La Villa de La Orotava constituía parte del antiguo Menceyato de Taoro, uno
de los nueve reinos aborígenes en que se encontraba dividida la isla de
Tenerife hasta 1496, año en que finalizó el proceso de conquista de la isla. A
partir de entonces el conquistador Alonso Fernández de Lugo inició el reparto
de tierras y aguas entre los beneficiarios de la Conquista, hecho que originó
múltiples conflictos, dados los intereses creados en torno a un territorio
caracterizado por la fertilidad de sus suelos y por la abundancia de sus aguas.
El Calvario finales siglo XIX. Al igual que sucediera en las islas de Gran
Canaria y La Palma, en el caso del reparto de las tierras de Taoro se
sucedieron ante la Corte las reclamaciones por parte de gran cantidad de
beneficiarios, que denunciaban las irregularidades en la distribución
establecida por el Adelantado. Ante la magnitud de la situación, en 1504
Fernando el Católico encomendó a Lope de Sosa, Gobernador de Gran Canaria, la
misión de verificar las consecuencias de un repartimiento que no sólo había
generado el perjuicio de la mayor parte de los beneficiarios, sino que originó
la ausencia de un orden urbanístico en la primitiva configuración de La
Orotava.
Una vez analizados los hechos, Fernando el Católico determinó el
nombramiento de Juan Ortiz de Zárate como Juez Repartidor que, tras someter a
juicio la distribución efectuada por el Adelantado y tomar declaración a los
inculpados, enmendó ciertas irregularidades a través de la expropiación de
aquellos solares que no se encontraban ocupados. Su mayor empeño fue el de la
organización de un espacio urbano que dotara de identidad al creciente lugar de
Orotava, una de las más importantes demandas de los primeros vecinos del lugar.
Procesión del Santísimo ante la necesidad de definir un espacio carente de
ordenación, Ortiz de Zárate fijó los límites del primitivo núcleo "cabe la
sierra, hasta las cabeceras de los cañaverales", al sur y al norte, y
encomendó al regidor Diego de Mesa la tarea de trazar a cordel la delineación
de calles, cuya anchura quedaba establecida en 25 pies, y de solares, cuya
unidad de habitación debía ser de 40 pies de frente por 80 de largo. Este
planeamiento urbanístico tomó como eje central a la ermita de Nuestra Señora de
la Concepción, convertida en iglesia en 1503, y fue efectuado en atención no
sólo de las viviendas existentes, sino también de industrias como los ingenios,
los molinos y aserraderos que jalonaban la orografía del lugar de mar a monte.
El acontecimiento tuvo lugar el 29 de mayo de 1503, fecha en que La Orotava
quedará establecida como núcleo urbano, si bien es cierto que, al menos desde
1502 era ya, lugar de población.
A partir de ese momento comienza a gestarse la imagen urbana de La Orotava
que alcanzará su definición durante el siglo XVII, siglo de esplendor de la
localidad. Una imagen urbana marcada por las características topográficas de la
zona, como es el acentuado desnivel del terreno y la presencia de dos
barrancos, el de Araujo al naciente y el de El Monturrio al poniente, así como
por la presencia de un verdadero eje vertebrador como era la acequia que
conducía el agua desde las zonas altas hasta las tierras bajas de cultivo.
Igualmente sobre este espacio se fundaron durante los siglos XVI y XVII
ermitas y conventos vinculados a las familias terratenientes, que tenían el
objetivo de consolidar el núcleo de vecinos, a la vez, que establecían los
límites del territorio y se erigían en referentes culturales para la alta
sociedad orotavense, en el caso de los cenobios. Entre el desaparecido convento
de San Lorenzo y el Llano de San Sebastián, tendría lugar el desarrollo inicial
de La Orotava, levantándose durante esas dos centurias las mansiones y los
recintos de las comunidades religiosas, establecidas en la localidad bajo los
auspicios de aquéllas. Ya durante el siglo XVII quedarán fundados los conventos
femeninos de claras y catalinas, hoy desaparecidos, y el masculino de Nuestra
Señora de Gracia, un cenobio de agustinos regentado por la Hermandad de las
Doce Casas, como un símbolo de la consolidación del poder de la clase social
dominante.
El núcleo poblacional de La Orotava fue creciendo hacia el sur, hacia los
terrenos menos aptos para el cultivo, en torno a lo que en la actualidad se
conoce como Villa Arriba o barrio del Farrobo. Allí se estableció el
campesinado y los artesanos, quienes desarrollaron un urbanismo contrapuesto al
de la Villa de Abajo, por medio de edificaciones modestas, pero de igual valor
patrimonial, como son las casas terreras. Los hitos religiosos de la Villa
Arriba serán la ermita de Santa Catalina, levantada a finales del siglo XVI, y
la de Candelaria del Lomo, edificada en las postrimerías del XVII. Sin embargo,
el epicentro religioso de la zona queda determinado por la conversión en
parroquia de la primitiva ermita de San Juan Bautista en 1681, un hecho de
vital importancia para la consolidación de la sociedad trabajadora y de las
clases populares de la localidad.
