viernes, 30 de marzo de 2018

EL ARTE Y RELIGIOSIDAD BARROCA EN CANARIAS. EL CALVARIO DE LA OROTAVA Y SU ERMITA”



El Amigo de la Villa de La Orotava; MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, remitió entonces (18/04/2014) estas notas sobre “EL ARTE Y RELIGIOSIDAD BARROCA EN CANARIAS. EL CALVARIO DE LA OROTAVA Y SU  ERMITA”: “…Este estudio analiza el desarrollo de la religiosidad popular canaria en el Antiguo Régimen y el advenimiento del liberalismo a través de la evolución de su culto en un Calvario como el de La Orotava.  Aborda su implantación desde los vías crucis franciscanos y su integración en el calvario de una ermita dedicada a la advocación de Nuestra Señora de la Piedad y San Isidro. Finalmente el proceso de fusión en ella de las dos devociones en los siglos XVIII y XIX.
This work studies the development of the popular religionnesss in Canary Islands in the Old Regimen and the arrive of liberalism. It analyzes his evolution in a Calvary as La Orotava.  It approachs the stations of the Cross of the franciscans and his integration of a shrine of Our Lady of Piety and Saint Isidro inside the calvary. Finally the process of fusion in her  between the two devotions in the XVIII and XIX centuries.
La historia religiosa y artística canaria tiene en los calvarios una de sus expresiones más señeras. Proliferaron por toda la geografía insular profundamente enraizados con las devociones y la visión religiosa característica del Barroco. Tuvieron  en los franciscanos, sin duda la orden más extendida por todo el archipiélago, su mayor apoyatura e incitación. La orden tercera franciscana extendería por todo él en los extremos de cada pueblo unos calvarios donde culminarían los cultos del vía crucis que se propusieron difundir y extender. En la villa de La Orotava dieron pie a dos calvarios en sus dos extremos poblacionales, la zona que todavía se conoce por el nombre de la Piedad en la Villa Arriba, y la conocida por el Calvario en el camino real de la villa, justo al comienzo de sus dehesas comunales. Con el paso del tiempo los dos insertarían en su entorno dos pequeñas ermitas en las que se daría culto a un cuadro de Nuestra Señora de la Piedad.
El origen del vía crucis es hoy controvertido. Teetert en su estudio histórico sostiene que se originó en Flandes y que se transplantó en un principio a España y de allí pasó a Italia. Merced al influjo de los franciscanos fue perfeccionado en la primera mitad del siglo XVII. Logra alcanzar su forma definitiva en el siglo XVIII por la constante actividad de San Leonardo de Porto Maurizio y por las incontables indulgencias otorgadas por los Sumos Pontífices.
C. Gil, por su parte, afirma que es una práctica piadosa no litúrgica, pero aprobada por la Iglesia, que consiste en recorrer, meditando en ellos, los pasos dolorosos de la Pasión de Cristo. Considera que las platerías y los humilladeros son los previacrucis españoles. A San Álvaro  de Córdoba en Escaceli en 1420 con sus capillas con estaciones lo considera el introductor de la devoción. Este religioso en el convento dominico cordobés de ese nombre en su intento de retornar a las fuentes, trazó los pasos esenciales del víacrucis en Andalucía y en Occidente. Lo convirtió en un recorrido devocional de la Pasión de Cristo.  No introdujo las actuales catorce estaciones, sino ocho, por lo que se puede considerar su primer germen. Las obras de Jan Pascha y Adrichomius contribuyeron a divulgar uno de pasos apócrifos. En España prevalece el modelo de las 14 estaciones, que se irradia a Italia. Desde España, según su propia confesión lo tomó San Leonardo de Porto Maurizio, su gran promotor en el siglo XVIII. Este último será el que obtenga la aprobación y las indulgencias de la Iglesia.
La devoción franciscana a la Pasión de Cristo, con la estigmatización de San Francisco y con la guarda de los Santos Lugares de Tierra Santa le empuja a su gran impulso del vía crucis y de las cofradías de la Veracruz, verdaderos sedimentos en Canarias de las procesiones y festividades relacionadas con el culto a la Cruz y la Semana Santa, de tanta trascendencia en su origen y desarrollo por toda la geografía insular.
