Fotografía del amigo de la infancia en la calle El Calvario de La Villa de
La Orotava; ISIDORO SÁNCHEZ GARCÍA. Correspondiente a la visita del entonces
Juvenil Plus Ultras de La Orotava a Lanzarote, agosto de 1959.
De pie de izquierda a derecha; Yeyo, José Antonio, Manolito Yánez, Isidoro
Sánchez, Leonardo Ruiz, Reyes y Seven.
Agachado de izquierda a derecha; Tomás García, Angelito García, Arzola,
Francisco Sánchez García, Isidoro Hernández Sánchez (El Buje II), y Ramón
Hernández Fariña.
El amigo desde la infancia de la Villa de La Orotava; ÁNGEL GARCÍA
GONZÁLEZ remitió entonces (09/12/2013) estas notas: “…Corrían los primeros días del mes de julio de 1959.
Los componentes del equipo de fútbol Juvenil Plus Ultra ya no podían correr
más; había transcurrido una temporada agotadora: Campeonato del Norte, Copa
Federación Insular, Trofeo Martini-Rossi y Torneo de Campeones de Tenerife. Y
eso que se había quedado por dilucidar el Campeonato de Canarias, al existir un
triple empate entre Estrella (La Laguna), Real Unión (Santa Cruz) y Plus Ultra
(La Orotava). El fallo de la Federación Nacional favoreció al Plus Ultra y
como campeón juvenil de Tenerife, fue invitado al Torneo de San Ginés, a
celebrar en Arrecife de Lanzarote. Otra vez a entrenar. Otra nueva ilusión: la
de viajar por primera vez fuera de la isla con el equipo. Y además, dentro de
un torneo y unas fiestas de renombre en el Archipiélago. La primera tarea sería
la de reunir dinero para los «gastos de guerra», mediante ahorros semanales,
trabajillos extras y algún que otro premio, urgentemente establecido con
carácter retroactivo, por los pasados exámenes. A la Directiva, poco
acostumbrada a manejar sumas milenarias, tampoco le salían las cuentas y tuvo
que organizar varios partidos amistosos para cubrir el presupuesto, meta que se
logró en Garachico con un taquillón de mil quinientas pesetas, gracias a la
inestimable colaboración de Lorenzo Dorta, que todavía no era alcalde. Por
mediación de Modesto Torréns, que iba de jefe de expedición por sus raíces
lanzaroteñas, se había conseguido el refuerzo para estos partidos de Colo y Joseíto
Rivero, que pertenecían al Tenerife.
Por fin llegó la tan
ansiada hora de la partida. Con algunas maletas de madera, como los quintos,
nos hicimos a la mar el martes 18 de agosto, en el vapor «Ciudad de Mahón»,
rumbo a Las Palmas. Llevábamos como grumete a Modestito Torréns, un zagalote
con pantalón corto, del que su padre decía que era un bergantín porque
estudiaba poco, pero que sabía mucho de fútbol ya que había hecho las
«prácticas» en la sorriba del Campo de Los Cuartos. El barco hizo escala de un
día en Las Palmas. No desaprovechamos ni una hora. Con el bañador enrollado en
la toalla bajo el brazo, saltamos a tierra a las nueve de la mañana. Nos había
venido a recibir un señor periodista llamado Antonio Lemus, por recomendación
de su colega Mínguez; nos atendió amablemente y nos sirvió de guía por la
ciudad. Así fuimos conociendo el Parque San Telmo, la calle Triana, la
Plaza de Santa Ana, el Ayuntamiento, la Catedral, el Mercado al otro
lado del barranco... En el Mercado nos mandamos un medio desayuno y cogimos
una guagua perrera, que nos dejó en la Playa de las Alcaravarenas. Se
había elegido esta playa porque tenía unos modernos vestuarios con duchas y
todo, y porque además decía Modesto Torréns, que de eso sabía un rato, que la
de las Canteras pronto la tendríamos en Tenerife, pues las autoridades de Las
Palmas pretendían cambiarla por el Obispo Pérez Cáceres. La tarde la empleamos
en ir al cine y andar de noveleros por los escaparates, tentación que no pudo
resistir Yeyo, que como le gustaba vestir bien y percha tenía para ello, entró
en una tienda a por una corbata blanca, después una camisa negra y terminó con
un traje todo blanco, que era la moda. Claro está, que por todo el lote le
hicieron un buen descuento, que él empleó en ponerle una conferencia a Madre
Juana para que le mandara un giro verde. De vuelta al barco, Modesto Torréns,
enterado del negocio, nos mandó una filípica con la advertencia general de que
cualquier gasto que hiciéramos superior a diez duros, tendría que tener su
consentimiento, pues aunque su familia en Lanzarote tenía grandes extensiones
de terreno, no pensaba hipotécalas para cubrir nuestros excesos pecuniarios.
