jueves, 8 de febrero de 2018

EUGENIO GONZÁLEZ BARREDA



Nació en La Villa de La Orotava en el año 1918, hijo de Eugenio González y Consuelo Barreda; primogénito de ocho hermanos: Julia, Juan, Dominica, María Luz (murió a los 11 años),  Pedro, Antonio, y José Andrés, conocido por Pepe el practicante. Estudió en el Colegio San Isidro, en la antigua calle La Hoya.
 A los 18 años fue llamado a realizar el servicio militar. Lo destinaron a Ceuta y Melilla, pasando gran parte del tiempo en Larache, trabajando en el área sanitaria. Allí realizó labores de enfermería, conociendo de cerca el dolor y el sufrimiento de las heridas de guerra y su valor para llevar a cabo las curas y recuperación de los mismos. Comentaba que su delgadez fue tanta, que se sentía como un dátil,  poca carne y mucho hueso. Siempre le había gustado la Medicina, ésta inclinación le  acompañó toda su vida, aunque las circunstancias le impidieron estudiar. Luego pasó el resto del tiempo de servicio militar en Madrid, regresando acabada la guerra  civil a Tenerife, La Orotava, su ciudad natal.
Tenía un espíritu alegre, pero serio y responsable. Disfrutaba de la guitarra en familia y con  los amigos de su generación. Se reunían unos cuantos compañeros aficionados a la música y se formaba un rápido tenderete. En otras ocasiones, en  su propia casa junto a sus  hermanos  improvisaban un coro de voces, guitarras y timple. Juan y Pepe cantaban como solistas. Dominica y Antonio se animaban y  se armaba la parranda que acababa en un buen yantar.
En tiempos de Navidad se reunía con el grupo  mixto  llamado” Lo divino”, quienes iban por la calle cantando villancicos e incluso realizando actuaciones en plazas y hoteles. Uno de los solistas más requeridos era  Venancio Suárez Viera,  tío materno de la que sería su esposa.  Otros miembros del grupo eran Paco Dorta, Berto Bello, Conchita Perera, Manolo Perera, Manolo Reyes, Angelito el carpintero, Rosita, Filla (Filadelfia) etc.
En los Carnavales, siendo muy joven, fue miembro de la Rondalla Euterpe, y más tarde de La Eslava,  nombre que provenía  del método musical que utilizaban en su formación. Allí, entre sus componentes, estaban Paco Dorta, Daniel Melián, Manolo el malagueño, los hermanos Reyes, etc.
Quedó huérfano de padre a los 27 años y se convirtió en el mantenedor de la familia, obedeciéndole y respetándoles todos como si fuera su verdadero padre.  En aquellos años difíciles, posteriores a la guerra, trabajaba en lo que surgiese, llegando a desempeñar funciones de ayudante de peluquería e impartiendo clases particulares de guitarra, al hijo de don Tomás Poggio  entre otros.
En La Orotava conoció a Carmen Hernández Suárez, hija de Inocencio Hernández y Hernández y Carmen Suárez Viera, con quien, tras un noviazgo de ocho años, se casó en 1951 en la Iglesia de San Juan de La Villa Arriba. Tenía treinta y tres años  y ella  veintisiete. Vivieron algunos años en el número 8 de la  calle Marqués, lugar donde tres años más tarde nació su primera hija.  En esa misma calle montaron una  venta de alimentación, pero no duró mucho tiempo porque los  “fiados”, dada la pobreza de la época, no les permitieron prosperar.
Buscando una mejor situación, opositó a la Administración de Justicia, obteniendo la plaza de agente judicial en el Juzgado de La Orotava. Con estudio y aprovechamiento  obtuvo una  plaza de auxiliar en el Juzgado Comarcal  de Los Realejos (hoy Juzgado de Paz), y posteriormente la de Oficial,   (Gestor Procesal,  llamado actualmente), llegando incluso  a desempeñar funciones de Secretario.
