Alocución leída en el homenaje que le atribuyeron sus históricos
vecinos en un restaurante de la Orotava, el día 3 de febrero del año 1996, por
motivos de sus 90 años. Falleció diez años después a los 100 años en el 2006.
Querida Doña Águeda, su memorando es muy admirable, si es que
concuerda con la honradez de sus noventa años; pero, por lo contrario, si se
aleja de ellos, porque cuanto más cumplas se hace más espléndido el revivir de
todos nosotros. Es preciso reconocer, ante todo, si deberíamos hacer lo que
usted se mereces o si no deberemos; porque no es de ahora, ya lo sabes, el
hábito de prevalecer en una porción de la ya histórica calle orotavense El
Calvario (Calle El Calvario, calle de referencias históricas, su calificativo
según Tomás Méndez Pérez le viene del añejo Calvario que los franciscanos construyeron
en 1669, en ámbito de la dehesa comunal, cedido por Data del Cabildo a la Orden Tercera
Franciscana. En antaño era la primordial vía de entrada a la Villa, puesto que en El
Calvario terminaba el camino Real, que comunicaba a La Orotava con la Laguna y Santa Cruz,
comenzó a denominarse así siendo Alcalde Mayor el licenciado Don Francisco
Espinosa y León), tradición que tengo de sólo ceder por razones que me parecen
justa, después de haberla reconocido detenidamente. Aunque algunas me sean
discrepantes, no puedo abandonar las máximas de que siempre he hecho en nacer,
jugar y vivir en el segmento intermedio de nuestra querida calle; ellas me
parecen siempre las mismas, y las mismas las honro de igual forma que antes.
Amigas, amigos, ex-vecinas, ex-vecinos; yo no voy a comenzar con
aquella frase tan sabida de que “no soy el mas indicado para hablar en este
momento”, porque me creo, si no el más, si uno de los más indicados. Estoy
desde la lejana infancia y adolescencia, oyendo nombrar a esta señora, hoy
abuela, expectante bisabuela, alrededor de la cual hoy nos sentamos para que
sepa que estamos cerca de ella. La infancia y adolescencia son edades
maravillosas, y están hechas de cosas vagas e inconcretas, y cuando la
contagian paisajes hermosos y madres sensibles y buenas, cobra una fuerza con
la que más tarde caminará más segura. Con la infancia y adolescencia de muchos
ha tenido que ver esta querida madre del antiguo camino de El Calvario villero,
porque según testimonios de mis hermanas mayores, en la azotea de su casa se
apiñaban jóvenes inquietas a “desfaginar” el millo; Carmita Trujillo,
Carmenlola Galloway, María y Cita, Maruchi y María Candelaria Castro, Carmen y
Josefina Álvarez, sus hijas Ana, Ninina y Chicha. Acompañándoles unos muchachos
algo traviesos; Francisco Castro, Juan Carlos Arencibia, Tito Galloway, Tino y
Pepe Santos, y su hijo Pepito. Y en la mansión del balcón medio gótico de la
acera enfrente, el impertinente Máximo “Castro” organizaba su Semana Santa, con
una auténtica exposición de Pasos Procesionales en el cuarto que llamaban el
“del papel”, por ser donde su querido padre Lorenzo Hernández Castro depositaba
los pliegos de su imprenta. Semana Santa esplendorosa, porque la sala “del
papel”, tenía unas estanterías con anfiteatro y escalera para su acceso.
Celebrando en ese noble lugar la entrada del Cristo de La Columna del Sevillano
Pedro Roldan a la encantadora plaza de nuestro Ayuntamiento, o el encuentro de
la plaza del Teatro con el Nazareno de Santo Domingo que formalizaban en el
patio de dicha casa. Esto si que fue una verdadera joya de arte, porque Máximo
hacia de “su” Semana Santa un resplandor disfrazado con mantillas, peinetas y
velas incluidas, sólo le faltaba la banda de música del maestro Berenguer, que
casi no la tiene gratis, para culminar su verdadera diversión, porque la
magnanimidad de toda esta recreación aniñada daba la vuelta a la manzana de
vuestra calle El Calvario. Si usted no me das argumentos más dinámicos, debe de
persuadirse de que yo tengo muchos, aunque muchos de los que estamos aquí
tienen los suyos. Pero ¿cómo verificaremos esta reminiscencia de manera feraz? Recordando quizá nuestras
antiguas rutinas, conociendo una rectitud testimonial: que mi querido padre
Juan fue su padrino de Boda, en el altar del Señor Preso del templo parroquial
y Matriz de Nuestra Señora de la Concepción villera, boda madrugadora celebrada
silenciosamente a las ocho de la mañana.
