miércoles, 26 de abril de 2017

“BAJO TU MANTO, MADRE”




Mi prima de la Villa de La Orotava; MARÍA DEL PILAR MARTÍN ÁLVAREZ, remitió entonces (24 de abril de 2017), El Pregón a María Auxiliadora 2017, que leyó en el salón de acto del Colegio de San Isidro de la Villa de La Orotava, repleto de público y que tituló; “BAJO TU MANTO, MADRE”: “…Buenas noches. En primer lugar quiero dar las gracias a todos los que estáis hoy aquí, en especial a mis padres, a mi hermano, a Don Abel, a las personas que me han dado su opinión sobre muchas cosas de las que voy a hablar y a todas esas personas que han estado apoyándome todo este año para escribir estas páginas. Entre esas personas, quiero darle las gracias a varias en especial, a Olga que hoy no puede estar aquí, a Sergio, a Alba, a Laura, a Ángela, a Victoria, a Jonás, a Gabriela, a David, a Tania y a esas grandísimas personas que han representado esa pequeña obra en la que hemos podido ver como Don Bosco conocía a nuestra madre, María y como empezaba toda esa gran obra y a las que luego vamos a oír cantar una canción que a mí me hace mucho plantearme la vida de María.
Muchas son las ideas que han pasado estos 12 meses por mi cabeza para decir un día como hoy, y ha sido de la forma menos esperada en la que he decidido por fin de qué exactamente iba a hablar y como lo iba a hacer.
Hace menos de un mes nos dejó una persona que era una segunda abuela para mí y para mi hermano, una persona de la que se puede aprender muchos valores y una persona que confiaba mucho en María Auxiliadora, por eso quiero dedicarle especialmente este pregón a ella, a nuestra querida tía abuela, María Concepción, o como a nosotros nos gustaba llamarla, Chochona. También, quiero dedicárselo a todas esas personas que han marcado mi corazón y que han tenido que marcharse con Dios al cielo, a Don Paco, a mi bisabuela Agustina, a mi tia Lala, a mi tío Jesús, a mi tía Charo… Estoy segura de que hoy, están todos a tu lado, María.
Quiero empezar este pregón al igual que ha empezado mi querida amiga Victoria, presentando, pero no a mí, yo no quiero ser la protagonista de esta noche, sino a ella, a María, a la verdadera protagonista de esta noche, ella, nuestra madre, nuestro auxilio y nuestro apoyo, el apoyo de Jesús en la cruz, esa madre con un amor incondicional, un amor incansable y una fe sin límites.
Sé que puede ser un poco absurdo ponerme aquí delante de ustedes a hablar de María, todos la conocemos, pero yo quiero presentaros a María desde mi vida, desde mi corazón, quiero presentar a la maria que hay en mí, la que lleva ahí mis casi 17 años de vida y la que hoy habla por mí.
María, una chica de unos 13 - 14 años, una muchacha que podría haber tenido una vida tranquila, al lado de su esposo, José, una muchacha que podría haber tenido una familia y vivir en su pequeño lugar sin ningún tipo de problema pero sin embargo, un día se le aparece un ángel y le dice que Dios ha elegido que sea la madre de su hijo, la madre de ese chico que iba a morir por salvar al mundo, ese niño que le iba a traer tantos y tantos disgustos y ella, en vez de negarse y seguir con su vida, decidió decir SI, ese sí firme y rotundo de María, ese sí que todo lo puede, ese sí que cambió la historia de la humanidad, un simple sí. Me imagino el miedo que tendría que estar pasando esa pobre muchacha tan joven, con un niño en su vientre, con pocos recursos, con la mentalidad de esa época y con todos los problemas que eso iba a traer… me imagino a una chica triste y a la vez alegre, a una chica llena de temor y a la vez de amor… en nueve meses iba a nacer el que sería el salvador del mundo, el mesías, su hijo…
Y ahora le tocaba enfrentarse a un marido posiblemente celoso, a unos padres que renieguen de ella… pero sin embargo Dios siempre estuvo con ella, su hijo estaba creciendo en su vientre.
