El Amigo
de la Villa de La Orotava; MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, remitió entonces (13/04/2014)
estas notas:“…Tres
eran las procesiones de la Semana Santa que se celebraban en el convento: la de
la Virgen en el viernes de Dolores, la del Cristo de Humildad y Paciencia y la
del Señor de la Cañita. Las dos primeras lo siguen haciendo desde él y la
tercera desde la parroquia de San Juan, a donde fue trasladada después de la
desamortización. El Cristo de Humildad y Paciencia era un culto peculiar de las
Islas de origen flamenco y extendido desde ellas hacia el Caribe relacionado
con la melancolía saturniana. Aguarda el momento de la muerte que aguarda con
resignación, por cuanto ésta significa regeneración. Su gesto hace recapacitar
a los creyentes acerca de la transitoriedad de la vida en la tierra, que debe
ser soportada con la misma melancolía con que Jesús esperó su pasión corporal.
La colocación de unos niños o angelitos sonrientes en actitud ajena al
dramatismo de Cristo cuando sostienen las cuerdas que lo atan responde a ese
carácter regenerador, que anuncia la renovación vital que trasmite la infancia.
El sentimiento religioso se expresa en la función consoladora y curativa
de los enfermos y desdichados que dimana de ese culto que aúna la pasión divina
y la humana. De ahí el alcance que tuvo en las islas y su estrecha vinculación
con las órdenes mendicantes, en particular con los agustinos, sus máximos
impulsores…”
“…Uno de los más singulares y característicos rasgos
de la religiosidad barroca tinerfeña lo constituyen los Señores de la Humildad
y Paciencia. Culto de origen flamenco, de escaso arraigo en la Península, se
difundió por las islas a partir del Señor de la Piedra Fría palmero. Esta
imagen se remonta a los primeros años del siglo XVI. Estuvo en el retablo
central del hospital de Santa Cruz de la Palma hasta que en 1839 fue trasladada
al convento de San Francisco de esa ciudad.
Este
Cristo alcanzó gran devoción en Tenerife en el siglo XVII, donde se conservan
imágenes por toda su geografía, desde La Laguna, al Puerto de la Cruz,
Icod Garachico, Los Silos, Vilaflor, Granadilla y Adeje. Los emigrantes
lo extendieron más tarde al mundo caribeño. Culto relacionado con la
melancolía saturniana, obedece a un tratamiento estético religioso que se
enmarca dentro de las preocupaciones espirituales isleñas. Es un Cristo humilde
y paciente ante el momento de la muerte que aguarda con resignación, por cuanto
ésta significa regeneración. Su gesto hace recapacitar a los creyentes acerca
de la transitoriedad de la vida en la tierra, que debe ser soportada con la
misma melancolía con que Jesús esperó su pasión corporal. La colocación de unos
niños o angelitos sonrientes en actitud ajena al dramatismo de Cristo cuando
sostienen las cuerdas que lo atan responde a ese carácter regenerador, que
anuncia la renovación vital que trasmite la infancia. El sentimiento religioso
se expresa en la función consoladora y curativa de los enfermos y
desdichados que dimana de ese culto que aúna la pasión divina y la humana. De
ahí el alcance que tuvo en las islas y su estrecha vinculación con las órdenes
mendicantes, en particular con los agustinos, sus máximos impulsores.
Evolución
iconográfica del Cristo de Humildad y Paciencia es el Gran Poder de Dios en la
segunda mitad del siglo XVIII. Con ella presenta un aspecto más efectista y de
menor dramatismo, más de acuerdo con el rococó. No varía la actitud pensativa,
pero ya no está herido ni desnudo, sino vestido de telas de terciopelo rojo o
morado bordado en oro. De ella se conservan tallas en la Concepción de Santa
Cruz, en Icod, que fue donada por un emigrante a Venezuela, y es
americana. Hubo una en la incendiada iglesia de la Concepción realejera. Pero
sin duda la de mayor arraigo devocional es la sevillana de la parroquia de la
Peña de Francia portuense.
