Fotografía tomada
por fuera del Kiosco de la Música en la plaza de La Constitución o de la
Alameda de la Villa de La Orotava, en donde don Pepe se identificó con el lugar
durante muchísimos años, me la remitió entonces (2014) su sobrina Carmen Pérez
y Pérez (Ninina).
Murió en el año 1957 en la villa de La Villa de La
Orotava. Para evocar su indeleble esencia,
utilizo un inédito contexto publicado en el desaparecido semanario
“Canarias” (año 1957), firmado con la
abreviatura de J.L., que mi amigo “Ruiz”
encargado de poner orden en los periódicos viejos de la biblioteca municipal
villera, me insinúa. El cual utilizaré como fuente confidencial para manifestar
el perfil de este entusiasta personaje a todos los villeros que no le
conocieron.
Muchas de estas
notas figuran en el libro de mi buen amigo desde la infancia en la calle El
Calvario de La Villa de La Orotava; Juan del Castillo y León: “…Pepe el del Kiosco",
había que verlo en funciones, un servidor, entonces era un niño de siete
años. Parecía Sansón en una lucha
inacabable, remolinado un inmenso cuchillo.
Decía entre grandes risotadas partiendo un trozo de jamón, en láminas inolvidables, que parecían
hojas, - de él aprendió su sucesor
"Fidel"-. Era una delicia
verlo comprar queso, leche, dulce o
pescado. Su estampa de villero,
- aquellos enormes pantalones,
sujetos por una correa, medios
caídos -, se agigantaban aún mas, en el tira y afloja del trato; en
el regateo burlón entre bromas.
En pausas y silencios, roto a
carcajadas entrecortadas,
riéndose hacia dentro. Se reían
de su
sombra. Y su sombra era él. Se quejaba de los impuestos. Y de lo caro de las cosas. Y
de que todo iba a parar a él. Pero se transformaba y hacia de los impuestos
y de la carestía de la vida, un puro y
fino humor, que terminaba en sus grandes
risotadas de gigante, infantil y bonachón.
Su cátedra era el Kiosco MUDÉJAR de la música, de la plaza de la Alameda o de la Constitución, el
Kiosco era su imán, lo ataría, entre los ruidos de los vasos, el
susurro de las fichas del
dominó, vigía de varias generaciones, hasta que vencida la noche y rota
la ultima tertulia villera por
excelencia, se marchaba con pasos lentos
y dificultosos para su casa, dejando los inolvidables jardines de la Alameda para que jugaran
los dulces y traviesos duencillos. En su Kiosco murió con las botas
puestas, varias generaciones
de niños le pidieron agua, varias generaciones de novios, amaron en la
plaza, antes su romántica y fiel mirada. El Kiosco símbolo de la discordia, del
arte y del sosiego villero, necesita una espléndida y cuidada restauración para
recobrar su sabor de antaño, sigue
viviendo y la vida continua.
Siempre le quedará a los contertulios mayores el recuerdo de un
hombre sencillo y modesto, que reía a carcajadas y que nunca hizo mal a nadie,
ni tampoco quiso hacernos daños con la tabla reposada en su casa, sino
quería gastarnos una broma, tal
como yo
y mis amigos de infancia
se la estábamos exhibiendo desde la azotea de la recordada mansión de
mis padres, que por desgracia(los herederos), y otros muchos convecinos con
idénticas e históricas residencias no supimos conservar en la eterna y auténtica calle El Calvario de la
Villa…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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