Introducción del
pregonero: JESÚS HERNÁNDEZ MARTÍN. Por su predilecto alumno, el amigo portuense
y Catedrático de la Universidad de La Laguna; ANTONIO GALINDO BRITO: “…Realizó los estudios de
enseñanza primaria en el Colegio Nacional. Actualmente denominado Tomás de
Iriarte. Realizó sus estudios de Bachillerato bajo la dirección de don Jesús
Hernández Martín durante los años 1952-1958. Es Licenciado en Química por la Universidad de La Laguna. Donde realizó sus
estudios durante los años 1963-1968. Es Doctor en Química por la Universidad de La Laguna, realizando su Tesis
Doctora bajo la dirección del Dr. don Antonio González González. Premio
Asturias de Investigación Científica, obteniendo el Grado de Doctor en 1974.
Fue Profesor Adjunto interino del Instituto de Enseñanza Media “Cabrera Pinto”
de la Universidad
de La Laguna
durante los curso 1969 – 1970 y 1970 – 1971.
Ganó por oposición con el número uno la plaza de Adjunto de
Química Orgánica en la. Universidad de La Laguna, en 1977. Ganó por oposición con el número
dos la plaza de Agregado de Química Orgánica en la Universidad de La Laguna, en 1981. Es Catedrático
de Química Orgánica de la
Universidad de La
Laguna desde el año 1983. Ha sido Secretario y Vich decano de la Facultad de Ciencias
Químicas entre los años 1981
a 1983.
Ha sido Director del Departamento de Química Orgánica
durante varios periodos. Ha dirigido doce Tesinas de Licenciatura, todas
calificadas con Sobresaliente. Ha dirigido ocho Tesis Doctorales, todas
calificadas con Sobresaliente cum laude. Una de las cuales fue galardonada con
el Premio Extraordinario de Doctorado. Ha obtenido los Premios Extraordinario
de Licenciatura y Doctorado,
así como el Premio Luís Serrano al mejor expediente de su promoción
universitaria. Realizó una estancia PostdoctoraI durante los años 1975 -1976 en
París. Trabajando en los laboratorios de L'Ecole Normale Superieure, bajo la
dirección del Dr. Marc Julia. Tiene publicados más de 60 trabajos científicos
en revistas extranjeras de reconocido prestigio dentro del campo de la Química Orgánica.
Ha dictado conferencias en Universidades y Centros de Investigación nacionales y extranjeros. Ha sido
Investigador Principal de varios Proyectos de Investigación evaluados y
financiados por entidades de ámbito nacional. Pertenece al Instituto de
Estudios canarios. Pertenece al Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias del
Puerto de la Cruz,
del cual ha sido Presidente. Ha organizado durante cinco años exposiciones
fotográficas sobre el "Carnaval Histórico del Puerto de la Cruz" que siempre iban
acompañadas de una tertulia sobre el mismo tema. Actualmente es Vicepresidente
del citado Instituto, teniendo a su cargo la coordinación del Ciclo Cultural
"Eméritos en Tenerife", que efectúa en colaboración con el Colegio de
Eméritos de Madrid, el Excmo. Cabildo Insular de Tenerife y la entidad
CajaCanarias…//…
Señor Alcalde, Señor Pregonero, Señoras y Señores. Sean mis
primeras palabras de esta noche un mensaje de tranquilidad para Vds., pues
desde ahora anuncio que no vaya pronunciar un nuevo pregón. Mi papel, en este
momento, es mucho más sencillo y placentero, ya que se reduce a actuar como
introductor del pregonero de este año, Jesús Hernández Martín. He dicho
deliberadamente introductor y no presentador como se indica en el programa,
porque entiendo sería una labor inútil y van a tratar de presentar a mis
paisanos a una de las personas mejor conocidas por todos.
Es habitual en un acto de esta naturaleza sacar a relucir el
currículo del personaje que se glosa, pero a este respecto debo señalar que
Jesús Hernández Martín me ha indicado con palabras textuales y algo tajantes:
" Yo no tengo currículo”.
Permítanme discrepar de esta afirmación, pues a mi entender el mejor elogio que
en este sentido puede hacerse sobre nuestro pregonero es el constatar que la
obra está escrita en ese libro de oro que es la memoria colectiva del
pueblo. Los títulos, conferencias, publicaciones, etc., que jalonan la vida de
una persona rara vez son
Conocidos en extensión por sus gentes, pero la obra de D. Jesús
es indeleble porque pertenece ya al acervo popular.
Nuestro pregonero de esta noche en muchos aspectos es
paradójico, pues aunque nacido en La
Florida, La
Orotava, y eso él lo reivindica con orgullo como un homenaje
a la memoria de su madre, una mujer también dedicada a la docencia que fue su
primera maestra, es por corazón y entrega un ranillero más, y por eso este
pueblo, haciendo honor a su idiosincrasia, le ha rebautizado, como no podía ser
menos con el apelativo de " El Villero”. De todos es bien conocida su
afición al deporte, pues ha sido un infatigable nadador en nuestra querida
playa de Martiánez en cuya defensa como bien público y en contra de su
privatizaci6n participó activamente hace ya muchos años. Creo que se ha hecho
casi inseparable de esta playa, la imagen del clásico peloteo con el que junto
a un reducido número de compañeros, procura mantenerse en forma, allá por la
desembocadura del barranco de Martiánez.
La labor de nuestro pregonero en la vida cultural de nuestro
pueblo ha sido notable, pues ha desempeñado en diversas épocas el papel de
muñidor cultural, dirigiendo el montaje de numerosas piezas teatrales, cuyos
decorados se elaboraban por los alumnos que a la vez actuaban como improvisados
actores y en ocasiones hasta de cantantes. Sería demasiado prolijo enumerar las
obras y a los participantes y además correría el grave pecado de la omisión,
por lo que pasaré de largo sobre los títulos y toda esa pléyade de improvisados
intérpretes que dedicaron a esta labor una parte de sus ilusiones juveniles.
La entrada de Jesús Hernández Martín a los estudios también
tiene su anécdota, pues él refiere que su desmedida afición por fugarse de las
clases, llevó a su padre a mostrarle con hechos la dureza del mundo laboral de
entonces, por lo que en cuanto empezaron sus hombros a resentirse, él comenzó a
notar con gran nitidez la bondad de los métodos
persuasivos empleados por su padre, ya que según cuenta rápidamente
aumentó en progresión geométrica su afición por el estudio. Desgraciadamente,
su vida se enmarca en ese triste periodo histórico de la Guerra Civil
Española, que le obligó a abandonar sus tardíos estudios de Bachillerato,
iniciados gracias a la concesión de una beca promovida por el Ayuntamiento de La Orotava. Posteriormente,
después del largo paréntesis impuesto por la fratricida contienda, reanuda sus
estudios en el Colegio de Segunda Enseñanza, que justo es reconocerlo jugó en
aquellos difíciles momentos un papel trascendental en la formación de la
juventud del Valle de La
Orotava. En sus aulas ya dio muestras de su carácter poco
conformista que le llevó a rechazar todo aquello que obviamente se presentaba
bajo ropajes falsos, aunque la prudencia le llevó a moderar en numerosas
ocasiones ese inconformismo que luego ha seguido formando parte consustancial
de su personalidad.
