El 18 de agosto de 2008, mis amigos de la Villa de La Orotava Isidoro
Sánchez García, y Jesús Hernández Acosta, dieron unas conferencias sobre la
poetisa cubana Dulce María Loynaz en el paraninfo del Liceo de Taoro de la
Orotava, por haberse cumplido 50 años de la publicación Un Verano en Tenerife.
Isidoro habló de sus contactos con la poetisa y sus visitas a su residencia en Cuba
y Jesús fue el que la presentó en sociedad, por ocupar entonces el puesto de
Secretario de la citada Sociedad.
Lo más simpático del caso, fue cuando el amigo Isidoro Sánchez, para
invitarme a tal acto, a través de un correo me recuerda aquel balón que le pasé
a su hermano Francisco (fallecido) en un partido de baloncesto en la cancha de
Franchi Alfaro. Es cierto esta anécdota, la hice para animar el ambiente, para
que los viejas glorias se acercaran a la final del torneo de María Auxiliadora,
por lo que mi entrenador de turno Paco Polo en paz descanse, corrió tras de mí
hasta la puerta de mi domicilio.
Recibió el Premio Nacional de Literatura de Cuba en 1987. El III Congreso
de Mujeres del Caribe (1992) la seleccionó como la poetisa más distinguida de
la región en el siglo veinte. En su etapa de formación hasta 1940 recibía en su
casa a los intelectuales cubanos en tertulias que alcanzaron gran fama.
Escribió en los diarios y otras publicaciones La Nación (1920), El País,
Excélsior, Social, Grafos, Diario de la Marina, El Mundo, Revista Bimestre y en
la célebre Orígenes de Rodríguez Feo y Lezama Lima. Hasta el final de su vida
permaneció lúcido y activo. Murió en su antigua mansión de la barriada de El
Vedado el 27 de abril de 1997.
Esta escritora es una de las representantes más dignas de las letras
hispanoamericanas. Reconocimiento a su carrera literaria fue la concesión del
Premio Cervantes en 1993. Su amplia obra ha sido estudiada por muchos autores.
Incluso se ha realizado un documental sobre su vida titulado A flor de la
tierra, a flor del verso, de la directora Niurka Pérez. En 1947, una joven
pareja de recién casados visita Canarias. Se trataba del periodista tinerfeño
Pablo Álvarez y de su esposa Dulce María Loynaz. Este fue el primer contacto de
la escritora cubana con nuestro archipiélago. Hubo otras visitas a las islas
entre 1947 y 1958, parte de las cuales quedaron reflejadas en el libro Un
verano en Tenerife. En este libro, Dulce María Loynaz recoge la historia y
describe su impresión de las Islas. El Gobierno de Canarias ha reeditado este
libro en el año 2002, con motivo de la conmemoración del nacimiento de la
escritora. Dulce María Loynaz comenzó a publicar sus poesías en 1920, en el
periódico cubano La Nación. La parte central de su obra se concentra con
anterioridad a los años cincuenta, antes de que Fidel Castro tomara el poder
en Cuba. Después de ese
cambio político, se produjo el silencio de Dulce María Loynaz. Muchos autores
vieron en ese silencio la protesta de la escritora por la falta de libertad de
su país. Entre sus obras más conocidas podemos citar el poemario Juegos de agua
o el poema titulado Eternidad. El último libro que escribió Dulce María Loynaz,
Fe de vida, lo dedicó a su esposo Pablo Álvarez de Cañas. En él narra no sólo
sus memorias sino también su vida, a la par que sirve de acercamiento para
conocer la época en la que vivió.
En España siempre ha gozado de un alto reconocimiento por parte de las
instituciones oficiales, no sólo recibió el Premio Cervantes en 1993, también
se le concedió el Premio Nacional de Literatura en 1987 y otras distinciones
como la Orden de Alfonso X El Sabio.
