Según datos del libro “LOS MOLINOS DE LA OROTAVA” del amigo de la Villa de La Orotava; MANUEL HERNÁNDEZ
GONZÁLEZ: “…Trece eran los molinos de
agua que existieron en la villa, según una descripción de 1813.
El primero de todos en
ritmo descendente no ha llegado hasta nosotros, aunque se conserva su asiento.
Era el conocido por el nombre de la sierra, propiedad por aquel entonces de los
herederos de Cristóbal de Torres. En aquellas fechas se hallaba arruinado y sin
uso. En 1793 sus canales derramaban agua, pero ese era un problema constante en
la mayoría. El 2 de diciembre de 1877 Rafael de Frías y Pérez solicitó al
Heredamiento “levantar y poner en movimiento el molino que antes existía allí”,
que había heredado de sus abuelos. En efecto se intentó su rehabilitación, pero
su existencia fue precaria. En 1892 Cesar Benítez de Lugo adquirió su finca. En
1906 reseña que existen todavía las ruinas de un molino harinero”, que
funcionaba pocos años hace antes de adquirirla. Se habían suspendido los
trabajos “por el mal estado de los canales y del cubo, que era de madera”. Su
propietario no pudo asumir su reforma por no poder afrontar tales los costes.
Intentó levantarlo de nuevo, pero el heredamiento en su sesión de 10 de
diciembre de 1906 lo impidió por entender que constituía un gravamen para tal
sociedad.
Del segundo, perteneciente
a la casa del Marqués del Sauzal, sólo existía su asiento.
El tercero, el de la Cruz
Verde, o de las Cruces se hallaba en pleno uso y ha llegado hasta nosotros.
Había pertenecido al colegio jesuita de La Orotava por herencia de Juan de
Llarena. Con su expulsión en 1767 fue subastado, pasando su propiedad a los
Cólogan. En ese momento estaba arrendado a Juan Ximénez .
El cuarto, el de cubo
alto, era de Gaspar de Aponte. Era “servible” y también ha subsistido.
El quinto, situado en la
calle Rosa de Ara, era del Marqués de Villafuerte. Presenta idéntico estado y
conservación.
El sexto, en la calle
Castaño esquina San José, era de Doña Nicolasa Valcárcel y estaba incorporado
al mayorazgo fundado por su antepasado Francisco Valcárcel. En uso por aquel
entonces y conservado su edificio hasta la actualidad.
El séptimo, que ha
conservado hasta nuestros días intacta su maquinaria tradicional, aunque no se
encuentra en uso, está situado en la misma calle, dando al sur con Calvo Sotelo
y al norte con Figueroa. Compartían su titularidad el Marqués de la Candia Don
Segundo de Franchi y María Benítez, hija y heredera del Señor de la Alegranza,
Bartolomé Benítez de Lugo, perteneciente a la rama de los Benítez de las
Cuevas. Estaba en uso y conserva hasta hoy su edificio el situado a
continuación en la calle del castaño, propiedad por aquel entonces de la citada
María Benítez.
El noveno, al cual nos
referiremos más tarde con amplitud, era propiedad de Pedro Benítez de Lugo. Da
a los antiguos lavaderos públicos y es el conocido por el nombre de Chano, por
su actual propietario Sebastián González Hernández, que lo mantiene activo.
El décimo, situado en la
plaza de San Francisco, era de Francisco Bautista de Lugo y Saavedra, Señor de
la isla de Fuerteventura, y como tal se conserva.
No era el caso del número
ONCE, que era del Marqués de la Florida. Estaba situado justo por encima del
edificio que fue del colegio jesuita y más tarde ayuntamiento, incendiado como
tal en 1841, y sobre cuyas ruinas se levantó la casa Brier. En 1813 estaba
inservible y sólo conservaba su asiento.