El
convento agustino orotavense de Nuestra Señora de Gracia, tras las frustradas
experiencias de su instalación en la por aquel entonces ermita de San Juan
Bautista y en el Llano de San Sebastián, se establece de forma definitiva en
1671 en su actual ubicación del de San Roque, la actual Plaza de la Constitución.
Si en San Juan no encontró patronazgo alguno por el carácter popular de sus
habitadores y en San Sebastián, aunque se comenzó la fábrica de su capilla
mayor, bajo el de Benito Viña de Vergara, no se culminó, en San Roque, en un
estratégico emplazamiento visible todavía hoy desde muchas partes del Valle,
que llevó incluso para destacar a su iglesia a desplazar a la histórica ermita
de San Roque, agrupó a la mayor parte de la élite social que se convertía en su
vicepatrona. Erigido, pues, como plasmación de los ideales nobiliarios de
la oligarquía villera que decidió asumir su patronazgo revestida como cuerpo de
nobleza, la expansión de sus cultos fue muy temprana, incluso antes de
finalizar las obras de su templo.
Un
testimonio fehaciente de esa asunción de sus cultos por parte de los individuos
más preeminentes de la sociedad es la devoción que abordamos en estas páginas.
Uno de los más significados miembros de la clase dirigente insular, nada menos
que el Alférez Mayor de la isla y Regidor perpetuo de su Cabildo Nicolás
Ventura de Válcarcel y Lugo, que falleció el 22 de diciembre de 1676, detalla
en su testamento de 18 de marzo de ese año que él y su mujer María Prieto del
Hoyo mandaron hacer las imágenes de “Jesucristo puesto a la Humildad y
Paciencia y de María Santísima Nuestra Señora y del glorioso San Juan
Evangelista”, colocando desde el principio la primera en la iglesia agustina.
Se había hecho cargo de los gastos de su función y procesión el Miércoles Santo
por la tarde en su calidad de Hermano mayor de la Confraternidad de San
Agustín, a la que había quedado encomendado su culto. Las tres imágenes por él
adquiridas desfilaban en ese paso, hecho por otra parte característico en los
de esta advocación. Afirma asimismo que “tengo hechos los tres ángeles para que
vayan a los pies del Santo Cristo y ruega a sus hijos que sigan con esta
devoción”. Estos ángeles no han llegado hasta nosotros, per sí se conservan las
cuerdas. Es este un elemento a destacar, que figura en otros, como en el del
convento dominico lagunero. Esta contraposición entre la melancolía del Cristo
y los juegos de los niños jugando y sonrientes tiene que ver con el carácter de
renovación vital después de la muerte, porque al fin y al cabo ese Dios que
sufre es el que triunfará sobre la muerte con la Resurrección. El San Juan
Evangelista, que constituía parte obligada de los pasos del Señor de Humildad y
Paciencia tampoco ha llegado hasta nosotros.
Con
estos datos se puede fechar su origen entre 1671 y 1676. Se puede de esa forma
precisar más certeramente su autor, e incluso el de la Dolorosa de ese convento
si se trata de la misma imagen que hoy se conserva. Debemos de tener en cuenta
que ésta última ha sido objeto de varias restauraciones que pudieron alterar su
fisonomía primitiva. Miguel Tarquis con sólo apoyaturas estilísticas lo había
atribuido al escultor garachiquense fallecido en la villa en 1680 Blas García
Ravelo. Residente en ella desde fines de la década de los 40, en 1665 se le
había encargado por Juan de Franchi Gallego de Alfaro el dorado del retablo de
la capilla mayor del convento de San Nicolás, que no cumplió por lo que fue
encarcelado. En 1667 ejecuta el Cristo Predicador de la Concepción orotavense.
Sin una total certeza lo parece incluir en su círculo Clementina Calero. Las
fechas apuntadas lo refuerzan, ya en 1673 está documentado que encarnó y
restauró el San Juan Evangelista y el Cristo de la Misericordia de la
Concepción por encargo de la Hermandad de la Veracruz.