El crecimiento que experimentó La Orotava en su conjunto se debió en gran
medida a la prosperidad generada por la exportación de vinos, lo que propició
su progresivo enriquecimiento alcanzando un alto grado de influencia
socioeconómica dentro del panorama insular. Reflejo de ello fue la declaración
de La Orotava como Villa exenta, tras las efectivas gestiones dirigidas por
Juan Francisco de Franchi y Alfaro ante la Corte de Felipe IV. Desde aquel
momento La Orotava logró la independencia judicial contando con un alcalde
mayor o juez de primera instancia. Sin embargo, política y administrativamente
La Orotava continuaría dependiendo de La Laguna hasta la consolidación del
régimen liberal, ya en el siglo XIX.
Si el siglo XVII había supuesto el momento de mayor esplendor dentro de la
joven historia orotavense, la siguiente centuria marcó el declive de ese auge
económico y social, motivado especialmente por la crisis en el sector de los
viñedos. Ello originó un profundo estancamiento en el desarrollo de la localidad
no sólo desde el punto de vista económico, sino también desde el punto de vista
demográfico, frenándose el hasta entonces progresivo aumento de población, y la
pérdida de la influencia que hasta entonces había representado La Orotava, como
una de las ciudades más importantes a nivel insular.
La situación no varió básicamente hasta el segundo tercio del siglo XIX
cuando diferentes acontecimientos como la introducción del monocultivo de la
cochinilla o la desamortización, mejoraron de manera sensible el negativo
panorama en el que se había visto inmersa la Villa durante el siglo XVIII. Por
un lado, la explotación de la cochinilla -parásito de la tunera, utilizado para
la obtención de colorantes- garantizó durante varias décadas la llegada de
ingresos ocasionados por su exportación, hasta que, en torno a 1870, el triunfo
de los tintes sintéticos en los mercados europeos sumieron de nuevo en una
profunda crisis a los productores locales. Por otro lado, la definitiva
exclaustración de los conventos en 1836 ocasionó que las antiguas posesiones de
las comunidades religiosas pasaran a ser propiedad del Estado y a ser
administradas por los poderes locales. Desde entonces, las dependencias
conventuales cumplen diferentes funciones civiles ligadas a la consolidación de
La Orotava como municipio, como la del mercado, cárcel, escuela, teatro,
hospital e incluso cuartel, en una situación que se sucedió hasta bien entrado
el siglo XX. Pero la adaptación de los recintos conventuales no sólo se limitó
a una variación en sus usos, sino que también supuso el derribo de algunos de
ellos para edificar sobre sus solares edificios de nueva planta, como sucedió
con el convento femenino de San José, donde se construyó el Ayuntamiento
durante los últimos años del siglo XIX, o con el convento, también femenino, de
San Nicolás, donde a mediados del siglo XX se levantó la sede de Correos y la
del Juzgado.
Ya durante el último tercio del siglo XIX, la crisis agraria motivada por
el declive de la cochinilla originó la introducción de un nuevo cultivo de
exportación como fue el del plátano, que desembocó en un nuevo período de auge
económico para La Orotava durante las postrimerías del siglo XIX y las primeras
décadas del XX. La boyante situación se vio rápidamente refrendada en la
reforma urbana que experimentó el municipio durante aquellos años, donde la
introducción del lenguaje ecléctico modificó ostensiblemente la imagen de una
arquitectura hasta entonces dominada por el componente mudejarista. En este
sentido, fueron muchos los edificios dieciochescos cuyas fachadas fueron
enmascaradas por pantallas eclécticas, que variaron, casi por completo, la
fisonomía de algunas vías representativas, como sucedió con la calle Carrera
del Escultor Estévez.
Sin embargo la bonanza económica se vio interrumpida con la sucesión de
conflictos bélicos que afectaron a Europa desde 1914 con el estallido de la
Primera Guerra Mundial, en 1936 con la Guerra Civil española y en 1939 con la
Segunda Guerra Mundial. Todo ello generó un profundo estancamiento en el desarrollo
económico y social de La Orotava del que tan sólo pudo sobreponerse a comienzos
de la década de los años sesenta cuando la economía regional inició un despegue
a raíz del desarrollo del turismo. Es a partir de este momento, y sobre todo en
las décadas posteriores, cuando buena parte de la población activa se empleó en
el sector servicios y de la construcción, vinculados a la industria turística
emergente en el Puerto de la Cruz y en el sur de la isla. No obstante, el auge
del turismo no representó la transformación de la tradicional imagen urbana de
La Orotava, como sí sucedió en el Puerto de la Cruz. Este hecho ha ocasionado
en gran medida, la pervivencia de un Conjunto Histórico conservado bajo un
signo de unidad monumental, algo que no ha sucedido en otras localidades del
norte de Tenerife, donde la presión urbanística ha causado estragos en la
imagen urbana configurada durante épocas anteriores.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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