Creo posible afirmar que don Jesús pertenece a una generación
truncada por la guerra, pues las graves dificultades sociales por la que
atravesó la sociedad española de la época., hicieron (al igual que les ocurrió
a otros muchos jóvenes) inviable su gran sueño de estudiar Filosofía y Letras,
carrera de la que hizo dos años, para luego proseguir estudios de Pedagogía. No
obstante, ello dejó una marcada huella en su preparación. Pues su gran
formación intelectual le permitía simultanear las clases de latín y griego,
junto con las de Matemáticas, Física o Química. En palabras suyas, todo el
mérito se debe al plan de enseñanza puesto en práctica por D. Marcelino Domingo
bajo la República
Española.
La entrega total de Jesús Hernández a la docencia en nuestra
ciudad se ha extendido a lo largo de más de 40 años, abarcando desde las
enseñanzas básica hasta la preparación del Bachillerato y del Magisterio, en
aquella inefable Academia de Santo Domingo, entre olores a engrudo, papel, y
tinta de la
Imprenta Rodríguez que con mano firme dirigía su esposa
Antonia Rodríguez Marrero, y los más prosaicos y agradables de la cercana
cocina de El Presidio. Esta Academia de facto, que nunca tuvo reconocimiento
oficial, actuó como fragua cultural donde se forjaron bajo los atentos y
cariñosos desvelos de Doña Tula un gran número de jóvenes. La generosidad
docente de don Jesús no conocía límites ni horarios, llegando en numerosas
ocasiones al préstamo, eso sí, rigurosamente seleccionado y controlado de
libros personales, que para muchos abrieron mundos fascinantes y desconocidos.
Por esta labor, la sabiduría popular portuense ha relegado el mote que
inicialmente mencioné a un segundo plano, designando a nuestro personaje, en
indudable homenaje a su labor docente, como" EL MAESTRO" , palabra
que resume múltiples esencias y que lamentablemente ya no se utiliza desde las
instancias oficiales para designar la noble y abnegada tarea docente.
El pregonero de este año tiene ganado a pulso un destacado lugar
en esa galería de ilustres personajes que en el Puerto de la Cruz han existido, pues
quizás han sido comportamientos y actuaciones como la suya, las que permitieron
decir en tono de chanza al llorado Juan Roberto Ríos aquella frase de:" En
el Puerto de la Cruz,
cualquier bobo es catedrático”, mejorando lo presente, me permito añadir yo.
Si en mi pregón del pasado año yo destacaba el papel que el
Puerto de la Cruz
jugó como encrucijada de culturas que forjó la especial idiosincrasia liberal,
un tanto escéptica, tolerante, desenfadada y alegre que creo caracteriza a los
portuenses o ranilleros, el pregonero de esta noche nos acercará a través de
sus vivencias a hechos, sucedidos y anécdotas que avalarán por si mismos mi
afirmación anterior de que es una portuense de corazón aunque no de nacimiento.
No me resisto finalmente, a destacar la sublime paradoja que
provocan las fiestas de nuestro pueblo, pues sólo la Virgen del Carmen y el Gran
Poder de Dios van a poder comprender como puede actuar de introductor un
discípulo de quien ha sido su MAESTRO, Y
lamento que no pueda apreciarse en mis palabras las mayúsculas con las que lo
he escrito. No obstante, estoy seguro de que tanto la VIRGEN, como EL VIEJITO y
el pregonero sabrán perdonarme por tanto atrevimiento, y que Jesús Hernández
Martín, don Jesús, EL Maestro pregonará nuestras Fiestas de Julio dándonos una
nueva y entrañable lección. Tiene la palabra…”
JESÚS HERNÁNDEZ MARTÍN. “…En
un rincón de mi infantil memoria conservo la antigua estampa del Puerto de la Cruz, un pueblo pintoresco,
con sus casas, terreras, en su mayoría, con sus tejados de tejas rojas, con sus
empedradas calles. Muchas de ellas, ya sea por su accidentado e irregular
pavimento, ya sea por sus pronunciadas pendientes, se convertían en peatonales,
por propios méritos, en muchos de sus tramos: Cruz del Pino, Calzada del
Concho, etc.
Conservo en mi memoria la estampa de
aquel pueblo cuyos bellos rincones fueron fuentes de inspiración para pintores,
escritores y poetas; un pueblo blanco y limpio; un pueblo que como remanso de
paz y de tranquilidad se asomaban y se sigue asomando al Mar Atlántico.
Fue un pueblo elegido por los extranjeros
como lugar de reposo donde reponer su quebrantada salud. Mentando al poeta,
añadiría: "... y por la calma de su atmósfera radiante/ es un bálsamo
sedante/ para el cuerpo y para el alma; toda enfermedad se calma/ en este
clima ideal".
Un pueblo, aquel Puerto de la Cruz, donde la idiosincrasia
y proverbial amabilidad -y no servilismo- de sus habitantes, sirvieron y sirven
de tarjeta de presentación, y se han convertido en la mejor propaganda
turística de nuestra actual Ciudad. Esa amabilidad tradicional del pueblo
portuense nunca debe perderse.
Era éste también un pueblo donde se
cultivaba con especial esmero esa delicada flor que se llama
"amistad". Así, todas las tardes, al finalizar, la jornada laboral,
los amigos se reunían en la Plaza
del Charco, bien aseados y emperchados, y siguiendo una reiterada costumbre
unos se adosaban a la pared sur de la casa de la "Viuda de Yánez 11, Y
otros sentados, en los bancos, charlaban -me imagino- sobre toda clase de
asuntos.
He dicho me imagino porque en aquellos
tiempos era tabú para los menores acercarse a un grupo de personas de" más
edad. Y menos aún intentar oír sus conversaciones.
Uno de estos grupos de charlas, integrado
por los mismos individuos, procuraba siempre ocupar el mismo banco. Por esta
razón fueron llamados" los del banco azul". Ciertas tardes, a la voz
de uno
De ellos de "en Casa de "La Gordal hay buen vino",
"levando ancla" ponían rumbo a la Calle de La Hoya.
Tiempo después, estas reuniones se fueron
centrando en torno a las mesas del Bar Dinámico. Allí se originaban dos
tertulias bien diferenciadas: la "cámara alta" y la "cámara
baja". .Tanto una como la otra agrupaban amenos y ocurrentes
"charlistas", junte: a magníficos conversadores.
