sábado, 25 de noviembre de 2017

TACORONTE HISTORIA. PARROQUIA DE SANTA CATALINA (1507 – 2011)



El amigo de la Ciudad de Tacoronte; NICOLÁS PÉREZ GARCÍA, remitió entonces (2013) estas notas que tituló; “TACORONTE HISTORIA. PARROQUIA DE SANTA CATALINA (1507 – 2011)”: “…La iglesia de Santa Catalina respira un aura de antigüedad que envuelve los cinco siglos de historia del municipio de Tacoronte (Comarca de Acentejo), antiguo menceyato guanche de los nueve en que estaba dividida la isla de Tenerife, hasta 1496, año en que se da por terminada la conquista por parte de las tropas castellanas al mando de Alonso Fernández de Lugo, bajo la égida de los Reyes Católicos. En el decurso del tiempo Tacoronte aparece en los documentos como lugar, luego como pueblo, y finalmente como ciudad por cédula real de Alfonso XIII de 23 de marzo de 1911. En el templo parroquial dedicado a Santa Catalina Mártir de Alejandría yace el testimonio del pasado del pueblo, desde que la fe cristiana comenzara a carnina a tientas en estos predios a comienzos del siglo XVI. Entre sus naves, retablos y capillas, cada ele­mento con su historia particular, parece deambular lo intemporal junto al lado espiritual que cundió en una población que asumió buenos prin­cipios, la verdad esencial, la que no tenía más que un camino, un sendero que hollar en la aventura de una nueva vida.
En el paraje elegido los primigenios moradores hicieron cruzar dos caminos cerca del barranco de Guayonza (Guayonge), proveedor del agua indispensable. Desde aquel paraje agreste el inicio e incipiente devenir de unos pocos comienza a fraguar una nueva forma de vivir, una convivencia más de aventura que de recuerdos, emociones o experiencias, un sentido material de pervivencia con la perspectiva que se abre ante sus ojos. En­tonces surge lo que ha trazado una huella perenne en el pueblo, la tosca y pequeña ermita que sería reducto comuna] y guía para promover los con­ceptos que ennoblecen el alma y el deseo de vivir con proyección de futuro, en lo mundano y en lo de más allá.
Desde la ermita parten las ramificaciones que llegan a formar el entramado viario de aquellos tiempos: calle Real del Calvario, también "calle que va a la Ciudad" (La Laguna); las del Marañón y Durazno que ascienden hasta el camino de los Habares (Abales), luego Carretera Provincial y más adelante Carretera General del Norte; el camino de las Toscas que enlaza con El Sauzal, y el camino del Pino que desciende hasta las tierras de Guayonge. Años adelante el pueblo se va expandiendo, pero durante siglos todo el prota­gonismo lo ostenta la citada calle Real del Calvario, donde se construyen las mejores casas y las dos alhóndigas del Pósito. Desde esta vía arterial del lugar ramifican otros caminos que conectan las medianías baja y central del término.
El parvo y austero templo que preside la mártir de Alejandría fue depo­sitario esencial de la nueva historia de Tacoronte, desde un tiempo pretérito que se mueve en el filo de la oscuridad por las pocas referencias documentales que existen de sus comienzos, aunque suficientes para constatar de forma so­mera el arranque de aquella comunidad tacorontera. Providencial y necesario fue el celo clerical desde la misma génesis del poblamiento que emergió tras la conquista. De tal modo, gracias a la Iglesia se grabaron los primeros indicios del cotidiano vivir en el parco vecindario que comenzó a forjar las primeras generaciones, nuestros antecesores más remotos. Entonces, la única alternati­va del brazo eclesiástico era imponer su compromiso cristiano para construir familias en la fe, para construir pueblo, objetivos no exentos de numerosas vicisitudes.
No es posible imaginar lo impredecible de un tiempo arcano y distante, pero ayer como hoy profundizar en el sentido de la vida conlleva la consigna de entender la existencia como impulso que irremediablemente se acata por natura, por necesidad irrefutable, con escasas opciones a elegir en un pequeño mundo sin apenas conexión más allá de sus límites. Nunca será fácil ahondar en los entresijos de una época envuelta en la incertidumbre, inmersa en la au­sencia de muchas cosas, separada por la distancia de siglos. Y siempre quedarán incógnitas por resolver e hipótesis que verificar. Pero esta historia es también evocación que nos retrotrae al manantial desde el que brotó la esencia de la identidad forjada en este pueblo, desde su inicio hasta las generaciones actuales.
De lo investigado en los siglos XVI y XVII no consta que el brazo eclesiástico hiciera alguna referencia literal a "vecinos guanches", en cam­bio sí que alude a esclavos. Algunos historiadores mencionan que con los nuevos colonos y moradores convivieron guanches sometidos y obedientes, excepto los naturales rebeldes o alzados que permanecían recluidos en re­ductos montuosos y recónditos. El hecho de que la Iglesia no mencionara el término "guanche" podría deberse a que los naturales integrados fueran castellanizados, y por ende bautizados con nombre cristiano, de los que prevalecieron escasos gentilicio s autóctono s que no desaparecieron en las tinieblas, tales como Tacoronte, Bencomo, Baute, Guanche, Acaymo, Aña­terve y algún otro. Todos los guanches que por una causa u otra se mezcla­ron con la nueva sociedad colonial se vieron obligados a asumir nombres europeos y una cultura distinta. Detrás quedaba lo desconocido e ignorado, un horizonte desvanecido entre los acantilados desplomados a pico sobre los rompientes, y el paraje montañoso envuelto en halo s brumosos. En sín­tesis, un territorio privilegiado y una cultura perdida que da paso a otra.
