Nació en La Villa de
La Orotava en el año 1918, hijo de Eugenio González y Consuelo Barreda; primogénito
de ocho hermanos: Julia, Juan, Dominica, María Luz (murió a los 11 años),
Pedro, Antonio, y José Andrés, conocido por Pepe el practicante. Estudió
en el Colegio San Isidro, en la antigua calle La Hoya.
A los 18 años
fue llamado a realizar el servicio militar. Lo destinaron a Ceuta y Melilla,
pasando gran parte del tiempo en Larache, trabajando en el área sanitaria. Allí
realizó labores de enfermería, conociendo de cerca el dolor y el sufrimiento de
las heridas de guerra y su valor para llevar a cabo las curas y recuperación de
los mismos. Comentaba que su delgadez fue tanta, que se sentía como un dátil,
poca carne y mucho hueso. Siempre le había gustado la Medicina, ésta
inclinación le acompañó toda su vida, aunque las circunstancias le impidieron
estudiar. Luego pasó el resto del tiempo de servicio militar en Madrid,
regresando acabada la guerra civil a Tenerife, La Orotava, su ciudad
natal.
Tenía un espíritu
alegre, pero serio y responsable. Disfrutaba de la guitarra en familia y con
los amigos de su generación. Se reunían unos cuantos compañeros
aficionados a la música y se formaba un rápido tenderete. En otras ocasiones,
en su propia casa junto a sus hermanos improvisaban un coro
de voces, guitarras y timple. Juan y Pepe cantaban como solistas. Dominica y
Antonio se animaban y se armaba la parranda que acababa en un buen
yantar.
En tiempos de Navidad
se reunía con el grupo mixto llamado” Lo divino”, quienes iban por
la calle cantando villancicos e incluso realizando actuaciones en plazas y hoteles.
Uno de los solistas más requeridos era Venancio Suárez Viera, tío
materno de la que sería su esposa. Otros miembros del grupo eran Paco
Dorta, Berto Bello, Conchita Perera, Manolo Perera, Manolo Reyes, Angelito el
carpintero, Rosita, Filla (Filadelfia) etc.
En los Carnavales,
siendo muy joven, fue miembro de la Rondalla Euterpe, y más tarde de La Eslava,
nombre que provenía del método musical que utilizaban en su
formación. Allí, entre sus componentes, estaban Paco Dorta, Daniel Melián,
Manolo el malagueño, los hermanos Reyes, etc.
Quedó huérfano de
padre a los 27 años y se convirtió en el mantenedor de la familia,
obedeciéndole y respetándoles todos como si fuera su verdadero padre. En
aquellos años difíciles, posteriores a la guerra, trabajaba en lo que surgiese,
llegando a desempeñar funciones de ayudante de peluquería e impartiendo clases
particulares de guitarra, al hijo de don Tomás Poggio entre otros.
En La Orotava conoció
a Carmen Hernández Suárez, hija de Inocencio Hernández y Hernández y Carmen
Suárez Viera, con quien, tras un noviazgo de ocho años, se casó en 1951 en la
Iglesia de San Juan de La Villa Arriba. Tenía treinta y tres años y ella
veintisiete. Vivieron algunos años en el número 8 de la calle
Marqués, lugar donde tres años más tarde nació su primera hija. En esa
misma calle montaron una venta de alimentación, pero no duró mucho tiempo
porque los “fiados”, dada la pobreza de la época, no les permitieron
prosperar.
Buscando una mejor
situación, opositó a la Administración de Justicia, obteniendo la plaza de
agente judicial en el Juzgado de La Orotava. Con estudio y aprovechamiento
obtuvo una plaza de auxiliar en el Juzgado Comarcal de Los
Realejos (hoy Juzgado de Paz), y posteriormente la de Oficial, (Gestor
Procesal, llamado actualmente), llegando incluso a desempeñar
funciones de Secretario.