Estas tertulias se convirtieron en
públicos testimonios de cultura. No se trataba de una costumbre exclusiva de
los hombres. Las mujeres también la practicaban, no en público, sino en los
salones de su casa. Bajo las luces oscilantes de las velas salían a colación lo
más improvisados temas.
Yo mismo, de pequeño, fui testigo -mudo
testigo- de muchas de las tertulias femeninas que se celebraron en mi casa. Mi
madre contó en una ocasión que con motivo de una epidemia de viruela, familias
enteras para prevenirse de la enfermedad se establecían en las gañanías o en
sus contornos. Esta circunstancia puede inducir a risa, sin embargo, hay una
estrecha relación entre las vacas y la citada enfermedad. Hoy sabemos que las
vacas padecen una enfermedad especial, llamada "viruela vacuna", o
simplemente "vacuna", que se manifiesta por la aparición de una
pústulas en las ubres; pústulas. Semejantes a las de la viruela humana. Los
ordeñadores que adquirían por contagio la "viruela vacuna" y
presentaban en BUS manos pústulas de esa enfermedad no padecían jamás la
viruela. Quedaban vacunados.
Estas interesantes observaciones
condujeron al médico inglés Jenner a descubrir la vacunación. La primera
vacunación contra la viruela fue hecha por el propio Jenner, a un muchacho a
quien inoculó el contenido de una de las mencionadas pústulas vacunosa. Jenner
murió en 1.823.
Recuerdo otra tertulia en la que una de
las interlocutoras rememoraba una grave epidemia de' peste, ocurrida a mediados
de los años veinte. Al parecer, llegaron al Puerto unas ratas apestadas,
Ocultas entre las pacas de paja, material
que en aquel entonces se utilizaba para el embalaje de los plátanos.
A consecuencia de esta epidemia perdieron
la vida muchas personas. Los cadáveres eran transportados durante la noche en
el carro de la basura hasta el cementerio para su enterramiento. El nocturno
tintinear de la campanilla de aquel carro, anunciando el paso de la muerte, producía escalofríos.
Los contagiados de la peste eran aislados
en el lazareto ubicado en el barrio de María Jiménez -hoy, Punta Brava-, para
su tratamiento y posible curación. Enfermos hubo, no obstante, que pasaron la
crisis de esta enfermedad en su propio domicilio.
De esta epidemia de peste fuimos testigos
todos los de mi generación. Dos de las victimas fueron compañeros de colegio.
En un par de ocasiones visité el lazareto, portando uno de los faroles que
daban escolta al Viático -o Santísimo-, cuyo paso era anunciado a golpes de
campanilla. Allí, en el lazareto, junto a los enfermos, cumpliendo su labor
humanitaria, recuerdo la presencia de D. Enrique González Matas, "El
Practicante".
Para hacer frente a la plaga se llevó a
cabo una campaña de desinfección en los empaquetados y almacenes, que se vieron
obligados a partir de entonces a poner pisos y zócalos de cemento. Se declaró
la guerra a las ratas y a las pulgas. El zota1 lo invadía todo.
Con morbosa frecuencia, las charlas
femeninas versaban sobre las apariciones de ultratumba: almas que venían a
penar a este mundo por una promesa incumplida o para expiar alguna culpa.
Estos relatos nos atemorizaban de tal
modo que después éramos incapaces de ir solos al patio de la casa (claro,
entonces no había luz), relatos que convertían nuestros sueños infantiles en angustiosas
y sudorosas pesadillas.
Esta sensación de temor ante lo
misterioso, ante lo desconacido, estaba muy generalizada en las gentes de este
pueblo. Sin ir más lejos, recuerdo que pasar junto al cementerio, de noche,
solo y a oscuras, era todo un reto de valor. Entonces era un paraje solitario y
alejado, bordeado de palmeras, plataneras y tarajales.
Los vecinos de Punta Brava, cuando
finalizaban los espectáculos, esperaban unos por otros para regresar juntos a
sus casas. Antonio "El Petudito", músico de la banda local, vivía en
el Castillo San Felipe en compañía de sus suegros, Anita y Pablo "El
Cachorro”, simpática pareja que hizo muy popular un dicho que decía
"cuartita tú, cuartita yo". Esta pareja llevaba a cabo las funciones
de sepultureros municipales. Su yerno, Antonio "El Petudito", por las
noches, al llegar al Peñón, tocaba a llamada con su trompeta y esperaba
sentado la llegada de su esposa, para regresar acompañado a su señorial
mansión.
Este temor generalizado también se
manifestaba en pleno día. Un maestro albañil y su peón realizaban reformas en
la capilla del cementerio. El peón esperaba al maestro alejado del camposanto, para
luego entrar juntos. Las reformas que realizaban en el interior de la capilla
obligaron a sacar la imagen del Crucificado. No encontraron mejor modo de
sostenerla que colgarla de unos de los árboles. Una brisa repentina movió
ligeramente el árbol y la imagen comenzó a moverse también. Al ver aquello el
peón, presa del pánico, puso pies en polvorosa y abandonó para siempre aquel
trabajo en el cementerio.
Claro está también hubo excepciones. Como
anécdota citaré a dos personaje: a Baroncio, que durante toda su vida, de día y
de noche, realizó el itinerario junto al cementerio; y a Luís Martín "El Burra",
que por aquel entonces vivía en el polvorín cercano al cementerio.
A este último quise gastarle una broma
una vez. Una noche estábamos de patrulla militar por los alrededores. Al llegar
al polvorín le dimos unos fuertes golpes en la puerta de entrada con la culata
del fusil, y con voz tremebunda .le.:.dije: levántate, Luís! Desde su lecho conyugal,
imitando mi voz, me mandó al lugar más íntimo de la anatomía materna.
En todas aquellas pláticas se ponía de
manifiesto que existía en la comunidad un especial cuidado en proteger la
inocencia del niño, evitando todo aquello que pudiese minarla.
Si alguna interlocutora intentaba sacar
un tema no apto para menores, inmediatamente era reducida al silencio con esta
frase: "cuidado, que hay ropa tendida". Esto quería decir que había
niños presentes.
Yo creo, sin embargo, que es la inocencia,
y no la edad, lo que hace al niño ser niño. Esa inocencia es lo que hace al
niño semejante al ángel.
