El Amigo de la
Villa de La Orotava; MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, remitió entonces (18/04/2014)
estas notas sobre “EL ARTE Y RELIGIOSIDAD BARROCA EN CANARIAS. EL CALVARIO
DE LA OROTAVA Y SU ERMITA”: “…Este estudio
analiza el desarrollo de la religiosidad popular canaria en el Antiguo Régimen
y el advenimiento del liberalismo a través de la evolución de su culto en un
Calvario como el de La Orotava. Aborda su implantación desde los vías
crucis franciscanos y su integración en el calvario de una ermita dedicada a la
advocación de Nuestra Señora de la Piedad y San Isidro. Finalmente el proceso
de fusión en ella de las dos devociones en los siglos XVIII y XIX.
This work
studies the development of the popular religionnesss in Canary Islands in
the Old Regimen and the arrive of liberalism. It analyzes his evolution in a
Calvary as La Orotava. It approachs the stations of the Cross of the
franciscans and his integration of a shrine of Our Lady of Piety and Saint
Isidro inside the calvary. Finally the process of fusion in her between
the two devotions in the XVIII and XIX centuries.
La historia
religiosa y artística canaria tiene en los calvarios una de sus expresiones más
señeras. Proliferaron por toda la geografía insular profundamente enraizados
con las devociones y la visión religiosa característica del Barroco.
Tuvieron en los franciscanos, sin duda la orden más extendida por todo el
archipiélago, su mayor apoyatura e incitación. La orden tercera franciscana
extendería por todo él en los extremos de cada pueblo unos calvarios donde
culminarían los cultos del vía crucis que se propusieron difundir y extender.
En la villa de La Orotava dieron pie a dos calvarios en sus dos extremos
poblacionales, la zona que todavía se conoce por el nombre de la Piedad en la
Villa Arriba, y la conocida por el Calvario en el camino real de la villa,
justo al comienzo de sus dehesas comunales. Con el paso del tiempo los dos
insertarían en su entorno dos pequeñas ermitas en las que se daría culto a un
cuadro de Nuestra Señora de la Piedad.
El origen del
vía crucis es hoy controvertido. Teetert en su estudio histórico sostiene que
se originó en Flandes y que se transplantó en un principio a España y de allí
pasó a Italia. Merced al influjo de los franciscanos fue perfeccionado en la
primera mitad del siglo XVII. Logra alcanzar su forma definitiva en el siglo
XVIII por la constante actividad de San Leonardo de Porto Maurizio y por las
incontables indulgencias otorgadas por los Sumos Pontífices.
C. Gil, por su
parte, afirma que es una práctica piadosa no litúrgica, pero aprobada por la
Iglesia, que consiste en recorrer, meditando en ellos, los pasos dolorosos de
la Pasión de Cristo. Considera que las platerías y los humilladeros son los
previacrucis españoles. A San Álvaro de Córdoba en Escaceli en 1420 con
sus capillas con estaciones lo considera el introductor de la devoción. Este
religioso en el convento dominico cordobés de ese nombre en su intento de
retornar a las fuentes, trazó los pasos esenciales del víacrucis en Andalucía y
en Occidente. Lo convirtió en un recorrido devocional de la Pasión de Cristo.
No introdujo las actuales catorce estaciones, sino ocho, por lo que se puede
considerar su primer germen. Las obras de Jan Pascha y Adrichomius
contribuyeron a divulgar uno de pasos apócrifos. En España prevalece el modelo
de las 14 estaciones, que se irradia a Italia. Desde España, según su propia
confesión lo tomó San Leonardo de Porto Maurizio, su gran promotor en el siglo
XVIII. Este último será el que obtenga la aprobación y las indulgencias de la
Iglesia.
La devoción
franciscana a la Pasión de Cristo, con la estigmatización de San Francisco y
con la guarda de los Santos Lugares de Tierra Santa le empuja a su gran impulso
del vía crucis y de las cofradías de la Veracruz, verdaderos sedimentos en
Canarias de las procesiones y festividades relacionadas con el culto a la Cruz
y la Semana Santa, de tanta trascendencia en su origen y desarrollo por toda la
geografía insular.