Y llega el momento de traer al mundo a ese niño tan esperado, y encima en un lugar muy pobre.
¿Os imagináis traer a tu hijo al mundo en un viejo establo lleno de paja y tener que recostarlo en un pobre pesebre? Y encima sabiendo que ese era el hijo de Dios, no tuvo que ser nada fácil pero ella nunca se rindió, la voluntad de Dios era que su único hijo naciera pobre, en lo más bajo de la raza humana, en un pobre pesebre de un viejo establo.
Otra cualidad que tuvo María fue el coraje y la valentía, no solo para traer al mundo a este niño sino para salvarlo de tantas y tantas cosas.
Posiblemente si no hubiera sido por María, la historia no hubiera sido así y hoy no estaríamos aquí hablando de ella, si ella no hubiera salvado a Jesús, por ejemplo, de ser asesinado por los romanos cuando era un bebé posiblemente nada hubiera sido lo mismo, María hubiera quedado como una mujer más de la época, otra joven más.
Sin embargo, ella nunca perdió la esperanza, nunca perdió la valentía y la fuerza, nunca perdió esa alegría que la caracterizó hasta los últimos días y sobre todo nunca dejó de amar.
Y aquí viene otra gran característica de María y para mí la que más valor tiene, el amor, el amor incondicional hacia todos, el amor hacia Dios y hacia nosotros, yo quiero creer que ella pensó en algún momento que hoy nosotros estaríamos hablando de ella, que ella pensó el gran cambio que se estaba produciendo gracias a su disponibilidad y a su sí.
Amor incondicional Que palabra tan grande, María y Jesús son dos grandes ejemplos de ello, pero fue ella quien le
enseñó a su hijo lo que era amar, que había que amar a todos sin fronteras, sin razas, sin peros, sin condición, sin miedo, sin un porqué, amar es lo que importa, amar y amar de verdad, de corazón, amar desde Dios, con Dios y por Dios. Recordemos, pues, ese momento en las bodas de Caná, una persona cualquiera hubiera pasado del tema, es problema de los novios que el vino se acabe, pero no, ella, con su entrega de amor plena, fue a llamar a su hijo para ayudar a esos pobres novios que no tenían que darle a sus invitados.
María amó tanto, que amó hasta en los pies de la cruz, viendo como su hijo era asesinado por unos hombres, delante de ella misma, como era azotado, sentenciado a muerte y como tuvo que cargar su cruz hasta esa montaña donde iba a morir, donde iba a volver con su padre, después de todo, sufrir junto a su hijo ese calvario… María tendría muchísimo miedo, ella era la madre, ella había dicho que sí…y ahora, sin más, se lo estaban arrancando de su vida…
Yo creo que ninguno de los que estamos hoy aquí podría verse en esa situación, ver como maltratan a tu hijo, como lo insultan, como lo clavan a una cruz, como lo hacen sufrir, como muere y como después de muerto le atraviesan una lanza por el costado… tiene que ser horrible…
Pero aun así, ella amó, amó y sigue amándonos a todos nosotros. Muchos de los que estamos aquí hoy presentes tenemos la gran suerte de conocer a María dentro del mundo Salesiano, a la madre protectora que Don Bosco eligió para nosotros, a María AUXILIADORA.