Pero, cambiemos de asunto. Una noche,
otra de las mujeres participantes en las tertulias caseras, con cálida voz y
emocionado acento poético, canta la siguiente narración: "Declinaba la
tarde. El vespertino crepúsculo teñía de púrpura el azul del cielo. En la playa
del muelle una barca iniciaba su salida hacia la mar. En ese mismo instante,
hizo su aparición la procesión del Gran Poder. Uno de los barqueros,
dirigiéndose al patrón le dijo: "Espere un rato a que pase "el
Viejito". El patrón, haciendo caso omiso a este ruego, en un arranque de
soberbia impiedad, gritó: "rema pal fuera". Cuentan que al llegar a
la bocana del puerto una enorme ola hizo zozobrar la barca. En el naufragio
desapareció el patrón". Durante algún tiempo creí que se trataba de una
piadosa leyenda que la tradición popular fue transmitiendo de boca en boca. Cual
sería mi sorpresa cuando al cabo de cuatro lustros, en un programa de las
Fiestas de Julio de 1947, apareció descrita esta historia con todo detalle,
incluyendo los nombres y apodos de los protagonistas. Historias de este tipo,
entre la leyenda y la realidad, y con el Gran Poder como protagonista, se
conocían muchas en el Puerto. Cuentan varios testigos presénciales, de
reconocida seriedad, que durante la epidemia de viruela que azotó a La Orotava allá por el año
1874, enfermó un hijo del director de la banda de música de aquella Villa, D.
Maximiliano Febles Pérez. Este afligido padre hizo al Gran Poder la promesa de
sacarlo en procesión y acompañarlo en su trayecto, llevando a su hijo consigo,
si salvaba al niño de aquella enfermedad. El pequeño no tardó en mejorar de las
viruelas, y el padre quiso cumplir su promesa. Fue el domingo 28 de enero de
1874. La procesión recorrió sin incidentes el trayecto de Santo Domingo a
Santa Bárbara. La imagen llegó al muelle en el preciso instante: que
iba a salir una lancha portando su último cargo de vinos, hacia un barco que
despachaba para Marsella D. Tomás Bartlet. El marino Manuel "El
Bonanza" solicitó del patrón que retuviera la salida hasta que pasara
"El Viejo". "qué viejo ni viejo!", conteste: el patrón,
desatendiendo aquel ruego. Y agregó: "¡Boguen, que ese es un Santo de
palo!". La lancha desatracó y todos empezaron a remar. Cuando la
embarcación estaba en mitad de la bahía surgió una ráfaga de viento que obligó
a D. Feliciano Cartaya a usar de todo su poder para que no le arrancara de las
manos el estandarte procesional. Tres olas furiosas se alzaron contra la
lancha, oponiéndose a su marcha. Al descender de la tercera de aquellas
imponentes montañas de agua, la lancha fue a estrellarse sobre la baja de la
salida del muelle, con la mala suerte de que se partió por la mitad. "El
Bonanzall quedó de pie sobre la baja. Los demás marinos tomaron la tierra a
nado. Y al patrón se, lo tragó la mar. El gentío que acompañaba la imagen del
Gran Poder, al darse cuenta de lo que estaba sucediendo en la bahía, se
arremolinó alrededor del Santo y, poniéndolo cara al mar, le pidieron
fervorosamente que intercediera en favor de todos los que se hallaban envueltos
en el naufragio. En cuestión de minutos, el mar quedó tan tranquilo como antes
de producirse el repentino vendaval. Pero la justicia divina fue inexorable, el
cuerpo del patrón nunca apareció. El romancero de la época, D. Antonio Ortiz y
López, cantó el episodio con elocuentes décimas que editó y vendió
profusamente.
Aún latente esta tragedia en el mar, en
la que "El Viejo" hizo sentir su milagroso poder, brotó el cólera en Santa
Cruz. Entre las muchas promesas que se hicieron al Gran Poder para que el
terrible contagio no se extendiera hasta el Valle de La Orotava, una fue prolongar
el recorrido de sus anuales procesiones hasta el extremo oeste del pueblo. Así,
desde 1894, año en que desapareció la enfermedad, se empezó a llevar hasta el
barrio de San Felipe la procesión del Gran Poder de Dios. La veneración que
despertaba esta Sagrada Imagen pronto se extendió por todo el Valle de La Orotava. Innumerables
adeptos y devotos bajaban desde la
Villa y Los Realejos para oír su misa de los viernes, misa
que tradicionalmente se celebraba en el altar del Señor, hasta que los Padres
Agustinos se hicieron cargo de la Parroquia. En la actualidad, esta misa se celebra
en el altar mayor.
También en 1947 se intentó por vez
primera bajar al Puerto la
Virgen del Carmen de Los Realejos. Imponderables surgidos a
último hora hicieron imposible tal evento. No obstante, cuarenta años más
tarde, en 1987, se abordó este proyecto por segunda vez.
Los primeros contactos que hubo entonces
con las autoridades eclesiásticas se podrían calificar de optimistas. Tan
optimistas que el escritor y profesor portuense José Javier Hernández García
compuso una loa, titulada "Loa a la Virgen del Carmen del Realejo en su primera
bajada al Puerto de la Cruz",
loa que se iba a escenificar en el muelle pesquero.
Fracasado también este segundo intento,
la inédita loa y sus personajes alegóricos (La Mar, El Puerto, La Luna y el Ángel), yacen
guardados en el baúl de mis recuerdos, esperando una voz que diga: levántate y
anda.
Puerto de la Cruz fue un pueblo que tuvo
una afición teatral de solera. Esta afición empezó con el desaparecido Thermal
Palace, siguió con "las monjas" y llegó hasta la época dorada del
también desaparecido Teatro Topham. Existía una gran afición. Las salas de los
teatros se llenaban. Mucha gente se abonaba incluso a todas las funciones. Esa
gran afición servía de reclamo para que todas las compañías de zarzuelas,
comedias y variedades que actuaban en Santa Cruz., también lo hicieran en el
Puerto. Por los coliseos portuenses desfilaron nuestros mejores líricos, los
mejores actores y actrices del género dramático, y magníficos artistas con
espectáculos de variedades de alta calidad. A esta ferviente afición por el
arte de Talía tampoco pudo sustraerse José González que el 23 de junio de 1935
inauguró el Cinema Olimpia. Aquella inauguración estuvo precedida de una propagandística
fiesta callejera, protagonizada por el amigo Cheché y Patricio "El
Cagalera", quien desde la altura de sus zancos lanzaba a los cuatro
vientos la siguiente consigna: "No dejen de ir. Se oyen hasta la
pisadas!!, refiriéndose a la perfección del equipo sonoro del citado cine. Patricio
fue un polifacético personaje: hombre anuncio para toda clase de espectáculos,
director de grupos folklóricos, excelente bailador, arriesgado y destacado
bombero, diligente guardaplaya, etc.
Como decía, Pepe González habilitó un
pequeño escenario en el Cinema Olimpia, donde hicieron gala de su arte
compañías nacionales de comedia, como las de Carmen de Lucio y Julio Francés;
grupos de variedades, agrupaciones corales y aquel programa matutino de
aficionados llamado "Fiesta en el aire", que se celebraba los
domingos. Aquel mismo escenario sirvió también de improvisado ring para un
combate de boxeo aficionado, catalogado como el combate del siglo, entre los
púgiles Venancio Martín y Antonio García.