El duodécimo era de
Antonio Monteverde y se hallaba a continuación de la Casa Colegio. Hoy sigue en
uso y es el conocido como la Máquina. El último era el de Diego Lercaro, sin
uso en aquel entonces, aunque posteriormente fue rehabilitado, manteniendo u estructura
hasta hoy en día. Los molinos eran propiedad de miembros de la elite local y en
su gran mayoría coincidían con los dueños del agua del Heredamiento. Sin
embargo éstos no lo gestionaban directamente. Lo arrendaban por un canon
abonado en trigo. Obtenían pingües ganancias al cobrar la renta en especie en
una época en la que el valor de los cereales no cesaba de subir, mientras que
la moneda se devaluaba. Dos transformaciones notables acontecen en el siglo XIX
en los molinos de agua orotavenses. La primera tiene que ver con las leyes
desvinculadoras que trajeron consigo la abolición del mayorazgo. Gracias a
ellas se convierten en propiedad privada libre y susceptible de ser vendida
como tal, lo que favorece su compra por parte de otros propietarios. La segunda
tiene que ver con la evolución de las mentalidades. Los prejuicios
socio-raciales hacia los molineros se difuminan en una sociedad en la que se
suprime la esclavitud con el régimen liberal y en la que el avance en el
mestizaje y el consiguiente “blanqueamiento” experimentado lleva a un
enmascaramiento de tales consideraciones racistas. En la matrícula de
industrias de 1845, nueve eran los molinos registrados, aunque en 1868 vuelven
a ser 10. Seguían vinculados a descendientes de las mismas familias que eran
sus propietarios en los siglos anteriores. Algunos de ellos cierran
coyunturalmente en algunas fechas como acontece en 1857 con el de Juana
Lercaro, el de los herederos de Rafael Frías en 1859 o el de Juan Ascanio en
1847, pero al poco tiempo vuelven a registrarse en funcionamiento como en 1862
el de Lercaro en manos de su heredero Antonio Lercaro. El de los Valcárcel en
la calle de San José pasó por herencia a la familia Urtusáustegui, pasando
también a ella el conocido popularmente como molino de Chano por casamiento de
María de la Concepción Benítez de Lugo y Valcárcel con Nicolás Urtusáustegui.
En 1862 el de la calle Calvo Sotelo aparece como propiedad de Fernando Fuentes.
Este es un cambio relevante en la historia de los molinos orotavenses porque
supone la irrupción por primera, como resultado de las leyes desvinculadoras,
de una familia de la burguesía agraria como propietaria de molinos, como es el
caso de los Fuentes. Otro tanto acontece en uno de la calle de San Juan, el
aledaño a Rosa de Ara en 1868, en que el que aparece como dueña Dolores
González de Casañas y en 1878, en el que el de José García Lugo en la calle del
Castaño pertenece a Nicandro González, adquirido un año antes. Los tres están
vinculados a un personaje clave de la villa en el siglo XIX, Bernardino
González, pues parten de una fortuna que cede a sus tres hijos naturales: los
dos citados Nicandro y Dolores González y mujer de Fernando Fuentes. En 1885 el
molino de la Piedad es vendido por los Cólogan a Lorenzo Machado y Benítez de
Lugo. El de Cubo alto por diferentes avatares hereditarios pasa a los Ascanio.
Entre ellos es su dueño es 1897 Tomás Ascanio y Estévez. El de la calle Rosa de
Ara recae por esas mismas fechas en Adela Tolosa Díaz. Los tres adquiridos por
Bernardino González pasan a descendientes de sus hijos. De esa forma en 1920
Saturio Fuentes González es el dueño del de la calle de Calvo Sotelo, los
herederos de Nicandro González el de Castaño 3 y Eusebia Casañas González en el
de la calle de San Juan. Juan. El conocido popularmente como de Chano tras el
fallecimiento de Francisco Urtusáustegui fue vendido por sus herederos. En 1920
eran sus dueños los herederos de Raimundo Martín. El de la plaza de San
Francisco fue regentado desde 1905 por Esteban Hernández Gutiérrez. En la
década de los 40 el molino de los Monteverde en la calle de Colegio pasa a
manos de Ángel Domínguez González. De todos esos molinos permanecían en pleno
funcionamiento 7 en 1946. Eran los siguientes: El de la Piedad o Cruz Verde,
que pertenecía a Augusto Machado , el de Cubo alto de Ildefonso Machado Méndez,
dos de la calle del Castaño, el de Chano que seguía siendo propiedad de los
herederos de Raimundo Martín, figurando como su propietario Casiano Sosa Martín
y el de los Chorros, lindando con San José de Justo Hernández y Hernández y el
de San Francisco, regentado por Esteban Hernández Gutiérrez . Finalizaba la
relación los dos de la calle colegio, el de la Máquina, del citado Ángel
Domínguez y el del Hoyo, del que era propietario Osmundo Lercaro Machado. Sin
embargo la apertura y cierre de los molinos dependía de múltiples
eventualidades, pues en la matrícula de 1950 eran 10 los registrados. Además de
los anteriores se encuentra el de la magnolia administrado por Jerónimo
Hernández y Hernández y otros dos de la calle Castaño, el de Calvo Sotelo, que
desempeñaba Domingo Dorta Luis y el anterior al de Chano regentado por
Inocencio Torres González , que con anterioridad había pertenecido a Nicandro
González y posteriormente a su pariente Fausto Salazar. Poco más tarde en 1955
el del comienzo de la calle del Castaño es adquirido por su arrendatario
Sebastián González Hernández...”
