El amigo desde la infancia de la Villa de La Orotava; ÁNGEL GARCÍA GONZÁLEZ
remitió entonces (10/12/2013) estas notas que tituló; “DE ROMERÍA, CON AGUSTÍN
EL GIGANTE”: “…se acercan las fiestas de San Isidro. Todos los caminos conducen a La
Orotava. Ya se percibe el olor a la carne en adobo y al conejo en salmorejo.
Son días de vino y de parranda. Días de ponerse las “ropas de mago” el viernes
y de que te las quites el lunes. Viernes, baile de magos; sábado, feria de
ganado y subida del Santo; domingo, romería; lunes resaca y sopa de pescadito
fresco… Días para entrar en el surco de la alegría que dejaron parranderos
ilustres como Agustín El Gigante, el más grande que ha dado La Orotava.
El pasado mes de mayo, como aperitivo de las fiestas,
el Centro Cultural “Rómulo Bethancourt”, de la Villa Arriba, le rindió un
entrañable homenaje a este conocido parrandero (qepd). Fueron cuatro jornadas
plenas de humor y de música de la tierra, que se abrieron con esta semblanza a
Agustín el Gigante:
Conociendo su vida, Agustín más bien parecía destinado
a nacer en tierras de Andalucía. De seguro, hubiera llegado a ser un famoso
“tocaor”. Respondería a la llamada de ¡música maestro! E incluso, como barbero,
hubiera dejado chico a ese tan nombrado de Sevilla…
Por el contrario, un timple se cruzó en su destino y
lo desvió hacia las Islas Canarias, donde lo acogió como hijo predilecto el
padre Teide, dándole cariñosamente su apellido: Gigante.
Nació, por tanto, a sus pies en la Villa de La
Orotava. El primer llanto fue una folía. Antes de tocar la sonajilla, ya tocaba
la guitarra.
Casi un niño, en su primera parranda de Carnaval se
pintorreó la cara con un corcho ahumado. Le quedó un lunar para toda la vida.
Pero no fue una mancha. Fue su sello de calidad, de parrandero de calidad.
Por tradición familiar fue barbero. No quitaba las
muelas, pero te hacía reír hasta que desaparecía el dolor.
Se casó con Lorenza, mujer comprensiva. Tuvieron diez
hembras y un varón, hoy afortunadamente todos vivos. Como se puede apreciar,
entre parranda y parranda, Agustín ejercía muy bien de padre de familia.
Dominaba varios instrumentos: guitarra, timple, laúd,
requinto… Impartió clase de alguno de ellos, especialmente de timple, que lo
tocaba incluso a la espalda:”Los que vengan detrás que canten”, solía decir
socarronamente.
Pero es que Agustín no tenía escapatoria. En la calle
Los Tostones, donde vivía, tenía por encima a Gregorio Mesa; por debajo a
Antonio Díaz, dos parranderos de categoría. Justo al lado, casa Mereja, su
parroquia preferida. Y enfrente un juez, buen vecino de Agustín quien
recientemente le dictó sentencia absolutoria en las páginas de DIARIO DE
AVISOS. Había sido testigo de primera fila de las salmodias de Agustín, los
sonsonetes de Lorenza y de las imprecaciones de algún que otro cliente, que con
la cara enjabonada había quedado a medio afeitar mientras el maestro se
deslizaba sigilosamente, timple en ristre, en pos de la llamada parrandera del amigo
que lo iba a buscar…
Con el tiempo fue perdiendo facultades en su oficio
barberil y hacía algunas escaleras. Esta habilidad la captó su gran amigo,
Pedro Barreto, que lo empleó en su fábrica de mármoles; con ello Agustín
aseguró el sustento familiar, el retiro de vejez y, cómo no, la lápida del
adiós definitivo. Pero esta lápida quedó intencionadamente mal ajustada y por
sus intersticios se escapaba el espíritu de Agustín el Gigante cada vez
que suena una guitarra, y no hay parranda, carnaval o romería donde no esté
presente entre todos los que fuimos sus amigos.
Agustín siempre será recordado, con timple o
“requintado”, con sus zapatitos blancos, con su traje endomingado, llamativa
corbata, clavel rojo en el ojal, su pelo ensortijado, su pajizo y su lunar, su
bigote de escobilla y una sonrisa tan especial, que cuando reía, reía toda la
Villa…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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