Paralelamente al teatro profesional,
existía un teatro de aficionados que se desarrollaba dentro de las sociedades
culturales y de recreo, en los colegios, en la calle e, incluso, en algunas
casas particulares. Esta notable afición teatral estaba impulsada por un grupo
de personas, conocidas con el nombre genérico de directores, que con tesón,
paciencia y mucho entusiasmo, ensayo tras ensayo, corrigiendo una veces la
mímica y otras la dicción, fueron transmitiendo su pasión teatral a otros
individuos. De esta manera se crea un cuadro de actores. En esa lista de directores
aficionados, cabe citar a D. Jaime López, D. Esteban Acosta y doña Clementina Álvarez.
Cuando por diversas causas las antedichas sociedades fueron desapareciendo -a
excepción de la Sociedad
"Valle Taoro" de Las Dehesas, cuyo 70 aniversario se celebró
recientemente-, el fuego sagrado del teatro de aficionados lo mantuvo vivo el
Colegio de Segunda Enseñanza, y más concretamente, don Cándido Chávez. Las
primeras representaciones se realizaron en el salón del propio colegio. Luego,
en el Teatro Topham, cuando era gerente del mismo D. Manuel Calero, un hombre
enamorado del arte de la farándula, a la cual no fue ajena su esposa Tina Ruiz,
quien junto al inolvidable Martín Pérez González, formó un dúo cómico muy
famoso en la época.
Esta especie de virus teatral contagió
años más tarde al Colegio Pureza de María, que también hizo uso del Topham para
celebrar sus festivales de fin de curso. Manuel Calero dio toda clase de
facilidades para el desarrollo del arte escénico. Puso el Teatro Topham a
disposición del teatro. Fue un imperdonable error de los munícipes de
"entonces no adquirir ese teatro, que gozaba de una condiciones acústicas
inmejorables. Repito que fue un imperdonable error, pues si hay dinero rentable
es el que se invierte en la cultura.
Allá por los años sesenta, como dije en
otra ocasión, un grupo de alumnos fundaron una sociedad juvenil, el Cima Club,
en la que se llevaba a cabo un amplio abanico de actividades, tanto culturales
como deportivas. Entre las más significativas recuerdo las 24 horas de tenis
de mesa en el Parque San Francisco, los torneos de baloncesto en la improvisada
cancha de la Plaza
del Charco, las competiciones de fútbol y atletismo en el campo "El
Peñón", etc.
En lo cultural destacaron los ciclos de
conferencias y la creación de una sección de teatro, cuyas representaciones se
llevaron a cabo en el Parque San Francisco, local que no reúne condiciones para
hacer teatro, y menos en aquella época, a cielo descubierto.
Pero allí estaba el amigo Tomasito, que
intentaba enmendar la mala acústica colocando una serie de micrófonos -uno de
ellos de gran sensibilidad- que pendían del techo del escenario.
Aquella sección de teatro del "Cima
Club" paseó el nombre de Puerto de la Cruz por otros pueblos del Norte de la Isla, haciendo gala de su
buen hacer escénico. Está de más decir que todos los festivales reseñados tenían
carácter benéfico. Por ello, la
Sociedad de Autores no pasaba factura de los derechos de
autor, lo cual era motivo de agradecimiento.
Imitando al Cima Club surgieron otros
como el Club Peñita y el Jovi Club, ambos de vida más efímera, que también se
aventuraron por el mundo del teatro. Fue una época dorada de la juventud
portuense, una juventud que se drogaba con la cultura y con el deporte. De
esta escuela de teatro, de este aprendizaje sobre los escenarios, surgieron
hombres de los medios de comunicación como Salvador García; hombres de tribuna
como el malogrado Paco Afonso; o conferenciantes como José Javier Hernández.
Porque una sección de teatro como aquellas, además de los actores, movilizaba a
su alrededor a mucha gente: apuntadores, decoradores, maquilladores,
presentadores, tramoyistas, etc. Era una auténtica escuela.
El pueblo de Puerto de la Cruz fue elegido por la
empresa cinematográfica alemana UFA para rodar los exteriores de dos películas.
La primera se tituló "La llamada de la Patria". Era una película bélica basada en la Guerra del Catorce. Uno de
los lugares elegidos para el rodaje fue la Playa de Martiánez, que en la película aparecía
como una playa cubana en la que pescadores negros recogían sus redes, y las
transportaban a su poblado. En la realidad el poblado estaba instalado en un
bosquecillo de palmeras existente en la finca de D. Víctor Machado, terrenos
que en la actualidad ocupa el Loro Parque.
También se rodó en la calle Mequinez. El
tramo de La Caletilla
se convirtió en un campo de prisioneros, donde se provocó un motín,
interpretado con gran realismo por los extras portuenses. Estos, además de
cobrar su trabajo, recibían ropa nueva a cambio de la rota en la revuelta de
ficción. La escena más peligrosa era la de una barca que se estrellaba contra
una roca a la altura de la Punta
del Muelle. Fue realizada por los "especialistas" portuenses Juan Álvarez
"El Atravesado" y Sebastián "El Talega”. Para la segunda película, titulada
"Habanera", de ambiente mejicano, los escenarios elegidos fueron la
casa solariega de La Paz
y sus contornos, el Paseo de los Tarajales y la Plazoleta de San Telmo, transformada
por la magia del cine en una hacienda, donde se celebraba una gran fiesta
ranchera. Al compás de una música grabada, una pareja profesional de baile
español ejecutaba un número. A su término, los espectadores, entusiasmados,
aplaudían o lanzaban al aire sus sombreros. No es preciso decir que los
mariachis -musicantes, para los alemanes- y los espectadores eran
mejicano-ranilleros. Rosita Alcaraz -así se llamaba la bailarina, creo recordar-,
dejaba al descubierto buena parte de sus hermosos y elegantes muslos cuando
ejecutaba los giros de baile. Aquellos rápidos revuelos elevaban los volantes
de su traje andaluz, y los "musicantes", alelados ante semejante
visión, quedaban como paralizados, boquiabiertos, y dejaban de tocar los
instrumentos. El director de la película gritaba entonces: "Musicantes",
para que el improvisado mariachi ranillero no interrumpiera el movimiento de
sus manos. Esto suponía que la escena debía suprimirse, para disgusto de la
guapa bailarina y su pareja, que tenían que repetir una y otra vez su
complicada coreografía. Pero la verdadera fiesta la proporcionaron los vestidos
de charros en las calles del Puerto. Sin quitarse ropas, aprovechaban los
descansos del rodaje para dirigirse a comer.