Después de una travesía de once horas, llegamos contentos y nerviosillos al
Puerto de Naos en Arrecife de Lanzarote. Tras dejar los bártulos en el local
que iba a servir de residencia, visitamos la iglesia parroquial, que nos cogía
de paso hacia la fonda «El Refugio», donde desayunamos. Modesto Torréns nos
llevó más tarde al casino, donde nos presentó en general a dos directivos muy
amables, quienes al comprobar que todos teníamos pantalón bajo, nos regalaron
un pase para entrar gratis a todos los bailes de las fiestas de San Ginés. Por
algo el casino tenía un nombre inusual para la época: La Democracia. Desde allí
escribimos las primeras postales a la familia. Luego nos metimos casi todos al
mismo tiempo en un pequeño estanco que estaba enfrente; el sello con la cabeza
de Franco costaba cuarenta céntimos, pero algunos que ya habían viajado, dijeron
que era mejor ponerle dos, porque la
Postal no iba directa,
sino que hacía escala en Las Palmas. Y tuvieron razón, porque a mi padre le
llegó. La primera impresión que nos dio Arrecife no fue muy buena, por el excesivo
calor; con más de cuarenta grados. Menos mal que las calles eran todas llanas,
que si llegan a ser como las de la Villa... Pero en cambio tenía empaque
de ciudad, quizás por el movimiento que daba ser puerto de mar; la amplitud del
Paseo Marítimo con el Parque y el Parador Nacional al fondo, los numerosos
comercios de todo tipo en la calle principal que era larga, larguísima, quizás
por ser León y Castillo, los dos juntos uno detrás de otro. Dimos un paseo hasta
el castillo de San Gabriel, contemplando diblusados en el Puente de las Bolas
el paso de las bogas bajo nuestros pies. Nos encantó el Charco de San Ginés con
el agua del mar llegando a las puertas de las casas e imaginando las bogas
saltando directamente del agua a la sartén, y de la sartén al plato. Cerca del
mediodía, una vez acondicionado el cuarto, nos cambiamos de ropa y nos fuimos
a la Playa del Reducto. En el cruce del paseo con la calle principal,
subido a una tarima, un fornido guardia, que después supimos que era Heraclio
Niz «Pollo de Arrecife», tocaba insistentemente el pito. Primer tropiezo: Yeyo
y Seve, morenos ellos, venían sin camisa, contraviniendo las normas de la
moral pildainiana. Al regresar de la playa, segundo tropiezo. Había llegado en
avión el entrenador don Chile, que por aquel entonces era un alto cargo
de la FAST y le fastidiaba viajar en barco, y por lo visto también le
fastidiaba que estuviéramos en la playa con aquel solajero. No se les puede
dejar solos a estos chicos, comentó. El cuarto que nos servía de hotel era una
escuela de aproximadamente diez metros de largo por cinco de ancho. Estaba
ubicado en una callejuela entre el charco de San Ginés y la calle principal.
Por mano del capitán Cabrera, la autoridad militar nos facilitó diecisiete
camas metálicas totalmente equipadas, que se colocaron en dos literas quedando
la del entrenador frente a la puerta por si las moscas... Que las hubo. A
continuación los directivos Juan Hernández Sánchez y Manolo R. Mesa, siguiendo
los más veteranos hasta los más jóvenes, que nos colocaron al fondo, en la sana
creencia de que eran los primeros que se iban a la cama. Encima de los
cabeceros colocamos unos clavos para sostener dos perchas para la ropa, que a
su vez se cubría con una sábana clavada un poco más alto, por lo que cada uno
tenía su ventorrillo propio. Entre la puerta de entrada y la cama del
entrenador había un espejo tamaño folio con tres clavos separados y a distinta
altura, para facilitar los afeitados y peinados según estaturas. Entre el
espejo y la puerta de entrada, se abría otra puerta que daba a un patio de
losas de piedra, con una letrina a la intemperie y un compartimento junto a un
muro, que tenía un refleje y que nos servía de ducha. Esta última función se
realizaba por parejas: uno sacaba el agua del aljibe con un cubo atado a una
soga y se la daba al que estaba en el muro: agua, jabón yagua y cambio de
posición. Que pase el siguiente. Como es de suponer hubo algún que otro
conflicto, cómo el de los hermanos Sánchez, pero no llegó la sangre, que ya
bastante turbio que estaba. El horario del hotel era de lo más anárquico. Cómo
no había quien pisara la calle a esas horas, se dormía de 3 a 6 de la
tarde, a veces directamente sobre el somier para tocar algo fresco. Luego
ducha, empaquetado y salida cuando caía el sol. Por las noches, horas para
coger el sueño. Empezaba la función cuando subíamos a la cama para colgar la
ropa y se disparaban las bromas con el tamaño de los calzoncillos. Seguía la
