sábado, 18 de noviembre de 2017

ADOLFO PADRÓN HERNÁNDEZ - EBANISTA Y CARPINTERO - APUNTES PARA SU HISTORIA.



Agradecimiento a sus cinco hijos, amigos y hermanos: Pedro (compañero de pupitre en los colegios: San Fernando y San Isidro), María Candelaria, Adolfo (compañero de docencia en el IES La Orotava Manuel González Pérez), María Isabel y María Quiteria.  Y un abrazo a su querida esposa y viuda María del Carmen Pacheco López,

Aniversario de su fallecimiento. Nacido, según su registro civil de nacimiento, en la Habana, Cuba, el 9 de enero de 1920, aunque en realidad lo fue un 9 de septiembre de 1919.  Su errónea anotación se debe a que su padre, Félix Adolfo Padrón Pérez, le dejó el encargo a un conocido para que lo registrase.  Éste se olvidó, haciéndolo cuatro meses después, poniendo como momento de su nacimiento el de su bautismo celebrado en la Habana, en la iglesia de San Nicolás de Bari el citado 9 de enero y al que pusieron por nombre Adolfo Sergio Padrón Hernández.   
Por circunstancias de la vida, su nacimiento coincide con la triste noche del hundimiento del vapor Valbanera, causado por un ciclón que asoló las costas caribeñas cuando hacía la ruta de Santiago de Cuba a La Habana. El chiquillo creció disfrutando como todos los niños de su edad, según contaba él, jugando “con una pelota a la que le dábamos un golpe con un palo”.   Con los años descubrió que dicho juego no era otra cosa que lo que se conoce como el deporte rey de Norteamérica: el béisbol.  Sus amigos eran como él, hijos de emigrantes. En su recuerdos decía que muchos eran de “color” y no solo negros y mulatos sino también asiáticos.  Al lado de su casa había una lavandería regentada por chinos y es de suponer que muchos de su amigos y conocidos lo fueran por vivir en una comunidad intercultural.
Su padre, albañil de profesión, emigró a las Américas como se solía decir, para prosperar económicamente.  Al principio viajó sin la familia; la cual, una vez asentado volvió por ella. Siendo el quinto de seis hermanos, la mayor y la más pequeña nacieron aquí en Canarias, los otros cuatro fueron concebidos en Cuba.  La familia llegó a tener una situación económica desahogada, debido al afán de progresar del padre, en una tierra que le había dado la oportunidad de demostrar su capacidad de trabajo. Tenía a su cargo profesionales como él a los que, por sus servicios de albañilería, remuneraba.
 Durante la década de los veinte, la situación del trabajo se dejó sentir con la moratoria económica del año veintiuno, tras la “danza de los millones” o etapa de prosperidad que para la isla antillana supuso la Primera Guerra Mundial.   Esta situación empeoró a finales de los años veinte con la crisis económica que causó la quiebra financiera del año 1929 –crack de la bolsa neoyorquina del veintinueve.  El padre, viendo que la situación empeoraba porque hacía ya siete meses que no tenía trabajo tomó una rotunda decisión: vendieron todo, casa y herramientas y regresaron a Canarias.
La familia llegó a Tenerife teniendo él nueve años. Un buen amigo le dijo a dos de sus hijas: “Todavía recuerdo los juguetes que tenía tu padre.  Siendo chicos íbamos a jugar a su casa en el patio y tenía un tren que corría por las vía.   Nosotros nunca habíamos visto juguetes como esos. Claro los había traído tu padre de Cuba”. Lo que supuso la tranquilidad monetaria en los primeros años de estancia en tierras americanas se dejó sentir una vez aquí.  Tuvieron que alquilar una casa, situada en las “Cuatro Esquinas” de la Villa Arriba de La Orotava, arrendada a una conocida de la familia llamada Justa, para que pudiesen instalarse una temporada hasta que la familia normalizase su situación. De allí tuvieron que partir porque se retrasaban en el pago del alquiler, unos sesenta “duros” mensuales.  Alquilaron otra casa por mediación de la que sería más tarde su segunda esposa.  Dicha casa, de preciosa arquitectura canaria, estuvo situada en el actual solar donde se encuentra hoy en día el edificio y comercio de papas, frutas y verduras “El Burrito” en la Cruz del Teide.