Vía Crucis
como el de Sevilla fueron el origen y punto de partida devocional de los
canarios. Iniciado por el primer marqués de Tarifa a su regreso de Tierra
Santa, a donde viajó de 1518 a 1520, dio comienzo al Camino de la Cruz desde la
puerta de su palacio al humilladero de la Cruz del Campo. Cumplía así los 1.321
pasos (997,13 metros) que separaban en Jerusalén la residencia de Pilato
del Monte Calvario. Debió de tener doce estaciones señaladas por cruces y
altares portátiles a lo largo de su recorrido.
Junto con la
influencia andaluza es digna de reseñar la portuguesa, de papel tan crucial en
la colonización del archipiélago. La proliferación de capillas de cruces y la
intensidad del culto al vía crucis están íntimamente ligados a ellos. En
Portugal el Vía Crucis del Buen Jesús del Monte (1722-84) en Braga muestra la
intensidad devocional alcanzada por esas “montañas sagradas” en la devoción
sagrada. En ese país y en su proyección brasileña las capillas destinadas a
alojar los pasos o estancias del Calvario acompañan con frecuencia al Vía
Crucis.
Los calvarios
fueron proliferando por toda la geografía insular especialmente desde mediados
del siglo XVII. Ese fue el caso de La Laguna, de Garachico y de Santa Úrsula
que contaban con uno por lo menos desde esas fechas. En los lugares donde se
estableció una comunidad franciscana se dio paso a la creación de una orden
tercera. Esta asociación sería la promotora de la extensión de sus cultos a
través de la proliferación de vía crucis.
En La Orotava
se erigieron dos calvarios. En la villa arriba, en el lugar que se conocería
desde entonces con el nombre de la Piedad surgió en fecha incierta, probablemente
con posterioridad a la erección de la parroquia de San Juan Bautista, un
pequeño calvario que con el tiempo albergaría una pequeña ermita en la
que se colocaría un cuadro devocional de la Piedad. A mediados del siglo XIX su
fiesta era costeada sin dotación por los vecinos.
En la villa
abajo, en la jurisdicción de la parroquia matriz de Nuestra Señora de la
Concepción, en 1669 Fray Francisco Luis en calidad de fundador de la orden
tercera de penitencia franciscana de la villa solicita al cabildo de la isla
unos terrenos sitos en la dehesa comunal para ampliar su calvario erigido en el
camino real de entrada a la población, en las proximidades del llano de San
Sebastián, donde se albergaba la antigua ermita que le dio nombre, ya erigida
con anterioridad a 1524.
Fray Francisco
Luis era un personaje clave en el desarrollo de la religiosidad barroca de La
Orotava. Estrechamente relacionado con Fray Andrés de Abreu, era comisario de
los santos lugares de Jerusalén en las islas. Había procedido desde la
fundación de la orden tercera a la fundación de un calvario en la villa. Había
“puesto en él muchas reliquias de la tierra santa y en particular la original
del calvario de Cristo nuestro Señor, todas con vidrieras en la cruz del
medio”. En esa obra se había gastado más de 600 ducados. Alrededor de las
cruces había plantado árboles “como son palmas, olivas, cipreses y cedros”.
Deseaba ampliar su espacio cuarenta pies sobre una pedrera de risco que
limitaba con la pared de la dehesa, que se hallaba frontera al calvario. Era su
objetivo colocar en ella una casa para que viviese en ella un vigilante que se
encargase de repararlo y encalarlo y de regar los árboles.
Los regidores
de la isla Lorenzo Pereira de Lugo y Mateo Viña de Vergara, vecinos de La
Orotava, se personaron en el lugar y midieron un sitio de 40 pies en
cuadra que el cabildo le había cedido a la orden para tal finalidad, libre de
toda carga. El ayuntamiento insular precisa que la puerta debía de hacerse “a
la faz del camino real y teniendo su servicio por él sin que pueda tener ni
abrir puerta para la parte de dicha dehesa”.
Su recinto era
de forma rectangular, rodeado por una tapia. Se accedía a él a través de una
recia puerta de tea con celosía en su último tercio. Su patio en su parte
central se hallaba embaldosado. Dos hileras de bellos álamos plateados daban en
el siglo XIX sombra a las tres cruces del calvario que estaban orientadas hacia
el norte y que tenían como base una pequeña escalinata.