El rodaje de "Habanera" comenzó
en 1937. Muchos de los extras tenían en su bolsillo la orden de movilización.
Cobraban un duro diario, tanto si se rodaba como si no. Con este duro se podía comprar
un par de "tenis japoneses",
de muy buena calidad, a D. Salvador Pérez, que los vendía en la oficina del
empaquetado de su hermane Paco; en la
Plaza del Charco.
Este pueblo tenía una gran actividad
comercial y portuaria, realizada a través de su pequeño muelle. Esta intensa
actividad creaba numerosos puestos de trabajo -bien remunerados- para un amplio
colectivo, formado por estibadores, marinos, maquinilleros y obreros de carga y
descarga, que se relevaban en turnos de ocho horas. Al mismo tiempo, ese
importante movimiento portuario significaba una estimable fuente de ingresos
para las arcas municipales, por los derechos de muelle y por el arbitrio sobre
la entrada de mercancías, llamado entonces "el fielato".
En estos momentos creo estar viendo
anclados fuera de la bocana del puerto, los barcos fruteros de Fyffes, los
Thorensen y los de la
Casa Yeoward, cuyos nombres sabíamos de memoria porque
empezaban por la letra "a": Alca, Alondra, Avoceta...
Veo lanchones cargados de huacales de
plátanos que a golpe de remo llevaban su mercancía hacia el barco, y que
regresaban repletos de pacas de paja, de madera, de sacos de azúcar, de maíz o
de trigo. Cilindros de cartón conteniendo plátanos se deslizaban por toboganes
de madera, desde el muelle hasta las lanchas. Largas colas de camiones
esperaban el momento de descargar la fruta. La grúa, hábilmente manejada por
Domingo "El Popita", era un constante subir y bajar mercancías, con
su continuo girar. Veo botes pintados de blanco, con sus remos blancos, con sus
asientos cubiertos con tapetes blancos; patronado por Antonio
"Guaguana", por Manuel "El Cagalotodo" o “El Sibirín".
Aquellos botes trasladaban hasta tierra a los turistas de paso, que
aprovechaban la escala de su vapor para visitar el pueblo o realizar
excursiones por los alrededores del Valle, haciendo uso del famoso descapotable
de D. Fidel, el 1.001. A todo esto hemos de añadir las periódicas escalas de
los correíllos y los barcos de cabotaje,- como los Sanchos, que, con frecuencia
atracaban en el muelle del Penitente para realizar las operaciones de carga y
descarga. También recalaban veleros que nos traían de Fuerteventura las viejas
secas y la piedra de cal, que era calcinada en los hornos de los González, en
las Cabezas, o en los de Miguel de los Santos, en Las Arenas. Y como broche de
oro de esta gran actividad portuaria del Puerto de la Cruz, es obligado reseñar la
visita del trasatlántico alemán de tres chimeneas, "Cap Polonia", en
la década de los veinte.
Al conjuro de su arribada la explanada
del muelle y sus contornos se convirtieron en una mezcla de mercado
oriental y exposición de artesanía canaria, donde los vendedores -muchos de
ellos indostánicos- ofrecían sus productos a los viajeros, en medio de una in
descriptible algarabía idiomática.
Era un bello espectáculo contemplar el ir
y venir de las falúas que entre surcos de espuma, llevaban y traían a los
pasajeros del trasatlántico alemán. El espectáculo continuaba al atardecer con los
conciertos ofrecidos por la orquesta del propio barco, en el viejo quiosco de la Plaza del Charco; y durante
la noche, al contemplar desde el muelle, aquel colosal hotel flotante completamente
iluminado, en medio de la oscuridad marina.
Lentamente, como por arte de
encantamiento, fueron desapareciendo de nuestro porteño horizonte los barcos,
los veleros, lo lanchones... Quedó, aunque por poco tiempo una platónica pareja
de enamorados: la grúa y el pescante, dos símbolos que hubieran alcanzado la
inmortalidad, pero el abandono y la desidia humana los convirtiera en chatarra.
Esa triste realidad me trae a la memoria
una frase de la escritora María Rosa Alonso: "Queda ese muñón truncado de su
menudo muelle, que pudo haber sido lo que fue un día y ya no es: el "exterior"
de Tenerife, que Santa Cruz, por necesidades esenciales más que de
circunstancias, le arrebató". Pero el Puerto de la Cruz, como un Ave Fénix,
renació de sus cenizas, para arrebatarle al mar lo que por el mar le fue
negado. Fue y sigue siendo este Puerto de la Cruz un pueblo preocupado por la cultura, la
educación y la enseñanza. Recuerdo como las exposiciones realizadas al final
del curso, eran visitadas por un público numeroso, que no regateaba elogios
ante la cantidad y calidad d los trabajos presentados por los escolares.
Los ciudadanos estaban al corriente de
los progresos y calificaciones de talo cual estudiante. Incluso, en el muelle
se hacían comentarios sobre las cualidades descostradas por los estudiantes de
bachiller en los exámenes orales, que eran caras al público.
Excelentes profesionales de la enseñanza
desarrollaban un; magnífica labor en las escuelas primarias, tanto estatales
como no estatales. Además de las asignaturas del conocimiento, estos maestro:
impartían la asignatura del comportamiento: la urbanidad -desgraciadamente
extinguida-, que consistía en el conjunto de normas de conductas y modales que
debía el niño observar tanto en la clase, como en su casa y en la calle. Además
de grandes profesiones, existía un celo especial por parte de las autoridades
municipal es para que todos los niños, a partir de los 6 años, asistieran obligatoriamente
a clase. Era sancionada con multa inapelable toda falta de asistencia no
justificada, al igual que la presencia de niños en la calle durante la noche,
excepto si iban acompañados de sus padres. En el apartado de clases de
Contabilidad y Cultura General, quiero destacar dos nombres que hicieron
época: D. José Curbelo y D. Inocencia Sosa.
Con el advenimiento de la República la enseñanza
alcanzó unas cotas de calidad no superadas hasta el momento actual, gracias a
las reformas educativas llevadas a cabo por el maestro nacional y Ministro de
Instrucción Pública, D. Marcelino Domingo, quien contó con la inestimable
colaboración de otro maestro nacional, Director de las Misiones Pedagógicas, D.
Alejandro Casona.
Por esta época se crea un grupo escolar
de niños de seis grados (unidades), ubicado en la Casa Ventoso. Con
esta iniciativa se perseguían dos fines: facilitar la labor docente del
maestro, y fomentar la convivencia entre los niños de los diferentes barrios
del municipio, por entonces muy distanciados tanto física como socialmente.
También se inauguran las escuelas nocturnas
gratuitas para adultos. Recuerdo que en el entresuelo del citado inmueble
existía una biblioteca. Las páginas de sus libros estaban marcadas con un
matasellos en forma de libro abierto. En una de las hojas del libro se puede
leer: "Bibliotecas Popular Circulante del Puerto de la Cruz. Tenerife".