Y hoy me quiero quedar especialmente con una frase que dijo Don Bosco y es que cuando un chico entra por primera vez a una casa Salesiana, María Auxiliadora lo cubre con su manto y nunca lo suelta… y es verdad, o al menos yo siento que es verdad, siempre que he necesitado su apoyo, ella está ahí, siempre que he necesitado alguien a quien contarle lo que me pasa está ahí, solo necesito buscarla en el fondo de mi corazón, ahí donde muchas veces nos olvidamos de buscar…
Yo quiero pensar, bueno mejor dicho, yo sé que ella estuvo ahí cuando me operaron de apendicitis, sé que ella estuvo ahí para que no me pasara nada, para que todo saliera bien, que ella está ahí presente en toda la enfermedad y el sufrimiento que hoy en día estamos cargando mi familia y yo con mis abuelos, ella es la que nos levanta de todas esas bajadas, y sé que si no fuera por ella mi abuelo ahora mismo no estaría aquí, posiblemente se habría ido hace varias semanas…
Confiad en María Auxiliadora y veréis lo que son milagros. Don Bosco…, tenias toda la razón. Y esta es la María que está dentro de mi corazón, esa María con una fe incansable, con una fe plena en Dios, con ese amor incondicional hacia todo y hacia todos, con esa valentía y esa fuerza que la caracteriza y con ese sí, ese sí de amor. Y ahora que todos la conocen, vamos a seguir hablando de ella.
En una eucaristía de la novena del año pasado, un sacerdote nos contó una pequeña y bonita historia que yo hoy quiero contaros.
“El primer día de clase, la señorita Celia, maestra del último curso de Infantil, les dijo a todos sus alumnos que a todos quería por igual. Pero eso no era del todo cierto, ya que en la primera fila se encontraba, hundido en su pupitre, Juan García, a quien la profesora Celia conocía desde el año anterior y había observado que era un niño que no jugaba bien con los otros niños, que sus ropas estaban desaliñadas y que necesitaba constantemente de un buen aseado.
Con el paso del tiempo, la relación entre la profesora y Juan se volvió desagradable, hasta el punto que ésta comenzó a sentir una preocupante antipatía por este alumno.
Un día, la dirección de la escuela le pidió a la señorita Celia revisar los expedientes anteriores de cada niño de su clase para así comprobar su evolución. Ella puso el expediente de Juan el último, dudando incluso de leerlo. Sin embargo, cuando llegó a su archivo se llevó una gran sorpresa.
La maestra de segundo año escribía: Juan es un niño brillante con una sonrisa espontánea y sincera. Realiza sus desempeños con esmero y tiene buenos modales; es un deleite tenerlo cerca.
Su maestra de tercer año escribió: Juan es un excelente alumno, apreciado y querido por sus compañeros, pero tiene problemas en casa debido a la enfermedad de su madre.
La maestra de cuarto año escribió: los constantes problemas en casa de Juan han ido en aumento; su madre ha muerto y su padre se ha refugiado en la bebida, y apenas se ocupa de él. Estas circunstancias están provocando un serio deterioro en su desempeño escolar, ya que no asiste a clase con la asiduidad y puntualidad característica, y cuando lo hace, provoca altercados con sus compañeros o se duerme.
En ese momento, la señorita Celia se dio cuenta del problema, y se sintió culpable y apenada, sentimiento que creció cuando al llegar las fechas navideñas, todos los alumnos le llevaron los regalos envueltos en papeles brillantes y preciosos lazos, menos Juan, quién envolvió torpemente el suyo en papel de periódico. Algunos niños comenzaron a reír cuando ella encontró dentro de esos papeles arrugados, un brazalete de piedras al que le faltaban algunas cuentas, y un frasco de perfume a medio terminar. La señorita intentó minimizar las burlas que estaba sufriendo Juan, alabando la belleza del brazalete, y echándose un poco de perfume en el cuello y las muñecas.
Juan García se quedó ese día después de clase solo para decir: señorita Celia, hoy oliste como cuando yo era feliz.
Después de que todos los niños se fueran, Celia estuvo llorando durante una larga hora. Desde ese mismo día, renunció a enseñar solo lectura, escritura y aritmética, y comenzó a introducir la enseñanza de valores, sentimientos y principios a los niños. A medida que pasaba el tiempo, Celia empezó a tomar un especial cariño a Juan, y cuanto más trabajaba con él desde el afecto y la comprensión, más despertaba a la vida la mente de aquél chavalín desaliñado. Cuanto más lo motivaba, más rápido aprendía, cuanto más lo quería, más comprendía. Y así, de este modo, al final del año, Juan se había convertido en uno de los niños más espabilados de la clase.