Vía Crucis como el de Sevilla fueron el origen y punto de partida devocional de los canarios. Iniciado por el primer marqués de Tarifa a su regreso de Tierra Santa, a donde viajó de 1518 a 1520, dio comienzo al Camino de la Cruz desde la puerta de su palacio al humilladero de la Cruz del Campo. Cumplía así los 1.321 pasos  (997,13 metros) que separaban en Jerusalén la residencia de Pilato del Monte Calvario. Debió de tener doce estaciones señaladas por cruces y altares portátiles a lo largo de su recorrido.
Junto con la influencia andaluza es digna de reseñar la portuguesa, de papel tan crucial en la colonización del archipiélago. La proliferación de capillas de cruces y la intensidad del culto al vía crucis están íntimamente ligados a ellos. En Portugal el Vía Crucis del Buen Jesús del Monte (1722-84) en Braga muestra la intensidad devocional alcanzada por esas “montañas sagradas” en la devoción sagrada. En ese país y en su proyección brasileña las capillas destinadas a alojar los pasos o estancias del Calvario acompañan con frecuencia al Vía Crucis.
Los calvarios fueron proliferando por toda la geografía insular especialmente desde mediados del siglo XVII. Ese fue el caso de La Laguna, de Garachico y de Santa Úrsula que contaban con uno por lo menos desde esas fechas. En los lugares donde se estableció una comunidad franciscana se dio paso a la creación de una orden tercera. Esta asociación sería la promotora de la extensión de sus cultos a través de la proliferación de vía crucis.
En La Orotava se erigieron dos calvarios. En la villa arriba, en el lugar que se conocería desde entonces con el nombre de la Piedad surgió en fecha incierta, probablemente con posterioridad a la erección de la parroquia de San Juan Bautista, un pequeño calvario que con el tiempo albergaría una pequeña ermita  en la que se colocaría un cuadro devocional de la Piedad. A mediados del siglo XIX su fiesta era costeada sin dotación por los vecinos.
En la villa abajo, en la jurisdicción de la parroquia matriz de Nuestra Señora de la Concepción, en 1669 Fray Francisco Luis en calidad de fundador de la orden tercera de penitencia franciscana de la villa solicita al cabildo de la isla unos terrenos sitos en la dehesa comunal para ampliar su calvario erigido en el camino real de entrada a la población, en las proximidades del llano de San Sebastián, donde se albergaba la antigua ermita que le dio nombre, ya erigida con anterioridad a 1524.
Fray Francisco Luis era un personaje clave en el desarrollo de la religiosidad barroca de La Orotava. Estrechamente relacionado con Fray Andrés de Abreu, era comisario de los santos lugares de Jerusalén en las islas. Había procedido desde la fundación de la orden tercera a la fundación de un calvario en la villa. Había “puesto en él muchas reliquias de la tierra santa y en particular la original del calvario de Cristo nuestro Señor, todas con vidrieras en la cruz del medio”. En esa obra se había gastado más de 600 ducados. Alrededor de las cruces había plantado árboles “como son palmas, olivas, cipreses y cedros”. Deseaba ampliar su espacio cuarenta pies sobre una pedrera de risco que limitaba con la pared de la dehesa, que se hallaba frontera al calvario. Era su objetivo colocar en ella una casa para que viviese en ella un vigilante que se encargase de repararlo y encalarlo y de regar los árboles.
Los regidores de la isla Lorenzo Pereira de Lugo y Mateo Viña de Vergara, vecinos de La Orotava, se personaron  en el lugar y midieron un sitio de 40 pies en cuadra que el cabildo le había cedido a la orden para tal finalidad, libre de toda carga. El ayuntamiento insular precisa que la puerta debía de hacerse “a la faz del camino real y teniendo su servicio por él sin que pueda tener ni abrir puerta para la parte de dicha dehesa”.
Su recinto era de forma rectangular, rodeado por una tapia. Se accedía a él a través de una recia puerta de tea con celosía en su último tercio. Su patio en su parte central se hallaba embaldosado. Dos hileras de bellos álamos plateados daban en el siglo XIX sombra a las tres cruces del calvario que estaban orientadas hacia el norte y que tenían como base una pequeña escalinata.