En él se había
edificado una casa en la que tuviesen una o varias personas para que éstas
tuvieran a su cuidado su aseo y adorno y el de sus árboles y flores. En
principio se le cedió una de paja construida para tal efecto a Antonia
González. Por su muerte estaba inhabitable y por ello falto de cuidado tal
entorno. Concedida su custodia a Ángela de la Ascensión, ésta sin embargo no
llegó a tomar posesión d ella. Por tales circunstancias se acordó darla a
Francisco Hernández Ortega por acuerdo de 3 de febrero de 1722. El susodicho
tenía como obligación su cuidado, por lo que se le entregaba la llave de su
portal. Se le encomendaba su apertura cuando la orden tercera efectuase allí
sus ejercicios o cuando los terceros particulares o personas devotas lo
solicitasen. Su nombramiento debía ser confirmado por los beneficiados de la
Concepción, como lo había determinado el obispo Lucas Conejero por su mandato.
De esa forma se sujetaba su control no sólo a los religiosos sino al clero
secular.
El beneficiado
Martín Bucaille Manrique lo aprueba, “especialmente con el aseo y cuidado del
santo monte calvario y de que en aquel religiosos sitio no se haga cosa que
desdiga de la piedad y veneración cristiana”. Se reserva, sin embargo, la
jurisdicción sobre la ermita, a la que luego nos referiremos, a un eclesiástico
nombrado por el ordinario que poseería también la llave de acceso.
En el convenio
firmado se obliga a Francisco Hernández a la fabricación y mantenimiento de una
casa terrera de piedra y barro cubierta de teja con puerta al camino frontero
de dicho santo monte calvario. Debe cuidar también que las almenas y muros del
recinto no se desmonten, como también no se corten sus árboles en todo o en
parte. Tanto él como sus parientes deben tener pronta la llave de acceso del
recinto tanto de día como de noche. Se le prohibe la residencia a toda “persona
sospechosa de trato indecente ni escandaloso” y se le encomienda la vigilancia
para no “consentir se hagan en él juegos, risas, cantares, ni bailes, ni otra
ninguna cosa indecente”. El incumplimiento de cualquiera de esos puntos podría
suponer su expulsión inmediata sin derecho a ser resarcidos de las
bienhechurías efectuadas en su casa.
En 1695 el
presbítero Luis Rixo Grimaldi Benítez de Lugo decidió erigir una ermita
dedicada a Nuestra Señora de la Piedad en el interior del recinto de dicho
calvario, según reza en su documento de fundación de 4 de noviembre de 1695.
Quedó colocada al fondo del patio. Como él mismo refiere en su testamento de 26
de mayo de 1709 le había dotado con dos misas y la había fabricado a su costa
“en el calvario de dicha villa”. Una de ellas sería para “Nuestra Señora de
dicho título el Viernes de Dolores y la otra para “el glorioso San Isidro
labrador que está colocado en dicha ermita en su día”. Para ornamentos y
reparos le cedió un tributo de 50 reales. Sin embargo no se reservó derecho de
patronazgo, quedando sometida desde entonces al control eclesiástico. El
nombramiento de su mayordomo correría a cargo del Obispo y dependería el
Vicario de Taoro y los beneficiados de la Concepción.
Dos hechos
bien significativos delatan la erección de esta ermita. De una parte el culto a
Nuestra Señora de la Piedad en un calvario, relación que se generalizará a
partir de entonces en tales enclaves. Para ello se valdrá de los servicios de
un pintor orotavense con el que el capellán estará estrechamente relacionado, y
era clérigo como él, Gaspar de Quevedo. Este acometerá la realización de un
cuadro de esta advocación. En ella imita las obras de Van Dyck y Rubens, aunque
incorpora dos pequeñas variantes. Al fondo sitúa la cruz y no unas rocas que
indiquen el lugar del entierro. Añade dos ángeles. En su color se atiene al
modelo a través de un simbolismo generalizado en Europa. Aparece reflejado en
María a través del tono morado de la túnica y del manto. El evangelista muestra
la entereza de la fe y el amor de hijo en la custodia de la Virgen a través del
color rojo de su vestido. El violeta en María Magdalena expresa la austeridad
de la penitencia tras una vida mundana. Es bien significativo que el centro de
la composición sea, en el manto negro de la Virgen, una estrella de ocho
puntas. Desde la Edad Media la estrella ha sido símbolo mariano, bien como
orientación a la seguridad (Estrella polar), introducción a la luz (Estrella
matutina) y en sí misma como fuente de luz purísima. La matutina es
símbolo del eterno retorno y del principio de la vida, identificándose
significativamente con el planeta Venus, cuya relación con Ella es bien
evidente. En el mundo occidental se han impuesto precisamente sus acepciones
aurorales y gozosas: virginidad, renovación, anticipo de la luz. Por ello María
es anunciadora y dadora de la luz de Cristo, sol de Justicia.