Un verano en Tenerife (publicado 1958). Libro de viajes que contiene un
certero análisis de la psicología del isleño. Publicada por Aguilar casi junto
con Últimos días de una casa. La autora catalogó la obra, creada en una etapa
muy fecunda, como su prosa más acabada. La descripción de su llegada por mar es
un ejemplo de la narración directa que los críticos de la época coincidieron en
remarcar.
Bella guía la que nos depara Dulce María Loynaz, sin que estas densas
páginas tengan tal propósito estricto, pues las mejores guías son aquellas que
proceden de la obra literaria escrita para satisfacer profundas apetencias del
sentimiento y para recrearse simplemente en las bellezas que llaman a nuestro
corazón. Lo demás, se da por añadidura.
También a finales de esta década que media el siglo veinte, otro destacado
escritor resalta en la prensa madrileña la salida del libro. Melchor Fernández
Almagro, ensayista, historiador y crítico literario incorpora a su reseña
elementos que validan otra vez lo descriptivo, insiste en el certero trazo de
los retratos de personajes típicos y míticos de las islas, como el Pirata Ángel
García, y habla de ilustraciones, miniaturas y daguerrotipos, remedos de
lienzos de Gauguin, con mucho color tropical. Nada que no se vuelque en lo
importante de la toponimia a la hora de realzar la belleza de Canarias, hecho
que ha de ir ligado, a estas alturas evidentemente, con exaltaciones más o
menos atemperadas del carácter y el "alma" de los habitantes del
archipiélago, fuente significativa de ascendencia de parte de los cubanos.
Aunque hallamos en el artículo ciertos esbozos que apuntan a un desarrollo del
tema del libro de viajes, lo que sin dudas hubiese redundado si no en exégesis
al menos en aporte de elementos novedosos sobre el texto, debemos deplorar que
esta veta se agote casi en sus comienzos y en cambio haya que aceptar una vez
más el tópico del lirismo primario como punto de partida de todo análisis,
incluso, recordando una vez más que "este, señores, no olvidarlo, es un
libro escrito por una poetisa".
Un verano en Tenerife es un libro poético, una interpretación lírica de las
Islas Canarias, pero no un suspiro nostálgico, aunque, metafóricamente,
pudiéramos definir así la obra de Dulce María Loynaz poemática, en primer
término y en alto grado, pero utilísima en cuanto es capaz de llevarnos allí y
de conducirnos a lo largo de las costas y tierra adentro, del valle a las
cumbres, con el increíble saber de un "cicerone" inverosímil. Nos
dice lo que son las cosas: cada una bajo su nombre: árbol, flor, piedra
labrada, emoción sobrevenida. En todo caso, la palabra exacta a punto: a más de
la exactitud, la belleza. De ahí que la autora se de cuenta de un fenómeno
estético más que lingüístico. "Hay palabras mágicas que no dicen sino
cantan su sentido, lo pintan, de un solo trazo en el aire, y allí lo dejan por
unos segundos, después de ya sonada la última sílaba." En el uso de esas
palabras mágicas Dulce María Loynaz es diestrísima. Poetisa o poeta, en
definitiva.