La metodología desarrollada en este trabajo se ha basado principal­mente en la lectura, traducción y trascripción de documentos antiguos, además de todo tipo de noticias sacadas fundamentalmente de los archivos parroquial y municipal, y de otros anales como los libros del Pósito y del Registro Civil, sumando a todo ello lo entresacado de las hemerotecas y fuentes de diversa índole, incluso la memoria de algunos vecinos de edad. Y con todo ello crear una base de datos en un compendio cronológico que en el transcurso de dos largos años se engrosa con la incorporación de nuevas noticias que surgen de la búsqueda e investigación.
También ha sido importante el fondo documental del autor, fruto del trabajo continuado de mucho tiempo remansando noticias de toda índole, producto personal de una firme convicción que comporta la consigna de trascender y transferir a la sociedad los conocimientos que labora una men­te individual e independiente. En ello cabe considerar que la creatividad es algo propio, no de los demás, aunque de poco serviría que no se divulgara, ya que su destino debe estar en el común de la gente, en el acervo cultural.
 El libro recoge esencialmente la vida de una parroquia, en este caso el amplio acontecer histórico que nos puede ofrecer la parroquia matriz de Santa Catalina Mártir de Alejandría en Tacoronte, seña de identidad del municipio desde su origen. Entre los muros del primitivo templo emergieron vocaciones, advocaciones y gremios piadosos bajo la tutela de obispos, vicarios y servidores con el sagrado deber de predicar la enseñanza cristiana para formar una comu­nidad de principios coherentes. En aquellos comienzos de antaño la feligresía de estos lugares no estaba bien atendida ni mucho menos instruida en sus de­beres religiosos. Fue a partir del concilio tridentino cuando el brazo eclesiástico empieza a mostrarse más eficaz y cercano con el pueblo llano, principalmente a través de las cofradías y hermandades que proliferan con notable impulso.
En toda la historia de Tacoronte hubo una sola parroquia, la de Santa Catalina Mártir de Alejandría, que cuenta con cura propio desde 1604 y es erigida en 1645. Mucho tiempo después, en el pasado siglo: XX, se crearon otras: la de Nuestra Señora de La Caridad el 15 de noviembre de 1943, cuya ermita se cita en el Sínodo de Dávila de 1735, aunque su construcción pudiera ser de comienzos del XVIII. El 14 de mayo de 1963 se erige la parroquia de Nuestra Señora de Fátima, con jurisdicción en la parte alta del pueblo, en la iglesia inaugurada en 1955 en el barrio de Agua García. La de San Juan Bau­tista en su barrio (San Juan) data del 24 de febrero de 1966, con jurisdicción en la medianía baja y costa de Tacoronte. En 1975 nacen tres parroquias más en el municipio: la de Nuestra Señora del Carmen en el barrio del Lomo Colorado, la de Nuestra Señora de la Luz en el barrio Piedra de Torres y la de Nuestra Señora del Rosario en el barrio Barranco Las Lajas, así como la de Nuestra Señora del Mar en El Pris y Puerto de la Madera, la de San Gabriel en la zona del Campo de Golf y la del Santísimo Cristo en el santuario del Cristo de los Dolores. Estas tres últimas se suprimieron por decreto episcopal en 1993.
Los caminos mundanos de todo tiempo van dejando huellas y carriles trillados por la experiencia del acontecer, un acontecer no exento de errores. Caminos para andar o desandar, con pena o felicidad, por otros seres que se repiten en los mismos senderos. Es el sino que desvela los designios, es­peranzas, frustraciones e ilusiones... Es la historia que forjan los hombres.
Catalina nace en el seno de una importante familia de Alejandría, recibe desde niña una esmerada educación en valores filosóficos y teológicos. En el año 307 cuenta 18 años, y la osadía de su pletórica juventud y su arrojo y valentía le impulsan a visitar al emperador romano Majencio (Marco Aurelio Valerio Majencio, 280-312), protagonista de una época de crueldades y persecuciones contra los cristianos en el período de 306 a 312 que gobernó Roma. La joven Catalina le pide una utópica cle­mencia para los cristianos, y con su inteligencia y planteamientos es capaz de rebatir los argumentos esgrimidos por los filósofos paganos, al punto de ser ella misma quien lograra la conversión de algunos de los doctores que buscaban, precisamente, el abandono de su religión. La belleza y el extraor­dinario intelecto de Catalina cautivan al emperador que, incapaz de lograr el amor de la joven y la renuncia al cristianismo, ordena su tortura en una rueda dentada y su posterior decapitación.
En el año 311 Alejandría es una importante ciudad de Egipto bajo el poder del imperio romano. El mismo Majencio había hecho viaje desde Roma para sofocar la rebelión de Domicio Alejandro, que se había procla­mado emperador. Ordena que toda la población ofrezca sacrificios a los dioses, y aparece la joven Catalina, de estirpe real. Ella, en lugar de ofrecer sacrificios, hace la señal de la cruz y se dirige a Majencio para hab1arle de Jesucristo e increparle por su cruenta persecución contra los cristianos. El emperador convoca a sus sabios y consejeros para que persuadieran a la in­genua muchacha, y el resultado fue que ella con su palabra les convenciera y muchos se convirtieran. La patricia alejandrina refutó y convirtió a 50 filósofos traídos a discutir con ella, y el megalómano Majencio compren­dió que la joven constituía un peligro público y decide quitarle la vida en un torno armado de clavos que milagrosamente se rompe y finalmente es decapitada con una espada…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

1 comentario:

  1. Porque se pintaron las piedras de las esquinas de SANTA CATALINA de blanco cuando yo tenggo 89 años y siempre las he visto negras vuelvan a su estado originalrespeten las cosas antiguas

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