El
Jueves Santo por la noche, se celebra la solemne procesión del Cristo de la
Columna y la Virgen de la Gloria, acompañadas por las imágenes de San Juan y la
Magdalena, que sale desde la parroquia de San Juan Bautista del Farrobo. Esta
procesión es organizada por la Hermandad de Esclavos del Santísimo Cristo de la
Columna. Fue fundada esta Hermandad en 1.759, previa licencia concedida por el
Obispo de Canaria Fraile Valentín de Morán de la Orden de la Merced. La imagen
del Señor de la Columna fue regalada a la parroquia de San Juan Bautista del
Farrobo por el canónigo de la Catedral de Las Palmas e hijo de la Villa, don
Francisco Leonardo Guerra, en 22 de enero de 1639. Esta escultura, una de las
mejores de Canarias, se atribuye al sevillano Pedro Roldán o a su hija Luisa.
Este paso tiene un bello trono de plata repujada primorosamente labrada. En
1799 se añadió a este paso el de la Virgen de la Gloria, obra de José Luján
Pérez. Dolorosa de categoría artística, de talla completa de estilo barroco.
Después de la definitiva exclaustración de los frailes, se añadieron a esta
procesión dos pasos, el de San Juan el Evangelista y el de la Magdalena,
procedentes del convento de San Francisco. Ambas imágenes son de vestir; la de
San Juan es de Luján y la de María Magdalena de Estévez. La Cabeza del apóstol
es una copia de la del evangelista de la iglesia de la Concepción del mismo
autor.
En la
Villa de La Orotava se conoce por “El Diamante”, al Cristo atado a la columna
que se venera en la parroquia de San Juan Bautista del Farrobo. Escultura
encargada al sevillano Pedro Roldán y Onieva en el año 1689, por Don Francisco
Leonardo de la Guerra canónigo de Las Palmas e hijo de la Villa. La
imagen - de reconocida iconografía granadina y poco usual en Sevilla
- adopta la tradicional postura de sus figuras de pie, con una curvatura
en las cervicales y cuello que le hacen inclinar la cabeza ligeramente hacia
adelante. El rostro varonil y dulce, es parecido al del Cristo del Silencio de
la popular cofradía sevillana de “La Amargura”, hecho entre 1696-1697. Aquí en
la Villa hemos hablado, escrito y estudiado la impresionante escultura del
Cristo de la parroquia de San Juan del siglo XVII, puesto que este siglo fue
para Sevilla un brillante periodo artístico; jamás reunió la ciudad del
Guadalquivir tan preclaro grupo de literatos, pintores, escultores y artesanos
menores que dieron brillo a la escuela de su arte en feliz transito desde las
fórmulas bajo renacentista a las del barroco de jugosas expresiones. Pero en
nuestra Villa poco sabemos del autor de la Prodigiosísima imagen villera,
indudablemente se sabe que salió del taller de Pedro Roldán y Onieva, incluso
se habla que su hija Luisa - “La Roldana” como se le llamaba
- lo había acabado. Pedro Roldán y Onieva vivió el espectacular
ambiente sevillano del periodo comprendido entre los años 1647-1699. Se mueve y
trabaja en la ciudad hispalense, identificándose con el maravilloso conjunto -
síntesis de la Sevilla del XVII que es la iglesia de La Caridad, los templos
del Sagrario, San Pablo, los pasos procesionales de las cofradías sevillanas
etc..., dejando magnificas creaciones expresivas de la mejor imaginería. Sus
padres fueron Marcos Roldán, carpintero, e Isabel de Fresneda u Onieva, vecinos
de Antequera y casados en 1609. En la ciudad malagueña nació el primer hijo del
matrimonio, Marcos - futuro escultor antequerano -; después se
trasladaron a Sevilla en donde nació el autor de “El Diamante” villero Pedro
Roldán y Onieva en el año 1624, año de penurias por la temible riada y por la
costosa visita de la corte de Felipe IV. El matrimonio Roldán - Onieva se
ausentó de Sevilla hacía Orce, Granada, donde se establecieron y murió el
cabeza de familia. En la ciudad de Los Carmenes Pedro Roldán y Onieva se apunta
como aprendiz en el taller de escultura del que iba a ser su gran maestro
Alonso de Mena, y de acuerdo a las costumbres de la época, Pedro Roldán vivió
en casa del maestro, ascendiendo a oficial en dicho taller, en el que
permaneció hasta la muerte de Alonso de Mena, ocurrida en 1646. Pero sin
embargo parece que creciera en un lógico ambiente de carencias económicas, con
algún trabajo de carpintería en el hogar paterno y la imprescindible
instrucción de acuerdo al nivel de un futuro artesano. El estilo de Pedro
Roldán y Onieva, es como el de Murillo en pintura, y además tiene amplias
resonancias en las creaciones dieciochescas de la escuela sevillana. Pedro
Roldán casó con Teresa de Jesús Ortega y Villavicencio natural y vecina de
Granada, en la típica collación de San Nicolás, en el Albacín el día 16 de
febrero de 1643. El día 14 de agosto de 1646, nace su hija primogénita María.
En ese mismo año al morir su querido maestro granadino Alonso de Mena, decide
regresar a su Sevilla eterna, encontrándose con la fama de los escultores Juan
Martínez Montañés, Felipe de Ribas y José de Arce, todos ellos eran muy
solicitados. Sin embargo Roldán retornó con solo 23 años, con un espíritu
emprendedor, porque la providencia le reservaba un papel importante en la
trayectoria del arte sevillano, además monta su propio taller en la plazoleta
de Valderrama, por el barrio de San Marcos, no adscrito a ningún otro taller.