En él se había edificado una casa en la que tuviesen una o varias personas para que éstas tuvieran a su cuidado su aseo y adorno y el de sus árboles y flores. En principio se le cedió una de paja construida para tal efecto a  Antonia González. Por su muerte estaba inhabitable y por ello falto de cuidado tal entorno. Concedida su custodia a Ángela de la Ascensión, ésta sin embargo no llegó a tomar posesión d ella. Por tales circunstancias se acordó darla  a Francisco Hernández Ortega por acuerdo de 3 de febrero de 1722. El susodicho tenía como obligación su cuidado, por lo que se le entregaba la llave de su portal. Se le encomendaba su apertura cuando la orden tercera efectuase allí sus ejercicios o cuando los terceros particulares o personas devotas lo solicitasen. Su nombramiento debía ser confirmado por los beneficiados de la Concepción, como lo había determinado el obispo Lucas Conejero por su mandato. De esa forma se sujetaba su control no sólo a los religiosos sino al clero secular.
El beneficiado Martín Bucaille Manrique lo aprueba, “especialmente con el aseo y cuidado del santo monte calvario y de que en aquel religiosos sitio no se haga cosa que desdiga de la piedad y veneración cristiana”. Se reserva, sin embargo, la jurisdicción sobre la ermita, a la que luego nos referiremos, a un eclesiástico nombrado por el ordinario que poseería también la llave de acceso. 
En el convenio firmado se obliga a Francisco Hernández a la fabricación y mantenimiento de una casa terrera de piedra y barro cubierta de teja con puerta al camino frontero de dicho santo monte calvario. Debe cuidar también que las almenas y muros del recinto no se desmonten, como también no se corten sus árboles en todo o en parte. Tanto él como sus parientes deben tener pronta la llave de acceso del recinto tanto de día como de noche. Se le prohibe la residencia a toda “persona sospechosa de trato indecente ni escandaloso” y se le encomienda la vigilancia para no “consentir se hagan en él juegos, risas, cantares, ni bailes, ni otra ninguna cosa indecente”. El incumplimiento de cualquiera de esos puntos podría suponer su expulsión inmediata sin derecho a ser resarcidos de las bienhechurías efectuadas en su casa.
En 1695 el presbítero Luis Rixo Grimaldi Benítez de Lugo decidió erigir una ermita dedicada a Nuestra Señora de la Piedad en el interior del recinto de dicho calvario, según reza en su documento de fundación de 4 de noviembre de 1695. Quedó colocada al fondo del patio. Como él mismo refiere en su testamento de 26 de mayo de 1709 le había dotado con dos misas y la había fabricado a su costa “en el calvario de dicha villa”. Una de ellas sería para “Nuestra Señora de dicho título el Viernes de Dolores y la otra para “el glorioso San Isidro labrador que está colocado en dicha ermita en su día”.  Para ornamentos y reparos le cedió un tributo de 50 reales. Sin embargo no se reservó derecho de patronazgo, quedando sometida desde entonces al control eclesiástico. El nombramiento de su mayordomo correría a cargo del Obispo y dependería el Vicario de Taoro y los beneficiados de la Concepción.  
Dos hechos bien significativos delatan la erección de esta ermita. De una parte el culto a Nuestra Señora de la Piedad en un calvario, relación que se generalizará a partir de entonces en tales enclaves. Para ello se valdrá de los servicios de un pintor orotavense con el que el capellán estará estrechamente relacionado, y era clérigo como él, Gaspar de Quevedo. Este acometerá la realización de un cuadro de esta advocación. En ella imita las obras de Van Dyck y Rubens, aunque incorpora dos pequeñas variantes. Al fondo sitúa la cruz y no unas rocas que indiquen el lugar del entierro. Añade dos ángeles. En su color se atiene al modelo a través de un simbolismo generalizado en Europa. Aparece reflejado en María a través del tono morado de la túnica y del manto. El evangelista muestra la entereza de la fe y el amor de hijo en la custodia de la Virgen a través del color rojo de su vestido. El violeta en María Magdalena expresa la austeridad de la penitencia tras una vida mundana. Es bien significativo que el centro de la composición sea, en el manto negro de la Virgen, una estrella de ocho puntas. Desde la Edad Media la estrella ha sido símbolo mariano, bien como orientación a la seguridad (Estrella polar), introducción a la luz (Estrella matutina) y en sí misma como fuente de luz purísima. La matutina es símbolo  del eterno retorno y del principio de la vida, identificándose significativamente con el planeta Venus, cuya relación con Ella es bien evidente. En el mundo occidental se han impuesto precisamente sus acepciones aurorales y gozosas: virginidad, renovación, anticipo de la luz. Por ello María es anunciadora y dadora de la luz de Cristo, sol de Justicia.
