domingo, 24 de septiembre de 2017

SANTÍSIMO CRISTO DE TACORONTE



El amigo de la ciudad de Tacoronte; NICOLÁS PÉREZ GARCÍA, remitió entonces (12/09/2013) estas notas que tituló; “SANTÍSIMO CRISTO DE TACORONTE”
Publicadas en “La Prensa”, El Día” 12 de septiembre de 2013: “…El Santísimo Cristo de los Dolores y Agonía (también llamado Cristo de Tacoronte), es una figura que representa a Jesús de Nazare. Está situado en el retablo del altar mayor de la iglesia o Santuario del Cristo.
El Cristo tiene una hermandad llamada, Hermandad del Santísimo Cristo de los Dolores de Tacoronte. Este Cristo es la imagen cristología más venerada de Canarias, tras el Cristo de La Laguna. La talla del Cristo tacorontero se atribuye al escultor Domingo de la Rioja.
La imagen, llegada a Tenerife desde Madrid en el año 1661 por Tomás Pereyra de Castro, creó ciertos recelos[1] ya que representa un hombre desnudo abrazado a la Cruz, vivo a pesar de sangrar abundantemente por sus llagas abiertas en las manos, pies, rodillas y espaldas, más la de una lanzada en el costado, y cuyo pie izquierdo aplasta una calavera en torno a la cual se arrollaba una serpiente con una manzana en la boca.
Para dotar sus templos y cubrir las necesidades dictadas por la devoción de los fieles, las islas Canarias importaron en toda época cuadros religiosos e imágenes escultóricas de las más diversas advocaciones. Aunque durante el siglo XVI y el XVII en las islas trabajaban entalladores e imagineros, las mejores esculturas que de esas centurias guarda el archipiélago son de procedencia peninsular, andaluza principalmente, flamenca o genovesa.
Entre las llegadas en el siglo XVII ninguna causo tanta sensación en el tranquilo ambiente religioso de Tenerife como la imagen del Cristo de los Dolores que el año 1661 llevó de Madrid el capitán don Tomás Pereyra de Castro y Ayala, recaudador de las reales rentas en la isla.
Rompía abiertamente esta escultura con todas las representaciones de Jesucristo hasta entonces conocidas en el archipiélago. No se conformaba con la tradicional del Crucificado, ni tampoco, a pesar de su atuendo y contenido pasional, con ningún aspecto de la Pasión del Redentor. Se trataba, en tamaño natural, de un hombre desnudo abrazado a la cruz, vivo a pesar de sangrar abundantemente por sus llagas abiertas en las manos, pies, rodillas y espaldas, más la de una lanzada en el costado, y cuyo pie izquierdo aplastaba una calavera en torno a la cual se arrollaba una serpiente con una manzana en la boca. Insólita y desconocida, no pudo menos de causar preocupación a los comisarlos del Santo Oficio tan aparentemente anómala representación de Cristo. La extrañeza de los inquisidores subía de punto al considerar cómo podía estar el Redentor a un mismo tiempo triunfando en su Pasión y doloroso, y como tal "irregularidad" podía adaptarse al texto escriturístico. Voces timoratas y malévolas, inexplicablemente presas de escándalo a la vista de una composición que juzgaron horrible y sangrienta, habían desempolvado además calumniosamente la presunta ascendencia judía del donante, al fin y al cabo, un nunca bienquisto recaudador de contribuciones y no un noble caballero de origen portugués.
Cuatro calificadores enviaron el Santo Tribunal de Canaria a reconocer la imagen, cuya censura remitió a la Suprema el 24 de abril de 1662, junto con la petición de la más adecuada actitud que había de tomarse ante tan desconcertante novedad. No conocemos la respuesta del Supremo Consejo de la Inquisición, pero de la subsiguiente actuación de don Tomas Pereyra de Castro puede deducirse que desde la corte calmaron " escrúpulos de los inquisidores isleños, mal informados en las innovaciones del arte dado el aislamiento del archipiélago, y autorizaron el culto público y solemne a tan digna representación de Nuestro Señor Jesucristo.
En efecto, con una generosidad en manifiesta contradicción con las aviesas acusaciones que ante el S. 0. se le imputaban, don Tomás de Ayala edificó sobre el solar de la antigua ermita de San Sebastián, en Tacoronte, un gran convento para la Orden de San Agustín al precio de muchos ducados.
El patronato, que había pedido primero para sí el 1º de noviembre de 1661, lo compartió con su tío y suegro, don Diego Pereyra de Castro, regidor de Tenerife, conforme lo aceptó el 12 del mismo mes el Definitorio de la Provincia Agustina de Canarias. Los patronos, a cambio de las acostumbradas prerrogativas de tribuna y sillones preferentes en las funciones solemnes, paz en las misas mayores, uso de sus armas en la puerta del templo, enterramiento en la capilla mayor para ellos y sus sucesores y ostentación de la llave del monumento cada Jueves Santo, se comprometieron a edificar el templo y el convento y a colocar en la capilla mayor un retablo sin dorar para la imagen del Cristo que, don Tomás había traído de Madrid’. Por los tratados concertados los días 30 y 31 de enero y 1 de febrero de 1662 entre ambos patronos y la comunidad Agustina de Tacoronte quedaba instituida anualmente la fiesta al Cristo de los Dolores el domingo inmediato a la Exaltación de la Santa Cruz, fecha que se eligió indudablemente para emular las fiestas del Cristo de La Laguna, que venían celebrándose el 14 de septiembre.