coña con las comparaciones, que empezaban siempre con la más suave: no es lo
mismo Manolo Mesa que la mesa de Manolo, y risotada de Yeyo que contagiaba a
los demás. Cuando la cosa parecía calmarse, comenzaba el concierto de tuba y
trombón, consecuencia del exceso de sandía. A veces, de madrugada, alguien
sigilosamente visitaba el bar de enfrente, que abría de tres a cinco de la
mañana para atender a los pescadores que iban o venían de faenar y el
entrenador sin enterarse. El mercado lindaba con el patio. Era una instalación
medio destartalada, pero con productos de gran calidad. El fuerte calor nos llevó
hasta un puesto de sandías; eran enormes, como las bolas del puente. Don
Chile, que nos quería invitar; pero sin pasarse, por lo de la Ley Torrens
para inversiones en el exterior; le preguntó educadamente al tendero: «oiga,
cristiano, ¿cuántas sandías de éstas entran en un kilo? «Diez o doce»,
respondió sin inmutarse el tendero. «Entonces, pónganos medio kilo». En tendero
esbozó una media sonrisa y le dio un machetazo a la sandía que tenía a mano,
invitándonos con una rodaja a cada uno. La mejor que he comido en mi vida. Fue
tanta la que comimos, que a uno de los Sánchez le entro una cagalera, que casi
se le afilian los bujes. Ni que decir tiene, que nos hicimos clientes de aquel
puesto. La fonda «El Refugio» estaba al otro lado de la calle principal. Nuestros
directivos habían pactado con la dueña, a un módico precio, el abono por las
tres comidas diarias durante nuestra estancia en Arrecife. Pongo en duda que
haya hecho buen negocio con nosotros. Al cotidiano buen apetito de unos jóvenes
deportistas, reforzado con la presencia de cuatro Sánchez en el equipo, cuyo
apellido goza de reconocida fama por no padecer de la garganta, se le unió la
esplendidez de un mozo andaluz llamado Sevilla. Algunos le conocíamos
de La Orotava, por haber actuado con la compañía de teatro María Teresa
Pozón, en el dulcificado papel de vender almendras garrapiñadas al lloroso
público. Sevilla fue
como una madre para nosotros. Sacaba de donde no había, jugándose continuamente
el puesto. Nuestro plato predilecto era el cordero estofado, y Sevilla tenía la
habilidad de conseguir en la cocina las raciones más grandes para el equipo,
ante la recelosa mirada del resto de los comensales, algunos de ellos
huéspedes de la casa. En contrapartida, le dábamos alegre conversación, bromas,
chistes, comparaciones de su tierra con la nuestra, en fin, un trato tan
cariñoso que empezó a querer a Tenerife, donde se establecería años más tarde.
Tras el cabreo de don Chile, al vernos regresar de la playa encarnados como
turistas suecos, estableció unas normas más severas de convivencia, basado en
que por primera vez estábamos comiendo, bebiendo, (agua por supuesto) y
durmiendo a costillas del fútbol, por lo que tendríamos que comportarnos como
auténticos profesionales hasta que se jugaran los partidos que teníamos
apalabrados. Así las cosas, a las seis de la mañana se tocaban diana y tras
asearnos de sobaco para arriba, marchábamos al entrenamiento, con la fresca. En
el campo nos duchábamos con duchas de verdad y regresábamos a la fonda para el
desayuno. Mientras iban bajando los churros con café con leche, nos leía la
cartilla de racionamiento de horas de sol... y de luna. La estancia en la playa
del Reducto, se redujo a hora y media, y el baño hasta donde se hiciera pie. En
casos excepcionales, como el de corresponder a algún saludo femenino, se podía
llegar hasta el Islote del Amor; pero sin hacer uso de él. Después del
almuerzo, siesta con sordina, salvo para los que tenían asignaturas
pendientes, que tenían que ir a estudiar a una casa de la familia Torréns
Velázquez. En este menester; a Tomás se le unió su inseparable Reyes, que le
escribía dos cartas diarias a la novia. Asombrado por su fecundidad, Tomás le
preguntó a su compañero de medias cómo se las arreglaba. Realmente es fácil, le
reveló Reyes: «en la carta de la mañana, me enojo ligeramente con ella, y en la
de la tarde, me reconcilio: Así voy deshojando la Margarita día a
día». Al atardecer podíamos salir hasta la hora de la cena, eso sÍ, bien
arreglados, duchados, afeitados y encoloniados. A mí, que era casi
barbilampiño, me afeitó Seve por primera vez, y lo hizo con tanto esmero que ya
no me volvió a salir el pelo. Algunos íbamos al baloncesto, donde las «pibas»
se volvían locas por un base de Las Palmas, llamado Mario Naya, que años más
tarde sería compañero nuestro en La Laguna. Por cierto, que la
respuesta habitual de las chicas cuando le dedicabas algún requiebro era: Qué
célebre, el chico, lo cual te dejaba medio mosca, porque sonaba a bacilón.
