El
amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS, remitió entonces (16/02/2016)
estas notas que tituló “MEDIO SIGLO DE UN INCENDIO (1966 – 2016)”: “…Cincuenta años se
cumplen el día 16 de febrero del año 2016,
del incendio que devastó el antiguo convento de San Francisco, un
edificio de titularidad municipal que albergó una pequeña ciudadela en la que
convivían veintiuna familias de extracción social modesta. La madera, elemento
predominante en el inmueble, hizo que las llamas se propagaran rápidamente. La
iglesia contigua -en realidad, la ermita de San Juan Bautista, considerada como
una de las primeras edificaciones civiles de la ciudad- se salvó
milagrosamente, en tanto que imágenes, mobiliario, cuadros y otros objetos de
culto eran rescatados a toda prisa.
Era un miércoles de ceniza aquel 16 de febrero de
1966, cuando poco después de las siete de la tarde alguien lanzó un grito desesperado:
“¡Fuego!”. Al parecer, se había iniciado en el interior de la vivienda cuya
techumbre limitaba con la base del campanario de la iglesia. Algunos
bachilleres del colegio Gran Poder de Dios que aguardábamos, curiosos, en la
plaza del Charco, la última manifestación del Carnaval, una suerte de
pretendido entierro de la sardina, corrimos hacia el recinto siniestrado del
que los moradores salían espantados y despavoridos hacia la sede cercana de la
Cruz Roja, algunos con unas pocas pertenencias, más que nada textiles. Las
campanas, tocando a fuego, sonaron durante un rato. Desde el campanario.
Recordamos a guardias municipales -entonces llamados
celadores- recomendando -mejor dicho, ordenando- que los niños, adolescentes y
escolares retornaran a sus casas. Ya era de noche y empezaron a sucederse
escenas de descontrol, prisas, desazón y desorden. Llegaba gente desde el
muelle, de todas partes. Hay algunas escenas que no se han borrado de la
retina, como una cadena humana que traspasaba de una en una los cubos que
fueron recolectados sobre la marcha. Y otra, algunos jóvenes que lograron subir
hasta el campanario de la iglesia desde donde empleaban una manguera sobre los
focos más cercanas del siniestro. Alguna cámara inmortalizó ese momento.
El memorialista Melecio Hernández Pérez publicó en el
periódico El Día -citando
fuentes de este medio, del desaparecido vespertino La Tarde y de la hoja parroquial Timón- un interesante trabajo recordatorio del suceso. Algunos
de los damnificados fueron atendidos en el Hospital de la Inmaculada Concepción
(Fue leyenda popular que solo hubo una víctima mortal, una persona que murió
calcinada al no poder salir del recinto de viviendas). Fue improvisado un
refugio para la mayoría de los moradores de la ciudadela, en el antiguo almacén
de la Casa Yeoward, en el Penitente, lo que es hoy la casa consistorial. Según
Hernández, los padres agustinos donaron cuarenta y cuatro camas y cuarenta y
seis colchones. Luego se pudo alcanzar la cantidad de cincuenta camas para
afrontar la emergencia. Otras personas afectadas se refugiaron en casas de
familiares y amigos. Las primeras medidas de auxilio consistieron en una
suscripción pública encabezada por el gobernador civil de la época, doctor Juan
Pablos Abril. En un primer balance de recaudación de donativos, se alcanzó la
cantidad de ciento veintitrés mil cien pesetas. Fueron distribuidos unos lotes
de alimentos. La organización Caritas también se movilizó para prestar ayudas
inmediatas consistentes en ropa, víveres, enseres y otros útiles domésticos.
El memorialista, que se reconoce como “testigo
impotente ante la magnitud del siniestro”, recoge que la lucha contra el fuego
se prolongó hasta pasada la medianoche. La columna de humo era visible desde
varios puntos del valle y de las carreteras que lo conectaban. Hay un fragmento
de dramatismo en su relato: “…Numerosos voluntarios desde el primer momento
impidieron la propagación del fuego que hubiera destruido un importante sector
urbano, desde la plaza del Charco hasta el hotel Marquesa. Ante esa
posibilidad se procedió al desalojo de las viviendas y residencias próximas al
ex convento, como la de los señores Escobar y algunas no tan cercanas, como la
librería Santaella”. Dotaciones de los cuerpos de bomberos de Santa Cruz y La
Laguna, así como del Servicio de Incendios de Cepsa, actuaron sin desmayo en
las tareas de extinción. Se juntaron varios camiones-cisterna. Se unieron en la
faena efectivos de policía local y Guardia Civil así como de asambleas de Cruz
Roja de varias localidades norteñas.
Solidaridad,
generosidad y medidas: Esa misma noche hubo una reunión en el Ayuntamiento,
presidida por Pablo Abril, junto al alcalde, Felipe Machado del Hoyo.
Asistieron concejales y otras autoridades. Trataron las primeras medidas de
auxilio, entre ellas el alojamiento provisional de los damnificados. Este pleno
antecedió a otra sesión extraordinaria celebradas el 2 de marzo de aquel año.
El acta refleja que fue el alcalde-presidente quien informó no solo del suceso
que causó una profunda conmoción social sino del temporal marítimo que azotó
las costas del municipio tan solo cuatro días después del siniestro, el 20 de
febrero. Quedó demostrado -según puede
leerse en el acta- “el mayor espíritu de colaboración de autoridades y
vecindario. Los daños causados de orden material se cifran en la pérdida del
edificio casi en su totalidad”. En lo que concierne al temporal marítimo, quedó
constancia de los graves daños ocasionados en varias localizaciones próximas al
litoral, como el campo de fútbol El Peñón y el “caserío” de Punta Brava. Tras
el informe del alcalde Machado, el pleno acordó quedar enterado y hacer constar
“el más profundo agradecimiento de la ciudad y de la corporación municipal
hacia todas las autoridades y particulares que han intervenido de algún modo
prestando su colaboración y ayuda en pro de los damnificados de ambos
siniestros”.
Años después de aquel voraz incendio, el Ayuntamiento
habilitó el solar resultante para disponer de un recinto que albergase
espectáculos y otras actividades. La instalación fue mejorada progresivamente.
Allí se celebraron, en efecto, hasta cinco ediciones del desaparecido Festival
Internacional de la Canción del Atlántico. El parque San Francisco conservó una
brillantísima hoja de servicios, entre festivales, conciertos y acontecimientos
sociales, lúdicos y recreativos. Hasta que, por razones de seguridad, hubo de
cerrar sus puertas. Aún hoy está esperando por la cristalización de un proyecto
de rehabilitación resultante de un concurso de ideas.
Al cabo de cincuenta años, aquel desolador incendio,
en aquella “noche negra” que definió Melecio Hernández Pérez, se sigue
recordando como uno trágico suceso en la historia de la ciudad que pudo haber
tenido, es verdad, consecuencias más trágicas. Algunas fotografías que han
circulado, incluso, en redes sociales, así lo atestiguan…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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