Gran Poder de Dios, imagen de Jesucristo pensante que se encuentra en
la ciudad de Puerto de la Cruz. Su cofradía es la Cofradía de Pescadores
Gran Poder de Dios. Se sabe que la imagen llegó al Puerto a finales del siglo
XVII, traída de Sevilla por el capitán de artillería Pedro Martínez
Francisco, natural de Las Breñas (La Palma). Sus fiestas son en el mes de
julio (día 13) y también procesiona el miércoles Santo y se encuentra
en la Iglesia de Nuestra Señora de la Peña Francia..
Llegó al Puerto de la Cruz a finales del siglo XVII, traída de Sevilla por
el capitán de artillería Pedro Martínez Francisco, natural de Las
Breñas (La Palma). El Gran Poder de Dios lleva a su lado dos bellos
ángeles que le sostienen los cordones del traje. Fueron realizados por el
escultor de Santa Cruz de Tenerife Sebastián Fernández Méndez en 1755,
corriendo su policromía a cargo del pintor portuense José Tomás
Pablo (1778). Este último artista ya había realizado los dibujos y
pinturas del trono del señor en 1752. La peana en que va sentada la imagen es
de plata labrada al martillo por el orfebre lagunero Alonso de Sosa y ejecutada
en 1753.
La efigie del Gran Poder de Dios vino a Canarias en consignación a la isla
de La Palma y por descuido de los consignatarios del navío fue
desembarcada en Tenerife.
Los Palmeros reclamaron en tiempo oportuno la devolución del Santo Cristo,
y las tres veces que quiso hacerse el envió de la Imagen a aquella isla hubo
que suspender la operación de su embarque a causa de las inesperadas
galernas producidas en el Puerto al tiempo de irla a embarcar.
La reiteración de tan raras alteraciones atmosféricas y marítimas cada vez
que de embarcar a la Imagen se trataba, fueron tomadas por los creyentes del
pueblo a desagrado del Santo a que le sacaran de esta isla, y así creyéndolo
también los dueños de las lanchas, rehusaron, juntos con los marinos, el
encargo de embarcarla nuevamente. Entonces se le construyó un magnifico
retablo en el que el vecindario empezó a rendirle culto y veneraría.
El origen de llevar esta procesión hasta los límites del barrio marinero
donde se encuentra fue una promesa de los portuenses a "El Viejito"
por su protección ante una epidemia de cólera que causó estragos en la isla. En
"Los Anales" del ex alcalde y cronista local José Agustín Álvarez
Rixo se encuentran multitud de ejemplos de cómo los ciudadanos del Puerto de la
Cruz acudieron en demanda de auxilio a su venerada imagen del Gran Poder de
Dios en momentos de adversidad, tales como plagas, epidemias o de infortunio
político para la nación, como el cautiverio del rey Fernando VII. Cuenta
Fernando Viale que no es de extrañar por ello que cuando se desató una
epidemia de cólera morbo en Santa Cruz de Tenerife en 1893, se decidiera
hacer la promesa de llevar en procesión la imagen del Gran Poder de Dios hasta
el límite oeste del barrio de San Felipe-Ranilla, que a finales del XIX,
constituían prácticamente los del casco urbano.
Según el Cronista titular del Puerto de la Cruz. El día 14 de Abril de
1938, F.P. Montes de Oca García: “…LA IMAGEN DEL GRAN PODER DE DIOS, (SU
ORIGEN, MILAGROS Y UN RECUERDO): ¡Torne la noche en claro día! Sobre “el
potro de la paciencia”, joya artística que, en hora gloriosa y con fervor
cristiano donarían los mayordomos de la “noble Cofradía de la sangre”, repujado
en plata, descansa la efigie del “Señor del Gran Poder” que se venera en la
Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Peña de Francia del Puerto de la
Cruz, humildísima y aherrojada con la famosa cadena y grillos que el vulgo ha
dado en llamar “el Coroto de los Méndez”, apoyando su mancillada mejilla en la
mano omnipotente, sostenedora del Cielo y tierra, en la sacrosanta mejilla
profanada por aquel maldecido Judas, al imprimir en ella el beso
traicionero y engañado pagado por unas cuantas monedas diabólicas.
Cuenta la tradición portuense que, el Capitán de
Artillería, don Pedro Martín Francisco fue quien encargó a Sevilla esta
milagrosa escultura, allá por los primeros años del siglo XVIII en unión
de otra que representaba a Jesús Nazareno, perdida en el incendio de la Capilla
del Convento Dominico de las monjas claras en 1925 y se dice que, cuando llegó
aquella a este pueblo, el deseo del comprador era enviarle a la parroquia donde
había tomado las aguas bautismales y dejar éste en poder de las religiosas
enclaustradas, pero, ¡oh milagro!, las repetidas veces que se intimó para
embarcarle, el mar, que, durante los veranos dormía tranquilo y sin oleaje y
permanecían sus aguas diáfanas en la rada de Arautápala, parece desencadenaba
sus furias, haciéndose imposible trasladar a la nave portadora el tesoro
que hoy tanto veneran los hijos del Puerto de la Cruz.
¡Y… torne la noche en claro día! Por no querer reinar
entre los moradores de la villa de Breña Alta en la isla de La Palma”, “el
Señor del Gran Poder”, sentó sus reales en esta tierra, para desde aquí
proteger y guiar a todos sus buenos hijos — a aquéllos que portan con
resignación el lábaro de la redención del género humano—, el signo de su
inocente martirio, que fue la Cruz.
Portentosos milagros ha realizado, desde que tuvo
lugar su entronamiento entre los habitantes portuenses hasta la actualidad el
“Señor del Gran Poder”, “el viejito” como le llaman los marineros y pescadores
con entera familiaridad. Entre las crónicas y anales pueblerinos leemos y se
señala a aquel de haber librado al lugar de “La Esperanza” perecer de cierta
pestilencia sus vecinos. Por ello y como promesa a cumplir, les vemos llegar en
alegres “ranchos” a estos “esperanceros”, en cada año por el mes de julio para
pedirle les siga tendiendo consuelo y protección a sus descendientes.
¿Y quién no ha oído contar lo sucedido a aquel
descreído patrón de lancha que por no esperar al paso de la sagrada efigie por
frente a la “Marina” y hallándose el mar en calma, hizo remar a los suyos
apostrofándoles y llamándole al Señor “diablo”, para perecer tragado por una
ola monstruosa que se levantara al instante de balbucir tamaña blasfemia
salvándose el resto de los tripulantes en una peña y sin ser ni siquiera
mojadas sus ropas por las aguas?
Y ya va para viejo. Aun resuena en mis oídos, y la
recuerdo, una de aquellas estrofas que de niño aprendí entonada por los
colegiales de mi época, al paso de la procesión de la milagrosa imagen por las
calles de mi pueblo natal día Miércoles Santo.
Parece que ahora revive y que canta aquí las glorias
del Señor…
¡Torne la noche en claro día! / La luz divina,
nieblas rasgó. / ¡Oh buen JESÚS, fué tu agonía / Poder de un Dios que nos
salvó! / ¡Católicos creyentes, que así sea / por siempre!. …”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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