Ramón Fariña se estableció por su cuenta y se iba todas las tardes al cine,
merced a un pase que al parecer había conseguido en el casino. Se mandaba
hasta dos sesiones seguidas y alguna que otra vez llegó tarde a la cena, con
los ojos en blanco, seguramente por culpa del largometraje. Los ayudantes de
don Chile, Juan Hernández Sánchez y Manolo R. Mesa se dedicaron a divulgar los
adelantos técnicos del Mundial de Brasil y en una de éstas por fuera del
campo, intentaron convencer a un campesino de que en el fútbol moderno, la defensa
de zona ya no se hacía con perro. El pobre hombre casi les suelta el bardino.
Desde el viernes hasta el martes fueron los días grandes de las fiestas de San
Ginés. Se jugaron los dos partidos concertados, con suerte diversa, pues
perdimos uno y ganamos otro. Aceptable balance si tenemos en cuenta que
en la Selección de Lanzarote casi todos los jugadores eran mayores de
dieciocho años, entre los que destacaba Cedrés, que semanas más tarde se
incorporó a la UD. Orotava. Aparte del fútbol se celebraron otras
competiciones deportivas con equipos que venían de Las Palmas, como baloncesto,
atletismo y natación. Entre esta disciplina invitaron a Jesús Domínguez, que
era campeón de España y natural de Los Cristianos (Tenerife). De la mano de
Darío Mesa, estuvimos en el Parque presenciando una exhibición de parrandas
típicas llegadas de varios puntos de la isla, sorprendiéndonos la abundancia de
laúdes y bandurrias y la original entonación de los aires lanzaroteños. Entre
las atracciones de feria, destacaba el Pozo de la Muerte, donde unos
motoristas portugueses giraban en torno a las paredes de un enorme cilindro
metálico, desafiando la ley de la gravedad. Era un espectáculo emocionante y
peligroso a la vez. Francisco Sánchez y yo lo presenciamos acompañando a dos
bellas arrecifeñas, Matilde y Enriqueta, que era la primera vez que aceptaban
una invitación de elementos forasteros; bien es verdad, que ya llevábamos casi
una semana a la rueda de ellas, que por ser chicas bien, tenían bicicleta
propia. El lunes veinticuatro era el día del patrón San Ginés. Pero el santo
no salió a la calle. Le echaron una gran cantidad de fuegos artificiales, pero
el santo ni los vio. Ese día, según una vieja tradición, es cuando el diablo
está suelto; o agarrado, según se mire, porque el diablo, en aquellos tiempos,
representaba los bailes. Y el señor Obispo había dicho que eligieran: el santo
o el diablo. Como el santo salía una sola vez a la calle y bailes habían todos
los días de las fiestas, los «conejeros» hacía tiempo que lo tenían claro. La
actuación fuera de programa que cerró las fiestas, fue la del conjunto «Dos
Islas», compuesto por Manolo Mesa y Gerardo Cabrera un amigote lanzaroteño que
conocimos durante nuestra estadía y que trabajaba, cuando podía, en el Juzgado.
Junto al Puente de las Bolas, casi aclarando el día, se metieron entre pecho y
espalda un duetino de Vivaldi para flauta y clarinete, que hasta las bogas que
cruzaban el puente se pararon para oírlo. Tras el concierto, Cabrera se despojó
de sus ropas y se lanzó al agua. Y de ahí para el trabajo, pues ya pronto
empezaba su jornada laboral. Creo no equivocarme si digo que eran lo mejor de
las fiestas. Tanto en La Democracia como en el Club Torrelavega, se
celebraban unos bailes de rechupete, teniendo en cuenta que en esa época los
bailes establecían la frontera de lo permisible, en lo que a moral se refiere.
Los bailes de La Democracia eran elegantes y refinados, a lo que se
prestaban sus suntuosos salones y su selecta concurrencia. Este año amenizaba
una famosa orquesta de Las Palmas capital, con diez o doce componentes
finamente uniformados y con un repertorio de los más moderno, entre cuyos
títulos recuerdo Serenella y el Telegrama. Cuando me disponía a entrar al
primer baile, mi sorpresa fue que el portero era Del Toro, el árbitro de
fútbol con el que había tenido un encontronazo, al parecer casual, y que me
había chafado un posible gol. Al mirarnos me quedé colorado como un tomate e
intenté dar media vuelta, pero la manaza de aquel hombretón se posó
cariñosamente en mi hombro y me metió para dentro. En la pista de baile
destacaban los que más horas de verbenas tenían: Arzola, Yeyo, José Antonio,
Yanes... pero me sorprendió Domingo, que en la vida civil parecía que no mataba
una mosca y allí era un zafado sacando chicas a bailar. Isidoro, por su
estatura, ya alternaba con las altas esferas, con el respaldo de Domingo
Ortega, central del equipo contrario, que hacía de interlocutor. Entre los
caballeros predominaba el traje totalmente blanco y entre las damas, el
estampado de IIamativos colores. Precisamente, andaba yo ensimismado contando
de abajo a arriba los colores del traje de una hembra de bandera, cuando al
llegar a la cintura, me percato que la mano que la rodeaba era la de don
Chile, a la que o le faltaba un dedo o le faltaba la alianza. Miré para los
lados a ver si me había sorprendido alguien mirando y salí como un tiro para la
barra. Siguieron los bailes y siguió la misma mano rodeando la misma cintura.
