jueves, 30 de noviembre de 2017

LA VILLA…



La Villa de La Orotava constituía parte del antiguo Menceyato de Taoro, uno de los nueve reinos aborígenes en que se encontraba dividida la isla de Tenerife hasta 1496, año en que finalizó el proceso de conquista de la isla. A partir de entonces el conquistador Alonso Fernández de Lugo inició el reparto de tierras y aguas entre los beneficiarios de la Conquista, hecho que originó múltiples conflictos, dados los intereses creados en torno a un territorio caracterizado por la fertilidad de sus suelos y por la abundancia de sus aguas.
El Calvario finales siglo XIX. Al igual que sucediera en las islas de Gran Canaria y La Palma, en el caso del reparto de las tierras de Taoro se sucedieron ante la Corte las reclamaciones por parte de gran cantidad de beneficiarios, que denunciaban las irregularidades en la distribución establecida por el Adelantado. Ante la magnitud de la situación, en 1504 Fernando el Católico encomendó a Lope de Sosa, Gobernador de Gran Canaria, la misión de verificar las consecuencias de un repartimiento que no sólo había generado el perjuicio de la mayor parte de los beneficiarios, sino que originó la ausencia de un orden urbanístico en la primitiva configuración de La Orotava.
Una vez analizados los hechos, Fernando el Católico determinó el nombramiento de Juan Ortiz de Zárate como Juez Repartidor que, tras someter a juicio la distribución efectuada por el Adelantado y tomar declaración a los inculpados, enmendó ciertas irregularidades a través de la expropiación de aquellos solares que no se encontraban ocupados. Su mayor empeño fue el de la organización de un espacio urbano que dotara de identidad al creciente lugar de Orotava, una de las más importantes demandas de los primeros vecinos del lugar.
Procesión del Santísimo ante la necesidad de definir un espacio carente de ordenación, Ortiz de Zárate fijó los límites del primitivo núcleo "cabe la sierra, hasta las cabeceras de los cañaverales", al sur y al norte, y encomendó al regidor Diego de Mesa la tarea de trazar a cordel la delineación de calles, cuya anchura quedaba establecida en 25 pies, y de solares, cuya unidad de habitación debía ser de 40 pies de frente por 80 de largo. Este planeamiento urbanístico tomó como eje central a la ermita de Nuestra Señora de la Concepción, convertida en iglesia en 1503, y fue efectuado en atención no sólo de las viviendas existentes, sino también de industrias como los ingenios, los molinos y aserraderos que jalonaban la orografía del lugar de mar a monte. El acontecimiento tuvo lugar el 29 de mayo de 1503, fecha en que La Orotava quedará establecida como núcleo urbano, si bien es cierto que, al menos desde 1502 era ya, lugar de población.
A partir de ese momento comienza a gestarse la imagen urbana de La Orotava que alcanzará su definición durante el siglo XVII, siglo de esplendor de la localidad. Una imagen urbana marcada por las características topográficas de la zona, como es el acentuado desnivel del terreno y la presencia de dos barrancos, el de Araujo al naciente y el de El Monturrio al poniente, así como por la presencia de un verdadero eje vertebrador como era la acequia que conducía el agua desde las zonas altas hasta las tierras bajas de cultivo.
Igualmente sobre este espacio se fundaron durante los siglos XVI y XVII ermitas y conventos vinculados a las familias terratenientes, que tenían el objetivo de consolidar el núcleo de vecinos, a la vez, que establecían los límites del territorio y se erigían en referentes culturales para la alta sociedad orotavense, en el caso de los cenobios. Entre el desaparecido convento de San Lorenzo y el Llano de San Sebastián, tendría lugar el desarrollo inicial de La Orotava, levantándose durante esas dos centurias las mansiones y los recintos de las comunidades religiosas, establecidas en la localidad bajo los auspicios de aquéllas. Ya durante el siglo XVII quedarán fundados los conventos femeninos de claras y catalinas, hoy desaparecidos, y el masculino de Nuestra Señora de Gracia, un cenobio de agustinos regentado por la Hermandad de las Doce Casas, como un símbolo de la consolidación del poder de la clase social dominante.
El núcleo poblacional de La Orotava fue creciendo hacia el sur, hacia los terrenos menos aptos para el cultivo, en torno a lo que en la actualidad se conoce como Villa Arriba o barrio del Farrobo. Allí se estableció el campesinado y los artesanos, quienes desarrollaron un urbanismo contrapuesto al de la Villa de Abajo, por medio de edificaciones modestas, pero de igual valor patrimonial, como son las casas terreras. Los hitos religiosos de la Villa Arriba serán la ermita de Santa Catalina, levantada a finales del siglo XVI, y la de Candelaria del Lomo, edificada en las postrimerías del XVII. Sin embargo, el epicentro religioso de la zona queda determinado por la conversión en parroquia de la primitiva ermita de San Juan Bautista en 1681, un hecho de vital importancia para la consolidación de la sociedad trabajadora y de las clases populares de la localidad.
