sábado, 31 de marzo de 2018

RUTA DE LOS MOLINOS DE AGUA EN LA OROTAVA


Según datos del libro “LOS MOLINOS DE LA OROTAVA” del amigo de la Villa de La Orotava; MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ: “…Trece eran los molinos de agua que existieron en la villa, según una descripción de 1813.
El primero de todos en ritmo descendente no ha llegado hasta nosotros, aunque se conserva su asiento. Era el conocido por el nombre de la sierra, propiedad por aquel entonces de los herederos de Cristóbal de Torres. En aquellas fechas se hallaba arruinado y sin uso. En 1793 sus canales derramaban agua, pero ese era un problema constante en la mayoría. El 2 de diciembre de 1877 Rafael de Frías y Pérez solicitó al Heredamiento “levantar y poner en movimiento el molino que antes existía allí”, que había heredado de sus abuelos. En efecto se intentó su rehabilitación, pero su existencia fue precaria. En 1892 Cesar Benítez de Lugo adquirió su finca. En 1906 reseña que existen todavía las ruinas de un molino harinero”, que funcionaba pocos años hace antes de adquirirla. Se habían suspendido los trabajos “por el mal estado de los canales y del cubo, que era de madera”. Su propietario no pudo asumir su reforma por no poder afrontar tales los costes. Intentó levantarlo de nuevo, pero el heredamiento en su sesión de 10 de diciembre de 1906 lo impidió por entender que constituía un gravamen para tal sociedad.
Del segundo, perteneciente a la casa del Marqués del Sauzal, sólo existía su asiento.
El tercero, el de la Cruz Verde, o de las Cruces se hallaba en pleno uso y ha llegado hasta nosotros. Había pertenecido al colegio jesuita de La Orotava por herencia de Juan de Llarena. Con su expulsión en 1767 fue subastado, pasando su propiedad a los Cólogan. En ese momento estaba arrendado a Juan Ximénez .
El cuarto, el de cubo alto, era de Gaspar de Aponte. Era “servible” y también ha subsistido.
El quinto, situado en la calle Rosa de Ara, era del Marqués de Villafuerte. Presenta idéntico estado y conservación.
El sexto, en la calle Castaño esquina San José, era de Doña Nicolasa Valcárcel y estaba incorporado al mayorazgo fundado por su antepasado Francisco Valcárcel. En uso por aquel entonces y conservado su edificio hasta la actualidad.
El séptimo, que ha conservado hasta nuestros días intacta su maquinaria tradicional, aunque no se encuentra en uso, está situado en la misma calle, dando al sur con Calvo Sotelo y al norte con Figueroa. Compartían su titularidad el Marqués de la Candia Don Segundo de Franchi y María Benítez, hija y heredera del Señor de la Alegranza, Bartolomé Benítez de Lugo, perteneciente a la rama de los Benítez de las Cuevas. Estaba en uso y conserva hasta hoy su edificio el situado a continuación en la calle del castaño, propiedad por aquel entonces de la citada María Benítez.
El noveno, al cual nos referiremos más tarde con amplitud, era propiedad de Pedro Benítez de Lugo. Da a los antiguos lavaderos públicos y es el conocido por el nombre de Chano, por su actual propietario Sebastián González Hernández, que lo mantiene activo.
El décimo, situado en la plaza de San Francisco, era de Francisco Bautista de Lugo y Saavedra, Señor de la isla de Fuerteventura, y como tal se conserva.
No era el caso del número ONCE, que era del Marqués de la Florida. Estaba situado justo por encima del edificio que fue del colegio jesuita y más tarde ayuntamiento, incendiado como tal en 1841, y sobre cuyas ruinas se levantó la casa Brier. En 1813 estaba inservible y sólo conservaba su asiento.
