Los pueblos embolsan recintos, añicos incólume del pasado, que las nuevas
edificaciones han ido frustrando y confinando al aturdimiento. Hay casas,
plazas, callejones o, incluso, cementerios, ocultos tras algún muro o
agazapados al amparo de una entrada tan estrecha que los hace desaparecer para
el trasiego cotidiano de la población. En La Orotava se encuentran muchos de
estos lugares, urbanizaciones centenarias, camposantos, caserones solariegos
etc.
Sobre ellos se cierne la amenaza de la desaparición y sobre todo de la
reconversión sin tener en cuenta el valor artístico e histórico de su
procedencia. Mirando este contexto, me llama la atención un aposento ubicado
casi en el centro del ya tradicional casco histórico de la Villa. Un aposento
que se remonta al siglo XIX y que últimamente ha sido objeto de cambios
radicales, incluso de martirio a los ábacos que adornan y embellecen capillas y
mausoleos. Hablo del cementerio orotavense, el renacentista camposanto de San
Francisco, anexo al desaparecido e incendiado monasterio Franciscano, que Viera
le llamó el "Escorial de Canarias".
Un Camposanto, que durante muchísimos años ha sido una mansión triste y
sombría, que en vano alegra mármoles y flores, para todos ha sido el inexorable
atrio que nos conduce al más allá. Según escribía un ensayista llamado PEDRO
GIL: "...Que el cementerio o campo santo, por sus márgenes de dolor, y sus
altos cipreses que le sombreaban piadosamente, caminaba con la barca de
Caronte, en continuo remar, sin llegar jamás, a su puerto de destino. Pero de
ahí surgían sombras evocadoras, recuerdos que avivaban en nuestros pechos el
fuego amortiguado del amor. Allí van a dormir, junto a las tumbas sagradas,
nuestros amorosos suspiros, perfumados por los más exquisitos perfumes; y de
allí vienen también voces augustas que con sus efluvios santos, que solo el
alma percibe en sus místicas exaltaciones, nos hablan de lo que somos y
debiéramos ser, y nos dicen también que aquella tierra niveladora de todas las
vanidades sociales es nuestro último consuelo en la vida, y el broche de paz
para nuestra última esperanza...".
El cementerio orotavense alberga a los villeros antepasados, cada uno en
sus moradas correspondientes, otros bajo tierra, guardando una distribución
magnifica de pasillos y jardines. Entre ellos se encuentran miembros de la
nobleza de la Villa, un lugar convertido en varios mausoleos, y efigies de
mármoles, que hacen de guardianes en noches de luna, y en noches de
estrellas. Todo este misterio debe de conservarse para el estudio científico de
esas ideas aristocráticas que embelleció el cementerio de San Francisco. Un
cementerio de fe católica, porque la mayoría de los villeros profesan y
profesaron esta religión. Sin embargo en él tienen cabida todos los ciudadanos
sean villeros o no lo sean, que fallezcan aquí, por eso en él se encuentran
sepulturas de personajes que profesaron otras religiones, e incluso ninguna.
Con vista a todo esto es eminente que el recinto se declare monumento histórico
artístico a conservar, que como he dicho aquí se tutela un arte de considerable
valor. Así pues recorriendo los pasos del Camposanto villero a lo largo de su
entorno que, dicho sea de paso, un orden resplandeciente en su interior y
exterior. Subido al mirador del pintoresco ex hospital de la santísima Trinidad,
y transitando por su capilla mayor, destruido sus nobles capiteles por un
descuidos incendio. La piedra de su embellecimiento está triste, majestuosamente
severa.
Un Camposanto que ya debería ser patrimonio de la humanidad anhelado de los
villeros.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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