Los
deseos de Nicolás Ventura de Valcárcel de que el costo de la procesión recayera
de forma permanente en su linaje sólo pudieron hacerse realidad treinta años
más tarde. El 24 de Marzo de 1703 Micaela Cayetana del Hoyo, viuda de su hijo,
el Sargento Mayor Melchor de Valcárcel, hace suyos los deseos de su marido, que
había sufragado en vida su fiesta y procesión con sermón. Contrae en Garachico,
donde residía, la obligación de gravar perpetuamente sus casas de la
calle villera de Rodapalla con un tributo anual de 164 reales de vellón
para tal finalidad. Su cuñado y primo Francisco de Valcárcel hace efectiva tal
decisión en su nombre en La Orotava el 28 de marzo de 1703. El acuerdo
contraído con la confraternidad de San Agustín deparaba el hacerse cargo de tal
gravamen y ceder todas las insignias y adornos de la función y paso al cuidado
de sus hermanos mayores y demás miembros con la condición de que los
descendientes de su hermano portasen en ella el báculo, como lo había ejecutado
durante su vida su hermano Melchor. En el convenio firman como representantes
de la Hermandad su rector el agustino Fray Sebastián de San Jerónimo, el
hermano mayor el presbítero Francisco Agustín de Acosta y los cofrades el
Doctor en Medicina Francisco de Aguiar y Barrios y el presbítero Juan Correa
Amador de Sanabria.
EL
SERMÓN DE FRAY LUIS DE SAN JOSÉ DELGADO SOBRE EL CRISTO DE HUMILDAD Y PACIENCIA
OROTAVENSE DE 1806. En el Archivo de la Real Sociedad Económica de Amigos del
País de Tenerife, concretamente en el fondo recopilado por José Rodríguez Moure
se conserva manuscrito un sermón que le tributó al Cristo de Humildad y
Paciencia orotavense el Padre Presentado agustino Fray Luis de San José Delgado
en 1806. Delgado, natural de La Laguna, que había sido desde 1780 Lector de
Artes de las Cátedras de Teología y Filosofía del convento villero, era un
consumado partidario de las ideas ilustradas, por lo que fue procesado por la
Inquisición. Formaba parte del más renovador sector del clero regula,
partidario de la integración del racionalismo y la fe católica, posición que
había sido defendida en la villa por Fray José González de Soto y Fray Antonio
Raymond entre otros. Había sido educador del ilustrado lagunero Juan Primo de
la Guerra y maestro de la escuela de la Real Sociedad Económica tinerfeña.
El
Sermón que sobre el Señor de Humildad y Paciencia del convento agustino
orotavense predicó Delgado es un meridiano testimonio del culto que alcanzó esa
imagen por esas fechas y de las preocupaciones socio-religiosas y culturales de
aquellos tiempos, en vísperas de la invasión francesa y 17 años después de ese
varapalo en la conciencia colectiva y en los planteamientos ilustrado que fue
el estallido de la Revolución Francesa.
Entre
las reflexiones religiosas que ante esta imagen aporta, Delgado hace especial
hincapié en resaltar la humillación y paciencia con que Jesús soportó la muerte
en la cruz para centrarse en el sacramento de la penitencia, el cual
precisamente se vicia con la soberbia y la delicadeza. La primera “obscurece y
profana la confesión de las culpas”. La segunda “impide las satisfacciones y
las media”. Por ello se sirve de un simil de esa imagen para referir que
“nuestra penitencia debe ser humilde y Jesucristo nos enseña con su ejemplo la
Humildad. Nuestra penitencia debe ser paciente y suficiente y nos enseña con su
ejemplo la Paciencia”.
Su
sermón insiste en el hecho de que la confesión no es un acto externo, sino
interno, hacía uno mismo, porque no debe escondernos a nosotros mismos nuestros
desórdenes. El mismo Jesucristo se humilló ante la Divina Justicia delante de
sí mismo, en presencia de su Eterno Padre y a la vista de todo el mundo”. Por
ello una verdadera penitencia de nuestras culpas sólo debe partir de la
humillación “delante de nosotros mismos, con un examen exacto y riguroso de
nuestros pecados. Una confesión que sólo tiene verdadera validez con “el buen
ejemplo, con la enmienda de la vida y mudanza de costumbres”. Por ello se debe
destruir entre nosotros la soberbia con el ejemplo de la humildad de Cristo que
le llevó a colocarse en “el rancho de los malhechores, condenado por la
justicia”. Por ello humillarnos delante de los hombres “es lo que no puede
sufrir nuestra soberbia”. Su testimonio no deja de ser un diagnóstico
contundente de la hipocresía social: “Este es el escollo donde choca la
penitencia de nuestros tiempos y donde naufraga la mayor parte de los
cristianos, porque hay muchos que se tienen por pecadores y se examinan como
tales, muchos confiesan que lo son delante de Dios y sus ministros y
sacerdotes, porque al fin todo esto pasa en el Tribunal Sagrado en secreto.
