El amigo del Puerto de la Cruz; AGUSTÍN ARMAS HERNÁNDEZ, remitió entonces (7/7/12)
estas notas que tituló; “LAS FIESTAS DE JULIO, EN EL PUERTO DE LA CRUZ, EN
AQUELLOS AÑOS, IDOS, DE MI JUVENTUD (II)”: “…Aquel día de julio, domingo, en el que el Puerto de la Cruz, celebraba la
festividad del Gran Poder de Dios, amaneció algo nuboso y con una brisita
fresca, procedente del mar océano que no llegaba a ser modesta ni inquietante.
Aunque algunos foráneos que llegaban, madrugadores, a las fiestas del Puerto de
la Cruz, miraban a lo alto temiendo que lloviera. ¡Más, no era posible!, los
pescadores del puerto, conocedores del tiempo, estaban tranquilos, puesto que
nunca había llovido en el mes de julio. ¿Lo iba hacer ahora, precisamente en la
solemnidad del Gran Poder de Dios? ¡Ni hablar! Y… no se equivocaron los marinos
portuenses. Según avanzaban los minutos, paulatinamente al principio, y de
sopetón al final, las nubes desaparecieron dejando ver y sentir al astro rey
que desde siglos ha, radiante y majestuoso, aparecía en el cielo,
iluminando nuestro lar patrio, al filo de las 10 de la mañana.
En aquel tiempo década
de los cincuenta, siglo XX, el muelle pesquero portuense y, también, la Plaza
del Charco eran lugares de encuentro de los portuenses. Sitios de
concentración, de citas: amorosas, de negocios o simplemente de amistad.
Un día antes, o sea, el
sábado anterior a las fiestas, quede con mis amigos: Jesús González Pérez,
Celestino González Ojeda y Tillo Figueroa de la Nuez, en encontrarnos, en la
Plaza del Charco, con la intensión de asistir a los actos litúrgicos que en
honor al Gran Poder de Dios se celebraban, a las once de la mañana, en la
Parroquia Matriz de Nuestra Señora de la Peña de Francia; y, acto seguido,
cuando concluyera la Santa Misa, dirigirnos a San Telmo o a la piscina
Martiánez donde en sus refrescantes aguas nos zambulliríamos a placer.
El domingo aludido, de
la fiesta del Señor, llegue a la plaza con el bañador y la toalla debajo del
brazo. (Antes los bolsos de la playa no existían o eran artículos de lujo).
Allí estaban, impacientes, mis amigos a los cuales saludé con alegría puesto
que, el día que momentos antes aparecía nuboso y triste se había transformado,
dejando ver un cielo azul y un sol radiante como nunca.
-¿Dónde dejamos los
bañadores y las toallas mientras acudíamos al Templo a la celebración de la
Eucaristía? Tillo Figueroa, atento y despierto, como siempre, me
contestó: -En el Círculo Iriarte; se los dejaremos en la recepción a
<<Tano>> el conserje de la sociedad hasta que se terminen los actos
litúrgicos. -¿De acuerdo?, pregunte a los demás, o sea, a Celestino y a Jesús,
los cuales movieron la cabeza afirmativamente. –Vale, ¡pues vámonos!
Eran las once menos
cinco cuando llegamos a la Iglesia. El Templo estaba lleno de fieles, que, como
nosotros, acudían a los oficios divinos que en honor al Gran Poder de Dios se celebraban.
Al salir de la Iglesia, terminados los actos religiosos, las notas musicales de
un bonito y conocido pasacalles nos llegaban de la cercana Plaza del Charco
donde la Banda de Música del Regimiento de Infantería de Tenerife ofrecía un
concierto.
En mi articulito
anterior mencione a cuatro escritores que, con sus respetivos trabajos,
intervinieron en el programa de las fiestas de Julio del Puerto de la Cruz de
1955. En dicho programa interviene, también, otro personaje, que no mencione
pensando en hacerlo en éste otro relacionando las actividades del
Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias. El nombre de ese quinto
interviniente es: Don Domingo Pérez Minik. Titulo de su artículo:<< El
Instituto de Estudios Hispánicos: Un Museo de Arte moderno>>. Veamos su
argumento:
<<Ya todo el
mundo sabe que en el Puerto de la Cruz se ha creado un museo de arte moderno,
Eduardo Weterdahll y un museo de arqueología canaria, Luis Diego Cuscoy. No es
cosa fácil ni frecuente que se abran dos museos en nuestra isla. Tampoco hemos
de hablar del acierto que supone el que sea nuestro Puerto de la Cruz el lugar
preferido para estas instalaciones. Esta pequeña y pintoresca ciudad sigue
siendo el sitio preferido de los extranjeros que a Tenerife llegan. Cuando de
artistas se trata, pintores, poetas, hacia allí encaminan sus pasos para poner
un paréntesis de reposo a su aventura transcontinental. Los dos museos
cumplirán bien su tarea de información sobre los dos extremos de la vida
cultural de la isla: la prehistoria de una parte, y, de la otra, la inquietud
estética de hoy. Polarizando por estas dos sugestiones, cualquier extranjero
podrá vivir en nuestros días en el Puerto de la Cruz con bastante satisfacción
e integridad>>.
Muy bien nombrados los
dos museos recientemente inaugurados. No hablemos de Luis Diego Cuscoy, cuya
infatigable y concienzuda labor sobre el pueblo aborigen es de todos conocida.
De Eduardo Weterdahll se ha de decir que ha sido el escritor canario que más ha
clamado por la posesión de una sala permanente de arte contemporáneo en
Tenerife. Nuestro critico y poeta, con su internacional mundo de relaciones y
su bien ganada fama, con sus ideas encendidas y desbordadas de lirismo y con el
sentimiento inquebrantable de un buen mensaje, ha luchado año tras año por esta
realización. Desde la lejana época de <<Gaceta de Arte>> esta
necesidad se hace sentir y constituyó en el sueño más querido de una
generación.
Eduardo Weterdahll
muchas veces escribió que un museo de esta índole no solo había de ofrecer un
servicio universal de cultura, sino que además, y esto es lo más importante,
este mismo museo tendría que convertirse en el natural recinto de la moderna
interpretación plástica de la isla. Es decir: que no nos basta con que ese
Museo nazca poseyendo un Miró, un Wilson, un Caballero o un Drerup, pintores
que figuran en las mejores salas de Europa o América. También que ese mismo
museo tenga los elementos indispensables para un seguro arraigamiento. Su
privilegiada situación en el Puerto de la Cruz, cerca de los innumerables
artistas que nos visitan, mantendrá su continuidad, su enriquecimiento y su
superación. No debemos de olvidar los ilustres pintores, alemanes, suecos o
ingleses, adquirieron un sentido de la isla componiendo sus lienzos a la vista
de este camino de valle y mar, de este Puerto de la Cruz de exacerbado
localismo y de generosa universalidad, con sus empinadas calles y sus olas
encrespadas. Pero la verdad es que este museo no ha de cumplir bien su misión
mientras las más jóvenes generaciones canarias, hasta hoy entumecidas y
desalentadas, no le presten el calor y la indispensable proyección sentimental
que supone el entusiasmo de una obra creadora en marcha>>. Continuará…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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