Fotografías referentes a los pilotos; Gilberto Hernández y Juan
José Arencibia (J.J.)
El amigo de la infancia de la Villa de La Orotava; EVARISTO
FUENTES MELIÁN “ESPECTADOR”, remitió entonces (30/12/2016) estas notas que
tituló “PILOTOS DE AVIONETAS”: “…Con motivo del
aterrizaje (diciembre - 2016) de una avioneta en la playa de Las
Teresitas, recuerdo que en el ámbito del Valle de La Orotava donde vivo, he
conocido varios pilotos aéreos y todos ellos tienen, por qué no decirlo, ‘un
gramo de locura’, que es el título de la
célebre recordada película del mismo
título (1955), protagonizada por un orate llamado Danny Kaye. Uno de estos
pilotos, de nombre Gilberto, por aquellos años, pilotaba avionetas por afición
en el Aeroclub. Era un portuense empedernido; ya destacaba en el colegio de
curas como un alumno especialmente
displicente en sus contestaciones en los exámenes orales. Por ejemplo,
en religión oral, a la pregunta: ¿Quién es Dios? Respondió: ¡No tengo el gusto
de conocer a ese señor!
Cuando cogió ya, por
fin, una avioneta en sus manos y le dejaron volar a él solo, se dio unas
pasaditas rasantes por el campo de fútbol portuense de El Peñón, durante un
partido y, al decir de los testigos,
espectadores y jugadores se tiraron al suelo en plancha (o en 'plongeón', como se decía antaño), pero no en busca de la
pelota o de un remate a gol, sino ‘cuerpo a tierra’ huyendo del aparato de
Gilberto.
Otro caso similar en
audacia e intrepidez hubo en La Orotava. Un compañero de colegio de nombre Juan
José (J.J.) durante los años cincuenta estaba de cantante guía, dirigía las
canciones litúrgicas religiosas en los salesianos y ya despuntaba por su fina
voz de tiple, que luego devino en tenor de finos registros agudos. Poco después
de salir de las aulas del bachillerato de seis cursos, se enroló en el
Aeroclub. Después de varios vuelos
acompañados de instructor, le dejaron la avioneta por vez primera para él
solito, con permiso solamente para volar en el cielo de Los Rodeos. Pero JJ,
haciendo caso omiso, se animó airoso y se fue a dar unas vueltecillas por
Bajamar. Los bañistas que echados de dos
en dos se untaban armoniosamente cremas protectoras y cogían sol
soporíferamente en las piscinas bajamareras, fueron sorprendidos inopinadamente y tuvieron que
correr y botarse al agua para huir de la cercanía aparatosa del aparato
pilotado por JJ. Pero al regreso al aeropuerto hubo una nube maligna e
imprevista que se cruzó en el camino y espacio acostumbrado. JJ tomó otros derroteros, otra ruta de acercamiento a la pista de
aterrizaje. No la encontró. No llegó. Terminó ‘aterrizando’ en una ladera escarpada, zona de los bajos del monte
de Las Mercedes. La suerte, no obstante,
le acompañó. Rociado de gasolina debido al encontronazo, consiguió salir con
vida, pero en aquellos andurriales quienes primero aparecieron por una vereda
fueron un burro y su dueño, un campesino que colgaba típicamente de su labio
inferior el típico ‘fedora’, una marca de cigarrillo popular semi encendido,
que es como siempre lo llevan los agricultores auténticos en el medio
rural. Lo primero que le dijo JJ al
susodicho dueño del burro fue: ¡ayúdeme, compañero, pero antes apague el cigarro, por favor, que
esto no es agua, sino gasolina!
Así me lo confesó en su
momento el interfecto JJ, que padeció,
como secuela del golpe, una ligera cojera de por vida y que desgraciadamente falleció cuarenta años
después, por una enfermedad no directamente
relacionada con el accidente,
acaecido en julio de 1960. ..”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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