¿Pero cuántos hay que tengan la humildad necesaria para mostrarse penitentes en
público, reparando con su buen ejemplo las ruinas del próximo que ocasionaron
con sus escándalos? ¿Cuántos hay que vayan a buscar a aquellas mismas personas
delante de quien infamaron el honor de una familia para desdecirle y
restituirles la honrada que le han quitado con enredos y falsos testimonios?
(...) Cuando se llega a esto que es tan necesario para destruir nuestra
soberbia y conseguir la Gracia entera se alega el pudor, se pondera la nota, se
declama la vergüenza que padecería en unas acciones tan santas y tan justas”.
Proclama
que esta es la corrupción del mundo que convierte a la Penitencia en más
vergonzosa que la misma culpa y en el remedio más afrentoso. Se convierte por
ello en “penitencias acomodadas, mas propias para apagar sobre lo falso los
remordimientos de conciencia que para domar las pasiones que los arrastran, más
a propósito para alucinar el juicio que para arreglar el corazón”. Esas “medias
penitencias” que “por esa parte combaten un vicio y por otro sueltan las
riendas a otro, que se oponen a una pasión vergonzosa, dejando vivas algunas
que tienen visos de honestas, porque no hay desorden ni menos reparado ni más
común ni más perjudicial”. Explicita con contundencia como aquellos que no
estiman como culpas el alabarse “de sus gastos de sus banquetes, de su rico
homenaje” pero que “no entran no los hospitales ni los pobres. O aquellos que
se duelen mucho de haberse dado a la gula o a la embriaguez, pero no se
acuerdan de que todavía mantienen con renta señalada la Amiga y el Juego”. Es
“una penitencia inútil porque es limitada y los vicios de que no se hace caso
vuelen a resucitar aquellos que se han llorado”. De ahí que esas medias tintas
“viene a hacerse poco a un hombre enteramente libre, impío, prostituido y
disoluto”.
Culmina
su meditación con un símil de “la Imagen de la Humildad y Paciencia de
Jesucristo” para arrojar por tierra ese ídolo de soberbia y delicadeza, para
que de esa forma la penitencia estuviera “llena de Humildad”, aunque ésta no
basta si no está “llena de Paciencia”.
Es,
pues, la imagen del Cristo de Humildad y Paciencia y su paso, que ha conservado
inalterable su día de salida en el Miércoles Santo por la tarde desde los años
iniciales de su procesión, un excepcional testimonio de las devociones que se
expandieron por la isla en el siglo XVII y que dieron su sello y peculiaridad a
la Semana Santa canaria. Unas expresiones que nos ilustran de las
notables diferencias de la sensibilidad religiosa insular frente a la andaluza
o a la castellana y que hacen de la ausencia de disciplinantes y de la
reflexión serena de la melancolía de un Señor de la Humildad y Paciencia o la
victoria sobre la muerte de un Varón de Dolores algunos de sus rasgos
definitorios. Una forma de plasmar las vivencias sobre la Pasión de
Cristo que tiene en La Orotava sin duda una de sus manifestaciones más señeras
en una villa que ha sabido conservar buena parte de esas raíces que muestran en
definitiva el espíritu y la concepción religiosa de los isleños…”
El
culto al señor de la Humildad y Paciencia, que se venera en el templo de San
Agustín del ex convento agustino de Nuestra Señora de Gracia de la Orotava.
Sale en procesión el miércoles Santo desde dicho templo. Tiene hermandad
propia, le acompaña la Virgen de Dolores de autor anónimo.
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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