Amigas, Amigos; yo sé que Doña Águeda, sencillamente la madre
Águeda, la abuela Águeda, ha vivido una vida de grato y dulce recelo: de grato
y dulce recelo espiritual. Pudo tomar de las adolescencias que tan cerca tuvo,
la expansiva alegría que le es propia, y dio a esas infancias y adolescencias
tan necesarias de ilusión en el destino, un contenido de belleza y también de
ilusión. Yo no quisiera que esta fuese solamente una reflexión mía, sino que me
gustaría ser el intérprete de otras reflexiones iguales, porque así es como las
palabras tienen sentido. Por eso quisiera que bajo ese aspecto de misión
delicada y generosa viéramos a esta señora, porque esas misiones no son
fáciles, y cuando de veras son puras, dan, en vez de posesiones,
entretenimiento y alegría. Para vivir hay que ser y sentirse alegre como
aconsejaba el filosofo Ortega y Gasset, que es una alegre manera de aconsejar
la bondad. De si ha habido razón para decir que hay aquí ciertas opiniones que
debemos respetar. Puedo decir aquí, que, con Doña Águeda convivió una
mujer asistencial, auténtica menestral,
benévola, de gratos recuerdos para todos nosotros “Mercedes Arocha”, !mandados
para arriba¡, !el cargar del agua para abajo¡ !y no sé que más¡. Reitero...., !una auténtica peregrina del llevar, del
traer, del acompañar, del alegrar, y sobre todo del descubrir la complacencia a
las jóvenes moradoras del lugar¡ Doña Águeda, deseo, pues, reconocer aquí
contigo, el enredo singular de los entonces niños “majaderos”; un servidor,
Carmelito Santos y Miguelito Santos, de repente he descubierto que, fue un
juego infantil al aire libre, en mucha ocasiones saltando los muros, patios,
huertos y tejados de nuestras casas colindantes, no siendo en el fondo más que
una necesidad, un juego de niños con mentalidad de proeza. Deseo, pues, volver
a examinar aquí, contigo, a mis cuarenta y cinco años(la mitad de los tuyos),
si este principio era maravilloso, ya que siento un recuerdo inquietante de tu
hermano Pepe, “Pepe el de Kiosco”, - que casi me manda un tablazo con una viga,
asentada en su patio para arreglar el interior de la casa de Maruca y Aurora -,
por observarlo desde mi azotea, no recuerdo si me acompañaba Carmelito o mi
primo Enrique(Quique), cuando se afeitaba en el patio a través de un pequeño
espejo. O el recuerdo verídico del decir “sin novedad en el frente”, cuando le
preguntaba a tu marido también con el apelativo de Pepe, por el arreglo del
frontil de tu casa (casi no se acaba), y la introducción hacia el interior de
aquella polémica escalera que salía hacía la calle. Es cierto, si yo no me
engaño, que entre las opiniones de los que estamos aquí con usted las hay con
dignas de la más alta estimación. Aquella calle, digo aquella, porque ahora no
se parece en nada, creo que le parece esto bien dicho. Porque, según aquellas
gloriosas apariencias humanas, que formalizaban el cercenar de la calle; y que
le voy a evocar, a propósito, y para su reivindicar, que enfrente de su casa se
atinaba: el Bazar de Doña Chana, la familia Luque, las Canarias con el cántico
de Luisa bajo la atenta mirada de Juana y Pino. Doña Sole y “su” Maximino en
sus sillones por fuera de la puerta errabundos esperando por Covadonga “La Palmita”, la rígida y
excelsa Doña Margarita, la botica de Don Pompeyo Martínez Barona después
Joyería de Gabriel Llano, el bazar y la imprenta de la familia Castro con el
humor chillón de Angelita, el sosiego de Mamalola en su balcón y el recuerdo de
Mamamina, debajo la oficina del Agua Norte, así como el bullicio de Lala y
Carmilla muchachas de la Casa
de Don Pedro y Doña Ciriaca Fuentes. Por arriba el bucólico carrito de Aurora y
su anciano padre ex - guardia civil donde adquiríamos los chicles Bazooka a
perra cortados a mano con una navaja, el inquietante Bar - Restaurante de la familia Fariña, el bazar de Doña María
Jesús, la barbería de Manolo Toste que después fue churrería de Manolo el
“ochenta y ocho” el del Circo, La
Campana y la adquisición de monumentales zapatos para las
celebraciones, el bazar primero de la vieja Armenia y después de Don Antonio
Gutiérrez, Las Afortunadas morada de las tachas grandes y pequeñas para hacer
los gallineros. Por abajo María Cruz atenta a su establecimiento y Leonor con
su huerto al miramiento de Doña Magdalena.