El segundo es el culto desde la erección de este santo madrileño con una imagen de bulto donada por su fundador, a la que se le tributa fiesta en su día. Hay constancia de que el gremio de labradores ya le celebraba fiesta desde 1700. En el 15 de febrero Juan de Lugo Navarrete, Manuel González de Abreu, Domingo Yáñez y José Hernández le hicieron fiesta. En ella “hubo víspera, misa, sermón y procesión”. La sustitución de San Benito como patrón de los campesinos, generalizada en las islas en la segunda mitad del siglo XVII parece de esta forma confirmarse.
El fundador de la ermita fue un personaje clave en la difusión de la religiosidad barroca orotavense. Síndico del convento franciscano de San Lorenzo, capellán y fundador de capellanías, fue un miembro de la oligarquía que, como tantos otros, no pasó del umbral del presbiterio. No desempeñó ningún otro cargo de mayor relieve. Sin embargo, amén de la fundación reseñada, es donante de la Virgen de los Remedios, que adquiere en Sevilla para la iglesia de San Juan Bautista del Farrobo, convertida en copatrona de la recién creada parroquia y construye una ermita bajo la advocación de San Felipe Neri en su hacienda del camino de la Oruga donde se entierra.
La  estrategia familiar y social de Luis Grimaldi Rizo Benítez de Lugo es bien expresiva de la mentalidad de la que se considera a sí misma como nobleza en una época de expansión económica y de auge de la religiosidad barroca. Era miembro de la numerosa prole de ocho hijos adultos del matrimonio formado por Doménigo Grimaldi e Isabel de Ponte y Calderón, hija del Maestre de Campo Pedro de Ponte y Vergara, poseedor del heredamiento de Adeje. El mayor de ellos, Doménigo, ejercería la primogenitura y enlazaría con una hija del Alférez Mayor de la isla. Cuatro de sus hermanos serían religiosos, dos frailes y dos monjas claras. Pedro casaría con una hermana del Marqués de Villafuerte y Catalina con su primo Jerónimo de Ponte Fonte y Pagés, caballero del Orden de Calatrava y hermano del primer Marqués de Adeje. Luis, por parte, erigiría mayorazgo en su hacienda en la hija de Catalina, Antonia, casada con Francisco Lugo Viña y Mariana, enlazada con el alférez mayor Francisco de Valcárcel. Esta política de concentración y de endogamia es, por tanto, manifiesta en esa familia. Tales haciendas terminarán finalmente por vía matrimonial en  el Marquesado de la Quinta Roja.
Luis Grimaldi estaba interesado en el fomento del culto al fundador de los oratorianos y a la difusión de escuelas de Cristo por la faz de la isla a imitación de la desarrollada en La Laguna. Por ello en su testamento recoge que “he tenido deseo de ver a los fieles ejercitados en la Escuela de Cristo”. Por ello es su voluntad que “si en algún tiempo personas devotas y de buena vida quisieran por su devoción ejercitarse en tan santo ministerio agradable a su Divina Majestad y eligieren para ello la ermita de San Felipe Neri” ordena a sus herederos su franqueza un día por semana para tal fin. Debían de tener prevenidas “disciplinas para algunos que no las llevaren y para que con mayor comodidad y menos embarazo puedan entrar y salir a su ministerio”. Les precisa la apertura de una puerta por debajo de la ermita para su entrada sin necesidad de efectuarla por su casa. Sus devociones se integran, pues, plenamente dentro de la espiritualidad barroca. La congregación oratoriana ha estado integrada siempre por grupos tanto de sacerdotes como seglares que constituían un oratorio para aspirar a la perfección propia y su proyección exterior. Al no existir en Canarias esa orden su culto se proyectó siempre a través de esas escuelas de Cristo, que no se desarrollaron sino en el hospital lagunero de Nuestra Señora de Dolores.