El segundo es
el culto desde la erección de este santo madrileño con una imagen de bulto
donada por su fundador, a la que se le tributa fiesta en su día. Hay constancia
de que el gremio de labradores ya le celebraba fiesta desde 1700. En el 15 de
febrero Juan de Lugo Navarrete, Manuel González de Abreu, Domingo Yáñez y José
Hernández le hicieron fiesta. En ella “hubo víspera, misa, sermón y procesión”.
La sustitución de San Benito como patrón de los campesinos, generalizada en las
islas en la segunda mitad del siglo XVII parece de esta forma confirmarse.
El fundador de
la ermita fue un personaje clave en la difusión de la religiosidad barroca
orotavense. Síndico del convento franciscano de San Lorenzo, capellán y
fundador de capellanías, fue un miembro de la oligarquía que, como tantos
otros, no pasó del umbral del presbiterio. No desempeñó ningún otro cargo de mayor
relieve. Sin embargo, amén de la fundación reseñada, es donante de la Virgen de
los Remedios, que adquiere en Sevilla para la iglesia de San Juan Bautista del
Farrobo, convertida en copatrona de la recién creada parroquia y construye una
ermita bajo la advocación de San Felipe Neri en su hacienda del camino de la
Oruga donde se entierra.
La
estrategia familiar y social de Luis Grimaldi Rizo Benítez de Lugo es bien
expresiva de la mentalidad de la que se considera a sí misma como nobleza en
una época de expansión económica y de auge de la religiosidad barroca. Era
miembro de la numerosa prole de ocho hijos adultos del matrimonio formado por
Doménigo Grimaldi e Isabel de Ponte y Calderón, hija del Maestre de Campo Pedro
de Ponte y Vergara, poseedor del heredamiento de Adeje. El mayor de ellos,
Doménigo, ejercería la primogenitura y enlazaría con una hija del Alférez Mayor
de la isla. Cuatro de sus hermanos serían religiosos, dos frailes y dos monjas
claras. Pedro casaría con una hermana del Marqués de Villafuerte y Catalina con
su primo Jerónimo de Ponte Fonte y Pagés, caballero del Orden de Calatrava y
hermano del primer Marqués de Adeje. Luis, por parte, erigiría mayorazgo en su
hacienda en la hija de Catalina, Antonia, casada con Francisco Lugo Viña y Mariana,
enlazada con el alférez mayor Francisco de Valcárcel. Esta política de
concentración y de endogamia es, por tanto, manifiesta en esa familia. Tales
haciendas terminarán finalmente por vía matrimonial en el Marquesado de
la Quinta Roja.
Luis Grimaldi
estaba interesado en el fomento del culto al fundador de los oratorianos y a la
difusión de escuelas de Cristo por la faz de la isla a imitación de la
desarrollada en La Laguna. Por ello en su testamento recoge que “he tenido
deseo de ver a los fieles ejercitados en la Escuela de Cristo”. Por ello es su
voluntad que “si en algún tiempo personas devotas y de buena vida quisieran por
su devoción ejercitarse en tan santo ministerio agradable a su Divina Majestad
y eligieren para ello la ermita de San Felipe Neri” ordena a sus herederos su
franqueza un día por semana para tal fin. Debían de tener prevenidas
“disciplinas para algunos que no las llevaren y para que con mayor comodidad y
menos embarazo puedan entrar y salir a su ministerio”. Les precisa la apertura
de una puerta por debajo de la ermita para su entrada sin necesidad de
efectuarla por su casa. Sus devociones se integran, pues, plenamente dentro de
la espiritualidad barroca. La congregación oratoriana ha estado integrada
siempre por grupos tanto de sacerdotes como seglares que constituían un
oratorio para aspirar a la perfección propia y su proyección exterior. Al no
existir en Canarias esa orden su culto se proyectó siempre a través de esas
escuelas de Cristo, que no se desarrollaron sino en el hospital lagunero de
Nuestra Señora de Dolores.