Un año después, la señorita Celia encontró una nota de Juan debajo de la puerta de su clase contándole, que ella era la mejor maestra que había tenido en su vida.
Pasaron unos años, y recibió otra carta. Esta vez explicándole que no importando lo difícil que se habían puesto las cosas en ocasiones, y los esfuerzos que habían tenido que realizar para sacar adelante los estudios, había permanecido en la escuela y pronto se matricularía en la Universidad, asegurándole a la señorita Celia, que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en su vida.
Siete años más tarde recibió una carta más. En esta ocasión le explicaba que después de haber  recibido su título universitario, decidió ir un poco más lejos, seguir estudiando y aprendiendo cosas nuevas. En la firma de su carta, llamaba la atención la longitud de su nombre: Dr. Juan García Corrales. En la posdata, aparecían las siguientes palabras: sigues siendo la mejor maestra que he tenido en mi vida.
Al poco tiempo, y sin Celia esperárselo, le llegó otra carta en la que Juan le contaba que había conocido a una chica y que se iba a casar. Le explicó que su padre había muerto hacía poco tiempo, y le preguntó si accedería a sentarse en el lugar reservado para la madre del novio. Por supuesto, ella aceptó.
Para el día de la boda, Celia se vistió con sus mejores galas, se puso aquél brazalete de piedras faltantes que un día Juan le regalara, y se aseguró de usar el mismo perfume que le recordaba a Juan los tiempos de la felicidad.
Cuando llegó el día señalado, y se vieron las escalinatas de la iglesia, el Doctor Juan García, apenas reconocerla, se disculpó de sus acompañantes y se dirigió diligentemente hacia donde ella le miraba con emocionada admiración. Con una sonrisa cómplice se fundieron en un abrazo, mientras el Doctor le susurraba al oído: Gracias señorita Celia por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y por enseñarme que yo podía marcar la diferencia. La señorita Celia con lágrimas en los ojos, le contestó: Juan, estás equivocado. Tú fuiste quien me enseñó que yo podría marcar esa diferencia. No sabía cómo enseñar hasta que te conocí…”
Este cuento lo podemos llevar un poco a la frase con la que me quedaba antes de Don Bosco, una vez entramos en el corazón de María, lo hacemos para quedarnos, y aunque nos hagamos mayores y nos olvidemos de que ella está ahí, ella nunca se olvidará de que nosotros estamos con ella, en su corazón. Ella es la mejor maestra que tendremos en nuestra vida, sólo hay que abrirle nuestro corazón y dejar que entre, dejar que sea nuestra madre y nuestro auxilio. Tenemos que dejarnos amar. Ella está siempre presente, en cada una de nuestras caídas, en nuestras victorias y en nuestras peores batallas.
María, muchas personas que tienen una gran devoción hacía ti, son niños y niñas que han entrado en un colegio Salesiano cuando eran pequeños y que hoy en día quieren ser como tú. Pero no todos son así. Hablando con diferentes personas muy cercanas a mí me han dicho que cuando empiezan a conocerte de mayor se enamoran más de tu vida, y más viendo la gran devoción que tenía Don Bosco hacia ti. Es increíble como hoy en día, en el siglo que estamos, llenas todos los 24 de Mayo las Redes sociales, todos tus chicos quieren dedicarte algo especial ese día que para todos nosotros es de los más importantes del año. Me quiero quedar en especial con una frase que me dijo una persona a la que antes le daba las gracias, me decía que cada gesto de amor que hace una madre por su hijo, es tu fiel reflejo, y que por eso cree en ti, porque eres real.