El duodécimo era de Antonio Monteverde y se hallaba a continuación de la Casa Colegio. Hoy sigue en uso y es el conocido como la Máquina. El último era el de Diego Lercaro, sin uso en aquel entonces, aunque posteriormente fue rehabilitado, manteniendo u estructura hasta hoy en día. Los molinos eran propiedad de miembros de la elite local y en su gran mayoría coincidían con los dueños del agua del Heredamiento. Sin embargo éstos no lo gestionaban directamente. Lo arrendaban por un canon abonado en trigo. Obtenían pingües ganancias al cobrar la renta en especie en una época en la que el valor de los cereales no cesaba de subir, mientras que la moneda se devaluaba. Dos transformaciones notables acontecen en el siglo XIX en los molinos de agua orotavenses. La primera tiene que ver con las leyes desvinculadoras que trajeron consigo la abolición del mayorazgo. Gracias a ellas se convierten en propiedad privada libre y susceptible de ser vendida como tal, lo que favorece su compra por parte de otros propietarios. La segunda tiene que ver con la evolución de las mentalidades. Los prejuicios socio-raciales hacia los molineros se difuminan en una sociedad en la que se suprime la esclavitud con el régimen liberal y en la que el avance en el mestizaje y el consiguiente “blanqueamiento” experimentado lleva a un enmascaramiento de tales consideraciones racistas. En la matrícula de industrias de 1845, nueve eran los molinos registrados, aunque en 1868 vuelven a ser 10. Seguían vinculados a descendientes de las mismas familias que eran sus propietarios en los siglos anteriores. Algunos de ellos cierran coyunturalmente en algunas fechas como acontece en 1857 con el de Juana Lercaro, el de los herederos de Rafael Frías en 1859 o el de Juan Ascanio en 1847, pero al poco tiempo vuelven a registrarse en funcionamiento como en 1862 el de Lercaro en manos de su heredero Antonio Lercaro. El de los Valcárcel en la calle de San José pasó por herencia a la familia Urtusáustegui, pasando también a ella el conocido popularmente como molino de Chano por casamiento de María de la Concepción Benítez de Lugo y Valcárcel con Nicolás Urtusáustegui. En 1862 el de la calle Calvo Sotelo aparece como propiedad de Fernando Fuentes. Este es un cambio relevante en la historia de los molinos orotavenses porque supone la irrupción por primera, como resultado de las leyes desvinculadoras, de una familia de la burguesía agraria como propietaria de molinos, como es el caso de los Fuentes. Otro tanto acontece en uno de la calle de San Juan, el aledaño a Rosa de Ara en 1868, en que el que aparece como dueña Dolores González de Casañas y en 1878, en el que el de José García Lugo en la calle del Castaño pertenece a Nicandro González, adquirido un año antes. Los tres están vinculados a un personaje clave de la villa en el siglo XIX, Bernardino González, pues parten de una fortuna que cede a sus tres hijos naturales: los dos citados Nicandro y Dolores González y mujer de Fernando Fuentes. En 1885 el molino de la Piedad es vendido por los Cólogan a Lorenzo Machado y Benítez de Lugo. El de Cubo alto por diferentes avatares hereditarios pasa a los Ascanio. Entre ellos es su dueño es 1897 Tomás Ascanio y Estévez. El de la calle Rosa de Ara recae por esas mismas fechas en Adela Tolosa Díaz. Los tres adquiridos por Bernardino González pasan a descendientes de sus hijos. De esa forma en 1920 Saturio Fuentes González es el dueño del de la calle de Calvo Sotelo, los herederos de Nicandro González el de Castaño 3 y Eusebia Casañas González en el de la calle de San Juan. Juan. El conocido popularmente como de Chano tras el fallecimiento de Francisco Urtusáustegui fue vendido por sus herederos. En 1920 eran sus dueños los herederos de Raimundo Martín. El de la plaza de San Francisco fue regentado desde 1905 por Esteban Hernández Gutiérrez. En la década de los 40 el molino de los Monteverde en la calle de Colegio pasa a manos de Ángel Domínguez González. De todos esos molinos permanecían en pleno funcionamiento 7 en 1946. Eran los siguientes: El de la Piedad o Cruz Verde, que pertenecía a Augusto Machado , el de Cubo alto de Ildefonso Machado Méndez, dos de la calle del Castaño, el de Chano que seguía siendo propiedad de los herederos de Raimundo Martín, figurando como su propietario Casiano Sosa Martín y el de los Chorros, lindando con San José de Justo Hernández y Hernández y el de San Francisco, regentado por Esteban Hernández Gutiérrez . Finalizaba la relación los dos de la calle colegio, el de la Máquina, del citado Ángel Domínguez y el del Hoyo, del que era propietario Osmundo Lercaro Machado. Sin embargo la apertura y cierre de los molinos dependía de múltiples eventualidades, pues en la matrícula de 1950 eran 10 los registrados. Además de los anteriores se encuentra el de la magnolia administrado por Jerónimo Hernández y Hernández y otros dos de la calle Castaño, el de Calvo Sotelo, que desempeñaba Domingo Dorta Luis y el anterior al de Chano regentado por Inocencio Torres González , que con anterioridad había pertenecido a Nicandro González y posteriormente a su pariente Fausto Salazar. Poco más tarde en 1955 el del comienzo de la calle del Castaño es adquirido por su arrendatario Sebastián González Hernández...”