Los vía crucis al calvario orotavense continuaron a lo largo del siglo XVIII. En 1705,  con motivo de los terremotos que presagiaron la erupción volcánica de Garachico del año siguiente y que resquebrajaron el templo parroquial de la Concepción, cobraron un nuevo impulso con las promesas contraídas por sus vecinos en sus súplicas a la Divinidad.  Por tal motivo salían todos los años hacia él en forma de vía crucis la tarde del día de inocentes. Fue una costumbre que se mantuvo hasta 1829, año en el que el beneficiado de la parroquia matriz villera Buenaventura Padilla “introdujo la novedad de rezar la mayor parte de las estaciones dentro de la parroquia, y luego a salir al calvario a rezar las dos últimas, dejando de hacerlo por las calles en las partes acostumbradas”. El otro párroco, Domingo Curras, considera la supresión del vía crucis exterior en detrimento de la fe popular. Padilla, sin embargo, argumenta que la razón de restringirlo a la parroquia es la humedad de las calles para arrodillarse a cada estación, la distancia y el bullicio de los carruajes que las transitaban.
La ermita había quedado encomendada a mayordomos bajo nombramiento de la Concepción, generalmente vinculados a una significada familia de burguesía agraria orotavense, los Calzadilla. Con anterioridad a junio de 1795 lo había sido Antonio Melo y Calzadilla. Entre esa fecha y 1816, en que acaeció su fallecimiento, lo desempeñó el clérigo Domingo Calzadilla y Osorio. Continuó más tarde en tal ejercicio su sobrino, también presbítero, José Calzadilla y Monte. En ella, junto con el culto de Nuestra Señora de la Piedad, la devoción al patrón de los campesinos era cada día más patente, hasta el punto de que su denominación más popular a principios del siglo XIX era ya la de éste último. Sus fiestas del Domingo de Pentecostés, con su procesión hasta San Agustín, despertaban cada día más el entusiasmo y el fervor de los villeros.
Los Calzadilla se habían significado por una política de fundación de capellanías y patronatos para su numeroso elenco de clérigos que el culto. Estrategia, por lo demás común a su estamento social, que potenciaban con sus rentas, que contribuían a agrandar los propios presbíteros. Ese había sido el caso de su tíos Juan, fundador de la ermita de San Bartolomé de La Corujera (Santa Úrsula), a la que había dotado con una capellanía, que había ejercido su sobrino, y Domingo García Calzadilla que durante su mayordomía, entre 1746 y 1758, construyó un camarín y un soberbio retablo barroco a la Virgen de los Remedios en la parroquia de San Juan Bautista de La Orotava con dos nichos laterales más reducidos y tres cuadros en lo alto. Sus cuantiosas inversiones dieron un alcance de 15.342 reales y medio que “subroga con lo bajo de dicho camarín, para que en él pueda hacer a so costa para sí y para quienes dispusiese”.
Domingo Calzadilla emprendió la reforma de la ermita, en la que gastó más de tres mil pesos. Construyó una sacristía y concluyó su retablo para el que tenía compuesto, como recoge en su testamento,  de “8 tablones de pinsapo”. En él se colocaron las imágenes que había encargado de “Nuestra Señora de la Soledad con su hijo difunto en los brazos, la de Santa María de la Cabeza y la de San Isidro, para todo lo que dejo 200 pesos corrientes y 50 pesos que para este fin me ofreció Francisco Calzadilla mi hermano”. Le lega igualmente la papelera que había puesto en ella con sus flores, 6 sillas de asientos de moscobia, un misal con cantoneras y manillas de plata y un santo Cristo de marfil para que se ponga en el altar.
