miércoles, 29 de noviembre de 2017

CORRER EL CACHARRO, UNA TRADICIÓN DE ANTAÑO

El amigo del Puerto de la Cruz; MELECIO HERNÁNDEZ PÉREZ, remitió entonces (29/11/2014) estas notas que tituló; “CORRER EL CACHARRO, UNA TRADICIÓN DE ANTAÑO”: “…El Puerto de la Cruz es un pueblo históricamente representativo de ancestrales costumbres y tradiciones que en su conjunto de valores y símbolos culturales esboza el perfil idiosincrásico forjado por su propia historia y las injerencias foráneas más heterogéneas pero, indefectiblemente, con cierta carga en las manifestaciones populares de reminiscencias aborígenes ligadas desde la incorporación a la Corona de Castilla, siglo XV, cuando la isla quedó sometida y condicionada, entre otras pautas radicales de tipo político, social y económico, a la religión de los invasores. Y con ello a una serie de hábitos impuestos por los castellanos que, posteriormente se aliarían a la gran influencia europea, en su acepción más amplia, hecho éste ostensible en nuestra ciudad, donde la corriente de visitantes extranjeros atraídos por el Teide, la Naturaleza, el clima, la diversidad de paisajes naturales, etc. tratados por científicos que con sus testimonios atrajeron la atención de enfermos del pecho y posteriormente de viajeros de ocio y placer, lo que hoy llamamos turismo. Así arranca el afincamiento en nuestra tierra desde el siglo XVII de mercaderes y hombres de negocios de otros países que explotaron la riqueza agrícola del valle de La Orotava y el comercio de exportación y, a partir del XIX el negocio de hospedaje.
Otros múltiples factores intervienen en la conducta colectiva, como la emigración y el retorno parcial al punto de partida, así como el embrión del turismo, principalmente, que no sólo influyeron en los comportamientos que se funden con las tradiciones existentes, sino que se opera la lógica adecuación que transmuta la fisonomía urbana y paisajística. Bueno sería analizar la evolución de cinco siglos en tal sentido, pero ello, aparte de ser materia específica, exige erudición y mayor espacio.
Por tanto hoy me conformo con cumplir con el calendario festero de San Andrés, popularmente conocido como “fiestas del cacharro”.
Con noviembre llega puntual cada año la tradición de las castañas tostadas, vieja y entrañable costumbre que aquí adquiere cierta plasticidad de cálida estampa en la explanada del muelle pesquero, donde las castañeras remueven y sacuden las cazuelas que gimen en los fogones con volátiles briznas de fuego salidas de las brasas al rojo, al tiempo que pregonan y ofrecen el calentito fruto con piel color ceniza a los transeúntes. Es que está próxima la celebración de la festividad de San Andrés, discípulo de Jesús que antes lo había sido de Juan Bautista, y que fue elegido entre los doce apóstoles junto con su hermano Simón Pedro. Según relatos apócrifos, predicó el evangelio en Acaya y fue crucificado en Patrás sobre una cruz en forma de X. La tradición cuenta que Baco le sedujo con el fruto de la vid hecho vino.
Lo curioso de la festividad del Apóstol, al menos en el Puerto de la Cruz, es que, a diferencia de lo habitual, el lugar o barrio origina la fiesta por la presencia y advocación del santo; mas si mi información no es errónea, en ningún templo portuense existe la talla o imagen de San Andrés, lo que significa que no es una fiesta de las denominadas de carácter religioso, sino una celebración típica y tradicional del pueblo impulsada por otros aditamentos, entre gastrónomo, lúdico y pagano.
Lo cierto es que en la víspera de San Sandrés, 29 de noviembre, aunque intervienen gentes de todas las edades, son los más jóvenes quienes recorren las principales calles portuenses siguiendo la antigua costumbre de “correr el cacharro”, aunque en honor a la verdad hay que aclarar que desde hace un lustro o más los principales protagonistas son los niños. Esta manifestación costumbrista, consistía esencialmente en arrastrar chatarra de todo tamaño, peso y forma enganchada a una verga de la que se tira como divertimento a marcha forzada o lenta, produciendo en ambos casos chispas de fuego y gran ruido. Aunque hubo años en que se arrastraban hasta chasis de coches, neveras y otros desechos de grandes proporciones, incluso dentro de la plaza del Charco maniobrando maliciosamente para arrasar con cuando se ponía por delante, hoy, ya no es posible por las calles peatonales; pero en todo caso era una extralimitación de mal gusto. Entre los personajes clásicos, uno muy popular y recordado en el Puerto de la Cruz, es Chano Castro “Chanchán”, que cada año paseaba circunspecto tirando de una diminuta latita.
Al igual que el Carnaval, estas fiestas estuvieron prohibidas, pero esto no impedía correr el cacharro, ya que los jóvenes más impetuosos hacían correr a los guardias municipales, que si mal no recuerdo, tenían por nombres Rafael, Santiago, Joseito y Manuel, a los que burlaban fácilmente, por piernas, y ocultándose en zaguanes, esquinas y solares.
Entre las hipótesis del origen de esta costumbre estruendosa y atronadora coincidente con las primeras castañas tostadas y el estreno del vino nuevo, que suele acompañarse de papas o batatas, gofio amasado, pescado salado y mojo picón, está la creencia popular de que proviene de la manera de antaño de ahuyentar los malos espíritus, así como la práctica de espantar las plagas de langostas africanas con todo instrumento metálico: cacerolas, sartenes, etc., o bien como apunta Ángel L. Alemán, tal vez sea un intento por despertar al santo del supuesto sopor etílico que le adjudica la tradición. Sin embargo, todo hace suponer que la clave está en la apertura de las bodegas, ya que antiguamente llevaban a la orilla del mar los barriles para “quitar las madres” con agua marina. Mucha gente de la Cruz Santa con sus bestias llenaba sus envases de agua salada para tal fin. Ello llevó a utilizar, entre otros, el estridente medio de transporte traído de Madeira conocido como corsa, y que, como indica su nombre, es el correspondiente a la narria o rastra. En Tenerife, como señala Cioranescu, su forma difiere de las otras islas, se compone de dos maderos laterales, dispuestos casi paralelamente, unidos por traviesas y ligeramente curvos en la parte delantera, a modo de patines, para permitir el deslizamiento ofreciendo menor resistencia al arrastre. Estaban tiradas por bueyes sujetos por un yugo con su timón. Su forma le permitía deslizarse por encima de las fragosidades del terreno y, en caso de accidente, los arreglos eran fáciles y al alcance de la mano.
Queda probado que el sistema de tracción animal sin ruedas trepidaba escandalosamente sobre el pavimento pétreo. Indudablemente el origen del deslizamiento de las tablas en Icod de los Vinos está también en este artilugio portugués. Más adelante, con el progreso, cayó en desuso; pero en la emulación se creó la rutina de “correr el carro o cacharros”, valiéndose de toda la chatarra extraída de barrancos y solares, precisamente en la víspera del Apóstol, que, como se ha dicho, era cuando tenía lugar el traslado y limpieza de los bocoyes de castaño para los célebres caldos de la comarca taorina.
Las brasas rojas de los fogones con sus penachos de humo y el aroma único a las castañas tostadas, se expande cada año por la ciudad, como un ritual sahumerio, para morir junto a la orilla de la mar, donde volverá a surgir cada noviembre, con la apertura de las bodegas que ofrecen el nuevo vino de cada cosecha. ¡Felices fiestas de San Andrés!...” 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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