Los vía crucis
al calvario orotavense continuaron a lo largo del siglo XVIII. En 1705,
con motivo de los terremotos que presagiaron la erupción volcánica de Garachico
del año siguiente y que resquebrajaron el templo parroquial de la Concepción,
cobraron un nuevo impulso con las promesas contraídas por sus vecinos en sus
súplicas a la Divinidad. Por tal motivo salían todos los años hacia él en
forma de vía crucis la tarde del día de inocentes. Fue una costumbre que se
mantuvo hasta 1829, año en el que el beneficiado de la parroquia matriz villera
Buenaventura Padilla “introdujo la novedad de rezar la mayor parte de las
estaciones dentro de la parroquia, y luego a salir al calvario a rezar las dos
últimas, dejando de hacerlo por las calles en las partes acostumbradas”. El
otro párroco, Domingo Curras, considera la supresión del vía crucis exterior en
detrimento de la fe popular. Padilla, sin embargo, argumenta que la razón de
restringirlo a la parroquia es la humedad de las calles para arrodillarse a
cada estación, la distancia y el bullicio de los carruajes que las transitaban.
La ermita
había quedado encomendada a mayordomos bajo nombramiento de la Concepción,
generalmente vinculados a una significada familia de burguesía agraria
orotavense, los Calzadilla. Con anterioridad a junio de 1795 lo había sido
Antonio Melo y Calzadilla. Entre esa fecha y 1816, en que acaeció su
fallecimiento, lo desempeñó el clérigo Domingo Calzadilla y Osorio. Continuó
más tarde en tal ejercicio su sobrino, también presbítero, José Calzadilla y
Monte. En ella, junto con el culto de Nuestra Señora de la Piedad, la devoción
al patrón de los campesinos era cada día más patente, hasta el punto de que su
denominación más popular a principios del siglo XIX era ya la de éste último.
Sus fiestas del Domingo de Pentecostés, con su procesión hasta San Agustín,
despertaban cada día más el entusiasmo y el fervor de los villeros.
Los Calzadilla
se habían significado por una política de fundación de capellanías y patronatos
para su numeroso elenco de clérigos que el culto. Estrategia, por lo demás
común a su estamento social, que potenciaban con sus rentas, que contribuían a
agrandar los propios presbíteros. Ese había sido el caso de su tíos Juan,
fundador de la ermita de San Bartolomé de La Corujera (Santa Úrsula), a la que
había dotado con una capellanía, que había ejercido su sobrino, y Domingo
García Calzadilla que durante su mayordomía, entre 1746 y 1758, construyó un
camarín y un soberbio retablo barroco a la Virgen de los Remedios en la
parroquia de San Juan Bautista de La Orotava con dos nichos laterales más
reducidos y tres cuadros en lo alto. Sus cuantiosas inversiones dieron un
alcance de 15.342 reales y medio que “subroga con lo bajo de dicho camarín,
para que en él pueda hacer a so costa para sí y para quienes dispusiese”.
Domingo
Calzadilla emprendió la reforma de la ermita, en la que gastó más de tres mil
pesos. Construyó una sacristía y concluyó su retablo para el que tenía
compuesto, como recoge en su testamento, de “8 tablones de pinsapo”. En
él se colocaron las imágenes que había encargado de “Nuestra Señora de la
Soledad con su hijo difunto en los brazos, la de Santa María de la Cabeza y la
de San Isidro, para todo lo que dejo 200 pesos corrientes y 50 pesos que para
este fin me ofreció Francisco Calzadilla mi hermano”. Le lega igualmente la
papelera que había puesto en ella con sus flores, 6 sillas de asientos de
moscobia, un misal con cantoneras y manillas de plata y un santo Cristo de marfil
para que se ponga en el altar.