Cuando terminaron las fiestas y el asunto ya era un secreto a voces, nos reunió
el entrenador para damos una explicación que nadie había pedido. Se trataba,
dijo, de una cuestión de estrategia, pues la joven era la hermana del
entrenador del equipo contrario y su intención era la de sacarle poquito a poco
las «tácticas», cosa que sabía la dama porque su hermano solía hablar en alto
mientras dormía... Hombre, visto así, estaba más que justificada la
insistencia, porque al fin y al cabo, se ahorraba el trabajo de irse a la cama
con ella, para oír en directo al hermano. Los bailes del Torrelavega eran más
modestos, pero mucho más populares. Con orquestas de menos fuste, pero con
mayor promedio de piezas bailadas. Algo parecido a lo que en Tenerife decía
Marichal, cuando comparaba Los Llanos con el Toscal. Además eran más
prolongados y tenía la cantina más animada. Solíamos encontrarnos con algunos
jugadores del equipo de Lanzarote, con los que charlábamos y tomábamos copas y
además nos presentaban a las chicas. Aunque el local quedaba más retirado del
hotel-escuela, al final casi todos iban a parar allí y regresábamos juntos. Un
gran chasco me llevé en el Torrelavega. Estaba con otros en la cantina cuando
observé a una chica, muy mona por cierto, sentada en una silla, a corta
distancia de un grupito de señoras. Pero la chica no salía a bailar con nadie.
Así que me animé con medio vasito de malvasía y me fui junto a ella. La saludé,
empezamos a dialogar; al poco rato cogí una silla, me senté y dale que te pego.
La chica no paraba de reírse con las bromas, pero en cuanto le pedía bailar; me
decía que no. Así llevábamos un rato hasta que en una de las peticiones, me oyó
la que al parecer era su madre, se levantó de donde estaba con las amigas, vino
hacia mí y me espetó: «Pero hombre de Dios, todavía no se ha dado cuenta de que
la chica es cojita de un pie». Esa noche no esperé a que terminara el baile y
regresé solo.
En la fonda
desayunamos tempranito ese día. Íbamos de gira para el interior de la isla y
nos entregaron a cada uno fruta y un bistec empanado para el almuerzo. Montamos
en una destartalada guagua, en compañía de otros deportistas que habían venido
a las fiestas, entre ellos Jesús Domínguez, el campeón. Nada más salir de
Arrecife, se terminó el piche y empezó una pista de tierra que hacía traquetear
el viejo vehículo y varios prefirieron ir de pie. El polvo se colaba por todas
partes pero la mayoría íbamos más contentos que unas pascuas, pues aquello nos
parecía una diligencia en el lejano Oeste. La parada de Tiagua nos vino al
pelo. Modesto Torréns nos presentó a sus familiares que vivían en un caserón de
alto y bajo, rodeado de viñedos que apenas se veían porque estaban enterrados
en el picón. En la bodega nos invitaron a un par de vasos de vino blanco: el
primero para limpiar el polvo del gaznate y el segundo para paladear el
excelente caldo, aunque de alta graduación. Por si fuera poco, nos regalaron
un garrafón de dieciséis litros, para alegrar la excursión. Reanudamos la
marcha y con el calorcito del vino empezaron las bromas, el confianceo y hasta
le perdimos el respeto al campeón, que también se dejaba querer; contándole una
coplilla adulterada: «Jesús Domínguez, campeón de España, se limpia el cutis,
con una caña». Casi una hora más tarde, pasamos por las Montañas del Fuego pero
sin bajarnos, pues el chófer; que parecía un hombre serio, nos dijo que era muy
peligroso andar por aquellos terrenos, porque de debajo de la tierra salían
unas lenguas de fuego que nos dejarían fritos como chicharros. La siguiente
parada se hizo casi al borde mismo del acantilado, sobre El Golfo. La bajada,
hasta aquella hermosa laguna verde de agua marina, se hacía por un pronunciado
y resbaladizo sendero. Don Chile dispuso que dos hombres de respeto, Reyes
y Leonardo, fueran los porteadores y guardianes del garrafón de vino. Pero
los muy ladinos se quedaron atrás, y de tramo en tramo, se mandaban un buche
para aligerar el peso. Cuando llegamos abajo, se guardaron las viandas y el
vino en una cueva para que no se calentaran. Allí estuvimos un par de horas,
bañándonos por dentro y por fuera. El agua picaba mucho en los ojos por la
concentración de sal y además imponía mucho por la profundidad repentina, por
lo que nos bañamos cerca de la orilla. El campeón hizo una exhibición,
atravesando la laguna de punta a punta, y según Modesto Torréns, que además de
boticario era hombre de puerto, «el confiscado nada como una falúa». Terminado
el almuerzo y con el garrafón tocando fondo, iniciamos la penosa subida hasta
donde estaba la guagua. En el trayecto de regreso paramos en las Salinas de
Janubio y nos sacamos una foto en la que salió todo al revés: el mar parecía el
cielo, la sal era la nieve en la montaña y el molino salió repetido, con las
aspas para abajo. Algo de esto se esperaba, cuando vimos que al fotógrafo lo
subían entre cuatro a la guagua. La llegada al hotel-escuela fue catastrófica.
