Según
nos cuenta el amigo y compañero de docencia en el IES La Orotava Manuel
González Pérez en San Antonio; AGAPITO DE CRUZ FRANCO en la página 42 de su
libro, “La Orotava, Currículum Vitae: “…La Villa de
Arriba tiene sus orígenes en la
primitiva ermita de San Juan, que se remontan a 1608. Los terrenos se donan en
1606, cuando el Alférez Mayor de la isla, Francisco de Valcárcel, cede un solar
a la cofradía de labradores con esa misma advocación. Ermita pública, no
privada, que se construye a lo largo de los siglos con dinero de los vecinos.
Mano de obra gratuita, colectividades que sostienen el culto y donan sus bienes
a la parroquia. Una realidad que contrasta con la fiebre de actas de propiedad
por las que, en lugar de usufructuarlos, la jerarquía episcopal se ha apropiado
a lo largo y ancho del Estado español de estos lugares que corresponden
realmente al pueblo. De esta primitiva planta queda su portada, que se
corresponde con la trasera del templo cuando durante breve tiempo albergó a los
frailes agustinos, quienes terminarían yéndose para levantar más tarde el
convento de San Agustín en el Llano de San Roque, al ser –en este último caso–
apoyados económicamente por las clases altas de la Villa. Se convierte en
parroquia en 1681 tras una larga lucha por los límites con la iglesia de Ntra.
Sra. de La Concepción, –de la que terminaría segregándose– y que quedaron
fijados en la calle Cantillo.
En la iglesia de San Juan surgen las
primeras hermandades como la del Santísimo. Las cofradías eran populares, al
contrario que las hermandades, más restringidas y para gente privilegiada. Fue
un lugar de enterramiento hasta 1830 cuando se crea el cementerio de La
Orotava.
Sus vecinos son protagonistas en las luchas
del siglo XIX entre liberales y absolutistas. Entre las clases bajas y medias
de la Villa de Arriba y las acomodadas que vivían en la parte baja de La
Orotava. Recuerdo de esta época es la placa: “Plaza de San Juan Bautista y de
la Unión” que puede verse en la fachada del Templo.
Aún así, la importancia social y municipal
de San Juan de El Farrobo y, por extensión, de la Villa de Arriba de La
Orotava, es enorme y de primerísimo orden. Su filosofía comunitaria ha dotado
de una impronta especial a este enclave. Hay comunidad en sus celebraciones
religiosas y en sus casas humildes. Hay un sentimiento comunitario en sus
alfombras del Corpus. En cada esquina, en cada rendija, en cada rostro. En sus
chabocos mudos de agua, en sus viejas y desaparecidas canales, en cada ingenio
perdido, en los “sitios” (espacios agrarios entre las casas) que a duras penas
sobreviven al cemento.
En cada uno de esos años cuyos
protagonistas siguen palpitando aún en el corazón mismo de sus calles
empedradas y empinadas. Cambian los tiempos, pero las campanas de San Juan
siguen tañendo y diciéndonos que aquí, y frente a cualquier forma moderna de
aristocracia, sigue viviendo un pueblo que se basta a sí mismo y que lleva en
sus genes el alma de los campesinos de antaño…”
Caminando
por la medular de esta zona del sur de la Villa de La Orotava, por sus calles
pinas, siempre recordando que fue tierra del proletariado orotavense, del
gremio por orígenes.
Capté
imágenes, que no pude culminar como hubiese querido, puesto que me encontré con
dos obstáculos: 1º. La cantidad de automóviles estacionados en sus calles. Y
2º. Los garrotes con los colores del Real Betis Balompié, pasos de peatones con
los del Atlético de Madrid y las líneas amarillentas
que marcan las prohibiciones de aparcamientos en todas las calles de Arriba,
sobre todo en doble filas por ser aceras provisionales en las históricas calles
de Zacarías y Pescote, así como la poca iluminación, me impidieron dar la
calidad que La Villa de Arriba por su historia se le merece.
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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