miércoles, 21 de marzo de 2018

“POR SIEMPRE BEATLES”


Fotografía referente a Los Beatles, en el Puerto de la Cruz. Instantánea tomada en la primavera del año 1963 en la piscina de San Telmo, se ve la piscina de la famosa isla de Tenerife en su espalda y los antiguos vestuarios enfrente arriba, solamente pernoctaron solo tres miembros del grupo anglosajón; Paul McCartney (bajo, vocalista), George Harrison (guitarra solista, vocalista) y Ringo Starr (batería, vocalista), por lo visto John Lennon (guitarra rítmica, vocalista), prefirió irse a Torremolino (Málaga).

El amigo del Puerto de la Cruz SALVADOR GARCÍA LLANOS, remitió entonces (30/04/2014) estas notas que tituló; “POR SIEMPRE BEATLES”“…“Antes de Los Beatles, todo era distinto; después de Los Beatles, nada fue igual”.
Lo dijo en cierta ocasión John Lennon y hoy que estamos aquí para conmemorar el cincuenta aniversario de la estancia de tres componentes del grupo en la isla (Paul, George y Ringo), contrastamos el valor de esa apreciación, incluso si la ceñimos a los ámbitos más cercanos.
Lo podrán corroborar, desde luego, Klaus Voormann, que no es Jojo, sino amigo personal de los músicos y presidente de honor del comité organizador de esta iniciativa conmemorativa, pero igual nos sirve el título Get back! (Vuelve!) para congratularnos de este reencuentro; Adrian McGrath, guía oficial del Magical Mistery Tour (Mágica y Misteriosa Gira) y Nicolás González Lemus, gracias a cuyo trabajo investigador y a su incesante afán emprendedor ha sido posible conocer casi todos los pormenores de aquellos diez inolvidables días en Tenerife, los últimos de pleno descanso juntos, de auténtica vacación, antes de que el enorme manto de la celebridad les envolviera y ya no fuera posible disfrutar como lo hicieron.
“Los Beatles salvaron al mundo del aburrimiento”, vendría a decir George Harrison. Nada fue igual, en efecto, después de aquella primavera de 1963, cuando Please, please me (Por favor, compláceme), recién grabado, el primer elepé de la banda, causaba furor y consolidaba a quienes hasta poco antes se debatían en los ambientes del ‘Kaiserkeller’ y del ‘Top Ten’, los clubes de Hamburgo donde con toda seguridad se fraguó la visita a la isla, mientras en ellos aparecía, por cierto, el gran músico británico Tony Sheridan.
¡Cómo iba a ser igual si llegaron a inspirar al mismísimo Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura!
“Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre, donde cae la nieve, con más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quién soy ni qué carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que The Beatles comenzaron a cantar”, escribió el autor colombiano.
Esas canciones, esa creatividad, esa extraordinaria producción musical, calaron universalmente, revolucionaron nuestras vidas y nuestro quehacer, impulsaron la Historia, sin exageración, hasta el punto de que “ni The Beatles desaparecieron cuando el grupo se deshizo ni John Lennon murió cuando las balas de Chapman destrozaron su cuerpo en el frío asfalto de New York. Las ausencias físicas jamás son capaces de impedir el recuerdo permanente. Es el gran y mejor privilegio de los mitos”, según un editorial de la revista ‘Penthouse’.
Por eso, la Antología (Ediciones B), las publicaciones de Ulf Krüger y del propio Voormann, la obra de Hunter Davies, el libro Diario de Los Beatles, de Jordi Sierra y Fabra, y los mismos trabajos de Nicolás González Lemus, reflejo de una búsqueda concienzuda, testimonian, mejor dicho, perpetúan las vivencias en nuestro alrededor más próximo de quienes, en opinión del escritor Ramón Súrio, “fueron los artífices en la música de la mejor orfebrería ‘pop’ de todos los tiempos”.
“I’ll remember all the litlle things we’ve done” (Recordaré todas las pequeñas cosas que hicimos”, cantaron Lennon y McCartney en Misery (Desgracia), al piano George Martin, compuesta originariamente por Helen Shapiro, uno de los siete temas que complementaban al Please, please me, el primer álbum grabado en la maratoniana sesión de 585 minutos en los estudios EMI de Abbey Road y editado en marzo de 1963, pocos días antes de emprender el vuelo a Tenerife. Había que tener el disco cuanto antes. Cobraron por aquella grabación siete libras con diez chelines cada uno. El fotógrafo Angus McBean se encargó de la portada del disco.
El crítico Julián Ruiz no puede evitar la emoción que embarga el repaso de todas las circunstancias que concurrieron. “Es imposible describir -afirma- la frescura, la belleza, el divino misterio de este primer álbum de Los Beatles de hace ahora cincuenta años. Fue como si todos los dioses se hubieran unido el mismo día para dar el primer soplo mágico al grupo más impresionante de toda la historia de la música”.