El crecimiento que experimentó La Orotava en su conjunto se debió en gran medida a la prosperidad generada por la exportación de vinos, lo que propició su progresivo enriquecimiento alcanzando un alto grado de influencia socioeconómica dentro del panorama insular. Reflejo de ello fue la declaración de La Orotava como Villa exenta, tras las efectivas gestiones dirigidas por Juan Francisco de Franchi y Alfaro ante la Corte de Felipe IV. Desde aquel momento La Orotava logró la independencia judicial contando con un alcalde mayor o juez de primera instancia. Sin embargo, política y administrativamente La Orotava continuaría dependiendo de La Laguna hasta la consolidación del régimen liberal, ya en el siglo XIX.
Si el siglo XVII había supuesto el momento de mayor esplendor dentro de la joven historia orotavense, la siguiente centuria marcó el declive de ese auge económico y social, motivado especialmente por la crisis en el sector de los viñedos. Ello originó un profundo estancamiento en el desarrollo de la localidad no sólo desde el punto de vista económico, sino también desde el punto de vista demográfico, frenándose el hasta entonces progresivo aumento de población, y la pérdida de la influencia que hasta entonces había representado La Orotava, como una de las ciudades más importantes a nivel insular.
La situación no varió básicamente hasta el segundo tercio del siglo XIX cuando diferentes acontecimientos como la introducción del monocultivo de la cochinilla o la desamortización, mejoraron de manera sensible el negativo panorama en el que se había visto inmersa la Villa durante el siglo XVIII. Por un lado, la explotación de la cochinilla -parásito de la tunera, utilizado para la obtención de colorantes- garantizó durante varias décadas la llegada de ingresos ocasionados por su exportación, hasta que, en torno a 1870, el triunfo de los tintes sintéticos en los mercados europeos sumieron de nuevo en una profunda crisis a los productores locales. Por otro lado, la definitiva exclaustración de los conventos en 1836 ocasionó que las antiguas posesiones de las comunidades religiosas pasaran a ser propiedad del Estado y a ser administradas por los poderes locales. Desde entonces, las dependencias conventuales cumplen diferentes funciones civiles ligadas a la consolidación de La Orotava como municipio, como la del mercado, cárcel, escuela, teatro, hospital e incluso cuartel, en una situación que se sucedió hasta bien entrado el siglo XX. Pero la adaptación de los recintos conventuales no sólo se limitó a una variación en sus usos, sino que también supuso el derribo de algunos de ellos para edificar sobre sus solares edificios de nueva planta, como sucedió con el convento femenino de San José, donde se construyó el Ayuntamiento durante los últimos años del siglo XIX, o con el convento, también femenino, de San Nicolás, donde a mediados del siglo XX se levantó la sede de Correos y la del Juzgado.
Ya durante el último tercio del siglo XIX, la crisis agraria motivada por el declive de la cochinilla originó la introducción de un nuevo cultivo de exportación como fue el del plátano, que desembocó en un nuevo período de auge económico para La Orotava durante las postrimerías del siglo XIX y las primeras décadas del XX. La boyante situación se vio rápidamente refrendada en la reforma urbana que experimentó el municipio durante aquellos años, donde la introducción del lenguaje ecléctico modificó ostensiblemente la imagen de una arquitectura hasta entonces dominada por el componente mudejarista. En este sentido, fueron muchos los edificios dieciochescos cuyas fachadas fueron enmascaradas por pantallas eclécticas, que variaron, casi por completo, la fisonomía de algunas vías representativas, como sucedió con la calle Carrera del Escultor Estévez.
Sin embargo la bonanza económica se vio interrumpida con la sucesión de conflictos bélicos que afectaron a Europa desde 1914 con el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1936 con la Guerra Civil española y en 1939 con la Segunda Guerra Mundial. Todo ello generó un profundo estancamiento en el desarrollo económico y social de La Orotava del que tan sólo pudo sobreponerse a comienzos de la década de los años sesenta cuando la economía regional inició un despegue a raíz del desarrollo del turismo. Es a partir de este momento, y sobre todo en las décadas posteriores, cuando buena parte de la población activa se empleó en el sector servicios y de la construcción, vinculados a la industria turística emergente en el Puerto de la Cruz y en el sur de la isla. No obstante, el auge del turismo no representó la transformación de la tradicional imagen urbana de La Orotava, como sí sucedió en el Puerto de la Cruz. Este hecho ha ocasionado en gran medida, la pervivencia de un Conjunto Histórico conservado bajo un signo de unidad monumental, algo que no ha sucedido en otras localidades del norte de Tenerife, donde la presión urbanística ha causado estragos en la imagen urbana configurada durante épocas anteriores.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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