En Los Realejos vivió
15 años con su familia, pero regularmente visitaba La Orotava, movido por
la nostalgia, visitando a la familia y los amigos. Pasaba temporadas en la casa
de su suegro Don Inocencio Hernández y Hernández, antigua casa canaria en el número
14 de la calle Centella, lugar donde nació su segundo hijo varón. Era una casa
amplia donde se albergaban tanto los abuelos como otros familiares. Su tercer
hijo vino al mundo en una clínica de La Laguna, por riesgo de salud
de su esposa, que había tenido un aborto anterior.
Durante su estancia en
Los Realejos hizo hueco para dedicarse a la música y creó una serie
de grupos musicales en colegios tales como el Viera y Clavijo, cuyo director
era Antonio Estévez; La Pureza de María, en el Puerto de la Cruz;
y una rondalla infantil en La Cruz Santa, que ensayaba en la Casa
Parroquial. Actuaban en las fiestas locales de la plaza del pueblo y en las
romerías. Aplicaba los conocimientos de Solfeo que había adquirido en la Eslava
y un método numérico musical o cifrado, que aplicaba según los conocimientos de
los alumnos. Impartía clases de guitarra, bandurria y laúd.
Durante algún tiempo,
fue miembro del grupo de Coros y Danzas de la Sección Femenina de
Los Realejos, dirigido por Pedro Fuentes López. Con este grupo participó en
Madrid, por los años sesenta, en un Concurso Nacional de folklore regional,
donde obtuvieron el primer premio.
Fue muy conocido
y apreciado por su atención y servicio a las personas del pueblo de los
Realejos, orientándoles, inscribiendo nacimientos no registrados, amén de otras
labores y funciones que su trabajo requería. Era considerado como una
persona seria, cordial, atenta y servicial. A raíz del fuego que destruyó
el Archivo del Ayuntamiento del Realejo Bajo, año 1952, antiguo Convento de las
monjas Agustinas, se perdió mucha documentación. Allá por los años
sesenta pasó meses trabajando de tarde para recomponer libros e información destruida,
basándose en el archivo de la Casa Parroquial.
Nunca fue amante de
alternar en grandes sociedades ni ambicionó protagonismo propio,
dedicándose en cuerpo y alma al trabajo y a su familia. No obstante, contaba
con grandes amigos como Elpidio, Sedomir, Abel Piedra, José Monje,
Guillermo Guanche, Narciso el practicante, Evelio Fregel, Agustín Grillo… Era
requerido a participar en romerías y rondallas de carnavales como el Tronco
Verde de Santa Cruz, dirigida por don Aníbal, junto a sus fieles amigos, Berto
Bello, Paco Dorta, Ángel y otros.
En 1971 se le concedió
destino al Juzgado de Distrito, trabajando en los juzgados 1 y 2. Por
ello trasladó su residencia a La Laguna, cerca del recinto universitario,
pensando en la educación de sus hijos. En el Juzgado de Santa Cruz
permaneció ya hasta su jubilación. Allí hizo grandes amigos como J. Prendes,
los abogados Pedro Sevilla, Ángel Ripollés, y jueces como Francisco García
Baquero y José L. Sánchez Parodi.
Tenía gran afición a
la playa (iba diariamente, después del trabajo, en la época estival a nadar en
la playa de Las Teresitas), la lectura y escuchar música en su amplio
abanico de zarzuelas, música canaria, de guitarra, piano, sudamericana…
Soñaba con hacer viajes fuera de la isla. Siempre quiso ir a
Venezuela y visitar a sus hermanos, Pedro y Antonio, pero no hubo momento
propicio, aunque mantenía correspondencia escrita con asiduidad.
Después de su
jubilación sufrió varios infartos. En su última crisis, estando en la UVI de la
Clínica Parque, un enfermero le dio un periódico donde encontró la
esquela de su madre Consuelo, fallecida a los 103 años el 2 de Abril, muerte
que se le ocultó por su delicado estado. La noticia le impactó, preguntándonos
por qué no le habíamos dicho nada. Trece días después, el 15 de abril de 1990,
en la madrugada del jueves santo, falleció a la edad de 72 años. “Su madre lo
vino a buscar”, tanto ella como sus hermanos murieron todos en distintas fechas
pero en el mismo mes.
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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