Pequeñas cosas que hicieron. Casi todos las saben y seguro que las vamos a recordar, de una u otra manera, durante esta conmemoración. Carmelo Martín hizo un delicioso texto, en 2010, cuando vio la luz el libro Los Beatles en Tenerife. Estancia y beatlemanía (Editorial Nivaria), de Nicolás González Lemus: “…Esa añoranza de los días sin historia ni histeria en que no fueron noticia pudo manifestarse en ellos [los Beatles] en más de una ocasión…”, una vez que se lee la reconstrucción de los hechos. 
Sin querer, es decir, sin conocerlo, Lennon había compuesto y cantado en el elepé, There´s a place (Hay un lugar), where I can go, when I feel low (donde puedo ir, cuando me siento deprimido), de modo que él, que prefirió tierra andaluza en aquellas fechas de asueto, se perdió la oportunidad de hacer efectivas sus estrofas. Menos mal que cantó un pronóstico: There’ll be no sad tomorrow (No habrá un triste mañana).
Claro que no. Lo mejor para el grupo estaba por llegar. Hasta aquellas pequeñas cosas: alojarse en el chalet de La Montañeta -desde donde tuvieron otra visión del entonces idílico valle-, conducir vehículos deportivos como si en un circuito estuvieran, sufrir en propia dermis los rigores del sol isleño primaveral, creer que en Martiánez se podía nadar sin riesgos, hacerlo en las coquetas piscinas que antecedieron al más formidable tratamiento del litoral por el ingenio y la mano del hombre, comprar en el mercado sombreros andaluces, seguir por Las Lonjas hasta el muelle e interesarse por los utensilios de pesca a la espera de unos mariscos en La Marquesina, tomar café en el Dinámico sin ser molestados ni que pidieran autógrafos, ligar con alguna dependienta y chocar con la barrera idiomática, asistir a una corrida de toros en la capital y tratar de actuar gratis, en el mejor local de la ciudad, cuyo regente, acaso celoso de las formas y de la clientela, correspondió con una negativa no sea que esos melenudos o greñudos estropeasen la fama del establecimiento. Una decisión, desde luego, para arrepentirse eternamente.
Como le traducirán a Adrian McGrath, ésta sí que era una jugosa fuente de inspiración para un Magical Mistery Tour (Mágica Misteriosa Gira).
La fama era la que Los Beatles estaban cosechando y eclosionaría después de aquellas vacaciones en Tenerife, de la mano de Klaus Voormann, amigo también del manager omnipresente, Brian Epstein; y Astrid Kirchherr, la viuda del bajista Stuart Sutcliffe, el quinto componente de la banda, decisiva en la adopción del celebérrimo corte de pelo beatle, quienes desde Hamburgo, en Alemania, ya la olfateaban, con aquellos sonidos novedosos y aquellas letras llenas de mensajes y sugerencias. Un año después, efectivamente, hubo un momento en que los éxitos de Los Beatles ocupaban catorce de los cien primeros lugares del ‘ranking’ británico, acaparando los cuatro primeros puestos consecutivos durante tres semanas.
De modo que el hecho de comprobar por sí mismos que no eran ni medianamente populares, más no haber podido actuar como había sido su deseo y el mal rato que pasó Paul, a punto de ahogarse, puede que dejaran un sabor agridulce de aquellos días comprendidos entre el 28 de abril y el 9 de mayo de 1963. Los estudiosos, a la luz de sus investigaciones y de los testimonios contrastados, hacen esa interpretación.
Ese año, el Puerto de la Cruz contaba con 13.177 habitantes y seis mil camas hoteleras. El Ministerio de Información y Turismo había declarado a Canarias Zona de Interés Turístico. España se había convertido en el destino vacacional preferido de los británicos. Y en el Daily Express de la época se leían cosas como esta: “España ya ha alcanzado la cima más alta de popularidad debido a que las autoridades turísticas españolas mantienen muy bajos los precios de los hoteles, cuya calidad y amplia gama para seleccionar contribuyen también poderosamente a atraer a los turistas británicos”.
Bien. Pues de todo esto, y de muchas cosas más, de la literatura de Los Beatles, de su filmografía, de su trayectoria, de su fabulosa capacidad de composición, de sus conciertos, de su versatilidad, del cambio de conciencia generacional, de su evolución y de sus fuentes de inspiración, se va a hablar a partir de hoy en esta ciudad, merced a una convocatoria que proyecta su nombre y que enmienda la plana, si se nos permite la expresión, de haber dejado pasar aquella oportunidad de sus vacaciones siquiera para haber registrado una actuación atípica en un local entonces de alto standing, hoy casino de juego.
Los mentores se han esmerado y bien merecen ser correspondidos, con la participación y el apoyo. Ha transcurrido medio siglo y nos parece, niños de calzón corto, estar viendo por las angostas calles portuenses, aquel Austin Healey descapotable con matrícula de Gran Canaria, propiedad de Ángel Gómez, en el que se pasearon los genios de Liverpool.
Han pasado cincuenta años -nada fue igual desde entonces, ciertamente- y es un buen momento para rendir tributo. Beatles forever (Por siempre Beatles).
Que para eso ya dijo Paul McCartney que “dentro de cien años la gente va a escuchar a Los Beatles como oye a Beethoven”…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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