TEODORO DE ANASAGASTI (BERMEO 1880 - ­MADRID 1938), afamado arquitecto de la época, era catedrático de la Escuela Supe­rior de Arquitectura de Madrid. Fue el encargado del proyecto de edificación de los Grandes Almacenes y aposteriori arquitecto titular de la Sociedad respon­sable de velar por las disquisiciones y trámites arquitectónicos de la Sociedad Madrid-París. Junto con otros grandes arquitectos de la época como Antonio Palacios o López Savaberry, fue pionero en la introducción de nuevas ideas y de las técnicas modernas en el campo de la arquitectura. Describe la ruta de los molinos de la Orotava: “…El barranco de Acentejo, Termópilas de las huestes conquistadoras. La Victoria, tomada de palmeras y el gigantesco anfiteatro de La Orotava anclado en el Puerto de la Cruz. En la bruma, cual inquieto cetá­ceo, la silueta borrosa de la isla de La Palma. Hay que visitar todas las iglesias, tomar nota de las balconadas, visitar algunas casas; corretear sin cesar. Un lugareño, tocado con su monumental capa blanca, es una réplica; tiene el mime­tismo de las originarias cabañas: nota atemperada al fondo, la más pintoresca y parlera. Ambiente embalsamado de auras marinas y esencias vegetales, que se acrecienta en la Orotava, sin que pudiésemos explicamos el motivo. Ambiente embalsamado de auras marinas y esencias vegetales, que se acrecienta en la Orotava, sin que pudiésemos explicamos el motivo. Estudiando los acueductos. Modalidad rampante, que nada tiene de común con las conducciones romanas dimos con los molinos de gofio, que aro­matizan la población. Conducidas las maquinarias por una mujer que amorosamente atiende su mar­cha, es la ambrosia donde ha de saturarse el viajero. Efluvio del ambiente, polen de oro que nos envolvió, y nos ha mantenido la odorante impresión de la Isla. Los acueductos de la Orotava están for­mados por grandes cubos, a manera de for­taleza. Entre muro y muro, unos canales de madera, sostenida por toma puntas, conducen el preciado líquido que mana de la circundante cadena de montañas. A toda prisa, de noche cerrada, hemos de volver al barco, sin poder hacemos cargo de los lugares que atravesamos. Solamente nos son familiares los aspectos de La Laguna, sus iglesias y los campaniles, más negros en la oscuridad. El "Escolano" tiene señalada su salida para las nueve de la mañana siguiente, y hemos de levantamos con el sol para des­pedimos y dar el último repaso a la ciudad, tomar más notas y obtener las "fotos" defi­nitivas. Envuelto el caserío en una grisácea tona­lidad, por grados desde las alturas, comienza a teñirse de oro y acrecienta el sol su inten­sidad y arde el refulgente mar atlántico. Ciudad, aspecto opuesto al de la Noche­buena en que llegamos. Las imágenes que se superponen con el tiempo al rememorar su fisonomía imborrable…”

BRUNO ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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