Hay libros en los que el impulso narrativo se agota en una trama primaria y
evidente; de esos libros, que se cualifican como textos "sin
dobleces" o "directos", por justificar una facilidad de lectura
que en muchos casos (con notables excepciones, por supuesto) sólo es un mero
pacto con la estulticia o la ramplonería, Un verano en Tenerife sería el
extremo más alejado, la antípoda, y me parece que por ahí anda su mayor
acierto... y también su mayor irrisión. Digo "irrisión" buscando
morigerar lo burlesco, claro está, y pienso que como en otros casos al
referirme a ciertas imposturas de la sutil obra narrativa de Dulce María Loynaz,
habrá que matizar quedándonos entonces con el término más impreciso, pero a la
vez más refinado, de "guiño". Y eso ha venido sucediendo desde que se
concluyó el libro, según colofón a las doce y catorce minutos del jueves 10 de
abril de 1958 en la finca Nuestra Señora de las Mercedes, cerca de La Habana, a
los cinco años y ocho meses de haberse comenzado. A los cinco años y ocho
meses, reparemos en esta declaración final, que quizás con una sutileza máxima
se halle en contrapunto o discordia con la viveza que propone la exactitud no
ya en las fechas sino en la hora y minutos en que se pone el punto final. Casi
seis años que dan la medida del tiempo invertido en la redacción del texto,
correcciones, dudas, vueltas al pasado e inspiración incluidos, lapso dilatado
contra la brevedad de lo vivido en la visita a las islas afortunadas. ¡Y la
crítica sólo repara en la condición directa o primaria, que no admitiría
dobleces, digamos, del texto que lanza Aguilar a finales de esa década
tremenda¡ Por eso hablo de otro guiño, otra irrisión, sólo que a manera
generalizadora, el libro todo como una gran impostura, compuesto de una
impresionante serie de capas de lectura o modos de aprehenderlo, y aquí ya
estoy hablando en primer término del libro, no de las islas, esas islas que
geográficamente mantienen en este presente igual latitud, pero que
definitivamente no son las mismas. Mas el libro existe en su tiempo y ese
tiempo se multiplica y adquiere, al igual que el lenguaje, un dinamismo propio,
ajeno a la llana locación. El adjetivo es llano, en efecto, aunque podamos
pensar de inmediato en la palabra Teide. Recuerdo una frase de Dulce María
Loynaz en carta enviada a su amiga Julia Rodríguez Tomeu en 1939 y publicada en
Cartas que no se extraviaron (Ed. Hermanos Loynaz, Fundación Jorge Guillén): La
Geografía es una de tantas mentiras deliciosas que se dicen a los niños...
Cuando dejé de creer en ella, comencé a envejecer.
Poemas sin nombres. Rodeada de mar por todas partes, / soy isla asida al
tallo / de los vientos... / Nadie escucha mi voz, si rezo o grito: / Puedo
volar o hundirme... Puedo, a veces, / morder mi cola en signo de Infinito. Soy
tierra desgajándome... Hay momentos en que él me ciega y me acobarda, / en que
el agua es la muerte donde floto... / Pero abierta a mareas y a ciclones, /
hinco en el mar raíz roto. Crezco del mar y muero de él... Me alzo ¡para
volverme en nudos desatados...! ¡Me come un mar batido por las alas de
arcángeles sin cielo, naufragados!
Un verano en Tenerife (1958). La expedición de Piazzi Smith es la que ha
realizado estudios más completos del volcán. Tuvo lugar en 1847, y fue
subvencionada por el Almirantazgo inglés, previas conversaciones con la reina
María Cristina, más preocupada a la sazón por las consecuencias de su
matrimonio morganático que por especulaciones geológicas. Marchaba el jefe de
la expedición acompañado de su esposa y con ella acometió la hazaña de trepar
hasta el mismo ojo del cíclope. Ha sido ésta la primera fémina que ha llegado a
la cima del volcán isleño; no hay tradición oral o escrita de otra que se le
adelantara. Maravilla pensar, cómo pudo hacerlo la valiente dama con el atuendo
femenino que se imponía por esa época. No hay que admitir ni por un momento que
mistress Piazzi Smith prescindiera de los dictados de la moda; sabido es que la
mujer, que desobedeció al Señor en el Paraíso, jamás ha dejado de rendir la más
ciega obediencia a cuantos enarbolan la aguja y la tijera. Tampoco había estos
por entonces inventado el estilo deportivo, de modo que es seguro que la señora,
tal cual salió de Picadilly Circus, llegó a la cúspide del Teide. Escalar
peñas, deslizarse a gatas junto a los precipicios, hundirse entre la greda, mal
pisar los senderos movedizos, adosarse a la pared de un desfiladero, desafiar
el viento, la nieve, los gases deletéreos y hacer todo esto con un miriñaque a
la cintura, tres enaguas, corsé y un redingot, constituye en verdad una proeza
sin precedentes en la Historia. Los lores del Almirantazgo premiaron con una
medalla la labor del sabio, y luego con esa injusticia que es propia de los
hombres eminentes, olvidaron dar otra a su mujer.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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