Unos cantando, otros abrazados y en medio de la algarabía, la llave del cuarto
que no aparecía. Don Chile se fue calentando, mientras que nadie soltaba prenda.
Hasta que pegaron conmigo; siempre pasaba lo mismo, se terminaba abusando de
los más chicos. Menos mal que Leonardo, hombre justo e imparcial salió en mi
defensa y balbuceando un medio inglés-tiagüero descubrió el pastel. Resultó que
Reyes, el discípulo predilecto, que venía «abrumado», por la custodia del vino
y cabreado por no haberle podido escribir a la novia en todo el día, había
cogido la llave, la había metido en un sobre y se disponía a enviársela a la
novia con una simple nota: «Ahí te mando la llave de mi corazón. Haz de mí lo
que quieras». Los dos últimos días los pasamos con mayor soltura de
movimientos, pero amarrando las pocas perras que nos quedaban. Comenzaron los
préstamos, los trapicheos y casi terminamos pidiendo a cuenta de futuros fichajes.
Pasábamos gran parte del día en la playa, que era donde menos se gastaba. Mi
buen amigo Enrique Sánchez, portero rival, me prestó cinco duros y desde
entonces no le he visto más el pelo, ya que al poco tiempo marchó a estudiar a
Cádiz ahí ha quedado esa deuda pendiente. Por su parte, los directivos se
afanaban en recontar el dinero para la liquidación de la cuenta de la fonda,
en conseguir los billetes prometidos para el viaje de regreso y en darnos las
órdenes oportunas para dejar el cuarto en perfecto estado de revista, apilando
las camas y doblando la ropa. Con tanto trasiego y tanta penuria nos olvidamos
de traerle un recuerdo a nuestro presidente don Pedro Toste. Con razón se
lamentaría días más tarde en la tertulia de su barbería: «Fueron a la
Isla de los volcanes, y precisamente, no me trajeron ni fuego para
encender el puro». La comida de despedida en la fonda fue extraordinaria. La
dueña sabía de nuestra predilección por el cordero estofado y nos preparó uno
para chupase los dedos. Además con derecho a repetir y con una botella de vino
por mesa. Tanto ella como el mozo Sevilla, nos habían cogido cariño y seguro
que tardarían mucho tiempo en volver a tener una familia tan numerosa. La
alegría de la prolongada sobremesa se nubló con el rumor de la imposibilidad
de que el encargado de la Comisión de Deportes entregara los billetes
para embarcar. Por lo visto tenían preferencia los deportistas de Las Palmas,
y por si fuera poco, el barco iba hasta los topes de gente que había venido a
las fiestas. Modesto Torréns tomó la decisión de presentamos con los equipajes
en el muelle, para agotar la última posibilidad. Allí, a pie de barco, mantuvo
una acalorada entrevista con el capitán y con el encargado de deportes, al que
amenazó con tirarlo al agua, por su irresponsabilidad. Al final el capitán
cedió y nos habilitó una pequeña salita en la cubierta de proa, donde nos
arreglamos como pudimos, unos en sillones y otros en el suelo de madera con el
bolso como almohada, para pasar la primera noche de la travesía. Al llegar a
Tenerife, este percance ya estaba olvidado, y sólo se hablaba de lo bien que lo
habíamos pasado en Lanzarote. En las siguientes Navidades, muchas postales, con
un solo sello, se cruzaron en el mar que nos separa, portando sentimientos de
cariño y amistad que aún perduran. Antes de regresar a nuestras casas, don
Chile nos hizo una última advertencia: al referimos al viaje a Lanzarote,
deberíamos hablar exclusivamente de los partidos, pero sin mencionar para
nada La Democracia y menos aún lo que se gestó dentro de ella. Es por
ello que nuestro silencio, como en cualquier régimen que se precie, ha durado
más de cuarenta años. Hoy, viernes once de febrero del año dos mil, festividad
de Nuestra Señora de Lourdes, patrona de rotos y descosidos, verá la luz de la
imprenta, si la censura familiar no lo impide…”
El amigo desde la infancia de la calle del Calvario de la Villa de La
Orotava; FRANCISCO JAVIER SÁNCHEZ GARCÍA remitió entonces (09/12/2013) estas
notas: “…Volver atrás
recordando las batallitas juveniles, normalmente lo hacemos para encontrarnos
con la juventud que ya vivimos, y tratar de tomar de ella algo de su optimismo