TEODORO DE ANASAGASTI (BERMEO 1880 - MADRID 1938), afamado arquitecto de
la época, era catedrático de la Escuela Superior de Arquitectura de
Madrid. Fue el encargado del proyecto de edificación de los Grandes
Almacenes y aposteriori arquitecto titular de la Sociedad responsable
de velar por las disquisiciones y trámites arquitectónicos de la Sociedad
Madrid-París. Junto con otros grandes arquitectos de la época como Antonio
Palacios o López Savaberry, fue pionero en la introducción de nuevas ideas y de
las técnicas modernas en el campo de la arquitectura. Describe la ruta de los
molinos de la Orotava: “…El barranco de Acentejo, Termópilas de
las huestes conquistadoras. La Victoria, tomada de palmeras y el
gigantesco anfiteatro de La Orotava anclado en el Puerto de la
Cruz. En la bruma, cual inquieto cetáceo, la silueta borrosa de la isla
de La Palma. Hay que visitar todas las iglesias, tomar nota de las
balconadas, visitar algunas casas; corretear sin cesar. Un lugareño, tocado con
su monumental capa blanca, es una réplica; tiene el mimetismo de las
originarias cabañas: nota atemperada al fondo, la más pintoresca y parlera.
Ambiente embalsamado de auras marinas y esencias vegetales, que se acrecienta
en la Orotava, sin que pudiésemos explicamos el motivo. Ambiente
embalsamado de auras marinas y esencias vegetales, que se acrecienta en la
Orotava, sin que pudiésemos explicamos el motivo. Estudiando los acueductos.
Modalidad rampante, que nada tiene de común con las conducciones romanas dimos
con los molinos de gofio, que aromatizan la población. Conducidas las
maquinarias por una mujer que amorosamente atiende su marcha, es la ambrosia
donde ha de saturarse el viajero. Efluvio del ambiente, polen de oro que nos
envolvió, y nos ha mantenido la odorante impresión de la Isla. Los
acueductos de la Orotava están formados por grandes cubos, a manera
de fortaleza. Entre muro y muro, unos canales de madera, sostenida por toma
puntas, conducen el preciado líquido que mana de la circundante cadena de
montañas. A toda prisa, de noche cerrada, hemos de volver al barco, sin poder
hacemos cargo de los lugares que atravesamos. Solamente nos son familiares los
aspectos de La Laguna, sus iglesias y los campaniles, más negros en la
oscuridad. El "Escolano" tiene señalada su salida para las nueve de
la mañana siguiente, y hemos de levantamos con el sol para despedimos y dar el
último repaso a la ciudad, tomar más notas y obtener las "fotos" definitivas.
Envuelto el caserío en una grisácea tonalidad, por grados desde las alturas,
comienza a teñirse de oro y acrecienta el sol su intensidad y arde el
refulgente mar atlántico. Ciudad, aspecto opuesto al de la Nochebuena en
que llegamos. Las imágenes que se superponen con el tiempo al rememorar su
fisonomía imborrable…”
BRUNO ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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