Domingo
Calzadilla es, pues, el financiador de la imagen de la Piedad, conocida por el
nombre de Cristo del Calvario, de un nuevo San Isidro y de Santa María de la
Cabeza, las tres salidas del taller del imaginero orotavense Fernando Estévez
del Sacramento en fecha anterior a diciembre de 1814. Él mismo da cuenta de sus
estrechas relaciones, al afirmar que “mi sobrino Don José Calzadilla recoja y
lleve a su poder dos imágenes del Salvador del Mundo y San Bartolomé propias de
su ermita en la Corujera, que están en el de Fernando Estévez, a quién se las
tengo satisfechas con el importe de 75 pesos”. El presbítero no sólo reformula
y potencia el culto en la ermita con una sacristía y la adicción de nuevas
imágenes y un retablo, sino que encomienda a sus sobrinos el citado José
Calzadilla y Fulgencio Melo y Calzadilla que sigan desempeñando su mayordomía.
Para estímulo de su culto lega al primero cuatro pedazos de viña de la Candia
con la obligación de decir cada viernes de cuaresma una misa rezada en ella “a
horas que la puedan oír los que van al calvario” y a Fulgencio Melo el cercado
de la Cruz Santa con la de pagar “4 ducados al beneficiado por una misa cantada
y función en el día de mi devoto San Isidro, la que se ha de celebrar en su
ermita y 5 pesos por el sermón”. En caso de fallecer sin sucesión sus rentas se
deben invertir en decir todos los años en los siete viernes del Espíritu Santo
una misa rezada en cada uno de ellos en la referida ermita.
…En el siglo
XIX el culto a San Isidro y su consolidación como patrono de la villa es un
hecho cada vez más patente. Paralelamente la grave crisis que atraviesa la
religiosidad del Antiguo Régimen con el grave impacto que para ella supuso la
progresiva desamortización de las rentas de cofradías, conventos y capellanías,
y con ellas la extinción de las órdenes religiosas se deja sentir en la ermita
del Calvario que ve quebrados buena parte de sus ingresos en una época de grave
crisis económica insular, con es la del período entre la paz continental de
1814 y el despegue de la cochinilla. El definitivo hundimiento del vino como
sector exportador es la espita sobre cargas impuestas sobre los viñedos. El
estado languideciente de la ermita es cada vez más palpable. Durante el reinado
de Isabel II, las elites sociales orotavenses, que habían apoyado decididamente
las reformas liberales y que se habían beneficiado de ellas con la adquisición
de los bienes de la Iglesia y de las tierras de propios y comunales buscan
nuevos cauces para reconducir las creencias populares tras su grave crisis con
la prácticamente total desaparición de las cofradías y de las comunidades
religiosas y con el grave impacto en la solemnidad de las festividades
religiosas. Aparece una religiosidad que pretende retomar con nuevas
perspectivas la religiosidad tradicional para reanimar la fe popular. Es la
época en que nace un nuevo concepto del Corpus Christi con la incorporación de
las alfombras italianas, con los arcos frutales convertidos en corazones, con
un teatro navideño reverdecido, pero sin espontaneidad elaborado a partir de
obras ya prefijadas, de la expansión del culto al Sagrado Corazón y el
Rosario. En el tema que nos ocupa es también el del culto al Señor del
Calvario, por el que en los calvarios insulares se construyen ermitas en las
que se da culto al Cristo de esa advocación, que es llevado a ellas, como
acontece en Icod con un Cristo cubano existente en la localidad desde
1730 y al que se le da ese nombre y se le convierte en patrono del
pueblo.
En 1861 se
integra por primera vez dentro de la Semana Santa orotavense como procesión del
Calvario en la mañana del Viernes Santo. A la una del mediodía salieron
desde él los cleros de las dos parroquias con sus cruces y hermandades
respectivas. Acompañaban a la imagen una banda musical de aficionados y un
piquete de tropa del batallón de la villa. A las dos y media entró en la
Concepción, donde el párroco del Realejo de Abajo José Díaz pronunció un
sermón. A su finalización la procesión se dirigió a San Juan Bautista, donde
arribó a las cuatro de la tarde. De ella saldría con el Santo Entierro por
todas las calles de la villa. El Marqués de Celada y otros mayordomos de la
ermita para “la inauguración de un acto tan piadoso nos consta han tenido que
hacer algunos desembolsos de consideración, así en reedificar y mejorar
notablemente la ermita, adornándola con el mejor gusto, como en los demás
objetos conducentes a la mayor solemnidad de tan edificante ceremonia”
Es bien
significativo que el culto al Cristo del Calvario sea promovido en La Orotava
por significados miembros de las elites reformistas, de carácter republicano y
masónico. En la solicitud de constitución de la Hermandad, aprobada el 12 de
febrero de 1864 figuran destacados miembros de este sector socio-político.