En Los Realejos vivió 15 años con  su familia, pero regularmente visitaba La Orotava, movido por la nostalgia, visitando a la familia y los amigos. Pasaba temporadas en la casa de su suegro  Don Inocencio Hernández  y Hernández, antigua casa canaria en el número 14 de la calle Centella, lugar donde nació su segundo hijo varón. Era una casa amplia donde se albergaban tanto los abuelos como otros familiares. Su tercer hijo vino al mundo  en una clínica de  La Laguna, por riesgo de salud de su esposa, que había tenido un aborto anterior.
Durante su estancia en Los Realejos hizo  hueco para dedicarse  a la música y creó una serie de grupos musicales en colegios tales como el Viera y Clavijo, cuyo director era Antonio Estévez;  La  Pureza de María, en el Puerto de la Cruz;  y una rondalla infantil  en La Cruz Santa, que ensayaba en la Casa Parroquial. Actuaban en las fiestas locales de la plaza del pueblo y en las romerías. Aplicaba los conocimientos de Solfeo que había adquirido en la Eslava y un método numérico musical o cifrado, que aplicaba según los conocimientos de los alumnos. Impartía clases de guitarra, bandurria y laúd.
Durante algún tiempo, fue miembro del grupo de Coros y Danzas  de  la Sección Femenina de Los Realejos, dirigido por Pedro Fuentes López. Con este grupo participó en Madrid, por los años sesenta, en un Concurso Nacional de folklore regional, donde obtuvieron el primer premio.
Fue  muy conocido y apreciado por su atención y servicio a las personas del pueblo de los Realejos, orientándoles, inscribiendo nacimientos no registrados, amén de otras labores y funciones que su trabajo requería. Era considerado  como una persona  seria, cordial, atenta y servicial. A raíz del fuego que destruyó el Archivo del Ayuntamiento del Realejo Bajo, año 1952, antiguo Convento de las monjas Agustinas, se perdió mucha documentación.  Allá por los años sesenta pasó meses trabajando de tarde para recomponer libros e información destruida, basándose en el archivo de la Casa Parroquial.
Nunca fue amante de alternar en  grandes sociedades ni ambicionó protagonismo propio, dedicándose en cuerpo y alma al trabajo y a su familia. No obstante, contaba con grandes amigos como  Elpidio, Sedomir,  Abel Piedra, José Monje, Guillermo Guanche, Narciso el practicante, Evelio Fregel, Agustín Grillo… Era requerido a participar en romerías y rondallas de carnavales como el Tronco Verde de Santa Cruz, dirigida por don Aníbal, junto a sus fieles amigos, Berto Bello, Paco Dorta, Ángel y otros.
En 1971 se le concedió destino al Juzgado de Distrito, trabajando en los juzgados 1 y  2. Por ello trasladó su residencia a La Laguna, cerca del recinto universitario, pensando en la  educación de sus hijos.  En el Juzgado de Santa Cruz permaneció ya hasta su jubilación. Allí hizo grandes amigos como J. Prendes, los abogados Pedro Sevilla, Ángel Ripollés, y jueces como Francisco García Baquero y  José L. Sánchez Parodi.
Tenía gran afición a la playa (iba diariamente, después del trabajo, en la época estival a nadar en la playa de Las Teresitas), la lectura y  escuchar música en su amplio abanico de zarzuelas,  música canaria, de guitarra, piano, sudamericana… Soñaba con  hacer viajes fuera de la isla.  Siempre quiso ir a Venezuela y visitar a sus hermanos, Pedro y Antonio, pero no hubo momento propicio, aunque mantenía correspondencia escrita con asiduidad.
Después de su jubilación sufrió varios infartos. En su última crisis, estando en la UVI de la Clínica Parque, un enfermero le dio un periódico donde encontró  la esquela de su madre Consuelo, fallecida a los 103 años el 2 de Abril, muerte que se le ocultó por su delicado estado. La noticia le impactó, preguntándonos por qué no le habíamos dicho nada. Trece días después, el 15 de abril de 1990, en la madrugada del jueves santo, falleció a la edad de 72 años. “Su madre lo vino a buscar”, tanto ella como sus hermanos murieron todos en distintas fechas pero en el mismo mes.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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