Siguiéndole tu inolvidables hermanas Maruca y Aurora casi
siempre reunidas con Lala y Fela Álvarez Oramas y Magdalena García, mi madre
María y mi tía Consuelo (Tata para todos), Doña Lola la de Vicente Lucas
leyendo en la ventana las noticias de la prensa con el periódico invertido, al
parecer las oía por la radio ( por cierto ya tiene noventa y cuatro años hay
que felicitarla directamente si está con nosotros y si no, que se le envíe un
gran recuerdo cariñosamente a su destino, y que no se enfade con Loly y Flory),
Doña Edelmira, su anciana madre María y su tertulia en la ventana con Dª.
Concha, esposa de Sandalio, Dª. Mercedes, esposa del Dr. Buenaventura Machado,
sus sobrinas Rosalba, Genoveva y Antoñita(Linares), su hermana Enriqueta y las
alborozadas Cristina y África, los Arencibias y su mansión misteriosa que se
debió conservar (retaguardia de Andrea llamando por Fela y su hermano Tono o
por los hermanos Pepe y Carlos, que se criaron allí), la casa de las viejas
misteriosas que capitaneaba Manuel donde se asentaba el pánico, Doña Mercedes
Buenafuentes con su grandioso patio de perros, gatos y algún otro roedor, La
tapicería de Pepe Hernández Quevedo, Doña Manola de Fariña velando por Beba y
Manolito, Los Suministros de mi padre Juan, Isabel la de Santiago el camionero,
y Aniceto el de las macetas esposo de María cocinera de los Arencibia. Todo
esto no le hace usted variar su felicidad; píenselo, pues, bien. Con razón
hemos sentado que es preciso estimar las opiniones de todos los que estamos
aquí con usted, y que no de todos indistintamente, sino de muchos. ¿Que dices a
esto? ¿No le parece indudable? Aquí he sentado este principio; Porque es
también recuerdo, una noche honesta, aquella rubia coche de color gris
propiedad de su marido Pepe !olvidó poner el freno de mano¡y la rubia se fue
sola por aquella calle abajo, chocando con el primer árbol del Llano, no pasó
nada embarazoso, quedando el coche empotrado en el arbusto. Esa noche de
tinieblas, estrellas y Luna llena nos reunimos todos en pijama alrededor del percance
para luego remolcar la furgoneta a su punto terminante. Pero no sólo su marido
Pepe sufrió este contratiempo, porque el espíritu aventurero de Juan José
Arencibia (tacorontero hasta la médula) pidió “prestado” a su marido, su coche,
y en su huida, lo “depositó” sobre el gallinero de Doña Mercedes. Estoy seguro
que no desorbito las cosas y quisiera que todos las vieran como yo las veo.
Puedo hablar de ello por varias razones: porque estuve cerca de aquella
mansión, sin darme cuenta entonces; porque aprendí mucho de usted y de las
madres del lugar, que tuvieron la gentileza por divisa y la bondad y sencillez
por norma, y porque mi infancia y adolescencia recibió el generoso y alegre
impacto de ellas. Permíteme que por un momento hable de cosas personales, pero
tomadas como apoyo y razón para lo que con ello quiero expresar. Porque en su
venta se congregaban los amores y muchos secretos de la época, los novios, los
casamientos y otros muchos misterios. Recuerdo una gran concentración de la
pandilla de chicas y chicos de aquella gentil venta, para realizar una
expedición a pie por la cumbre de Izaña a Candelaria, dirigida por el amigo
Francisco Castro. Las clases de ingles para las chicas, que tenían como
profesor a Domingo Antonio Méndez, primero la impartían en la biblioteca de mi
padre y después por mis ruindades, se trasladaron al comedor de las vecinas
Maruca y Aurora. Las magistrales veladas que organizaba su hija Chicha con
nosotros en el zaguán de mi casa, que hacía de mago con auténtica adivinaciones.
