miércoles, 12 de julio de 2017

MARTIÁNEZ (VI)



Esta sí que fue la verdadera playa de Martiánez abierta a la mar, la playa de mis sueños infantiles, la playa de los años cincuenta del siglo XX, la playa de la magia, del regocijo, de la libertad, de la ablución, de la tranquilidad y de la esperanza.
Foto que me lleva a mis años infantiles, a mis años de gloria, de ensueños, que remitió entonces el amigo del Puerto de la Cruz; Bernardo Cabo Ramón, foto que me ha dejado limpiamente y alegremente, la inolvidable playa de Martiánez, con instintivos de aquellos Agosto estivales que olían a iodo marino y puro tarajales.
Al fondo el gran acantilado, virgen total que hacía de guardián de la playa, virgen como fue aquella gloriosa METRÓPOLIS de nuestro pueblo Guanche, acantilado que utilizaban los ilustres de la naturaleza, el catedrático portuense de la universidad de la Laguna don Telesforo Bravo y el director del museo natural de Santa Cruz de Tenerife oriundo de la Villa de La Orotava don Diego Cuscoy.
Arriba; palmerales y plataneras, en el llano del acantilado la fuente que mató la sed de los portuenses en la historia. Al lado derecho del horizonte,  el lugar tan emblemático del final del Barranco de Martiánez, la moderna mansión construida por la familia del doctor don Emilio Ruiz, juntamente del inicio del camino de la Fuga.
Las cadenas que separaban la terraza con la limpia playa, en muchas ocasiones me deslicé en ellas, llegando a mantenerme de pie en el centro, junto al lado las duchas donde aprendimos a nadar aquellos pueriles que le teníamos miedos a las olas. Y a la izquierda los dos tipos de casetas playeras, que utilizábamos las familias de La Villa y que dejábamos durante el tiempo estival en un cuarto de las traseras de los recordados guachinches; del orotavense Agustín y del portuense Felipe. Dos estilo de casetas, uno el llamado y conocido por el rectangular (utilizado por mi familia) y el otro el llamado estilo de punta que tenía una torre rematada en una bola de forma de cuatro agua. Todas construidas en los talleres de los ebanistas de la Villa de La Orotava, en la que se utilizaban telas de rellenos de aquellos históricos colchones de colores caseros.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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