El amigo desde la infancia de la Villa de
La Orotava; EVARISTO FUENTES MELIÁN “ESPECTADOR”, remitió entonces (20/3/2018)
estas notas que tituló; “¡ALBRICIAS! RECUERDOS DEL PRIMER SEMÁFORO”: “… ¿Qué
carajo querrá decir albricias? ¿Será un producto del campo, similar a los
chochos, que en la Península les dicen (¡toma ya!) altramuces?
¿Quizá sea el nombre de alguna mujer bautizada en la isla de La Palma, donde
conozco a uno que lo pusieron Parménides? No. Nada de eso.
¡Albricias! significa que estoy sorprendido gratamente por alguna novedad. La
novedad es que en el casco urbano de La Orotava, este mes (agosto del año 2009)
empezaron a tintinear en intermitente amarillo (ámbar, según el Código) unas
fileras de semáforos que, para lo mal que prenunciamos en mi pueblo y en
Canarias en general, deberían llamarlos simplemente “luces para
regular el tránsito”. Y punto.
A mediados del siglo XX, los vecinos de la capital, cuando
veían a alguien andando deprisa, con andares de campo, calle del Castillo
abajo, sabían que era un ‘mago del norte’ que iba enfilado a ver los barcos al
muelle. La historia de los semáforos en Tenerife se remonta a esa época, cuando
pusieron el primer semáforo santacrucero. Fue en el cruce calle del Castillo
con calle del Norte o Valentín Sanz. Los maguitos nos poníamos en un escaparate
cercano disimulando, pero de soslayo, de reojo, le echábamos la vista al rojo,
verde y ámbar del semáforo para comprobar, con la boca abierta, que los coches
¡obedecían aquellas señales de luces de colores! Se acabaron los
guardias de tráfico en el centro de la calzada, con sus uniformes y sus
tarimas, bajo el calor estival y un sol de ‘injusticia’.
Luego se cruzó en mi camino un semáforo que nunca funcionó.
Fue en el Puerto de la Cruz. A un conspicuo viajero empedernido, edil del
consistorio portuense, le dio por emperrarse en que la esquina de la calle
Calvo Sotelo (perdón) La Hoya, con calle Zamora, muy cerquita de ‘La Punta del
Viento’, debía tener un semáforo. Y se lo plantaron. Pero aquel semáforo nunca
funcionó medianamente bien, y por ello yo le dediqué una
carta al director titulada “Los apagados semáforos del Puerto de la Cruz” (“El
Día”, 17 diciembre 1969).
Y ahora, La Orotava igualmente se moderniza y pone grupos de
semáforos. Pero--siempre hay un pero -- y es que según mi ya
veterana experiencia de transeúnte a pie, en guagua y en coche, este mecánico
elemento llamado semáforo acabará definitivamente con la educación y el civismo
de los conductores. Ya no podrás parar el vehículo, si ves a aquella
muy conocida tía buena para cederle el paso y, de paso, quedar para tomar unas
copas en el bar Tapias esa misma noche. Ni tampoco podrás dejar pasar,
civilizadamente, a aquella señora mayor con bastón, que deberá pensárselo
muy mucho cruzar en rojo, si no quiere terminar en el hospital
definitivamente maltrecha y ‘desbaratada’.
En resumen: ¡albricias!, pero también, ¡que Dios nos coja
confesados! Y tal como decía un vecino de mi barrio, profesor de una escuela de
conductores, dándoselas de culto: “¡deprisita que es gerundio!”.
AGOSTO
AÑO 2009…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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