Los madrugones de las muchachas para ir a misa de Luz a San Juan, así como las
prisas para presenciar las novenas de la Milagrosa en Santo Domingo, o el acechar de las
bodas ilustres y aristocráticas de La Concepción, huyendo de Don Manuel Díaz Llano, El
disfrute del circo Cubati en Franchi Alfaro, la preparación de los trajes de
magos para participar en el cuadro infantil de Don Gustavo Dorta, mejor que
mejor, el auténtico saque de honor de su querida Carmen (Ninina) como brillante
madrina de aquel potente equipo de fútbol juvenil a olor de campeones, “El Plus
Ultra” de Nazario Castro(Chile). Ninina tuvo muchos compromisos pero al final
se queda con el perspicaz de Don Paco, o la rivalidad de los equipos de fútbol
de La Orotava
y el Puerto, con un protagonista demasiado sedicioso “Soriano” que después
pedía la mano de su hija Ana María.
Entonces yo no sabía lo que la calle de El Calvario en ese
encogimiento había sido como esencia histórica y humana, gracias a eso tuvo
para mí el valor de principio. Uno es,
sin saberlo, descubridor de mundos, aunque uno de esos mundos se oculte en un
Valle que tiene su cosmogonía y su canción de paraíso. Yo descubría todo eso de
un modo repentino, con asombro y sorpresa. Acaso en soledad, en triste soledad,
porque los hados también disponen de la soledad del hombre. Porque cuando
aparecía en mi casa Carmen la pescadora del Puerto a traer el sabroso pescado
fresco a mi padre Juan, yo me desconsolaba por el Atún de lata, que me gustaba
más por la antipatía a las espinas, casi siempre iba a tu venta a por el fiado de Ana María, le pedía el
sabroso solomillo de atún en lata, le decía que me lo apuntara, yo a precisar
de mi infancia, no sé quien lo pagaba, si mis padres o los duendes de aquella
calle. Recuerdo el sabor de aquellos mantecados que tenían una almendra en la
médula, valían una peseta de las rubias, además era encantador la obtención de
media peseta en aceitunas de tus auténticas barricas. Ese era el contorno, el
vasto contorno, porque la calle, es decir, la calle de El Calvario de la mitad
arriba, desdoblaba mesuradamente su vivir ordenado y recóndito, atenta más a
sus hondos latidos que a su desperezo vital, sujeta, esclava, sumisa, pendiente
de aquel orden y de aquella mesura, tocada por un señorío arcaico y armónico.
El grupo de su señorío no formaba una congregación ni ninguna sociedad o
comunidad, pero si unos nombres que te detallo a continuación; Don Germán (El
Alemán), Don Emilio Luque (El Topógrafo), Don Pepe Fariña, Don Manuel
Hernández, Don Antonio Gutiérrez, Don Felipe González, su esposo Don Pepe
Pérez, Don Maximino Álvarez(Empleado Civil del Observatorio de Izaña que en sus
desplazamientos oficiales a Santa Cruz, utilizaba el coche oficial como “Pirata
de taxi” invirtiendo en el trayecto, Orotava - Santa Cruz, casi tres horas),
Don Antonio Santos(Platero), Don Vicente Santos(Chófer), Don Pepe Pérez (Pepe
el del Kiosco), Don Juan Álvarez Díaz (el de la gasolina), Don Lorenzo
Hernández Castro (Impresor), Don Vicente Delgado(Lucas), Don Jorge Linares, Don
Pedro Fuentes, Don Pepe Arencibia, Don Rafael Arencibia, Don Leopoldo de la Fuentes(Militar), Don
Manuel Fariña, Don Santiago Oramas(Camionero), y Don Aniceto(Albañil, no
recuerdo sus apellidos). Este es también otro descubrimiento. Solo más tarde se
vio la perfecta conjugación entre médula y envoltura, entre cuerpo y atmósfera,
entre cuerpo y latido, pero hasta tanto eso se supo, se había hecho el
descubrimiento de esas madres, de esta madre. Porque se permitía la imprudencia
de mi niñez, y la de mis recordados colegas; Carmelito y Miguelito, pues de
tantas travesuras le rompíamos los bajantes de los desagües a Maruca y Aurora,
jugando al fútbol en la acera casi perpendicular a mi casa. Y esto, repito, es
la reminiscencia de una madre que era un producto de aquel aire y de aquella
mesura, de aquel señorío venerable y agradable. Y distinguí tanto a esta mujer
que cumple noventa años, aunque ella no lo supiera, sencillamente porque
acababa de darle sentido a mi descubrimiento. Hoy puedo decir que Doña Águeda es
un puro producto orotavense, y por eso mismo estamos aquí, porque nos hemos
dado cuenta a la hora en que estas cosas se hacen evidentes: cuando el tiempo
dice su verdad. Nuestra Águeda cumplía con la misión de ir jalonando la vida y
andadura de la calle de El Calvario y de ir animando toda esta descripción con
su presencia alegre y generosa.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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