para seguir adelante. Pero hoy. Intencionadamente retrocedemos a los años
1955-1959, para hacer público el agradecimiento de unos amigos deportistas a
CHILE. A un hombre, que, por su singular carácter y notable personalidad, nos
supo inculcar; a través de su Juvenil Plus Ultra, unas enseñanzas deportivas y
humanas Ilenas de optimismo y amistad, que nos permitieron afrontar con éxito
las competiciones deportivas, y nos han ayudado después, a capear; con la
mejor suerte, las ideas humanas que nos han seguido viniendo. Nos basta con un
examen detenido de las fotos y crónicas del Juvenil Plus Ultra que nos han
recopilado con acierto y cariño, Reyes y su hijo, para comprender que aquella
etapa fue única. Se nos ve todos con caras de felicidad y responsabilidad. Se
nos lee competencia y espíritu deportivo. Todas las virtudes que CHILE nos
supo implantar con eficacia y facilidad, porque de él manaban con toda
naturalidad, y nos resulta cómodo y sencillo recogerlas y captarlas. Ángel
García, en un ejercicio deslumbrante de memoria, nos hace presente, en diez
espléndidos capítulos, el broche de oro y despedida del Juvenil Plus Ultra: el
viaje a Lanzarote en Agosto de 1959 para participar en su Trofeo San Ginés. Su
narración, con un estilo literario excelente y ameno, abrillanta el recuerdo
del Juvenil Plus Ultra, para dejar prueba del compañerismo, amistad y
entendimiento que hoy aún seguimos manteniendo sus componentes, directivos o
jugadores. Con estos detalles retrospectivos a los que se ha sumado mi hermano
el ex eurodiputado Isidoro con sus vivencias particulares juveniles, hemos
logrado atraer también a los amigos que se nos fueron demasiado temprano, para
decirte simplemente, en armonía y en equipo, GRACIAS CHILE, por habernos concedido
el privilegio de formar parte de tu JUVENIL PLUS ULTRA, Y por el espíritu
deportivo que nos enseñaste…”
El amigo desde la infancia de la calle El Calvario de la Villa de La
Orotava; ISIDORO SÁNCHEZ GARCÍA, remitió entonces (09/12/2013) estas notas que
tituló “LOS CHICOS DEL PLUS ULTRA”: “…que la sociedad civil, en general, gusta de organizarse alrededor del
deporte, en el caso de La Orotava, allá por los finales de la década de
los años 50, un grupo de entusiastas villeros decidieron crear un equipo de
fútbol, al frente, un peluquero singular, don Pedro Toste. En su staff, en el
cogollo de la Junta Directiva, personajes como don José Bravo, don Modesto
Torréns, don Gaspar Álvarez, don Hugo Machado, don Manuel Rodríguez Mesa, don
Juan Hernández Sánchez y don José Hernández Fariña. Algunos de ellos ya no nos
acompañan. Le pusieron de nombre Plus Ultra, con el objetivo de militar en la
categoría de Juveniles. Quizás el recuerdo de las columnas de Hércules les
animó a dar este nombre al Club aunque es justo reconocer que ya existía una
compañía de seguros de igual titularidad. Lo cierto es que en la temporada
1956-1957, precisamente, saltamos a los campos de fútbol de la isla, con una
vestimenta normal: camisa blanca y pantalón azul, así de sencillo. Pero claro,
este equipo tenía que tener lógicamente un entrenador, pero no podía ser
cualquiera, tenía que ser peculiar, tenía que ser Chile, el seudónimo de
Nazario Hernández García. Era hijo de don Lorenzo Castro, el de la imprenta y
hermano de un amigo de la infancia, Francisco, a quien le expliqué durante
algunos veranos las matemáticas que nos había enseñado don Leovigildo, y que
con el paso de los años nos encontramos en el mundo del montañismo y de la casa
de Rómulo Betancourt, en el barrio del Farrobo. Pero volviendo a Chile, a
Nazario, hemos de decir que será y sigue siendo un personaje singular,
enamorado de su imprenta y de doña Lourdes, gustaba de enseñar la estrategia,
la logística y la estética del fútbol, a unos muchachos, a los que luego
serían los chicos del Plus Ultra. Por eso no se me olvida la táctica del 3-3-4
que siempre utilizó en las tres temporadas de aquel inolvidable Plus Ultra que
tanto significó para el fútbol de la Villa, del Valle y de la Isla.
Sin olvidar nuestra proyección archipielágica con motivo de nuestra visita a
las calurosas fiestas de San Ginés, en Lanzarote, con el Torrelavega de fondo.