Cada campamento, cada convivencia, cada encuentro en el que conozco a personas me ha ayudado a conocerte mejor. Tú estabas presente en una conversación que tuve la suerte de tener este año en Sanlúcar con una gran amiga y que me decía que ella creía en ti porque veía que cada 24 de Mayo había una magia especial, que allí se vive con una alegría inmensa y que cuando tuvo la posibilidad de tenerte justo a su altura sintió algo maravilloso, que eres su segunda madre y que te siente presente en todo lo que hace. Escuchar en ese campamento a 200 personas cantarte el Rendidos a tus Plantas con una fuerza y con un amor tan grande a mi me emocionó bastante y me hizo ver que cuando entras en un corazón lo haces pisando fuerte, dejas huella y son de esas huellas que nunca se borran sino que con el paso de los años van creciendo y siendo cada vez más profundas.  María, solo me queda darte las gracias. Gracias por haberme dado esta magnífica oportunidad de escribir este pregón. Gracias por nunca dejarme sola. Gracias por haberme dado la gran oportunidad de vivir bajo tu manto en un colegio Salesiano. Gracias por cada experiencia que pones en mi vida. Gracias por tu hijo. Gracias por haber puesto en mi camino a gente tan maravillosa como lo son estás personas que hoy se merecen un hueco muy grande en mi corazón y a las que hoy también quiero dar las gracias:
A mi madre y a mi padre a los que quiero con locura, a mi hermano al que, por mucho que discutamos quiero con todo mi corazón, a mis abuelos Mario y Pepe que siempre tienen una sonrisa para mí y a mis abuelas Miguelina y Ofelia que siempre me han tratado con un amor y una alegría digna de admirar, que son reflejos tuyos en mi vida y a Pilar, que es otra más de la familia y a quien nunca le falta una palabra de apoyo para decirme, junto a Nira y a José Luis. También a mis tíos, Manolo, José Miguel y Loly y a mis primos Alejandro y Eduardo por tener siempre una
palabra de apoyo, a mi querida amiga Olga quien este último año me ha acompañado en cada caída que he tenido, en cada lágrima que he necesitado soltar y que me ha hecho conocerte mejor, conocerte con un amor aún más grande y quien me ha enseñado que como tú, se puede siempre tener una sonrisa, que es muy fácil. También a Sergio porque ha sido mi animador en cada campamento y no veo mejores padrinos de Confirmación que él y que Laura, quien siempre ha tenido una palabra para animarme, a Regina por ayudarme tanto respecto a mi fe hacia ti y hacia tu hijo, a David por ser una persona capaz de hacer cualquier cosa por nosotros, que es un sacerdote cercano, un amigo de todos tus chicos y quien nos hace quererte más, a Don Abel por ofrecerme escribirte algo desde el corazón como es este pregón, a Victoria quien desde que se enteró de que había dicho que sí estuvo ahí para cualquier cosa que necesitara y quien me ha presentado con tanto cariño, porque si alguien me conoce de verdad es ella. A Jonás, a Héctor, a Gabriela, a Inma, a Andrea, a Daniela, a Hugo, a Moi, a Tania, al grupo de tus niños que has puesto a cargo mío junto a Nancy para educarlos en la fe a ser buenos cristianos y honrados ciudadanos, a Don Ernesto y a tantas buenas personas que has puesto en mi camino y que me acercan tanto a ti. Y también a esas personas que hoy tampoco han podido estar aquí, a Alba, a Ana, a Jaime, a Ale, a Pili, a Cristina, a Ricardo… porque ellos, aun estando en la distancia son personas que con su testimonio me ayudan a quererte más y más. También a Marivi, porque cuando se enteró de que este año me tocaba a mí me dijo que estuviera tranquila, que tú ibas a estar a mi lado. Marivi, tenías toda la razón. Gracias. Gracias por tu amor incondicional, María Gracias por tu fe plena en Dios. Gracias por tu entrega, por tu alegría y por ser refugio de cada persona que sufre. Gracias por tu sí. Gracias por ser mi madre. Y sobre todo, hoy quiero darte las gracias, porque aún en la enfermedad, sigues permitiendo que mi abuela se acuerde de mí. Muchas Gracias y Buenas Noches…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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