En el año 1651, traslada su taller y vivienda a unas casas de la colación de
Santa Marina; allí nació su segunda hija, Francisca, y, en 1654, Luisa Ignacia,
llamada con el tiempo a ser famosa escultora, como “La Roldana”. En la colación
de la Magdalena, donde vivió unos diez años, sus hijos Isabel (1657), Teresa
(1660), los gemelos Ana Manuela y Marcelino José (1662) y Pedro de Santa María
(1665), nacieron y se bautizaron en dicha parroquia. En el año que el canónigo
orotavense le encargó la efigie del Cristo a la Columna, Pedro Roldán se
incorporaba al trabajo un tanto despreocupado por estar varios meses en
obligado reposo. En ese año de 1689 a Pedro Roldán le precisaba reactivar los
encargos, pues tenía que atender los crecidos gastos de su familia y jornales
del taller, tanto es así que tuvo que desempeñar el oficio de arquitecto,
además de aceptar trabajos de cantería, hechura de retablos y lo
específicamente suyos de escultura de madera. Este periodo resulta fecundo en
su producción, aunque de cierta desigualdad en la calidad de las obras por las
intervenciones de colaboradores (sus hijos y familiares). El último de los
hijos fue Pedro, más conocido como “Pedro Roldán el Mozo”; era muy heredero del
padre en la virtud y habilidad; fue escultor y de los preferidos del viejo maestro,
y parece ser que trabajó en diferentes obras colaborando con su padre, gozó de
un reconocido prestigio, superior al de su hermano y cuñados. Lo cierto es que
en este periodo ultimo de su vida, el maestro residió habitualmente en Sevilla;
tenía suficiente colaboradores en su familia como para sacar adelante el
taller, y prefirió descansar de modo eventual y por algún motivo de salud en
una finca suya en el campo. Estos datos quizá sean los motivos por lo que en
muchas ocasiones se ha develado que el Cristo de la Villa de Arriba orotavense
fue acabado por una de sus hijas. Los años agotaron las facultades de Roldán y
es posible que en sus desplazamientos emplease un pequeño carruaje tirado por
un caballo castaño. Pedro Roldán murió cristianamente en los primeros días de
agosto de 1699 a los sesenta y cinco años de edad y en la misma plaza donde
residió al llegar a Sevilla, cincuenta y dos años atrás. Fue enterrado el día 4
de dicho mes de agosto en una cripta de la parroquia de San Marcos, debajo del
retablo de nuestra señora del Rosario. Según el catedrático sevillano Jorge
Bernales Ballestero en su libro sobre Pedro Roldán, dice; que un valioso
testimonio para conocer la fisonomía de Roldán es el retrato hecho a lápiz
rojo, de 23 por 17 centímetros. Aparece como hombre de no muy alta estatura, de
contextura delgada, quizá de temperamento nervioso. Rostro barbado, grandes
ojos vivos, nariz recta, frente amplia, cabello escaso y con franca expresión
de bondad. Parece ser que es un dibujo de Roldán cercano a los sesenta años; y
puede advertirse un natural cansancio, preocupaciones, acentuados por un
pronunciado ceño y frente surcada de arrugas. Luisa la tercera de las hijas que
falleció joven en Madrid donde había montado un taller, evidencia que su padre no
se oponía a su espíritu emprendedor, aspirante y de religiosidad manifiesta,
caracteres trasuntos en la mayoría de su obra. A pesar de este testimonio es
cierto que Pedro Roldán fue cristiano devoto, movido por la espiritualidad del
barroco trentino, y el ultimo de los grandes maestros de la escuela hispalense.
Sus problemas familiares, los apuros económicos, las inquietudes, que modelan
su personalidad y definen sus caracteres hasta la culminación de su obra.
Este es el Roldán que la Villa de La Orotava a pesar de su gran trayectoria en
Sevilla, merece el reconocimiento del pueblo, reconocimiento que puede llegar
tarde pero preciso, para complacer que aquí se le haga justicia, rindiéndole un
merecido homenaje. El Roldán que hizo el milagro artístico con el Cristo a la
Columna - la mejor imagen plateresca de Canaria, según nos indica
el catedrático Complutense Don Manuel Hernández Perera -, que los
villeros devotos gozan, quieren y admiran en su parroquia de San Juan, arriba
en el intermedio de la Villa, en Farrobo, a pesar que la iniciativa y la
donación fue del villero Don Francisco Leonardo Guerra por su vinculación a la
ciudad hispalense desde su infancia en donde “estudió” y se hizo bachiller en
el Colegio de Santa María de Tenes... y recibió en su Universidad el grado en
la facultad de cánones. El Roldán que dejó impresionado al escultor de Guía de
Gran Canaria Luján Pérez que después de dar vuelta y vuelta..... Alrededor del
“Diamante”, gritó; ¡perfecto...! ¡perfecto....!, y a su discípulo el orotavense
Estévez, que fue mayordomo de la Venerable Esclavitud, tomando atribución para
esculpir su mejor obra artística “La Piedad”, que se venera en la capilla del
Calvario de la Villa de abajo. El Roldán que, dormido en las iglesias
andaluzas, esperaba la hora de su mejor conocimiento y valoración. El Roldán
que fue considerado con un estilo artístico representativo de un pueblo
religioso, sencillo, amante de lo patético mesurado y de la belleza sin
estridencias, sus obras no es nada complejo, aunque como hombre de su tiempo,
acudió en muchas ocasiones al simbolismo de una iconografía sagrada conocida.
Pues sus creaciones son de arte religioso; se hicieron para ser imágenes de
culto, despertar el pietismo de los fieles y producir goces estéticos con el efectismo,
algunas veces teatral, que caracteriza al barroco.
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
No hay comentarios:
Publicar un comentario