Domingo Calzadilla es, pues, el financiador de la imagen de la Piedad, conocida por el nombre de Cristo del Calvario, de un nuevo San Isidro y de Santa María de la Cabeza, las tres salidas del taller del imaginero orotavense Fernando Estévez del Sacramento en fecha anterior a diciembre de 1814. Él mismo da cuenta de sus estrechas relaciones, al afirmar que “mi sobrino Don José Calzadilla recoja y lleve a su poder dos imágenes del Salvador del Mundo y San Bartolomé propias de su ermita en la Corujera, que están en el de Fernando Estévez, a quién se las tengo satisfechas con el importe de 75 pesos”. El presbítero no sólo reformula y potencia el culto en la ermita con una sacristía y la adicción de nuevas imágenes y un retablo, sino que encomienda a sus sobrinos el citado José Calzadilla y Fulgencio Melo y Calzadilla que sigan desempeñando su mayordomía. Para estímulo de su culto lega al primero cuatro pedazos de viña de la Candia con la obligación de decir cada viernes de cuaresma una misa rezada en ella “a horas que la puedan oír los que van al calvario” y a Fulgencio Melo el cercado de la Cruz Santa con la de pagar “4 ducados al beneficiado por una misa cantada y función en el día de mi devoto San Isidro, la que se ha de celebrar en su ermita y 5 pesos por el sermón”. En caso de fallecer sin sucesión sus rentas se deben invertir en decir todos los años en los siete viernes del Espíritu Santo una misa rezada en cada uno de ellos en la referida ermita.
…En el siglo XIX el culto a San Isidro y su consolidación como patrono de la villa es un hecho cada vez más patente. Paralelamente la grave crisis que atraviesa la religiosidad del Antiguo Régimen con el grave impacto que para ella supuso la progresiva desamortización de las rentas de cofradías, conventos y capellanías, y con ellas la extinción de las órdenes religiosas se deja sentir en la ermita del Calvario que ve quebrados buena parte de sus ingresos en una época de grave crisis económica insular, con es la del período entre la paz continental de 1814 y el despegue de la cochinilla. El definitivo hundimiento del vino como sector exportador es la espita sobre cargas impuestas sobre los viñedos. El estado languideciente de la ermita es cada vez más palpable. Durante el reinado de Isabel II, las elites sociales orotavenses, que habían apoyado decididamente las reformas liberales y que se habían beneficiado de ellas con la adquisición de los bienes de la Iglesia y de las tierras de propios y comunales buscan nuevos cauces para reconducir las creencias populares tras su grave crisis con la prácticamente total desaparición de las cofradías y de las comunidades religiosas y con el grave impacto en la solemnidad de las festividades religiosas. Aparece una religiosidad que pretende retomar con nuevas perspectivas la religiosidad tradicional para reanimar la fe popular. Es la época en que nace un nuevo concepto del Corpus Christi con la incorporación de las alfombras italianas, con los arcos frutales convertidos en corazones, con un teatro navideño reverdecido, pero sin espontaneidad elaborado a partir de obras ya prefijadas, de la expansión del  culto al Sagrado Corazón y el Rosario. En el tema que nos ocupa es también el del culto al Señor del Calvario, por el que en los calvarios insulares se construyen ermitas en las que se da culto al Cristo de esa advocación, que es llevado a ellas, como acontece en Icod con un Cristo cubano existente en la localidad desde 1730  y al que se le da ese nombre y se le convierte en patrono del pueblo.