Como tampoco la estrategia peripatética de don Nazario por la carretera de Las
Cañadas, antes de los partidos decisivos, que nos hacía reflexionar de la
importancia de la autoestima en los jugadores de fútbol. Ahora que acabo de
regresar de Chile, de la Isla de Pascua, que no del entrenador; me
viene a la memoria algunas anécdotas relacionadas con el equipo: en primer
lugar la goleada (12 a O) que nos metió el Atlético Tinerfeño en el Estadio
Heliodoro, antes de un partido oficial del Tenerife, y en el que tuve la
oportunidad de estrenarme como jugador juvenil. El portero nuestro era Rafael,
que después fue guardia civil, el entrenador del Tenerife era Lozano, el que
fuera defensa del Atlético Madrid. Se quedó impresionado de mi aspecto físico y
de mi edad haciéndome un reconocimiento y examen pero vieron que mi físico no
se correspondía con mi calidad técnica. Otros recuerdos agradables fueron los
partidos que jugábamos con el Once Piratas al que casi siempre le ganábamos.
Histórico el partido que jugamos en el Peñón en el que Alfonso Rivero le metió
un gol en el último minuto, con gran desesperación de Roberto Hernández Illada,
a la sazón presidente del club portuense. Del trofeo San Ginés de Lanzarote, recuerdo
anécdotas vivas y calurosas así como mañaneras, donde el fuerte calor nos
obligaba a entrenar a las 6 de la mañana después de unas noches muy animadas,
hasta salimos en el «Canarias Semanal» de don Isaac Cabrera. Actuaba como
periodista el compañero de colegio Justo Expósito. Las vivencias en la isla
conejera fueron de película, los bailes conejeros, la vendimia en Tiagua con la
familia de Modesto Torréns, la excursión al Golfo, la gira por los Jameos del
Agua a ver los cangrejos blancos y ciegos, fueron inolvidables. A los amigos
Reyes y Leonardo le gustaba llevar el garrafón de vino blanco de Tiagua.
Tampoco será fácil olvidar el partido de entrenamiento que jugamos contra el
Orotava de Hernández Coronado, cuando llegamos a empatarle al que fuera campeón
de la Liga Inter.-regional en el estadio Los Cuartos. Perdíamos 1-4, en el
primer tiempo, pero la mano de Chile se notó tras el descanso y le empatamos
4-4 con gran calentura del entrenador orotavense que mandó suspender el
encuentro. Era cronista deportivo el profesor Pedro Rodríguez Prieto, que nos
daba a algunos de nosotros clase de física en los salesianos. Como tampoco será
fácil de olvidar el partido de la Manzanilla contra el Estrella,
cuando se produjo la famosa tangana, donde Graciano Hernández Sánchez encontró
un reloj en el césped lagunero e Isidro Hernández enseñó el «filo» de una
navaja. Y eso que no había sido declarado partido de alto riesgo. No quisiera
terminar sin recordar a algunos compañeros ya desaparecidos como el medio izquierdo,
Chucho Ruiz, y el extremo derecho Arzola. En la misma época surgía también el
Iberia de la mano de don Chano y de directivos vehementes como Toribio
Quintero. Así Francisco y Angelito se pudieron incorporar a los chicos del Plus
Ultra y disfrutar del juego colectivo preciosista que practicábamos, cada uno a
su manera, de la mano de Nazario Hernández, alias Chile, a quien se le rinde
homenaje sincero y reconocido por su labor deportiva como técnico excepcional
en la historia del fútbol de la Villa, en unos momentos no muy fáciles
para la práctica del deporte. De todas maneras, precisamente, muchos de
nosotros podemos disfrutar hoy día recordando aquellas magníficas lecciones
futbolísticas que nos impartiera el amigo Chile, en un club que en mi opinión
un momento álgido de la historia de La Orotava y que sirvió de
ejemplo en la política deportiva a seguir con la cantera local. Gracias Chile
por tu «sapiencia» y tus enseñanzas y también por la generosidad y entrega de
los dirigentes de entonces entre los que destacaría también a mi primo Juan
Hernández Sánchez, por haberme descubierto como defensa central, en unos
momentos en que Chile se ausentó de la villa por culpa de su luna de miel.
Gracias a Ángel García por los goles que pude marcar de cabeza en los corners
que sacaba magistralmente. También a Tomás García por dejarme jugar de central,
ya todos unos fuertes abrazos desde la Europa Comunitaria por haberme
permitido disfrutar tres años de mi vida jugando al fútbol con todos ustedes en
las filas del Plus Ultra, precisamente con Chile como entrenador….”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
Buenas tardes seria posible conseguir foto del escudo del juvenil plus ultra siento las molestias saludos ...Sergio Hdz
ResponderEliminarEMOCIONANTE Y COINVOLGENTE ESTE INCREÍBLE RECUERDO DEL EQUIPO DE FÚTBOL JUVENIL PLUS ULTRA.
ResponderEliminarGRACIAS POR ESTAS PERLAS DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA QUE PERMITEN CONOCER EN DETALLE LA VIDA DEPORTIVA DE ESTE EQUIPO INOLVIDABLE.
enzo cutini ungaro