En la otra hoja se dice: "Lector, cuida este libro, no lo estropees.
Piensa que después de ti habrá
quién desee leerlo".
Con motivo de la Guerra Española,
esta Biblioteca pasó al S.E.U. local, después al de Santa Cruz, y finalmente al
Frente de Juventudes capitalino. Y de ahí, Dios sabrá donde fue a parar...
A muchos sorprenderá saber que ya en 1932
los grupos escolares portuenses celebraban tres fiestas muy. Significativas a
lo largo del curso. Eran las fiestas del "Día del Árbol", del
"Día del Libro”, la del "Día del Maestro".
Nuestro maestro D. Leopoldo M. nos
explicaba en clase las características, ventajas y aprovechamientos del árbol,
y nos inculcaba de esta manera el respeto a este símbolo de la Naturaleza. La
teoría se complementaba con actividades al aire libre como la plantación de
árboles en la carretera del Botánico y el Parque Taoro, provenientes de los
viveros municipales. En aquellos tiempos, cuando todavía era válido el dicho de
,,' i Qué verde era mi Valle
", existía un claro espíritu ecologista digno de ser destacado, pues se
anticipó en medio siglo a la moda que ahora parece querer imponer grupos como
Los Verdes, los ecologistas, Greenpeace, etc.
En mi
opinión, creo que este tipo de campañas de educación ambiental deben
empezar por las escuelas primarias, puesto que hay que mentalizar desde la
niñez al ciudadano del futuro, para que aprenda a respetar y proteger la Naturaleza, puesto que
de ello depende la vida del planeta y la vida del hombre. La Fiesta del Maestro también
se celebraba en aquella época. Aunque en realidad era más bien la "fiesta
del alumno". Comenzaba con un desayuno servido en el propio colegio. A
media mañana había una función gratuita de cine en el Teatro Topham. Finalmente,
de vuelta al colegio, los alumnos ensalzaban la labor del maestro cantando a
coro un himno, que empezaba así: "Querido Maestro, sabio preceptor...". Este himno lleva
55 años durmiendo en el rincón del olvido. Por aquel entonces colaboraban en la
obra educativa un grupo de damas, encabezadas por Dña. Braulia Echeverría -más
conocida por doña Braulia la del "Postal Express"- y Dña. Ricarda
Marrero González, que fundan una asociación, denominada "Ropero Infantil
Pablo Iglesias". Su fin era recaudar fondos para dotar de ropa y calzado a
los alumnos más necesitados de las escuelas públicas.
El año 1926, un grupo de hombres con
ideas liberales, deseando dar a su pueblo un centro de enseñanza media, que
por aquel entonces hacía mucha falta, realmente, decidieron con la
colaboración plena del entonces alcalde D. Isidoro Luz, comenzar a dar clases
en el edificio de la Casa
Ventoso, que también era Ayuntamiento. Gracias a este
colegio, cuyo fundador y primer director fue el portuense Agustín Espinosa
García, catedrático de Lengua y Literatura, pudieron realizar los estudios de
bachillerato mucho jóvenes de familias modestas, que con escasos recursos
económicos no podían enviar sus hijos a estudiar al Instituto de La Laguna, que era, el, único
existente. Más tarde, el propio Espinosa fundó el primer instituto de
bachillerato de Santa Cruz. La labor del Colegio de Segunda Enseñanza, aunque
ardua y llena de dificultades económicas, fue fecunda; una fecunda cosecha cuyos
frutos se han venido recogiendo a través de los años, en las numerosas
licenciaturas y doctorados expedidos por las Universidades, Colegios
Politécnicos, Escuelas de Magisterio, etc., etc.
Como dijo el doctor Luís Espinosa,
"podemos decir que a este Colegio le cabe el honor de haber forjado a
muchos de los mejores hijos de Puerto de la Cruz, Orotava y Realejos.
Aprovecho esta ocasión para expresar
públicamente, una vez más, mi gratitud
y admiración a mis siempre recordados maestros y profesores, excelentes
artífices en ese difícil arte que es el saber enseñar. ¿Cómo eran antes las
Fiestas de Julio y cómo son ahora? Mas o menos iguales, es la unánime respuesta
de los más viejos del lugar. Es una respuesta razonable porque lo esencial de
las fiestas sigue inmutable: los actos religiosos, en los que se incluyen la
procesión del Gran Poder y el embarque de la Virgen, con sus respectivas y tradicionales
exhibiciones de fuegos de artificio.
Sin embargo, hubo una Fiesta de Julio que
por circunstancias especiales impactó más en el pueblo. Me refiero a la del
año 1939. En aquellos momentos, la angustia de una guerra no dehesada había
terminado. El muro de los tres años triunfales se rompió y una riada de alegría
inund6 nuestros pechos; una sincera alegría nacida del corazón que hizo olvidar
acosos y agravios anteriores; una alegría sin el menor atisbo de rencor; una
alegría que salía a flor de piel, que se reflejaba en los rostros. La bélica
pesadilla había concluido. Un pueblo fervoroso acudía a postrarse a los pies de
sus venerados Patronos, para rendirles pleitesía y darles gracias por el
inmenso favor recibido. Las medallas y escapularios de estos Santos Patronos
fueron testigos inseparables de aquellas horas de inquietud vividas a lo largo
de tres años en el campo de batalla, o de aquella otra guerra que librábamos en
el interior de nuestra conciencia, una guerra más cruel y más angustiosa que la
exterior, la de las balas y las bombas. ¡Matar!. Matar a gente que no habíamos
visto, que no nos habían hecho daño,... Era aterrador.
Un mes más tarde el mismo año 1939, -
concretamente el 15 de agosto, desde todos los pueblos de la isla salieron
ejércitos de peregrinos, integrados por madres, padres, hermanos, novias,
etc.., que ya a pie o utilizando cualquier medio de transporte se dirigían a la Villa Mariana de
Candelaria con un objetivo común: cumplir una promesa o hacer una ofrenda. Una
mujer acompañada de un joven llega al pie del altar. A través de sus lágrimas
mira fijamente a la
Virgen Morena, y con el con razón puesto en los labios recita
esta sencilla plegaria: "Señora, este que está a mi lado es el hijo por
quién tanto te rogué. Gracias, Virgen Santísima por devolvérmelo salvo.
Poco tiempo después, como al perro flaco
nunca le faltan pulgas, estalla la Segunda Guerra mundial y hacen su presentaci6n en sociedad
las cartillas de racionamiento, el puré de gorgojos, las tasas de agua de
todas las marcas, los caramelos en. El cachete, los gasógenos y un largo, etc...
