porterías, de
dimensiones reducidas, claro, como si sirvieran para fútbol y balonmano,
aparecían pintadas sobre las desiguales paredes de los inmuebles colindantes.
Además de estos deportes, hubo algunos intentos de voleibol y hasta de
atletismo. Memorable la figura de don Francisco Suárez, profesor de política y gimnasia,
denominaciones abreviadas de Formación del Espíritu Nacional y Educación
Física, asignaturas del bachillerato de entonces. Suárez vivía allí mismo, en
aquella vieja casona envuelta en tea y con un generoso patio en cuyo centro una
gigantesca palmera canaria no impedía que los chicos jugásemos al fútbol. Allí,
en aquella cancha, recalábamos casi todos: los alumnos del desaparecido
Instituto Laboral, los de otros centros, los habituales de la plaza del Charco
y hasta quienes, ya adultos, apuntaban maneras para jugar en otros niveles.
Pero el espacio por antonomasia para el basket era,
fue, esa plaza, la bendita plaza, la sempiterna. De tierra, parcheado con
tierra seca o arena del muelle cuando llovía y se formaban charcos de todos los
tamaños en aquella superficie en la que algunos botaban el balón con singular
maestría. La marcábamos con un ovillo de hilo y cal viva cada domingo de
partidos. Porque a veces se jugaban hasta tres, de distintas categorías. Los
aros, con soportes cilíndricos, eran desmontables, sobre todo en determinadas
épocas como carnavales y Fiestas de Julio, para instalar pistas de coches o
norias o tómbolas, con gran disgusto para los usuarios pues perdíamos aquel
escenario deportivo donde se entrenaba, se disputaban encuentros de alta
competición, torneos de verano o 'partiditos en la plaza' a secas, los chicos y
los no tanto.
Tiempos del Ucanca, enfrentándose al Náutico, al
Hernán Imperio, al DISA, al San Isidro y al Hércules. Tiempos de Espinilla,
Perdomo y otros dirigentes. Allí jugaron hasta Chagona Rodríguez, Juan Suárez y
Pepín Castilla. Y no faltó el cronista: Andrés Chaves, que firmaba Achaso, se
estrenaba en el periodismo deportivo con reseñas de lo que allí acontecía. Nos
asombraba el orotavense Arbelo con canastas de todas las facturas, mientras
Fife Hernández y José Antonio Marrero se perfilaban como ídolos locales y
Santiago Padrón hacía méritos para dar el salto a la Villa. Pero el paso de los
años iba anunciando que en la plaza era imposible seguir. Las exigencias, de todo
tipo, eran muy elevadas y aconsejaban nuevos rumbos. La plaza también conoció
las primeras manifestaciones del mini-basket y hasta acogió un par de ediciones
de doce horas jugando ininterrumpidamente.
Uno de ellos era una zona de aparcamientos en el polígono
San Felipe-El Tejar, urbanizado a la espera de las edificaciones de viviendas y
los dotacionales. El baloncesto, de todos modos, al no disponer de espacios
adecuados que acogiesen una afición de mínimos, ya había sufrido un bajón
considerable. Los jugadores de mayor proyección se fueron a La Orotava y Los
Realejos. Hasta que construyeron una caseta que servía para guardar unos aros
peligrosamente abatibles y como vestuario con duchas. El mencionado Francisco
Suárez todavía tuvo tiempo de conocer (y dirigir) esas andanzas. Parecía que
renacía el interés por el basket. En aquella nueva cancha, inaugurada con el
partido de una formación local frente al histórico Canarias de La Laguna en el
que aparecían Miranda, Villamandos, Carmelo Cruz, entre otros, Víctor Luis
Castañeda entrenó a una nueva generación de baloncestistas portuenses. Pedro
Enrique Toste, que pudo ser presidente de la Federación Tinerfeña de la
disciplina, ejerció como directivo en aquellos años.
Desde ahí, el salto al parque San Francisco. Medidas
justas, casi al límite de la exactitud exigida, pero ya con aire y ambiente de
recinto para tener algo distinto. El problema era su plena disponibilidad pues
los espectáculos y otras actividades no facilitaban las cosas. Lo inauguró el
Joventut de Badalona, en ocasión de una visita al Náutico. Jugaban, a las
órdenes de Josep Lluis Cortés, Enric Margall y un jovencísimo Villacampa. A
duras penas, con aportaciones de antiguos jugadores, surgió un equipo local al
que llegó a entrenar Juan José Rodríguez Pinto, entonces considerado un
avanzado entre los técnicos de la disciplina.
Los patios de los dos colegios religiosos de la ciudad
también sirvieron para que algunos y algunas anotaran sus primeras canastas. En
realidad, sirvieron para recreo, todo lo más para enseñar las nociones del
juego. En el antiguo centro de los padres agustinos y en el de las monjas de la
Pureza, casi siempre en horas de tarde, entrenaban chicos y chicas, hasta que
se hacía de noche. En el primero aún pueden verse, sobre las piedras o
baldosas, las rayas despintadas de lo que fue aquella cancha. En la Pureza,
desde hace unos años casa de acogida de los hermanos franciscanos para la
atención de la diversidad funcional a varones, ya no queda rastro.
Los polideportivos de La Vera y San Antonio acogieron
los últimos intentos de potenciar el deporte de la canasta pero no eran barrios
donde hubiera penetrado con decisión. Tampoco hubo mejor suerte, ya en la fase
y en las competiciones regulares de distintas categorías más recientes, pese a
contar con el pabellón Miguel
Ángel Díaz Molina, un escenario muy apropiado si hubiera un trabajo
mínimamente planificado y con voluntad de continuidad…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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