Resulta bien llamativo que personajes tan caracterizados en esa militancia como
el Marqués de la Florida, Miguel Villalba Hervás, Sebastián López Mora o Lucio
Díaz González formen parte de ella o sean esenciales en su erección. Pero
debemos de entender esa actitud en la búsqueda por parte de los sectores
liberales y afines a la burguesía intermedia de un espacio propio frente al
abolengo antiguo regimental de la oligarquía pactista. Frente a la decadente y
restringida Hermandad de Misericordia del pasado, de la que se dice heredera,
este sector social busca un nuevo espacio de sensibilidad religiosa, porque el
republicanismo y la masonería isleña como expresiones socio-culturales de ese
movimiento no fueron antirreligiosas ni anticatólicas, su disputa fue frente al
clero ultramontano. Era un espacio más de sociabilidad, como la logia o como el
Falansterio, más tarde denominado Liceo de Taoro, erigido en oposición al
aristocrático Casino.
En 1914 el
Calvario y su ermita sufren una dura acometida, su demolición por su
expropiación forzosa para las obras de construcción de la carretera del Pinito.
Destruida, se edifica una nueva en estilo neogótico con planos de Mariano
Estanga. El domingo 28 de enero de 1917 se efectuó el traslado de las imágenes
a ella y en octubre de 1918 se trazaron los planos de la Plaza del Calvario
baja la nueva denominación de la Paz por haber finalizado en ese año la I
Guerra Mundial. Sólo subsisten, pues, de ese entorno, las imágenes y la pintura
de la Piedad…”
Según nos cuentan los amigos de la Villa de La Orotava E. D. G. - J.
H. M; El escultor orotavense Fernando Estévez se mostró especialmente activo
como concejal durante los años del Trienio Liberal (1820-1823) y estuvo
vinculado a la Constitución de 1812 promulgada en Cádiz el día 19 de marzo
festividad de San José y denominada la Pepa, por lo que doscientas años después
habrá que investigar profundamente el pensamiento liberar de Estévez: “…La vinculación
de Estévez con esta primera efeméride constitucional se debe a que fue uno de
los encargados de la dirección de los actos que se realizaron, “pintando los
arcos triunfales y otras cosas análogas al objeto”. Luego vendrían años de
trabajo en el seno del consistorio local, ya que el imaginero se mostró
especialmente activo como concejal durante los años del Trienio Liberal
(1820-1823). En ese periodo llegaría a disponer una sencilla placa o lápida
marmórea que recordaba tal efeméride en el altozano o llano frente a la Iglesia
de San Agustín, el mismo espacio que años más tarde remodelaría como alameda de
moderno aliento para el recreo de sus contemporáneos (1834-1836).
Por tanto, en la celebración de los 200 años desde la
redacción de nuestra primera Carta Magna, volvemos de nuevo los ojos a este
polifacético personaje de la Villa. Al acercarnos a la actividad de Estévez en
el marco de “la Pepa” no advertimos la participación anodina de un artista que,
haciendo las veces de artesano, realiza unas arquitecturas momentáneas. Más
bien, el “sí” de Estévez a la Constitución está en la base de una mentalidad
abierta y libre, pero dividida, pues se debatía entre un liberalismo que minaba
las bases de un sistema absolutista y estamental y la postura reaccionaria de
muchos clérigos que se elevaron como auténticos baluartes de una sociedad
clasista fraguada durante la época Moderna.
El papel de Fernando Estévez es, pues, revelador. Una
personalidad inquieta y avanzada, de potente impulso ilustrado que, además de a
las artes, llevó su mentalidad a la sociedad y a los acontecimientos políticos
más sobresalientes de su tiempo. De esta manera, advertimos en Estévez una
dimensión que supera una técnica brillante y nos acerca a las convicciones de
un auténtico intelectual, amante del progreso y amplio conocedor, pese al
aislamiento que por aquel entonces padecían las Islas, de las ideas reformistas
más relevantes en la Península y Europa…”
BRUNO JUAN
ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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