En 1931 muere su madre, Quiteria Mª Magdalena Hernández Delgado, a causa de una bronconeumonía gripal.  Dos años más tarde, su padre se vuelve a casar en segundas nupcias con Luisa González Armas, natural de esta Villa.  Con este matrimonio no tuvo hijos.  De la segunda esposa de su padre recuerda que fue una mujer que procuró cumplir con sus obligaciones de “madre”, sabiendo que se hacía cargo de varios entenados.  Mujer que, a pesar de su carácter adusto, siempre tuvo para ellos afecto y acciones propicias para sacarlos airosos de muchas travesuras con las que se encontraba a menudo y evitar que su marido se enterara.
La edad escolar fue corta, estudiando en la escuela pública de “La Alhóndiga”.  Escuela que estaba situada en el barrio de San Juan del Farrobo, en la Villa de Arriba.
Pasaron los años y aquel niño tuvo que empezar a trabajar.  Para ello, La Orotava era un núcleo próspero para formar a cuantos querían aprender un oficio.  En la zona, la actividad profesional en general estaba bastante arraigada.  Desde las labores del campo, hasta ser dependiente de cualquier comercio, pasando por los distintos oficios conocidos, había trabajo para todos.  Como muchos de su edad, siendo un chiquillo, trabajó como peón en labores que no le eran muy de su agrado.  Él que ya estaba saliendo de la pubertad quería labrarse un porvenir como todos y siendo ya adolescente le dijo a su padre que le gustaría ser mecánico.  Éste le quitó la idea de la cabeza, argumentando que en ese oficio iba a estar siempre manchado de grasa. Buscando otra alternativa lo colocó con dos cuñados suyos, hermanos de su primera esposa, concretamente Eustaquio y Ananías Hernández Delgado .Eran prestigiosos artesanos ebanistas donde lo hubiera y socios a su vez de otro afamado carpintero de La Orotava Isaac Valencia Pérez.  La empresa estaba situada en la calle “El Barranquillo” y allí empezó a formarse en el noble arte de la ebanistería y carpintería.
Con los años llegó el momento de formar una familia.  Para ello no podía esperar mucho más tiempo porque ya tenía veintinueve años.  De entre todas las conocidas se declaró a la que sería esposa y madre de sus hijos Mª del Carmen Pacheco López, natural del Puerto de la Cruz pero con residencia en La Orotava en casa de unos tíos. Se casaron el 8 de diciembre de 1949 en la Iglesia Matriz de La Concepción de La Orotava.  Pronto tuvieron descendencia, aunque su primer hijo, Adolfito, falleció prematuramente por hemorragia cerebral.  Después vendrían cinco hijos más, tres mujeres y dos varones: Pedro, Mª Candelaria, Adolfo, Mª Isabel y Mª Quiteria. 
La inquietud profesional de entonces era bien distinta a la actual .Todos los gremios artesanos estaban muy bien considerados en La Orotava.  En lo que a la carpintería y ebanistería se refiere, bien trabajasen la madera, u otras ramas afines como tornero, tapicero o tallista, formaban un colectivo con muchas inquietudes. Así que, aparte de tratar aspectos profesionales, se reunía además para celebrar para cualquier evento, bien de carácter cultural, recreativo o religioso.
Una vez que se consolidó como profesional dejó la carpintería y se asoció con su primo Julián Ananías Hernández Pérez, que trabajó con él en el taller de sus tíos.  Contó también con dos entrañables amigos como socios capitalistas: Rafael Hernández Suárez -empleado de la banca- y Sebastián González Hernández “Chano el del Molino”.
 El taller para desarrollar la actividad profesional estuvo situado en la esquina de la calle San Juan con la calle Calvo Sotelo.  Aquí estuvo hasta 1954, año en que se independizó para montar su propia empresa.  Para ello alquiló los bajos de la vivienda familiar, donde tenía un salón y una habitación, D. Bruno de la Rosa Rodríguez en la calle Dr. Domingo González García nº 45.  Contó en este taller con jóvenes carpinteros que le ayudaron a afianzar lo que tanto anhelaba: tener su propia empresa y poder crecer profesionalmente.  Por circunstancias del momento, los trabajadores que estaban a su cargo tuvieron que realizar el servicio militar.  Con el taller sin personal decidió emigrar.  Corría 1957, y como sucedió con su padre, quiso probar fortuna en América como tantos de su generación. 