No contento sólo con haber edificado la nave central (una de las naves laterales fue obra de la Cofradía de la Cinta) y la capilla mayor, ricamente techada con un excelente artesonado mudéjar, policromado y dorado, y con haber costeado una de las fachadas talladas en piedra más interesantes de toda la arquitectura canaria del barroco, todavía en 1674 instituía Castro y Ayala en el mismo convento una procesión del Miércoles Santo '., para la que aportó no sólo la cera y el gasto litúrgico anual, sino hasta las imágenes de Jesús Nazareno, Nuestra Señora de los Dolores, San Juan Evangelista, Santa María Magdalena y Santa Verónica, no todas conservadas hoy.
Aquel arbitrario incidente inquisitorial no pasó inadvertido al historiador tinerfeño Núñez de la Peña, contemporáneo del suceso, quien en su historia deja constancia ' de que el Cristo de los Dolores llevado a Tacoronte era reproducción de la imagen del Redentor que en la capilla del Palacio Real de Madrid había obrado muchos milagros.
Ya identificó el erudito investigador, recientemente fallecido, don Buenaventura Bonnet Reverón este otro Cristo de la capilla de Palacio en diversos artículos por él publicados en la prensa de Tenerife”. A él debemos la búsqueda del antecedente más inmediato del Cristo de Tacoronte su plena inspiración en el llamado Cristo de la Victoria que hoy se venera en su santuario, anexo al convento de agustinas recoletas, en la villa de Serradilla (Cáceres)”. A primera vista parecerá raro ir a buscar a tal olvidada localidad una imagen venerada otro tiempo en la capilla del alcázar de Madrid. El doctor Bonnet explicó suficientemente ese traslado con las noticias que sobre el Cristo de la Victoria da el P. E. Cantera en un viejo devocionario de esta devota imagen.
No se ha fijado hasta ahora con exactitud la fecha de llegada a Tacoronte (Tenerife) de esta talla del Cristo de los Dolores. Se ha dicho que llegó a la isla a fines de 1661 o principios de 1662. Da fe de su existencia en Tenerife antes de noviembre de 1601 el decreto promulgado en el capítulo que celebraron los religiosos agustinos de la Provincia de Santa Clara de Montefalco, en el convento de los Realejos, el 1º de noviembre de este último año.
La plaza no era tal, sino un terraplén de tierra con varios árboles y una fuente de piedra en el centro, y cuando había lluvia se convertía en un auténtico fangal. Los documentos de la época describen someramente aspectos de la fiesta y su evolución en los últimos lances del siglo XIX. En 1896 aparece por primera vez un programa tipografiado en el que se detallan todos los actos de la fiesta. En la función solemne de la mañana del domingo la oración sagrada está a cargo de don Alejandro Peña y Bustillo, secretario del Obispado, y se menciona una única procesión de la imagen al mediodía por el trayecto acostumbrado, presidido por el clero y miembros de la corporación. El mentado “trayecto acostumbrado” se desconoce, es una incógnita dado que aún no se había trazado la carretera de Tacoronte a Tejina que parte desde el Marañón, hoy la Estación, cuyos trabajos comenzaron en los inicios del siglo XX. “Acordase se pague con cargo al capítulo de imprevistos la cantidad de 57 pesetas 50 céntimos a D. José Izquierdo por la cuenta de hospedaje y manutención de dos parejas de la guardia civil montada, que se pidió para el sostenimiento del orden en la festividad del Santísimo Cristo de los Dolores en el corriente año”. (Acta 16-10-1898, siendo alcalde José Domínguez Ramos, que días después dimitiera al haber sido electo diputado provincial, alcanzando posteriormente la presidencia de la Diputación). Como se ha dicho, la imagen del Cristo de los Dolores alcanzó notable renombre y devoción en todo el ámbito insular, debido sin duda a su particular iconografía de Cristo desclavado abrazado a la cruz. A su llegada a Tacoronte en 1661, la singular y extraña efigie causó desconcierto en el sustrato religioso de la época, según los calificadores, por no ajustarse a los textos sagrados, y hubo de pasar el filtro del Santo Oficio para su puesta al culto. El “juicio” fue tan peculiar como la propia imagen, pero la sentencia del alto tribunal fue favorable en aquel 1662, acaparando en el tiempo el fervor y admiración de lugareños y gente devota de otros pueblos. Y se haría fuerte la vinculación con algunos pueblos del sur de la Isla, especialmente con la villa de Güimar, que ha sellado lazos de hermandad con Tacoronte. Principalmente de esta localidad sureña son legión los que sienten veneración por el Cristo de los Dolores, acudiendo cada año a la fiesta el día de la Octava. Hace mucho tiempo que existe esa conexión entre los dos pueblos, cuya motivación principal es la imagen desclavada. Desde mediados del siglo XX la procesión del Cristo se ha visto acompañada por bandas de música del sur de la isla, primero la Candelaria, de Arafo, y luego la Agrupación Amigos del Arte de Güimar, la que prácticamente acaparó la exclusividad de su participación hasta nuestros días.…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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