Esta simpática y extraordinaria fotografía, corresponde a aquella playa de
Los Cristianos de la década de los años sesenta del siglo XX. La que
visitábamos y disfrutábamos de sus baños tranquilo, de su territorio celestial,
del buen pescado. Una playa que fue lugar de descanso de la naturaleza, de la
tranquilidad, de lo honestidad y que hoy está convertida en un hecatombe
absoluto de hierros y cemento. Aquello fue un romance que nuestras generaciones
estudiábamos en el bachillerato y recitábamos con nuestras pandillas sobre la
arena amarilla y el romper de las pequeñas olas marina en una playa que era grande
de corazón y de la vida.
Lo que éramos del norte, siempre soñábamos en ella, la que visitábamos por
la carretera de Vilaflor a través de Las Cañadas, y tantas curvas para llegar
por aquellos viejos camino, los de la capital a través de la larga y pesada
carretera del sur tinerfeño.
Siempre que íbamos, pensábamos que llegábamos a un paraíso de la esperanza
y de la fraternidad.
Este espectáculo que vemos en la foto, de una señora con el PEZ GRANDE, era
habitual cuando visitábamos la lejana Playa de Los Cristianos, se trata de un
buen atún blanco capturado por sus habitantes que conformaban un pequeño pueblo
de pescadores y tomateros, en aquellas inmensas aguas marinas cristalinas y
tranquilas.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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