Aquí dejo mujer y tres hijos embarcándose hacia Venezuela.  De tierras americanas llegó a comentar en un almuerzo familiar: “Cuando estaba en Venezuela trabajaba en una fábrica en la que se sacaban en cientos piezas para la fabricación de muebles. A mi servicio tenía un aprendiz, un negrito, que me llamaba isleño.  Este negrito le decía “¡isleño, isleño! el italiano, -otro emigrante como yo y trabajador en la misma fábrica y compañero de trabajo en las mismas máquinas-, está enfadado porque usted va sacando más piezas que él.
Según decía, “el italiano empezaba a sacar las piezas de los recortes y perdía el tiempo, yo las sacaba de las partes grandes para aprovechar toda la madera y luego de los recortes sacaba las más pequeñas”. Tanto fue así que un día un superior lo llamó y le dijo: “maestro no saque más piezas de las que se le indican pues abarata la producción”. No sólo lograba llegar al tope sino que lo rebasaba ¡qué bárbaro! Tuvo que hacer lo que le pedían. Cuando decidió regresar a Canarias lo dijo en la empresa y el superior le rogó que no se fuera que trabajadores como él no encontraba fácilmente. Incluso le prometieron un ascenso que declinó. Ya tenía el dinero que necesitaba para montar su empresa en Canarias y prefirió volver. 
De nuevo en la Orotava, reanudó la actividad en el taller con sus antiguos   trabajadores licenciados del servicio militar.  En 1961 compró un solar anexo al taller de carpintería.  Con mucha ilusión y sacrificio edificó una casa con salón industrial donde trasladó la empresa, dejando el salón antiguo para usos afines a la actividad. Ya en esta ubicación, desarrolló durante casi un cuarto de siglo su vida profesional. Aquí vivió momentos de prosperidad y de recesión, al igual que el resto de empresas del tejido industrial de la Orotava que lucha por avanzar y mantener un negocio.
 En 1973 su hijo Adolfo entró a formar parte como aprendiz, siendo uno más en la empresa que por aquella década tuvo su momento de auge con el boom turístico, donde el negocio prosperó económicamente.  Para poderse jubilar, por ser autónomo, le traspasó la empresa a su hijo en 1985.  Como trabajador nato que era, siguió aportando esfuerzo en todos los aspectos del negocio que tan bien conocía. Echaba de menos que su hijo no estuviese mucho antes en la empresa para poder aportar nuevas ideas que complementasen a las ya existentes pero para ello, según comentaba, “tendría que tener diez años menos y mi hijo diez de más”.
Durante el tiempo que estuvo al frente del taller artesano se formaron muchos ebanistas y carpinteros que hoy en día desempeñan la profesión bien como oficiales o como empresarios.
La aportación de este ebanista y carpintero al desarrollo económico de la Orotava y por ende, a Canarias, fue importante. Se le puede reconocer, como a tantos otros, su destreza para enfrentarse eficazmente a tantas vicisitudes que el negocio le deparaba. Fue capaz de mantenerlo a flote luchando diariamente y cumplir fielmente el pago de los salarios a sus operarios.
Como profesional y emprendedor no solo llegó a conocer los entresijos económicos y de planificación empresarial, sino también como experto en fabricar muchos artilugios que le sirvieron de recursos para aplicarlos a su trabajo.  Como muestra de ello todavía su hijo conserva una lijadora de mesa, un torno para madera, una lijadora de banda y un compresor de aire para barnizar o lacar.  Todos estos aparatos, cuando no había medios económicos para adquirirlos o para algún trabajo determinado, fueron elaborados en su mayoría en madera, material que dominaba y al que le sacaba el mayor provecho.
Si era experto en su oficio, otras actividades no le eran menos.  Realizaba trabajos diversos como cerrajería, albañilería, fontanería y mecánica.  Esta última, después de la carpintería y la ebanistería que por circunstancias de la vida no pudo desarrollar como profesión, fue su gran pasión.
Fue buen vecino y servicial para con estos.  Siempre se prestaba para remediar cualquier necesidad material o afectiva que estuviese a su alcance.  Sus vecinos lo recuerdan como “un hombre trabajador que madrugaba antes que el alba”.
La mañana del 16 de noviembre de 1992, mientras arreglaba el termo de gas, dejó caer para siempre la llave inglesa que tantas veces había usado.  Esta imagen ha quedado grabada para siempre en la memoria de sus hijos como ejemplo de excelencia profesional. Su corazón le jugó una mala pasada.  Falleció de un infarto originado por   una angina de pecho. Tenía 72 años.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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