El
amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS, remitió entonces (19/09/2015)
estas notas que tituló “PROLOGO PARA COLO”: “…¿Duermes tranquilo,
Colo? La pregunta, hecha al principio de
una entrevista en directo, en el programa “Radio Deportes” que entonces
conducíamos en Radio Popular de
Tenerife, tuvo un efecto multiplicador al día siguiente, cuando salió
reproducida en una información de Diario
de Avisos. Colo atravesaba sus horas más delicadas desde que accedió a
la presidencia del Club Deportivo Tenerife: una racha de resultados negativos
complicaba la clasificación y filtraba, de paso, las dificultades
económico-financieras de la entidad.
Era la primera vez que hablábamos cara a cara. Pese a
todas las adversidades, se presentó puntualmente en la emisora y no rehuyó una
sola de las preguntas que le formulamos. Los dos, de pie ante el micrófono. Fue
en la segunda mitad de la década de los años setenta. En la hemeroteca de Diario de Avisos se puede
encontrar la información, de cuya repercusión empezamos a ser plenamente
conscientes en los días posteriores, cuando la crisis se agravaba.
No es que la pregunta forzara nada. Mejor dicho: fue
el comienzo de una hermosa amistad, con permiso de Rick Blaine (Humphrey
Bogart) en la memorable escena final de “Casablanca”, dirigida por Michael
Curtiz. A partir de entonces, de la entrevista, cada quien en sus respectivos
cometidos, nos dispensamos una relación amistosa basada no solo en el respeto
sino en el afecto que despierta cada encuentro, cada llamada, cada visita… Las
circunstancias quisieron que Colo viniera a residir al Puerto de la Cruz y eso
acentuó nuestra recíproca querencia.
-¡Si mi padre se entera que te he votado, me quita el
habla!- bromeó en una jornada electoral tras la que accedimos a la alcaldía.
Esa era la expresión espontánea y franca de su cordialidad, la que descubrimos
durante tantos años, los que van de aquella etapa suya al frente del que entonces
decíamos ‘representativo’ hasta su ejercicio profesional como un habitante más
de la ciudad, convocado a las urnas municipales y depositando su confianza en
un amigo.
No se trata de corresponderle con lisonjas en el
prólogo que nos encarga del libro de su vida sino de glosar este anhelo suyo no
confesado de querer dejar constancia de su paso por la vida. Es como si Julio
Santaella Benítez se hubiera propuesto resumir su trayectoria, la de
adolescente, la del profesional del fútbol, la del gestor, la del hombre de
empresa, la familiar, sin otra ambición que la de exponerla tal cual, de
frente. Es un itinerario plagado de peripecias (Colo es de los que ha tenido
que volver a empezar -perdón por emplear otro título cinematográfico- un montón
de veces) y de adversidades que afrontó con el espíritu del marcador de Paco
Gento y de tantos otros delanteros. Pero al que también sobraron arrestos para
sortear y dejar atrás las tribulaciones y las incertidumbres. Colo hace en estas páginas el desnudo de su
vida, si se permite la expresión. Muestra sus heridas y explica el por qué de
sus decisiones, algunas de ellas muy complicadas. Y desvela su compromiso sin
necesidad de confesar debilidades pero tampoco de exhibir cualidades de
defensor rocoso. Es el tesón la virtud que ha distinguido a este tinerfeño que
jamás dejó de arropar a los suyos y ahora, sin que suene a balance, expone su
vida en primera persona.
Estas páginas, por tanto, tienen un claro contenido
autobiográfico. Estos son sus valores y sinsabores. Sobra decir que no hay
pretensiones literarias. Acaso quiera el autor, no más, compartir ese cúmulo de
vivencias con cuantos le conocieron y siguieron durante alguna etapa, con
cuantos saben de su dedicación y de su perseverancia. Su barrio santacrucero, sus
juegos, sus familiares, su formación, sus centros de recreo, su identificación
con San Telmo y otros rincones portuenses, sus fichas futbolísticas, sus
traslados, sus vínculos sentimentales, sus hijos, su faceta de dirigente, su
gestión profesional, su ánimo emprendedor, sus experiencias empresariales… y
hasta su actividad de hoy en día. Porque intenciones de retirarse como que no
tiene, pese a que las espaldas están muy cubiertas.
Así lo palpa asomado al balcón de su oficina en la
plaza del Charco desde donde contempla el paso de los turistas y de los
paisanos, o en la urbanización El Tope donde definitivamente ha echado raíces.
En cualquiera de esos sitios, con sonrisa obsequiosa, con esa mirada sana que
le adivinamos siempre, o a través de los anteojos con los que equilibra algunas
dificultades oculares, ve desfilar el caleidoscopio de la vida, de grana, de
blanquiazul, de verdiblanco y de blanquirrojo. De feliz veterano disfrutando en
ambientes y paisajes que hicieron rememorar estampas gratificantes. Y lo plasma
en las páginas que ha escrito con soltura y sin prejuicios.
Por eso, hoy Julio Santaella Benítez, Colo, el recio
defensor, el hombre curtido, contestaría afirmativamente aquella pregunta tan
directa de los años setenta. Le sobran razones…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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