En 1861 se integra por primera vez dentro de la Semana Santa orotavense como procesión del Calvario en la mañana del Viernes Santo.  A la una del mediodía salieron desde él los cleros de las dos parroquias con sus cruces y hermandades respectivas. Acompañaban a la imagen una banda musical de aficionados y un piquete de tropa del batallón de la villa. A las dos y media entró en la Concepción, donde el párroco del Realejo de Abajo José Díaz pronunció un sermón. A su finalización la procesión se dirigió a San Juan Bautista, donde arribó a las cuatro de la tarde. De ella saldría con el Santo Entierro por todas las calles de la villa. El Marqués de Celada y otros mayordomos de la ermita para “la inauguración de un acto tan piadoso nos consta han tenido que hacer algunos desembolsos de consideración, así en reedificar y mejorar notablemente la ermita, adornándola con el mejor gusto, como en los demás objetos conducentes a la mayor solemnidad de tan edificante ceremonia”
Es bien significativo que el culto al Cristo del Calvario sea promovido en La Orotava por significados miembros de las elites reformistas, de carácter republicano y masónico. En la solicitud de constitución de la Hermandad, aprobada el 12 de febrero de 1864 figuran destacados miembros de este sector socio-político. Resulta bien llamativo que personajes tan caracterizados en esa militancia como el Marqués de la Florida, Miguel Villalba Hervás, Sebastián López Mora o Lucio Díaz González formen parte de ella o sean esenciales en su erección. Pero debemos de entender esa actitud en la búsqueda por parte de los sectores liberales y afines a la burguesía intermedia de un espacio propio frente al abolengo antiguo regimental de la oligarquía pactista. Frente a la decadente y restringida Hermandad de Misericordia del pasado, de la que se dice heredera, este sector social busca un nuevo espacio de sensibilidad religiosa, porque el republicanismo y la masonería isleña como expresiones socio-culturales de ese movimiento no fueron antirreligiosas ni anticatólicas, su disputa fue frente al clero ultramontano. Era un espacio más de sociabilidad, como la logia o como el Falansterio, más tarde denominado Liceo de Taoro, erigido en oposición al aristocrático Casino.
En 1914 el Calvario y su ermita sufren una dura acometida, su demolición por su expropiación forzosa para las obras de construcción de la carretera del Pinito. Destruida, se edifica una nueva en estilo neogótico con planos de Mariano Estanga. El domingo 28 de enero de 1917 se efectuó el traslado de las imágenes a ella y en octubre de 1918 se trazaron los planos de la Plaza del Calvario baja la nueva denominación de la Paz por haber finalizado en ese año la I Guerra Mundial. Sólo subsisten, pues, de ese entorno, las imágenes y la pintura de la Piedad…”
Según nos cuentan los amigos de la Villa de La Orotava E. D. G. - J. H. M; El escultor orotavense Fernando Estévez se mostró especialmente activo como concejal durante los años del Trienio Liberal (1820-1823) y estuvo vinculado a la Constitución de 1812 promulgada en Cádiz el día 19 de marzo festividad de San José y denominada la Pepa, por lo que doscientas años después habrá que investigar profundamente el pensamiento liberar de Estévez: “…La vinculación de Estévez con esta primera efeméride constitucional se debe a que fue uno de los encargados de la dirección de los actos que se realizaron, “pintando los arcos triunfales y otras cosas análogas al objeto”. Luego vendrían años de trabajo en el seno del consistorio local, ya que el imaginero se mostró especialmente activo como concejal durante los años del Trienio Liberal (1820-1823). En ese periodo llegaría a disponer una sencilla placa o lápida marmórea que recordaba tal efeméride en el altozano o llano frente a la Iglesia de San Agustín, el mismo espacio que años más tarde remodelaría como alameda de moderno aliento para el recreo de sus contemporáneos (1834-1836).  
Por tanto, en la celebración de los 200 años desde la redacción de nuestra primera Carta Magna, volvemos de nuevo los ojos a este polifacético personaje de la Villa. Al acercarnos a la actividad de Estévez en el marco de “la Pepa” no advertimos la participación anodina de un artista que, haciendo las veces de artesano, realiza unas arquitecturas momentáneas. Más bien, el “sí” de Estévez a la Constitución está en la base de una mentalidad abierta y libre, pero dividida, pues se debatía entre un liberalismo que minaba las bases de un sistema absolutista y estamental y la postura reaccionaria de muchos clérigos que se elevaron como auténticos baluartes de una sociedad clasista fraguada durante la época Moderna.
El papel de Fernando Estévez es, pues, revelador. Una personalidad inquieta y avanzada, de potente impulso ilustrado que, además de a las artes, llevó su mentalidad a la sociedad y a los acontecimientos políticos más sobresalientes de su tiempo. De esta manera, advertimos en Estévez una dimensión que supera una técnica brillante y nos acerca a las convicciones de un auténtico intelectual, amante del progreso y amplio conocedor, pese al aislamiento que por aquel entonces padecían las Islas, de las ideas reformistas más relevantes en la Península y Europa…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

No hay comentarios:

Publicar un comentario