Se iniciaron las emigraciones a
Venezuela, muchas de ellas clandestinas, en veleros que emularon la gesta
colombina con toda su realidad y dramatismo, aunque el inolvidable Pepe Monagas
las parodió en su monólogo titulado "El Napa, Rigorito". A pesar de
todo, las fiestas, nuestras fiestas, siguieron celebrándose. En un salón de la Casa Ventoso, que se
abre hacia la calle de San Juan, fue instalada una máquina de marquetería. En
este salón un grupo de hombres, terminada su jornada laboral, en horas robadas
al sueño y a su familia, con un al truísmo digno de encomio, trabajaban activamente
en la confección de objetos decorativos, con los cuales pretendían adornar la Plaza del Charco,
"centro neurálgico" de Puerto de la Cruz y mientras José "El Chispa" se
concentraba en la construcción de una maqueta de madera que reproducía el
muelle viejo, con su pescante y con su playa, Silvano Acosta, el de los
muebles, daba los últimos retoques a unas guirnaldas. Maestro Pancho Galindo
pasaba la garlopa a los mástiles. La faena de pintor corría el cargo de Antonio
Rodriguez "Ñica", Rafael
Oramas y D. Salvador Hernández. Este grupo de hombres, conocedores de los
escaso recursos económicos disponibles, se encargaban personalmente de instalar
todos los elementos ornamentales de la plaza. Mástiles y guirnaldas, en el
paseo. Una balaustrada, rematada en su parte superior por arcos en forma de
tréboles, circundando la pila. En su interior, pleno de agua recién estrenada,
se colocó la maqueta del muelle. En esta ocasión, la pila fue el lugar elegido
para una exposición de barquitos, exposición que debe tomarse como precedente
de ese maravilloso espectáculo, de esa sinfonía de velas y masteleros, que el
pasado mes de abril, tanta admiración causó en nuestro Archipiélago, pues
dicho barquitos eran reproducciones a pequeña escala de esos famosos veleros
participantes en la regata del V Centenario.
Allí, apoyado en la circundante baranda
de la pila, como un vigilante Gulliver, estaba maestro Luís "El
Cambado", y cerquita, casi
tocándose, su compañera en la vigilia, la ñamera; popular ñamera cantada por la
prestigiosa escritora Maria Rosa Alonso, en un magistral artículo, del cual
copio el siguiente fragmentos: "Frondosa y verde emerge esa bombonera
redonda que es la ñamera de la
Plaza del Charco. Anchas y rotundas sus hojas suplen una
ausencia de flores que no tiene ni necesita. No precisa siquiera de una voz
poética que le cante, como la palmera, su esbelta delgadez o, como al drago, su
milenaria tradición de catedral vegetal. La ñamera de la Plaza del Charco se basta a si misma en su verdura esférica, y a
veces me he preguntado por las manos gigantes que le han dado su forma de
búcaro artificial".
Esta misma ñamera, símbolo perenne de la Plaza del Charco, inspiró a
Marcos Marrero el diseño del disfraz de la Reina del Carnaval portuense del presente año
1992.
El citado grupo de hombres de la antigua
Comisión, formó parte de aquellas sociedades culturales y de recreo, ya
desaparecidas. Gozaron y participaron activamente en aquellos inolvidables
Carnavales, que hasta el año 1936 fueron los más famosos de Canarias, mereciendo
el Puerto de la Cruz
el apelativo de "La pequeña Nizal. Ellos mismos incorporaron a los actos
populares aquellos festejos evocadores de un esplendoroso pasado, como fueron
el “baile de magos" y el "baile blanco y negro", heredados de la
expoliada sociedad del "XIV de Abril", que nació a su vez de un
desgaje del "Circulo de Iriarte". Las sortijas en coches engalanados
y los desfiles de carrozas procedían de las antiguas carnestolendas, números
carnavaleros que retornaron a su lugar de origen: el Carnaval. Finalizada la postulación había que rendir cuentas
y conocer el importe de la cantidad recaudada. Pero, a causa de ciertas anomalías
en algunas libretas, este sistema financiero fue sustituido por los talonarios
de rifas, sistema que aún otorgando una comisión del 20 por ciento, no tuvo
buena acogida entre los vendedores.
Al final, entró en vigor el impuesto por
ocupación de la vía pública a los feriantes, quienes en aquella época podían
dividirse en tres grupos: turroneras -con su alumbrado de carburo-, las perinolas
-sustituidas por las actuales tómbolas- y los ventorrillos de las sábanas
blancas.
En esta última etapa recaudatoria destacaremos
la dinámica y eficaz labor del omnipresente Pedro Pérez Noda. Otro importante
trabajo llevado a cabo por la
Comisión fue la elaboración y redacción del programa de las
fiestas. En este apartado tenemos Que resaltar la figura de Antonio Ruiz Álvarez,
alma mater de esta loable empresa.
Veíamos a Ruiz Álvarez recorriendo
comercios, bares, restaurantes, solicitando de sus respectivos propietarios el
anuncio de su establecimiento, anuncio que sería publicado en el programa de actos
a cambio de unas pesetas. Contemplábamos sus idas y venidas a la imprenta,
cuyas viejas máquinas gemían en la calle Santo Domingo, para corregir las
pruebas, o para que pusieran en plana el último anuncie conseguido.
Le imaginamos redactando cartas Que
enviaría a determinados personajes, demandando amablemente talo cual artículo
para ser insertado en el programa general. Incluso desde París envió sus últimos
artículos.
Antonio Ruiz con su dinamismo, con sus
relaciones públicas, con sus trabajos de investigación, con sus propios
artículos, con sus resúmenes anuales de las actividades culturales en Puerto de
la Cruz, hizo
del programa de las fiestas la primera guía turística de nuestra ciudad.
Transmita un programa que empezó siendo
artesanal en una revista literaria de alta calidad, avalada por las
prestigiosas firmas que rubricaban cada uno de los escritos. Colaboraban en las
tareas de redacción Manolito Hernández y Diego Palenzuela, autor de varios artículos
insertados en diferentes épocas del citado programa.
Nuestro conjunto de programas festivos
une a su valor sentimental un incalculable valor cultural. Creo que este importante
patrimonio merece ser más conocido por todos. Quien los guarda debería
airearlos de cuando en cuando, y releerlos. De esta manera conoceremos mejor la
historia de Puerto de la Cruz
y de sus habitantes. Este humilde Pregón sirva de homenaje a ese grupo de hombres
englobados bajo el nombre de Comisión de Fiestas, que de manera desinteresada
con su dedicación, esfuerzo y trabajo, manifestaron, manifiestan y
manifestarán, con el continuo devenir de los tiempos, su fe y devoción a sus
excelsos Patronos: el Señor del Gran Poder de Dios y Nuestra Señora la Virgen del Carmen. Gracias
a todos…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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