“…Aquellos
Niños gastados por la dureza del trabajo que, según una maestra de “Los Altos”;
“llegaban a la escuela oliendo a vacas y carburo”.
El amigo perdomero LUIS HERNÁNDEZ MELO, remitió
entonces (08/09/13) un excelente Libro
editado por la Asociación “Don Víctor”, titulado “COMPROMETIDOS CON “LOS ALTOS”
DE LA OROTAVA Y LOS REALEJOS.
Maravilloso, donde expone a cuatro personajes que
hicieron historia en “Los Altos” del Valle de La Orotava, convirtiendo ese
alejado y miserable territorio, en prosperidad y progreso, tanto en el ámbito
socio cultural, como en el personal.
Nos habla de cuatro personas que trabajaron en un
tiempo no muy lejano por esos altos del Valle de La Orotava, que ya no están
con nosotros, pero si sus corazones y sus recuerdos.
Para escribir sobre este importante libro, he
tenido que recopilar fragmentos significativos de los personajes que protagonizan
esta amena escritura, y desemboscar en el prologo del amigo, compañero de
docencia y convecino de la Villa de Los
Realejos, ex alcalde de la ciudad Jesús Manuel Hernández García.
DON VÍCTOR
RODRÍGUEZ JIMÉNEZ,
APÓSTOL SOCIAL DE "LOS ALTOS". La admiración
y aprecio de Don Víctor por Don José Pons Camallonga fue constante; parece que
fue algo que se manifestó desde que aquel tuvo uso de razón. Muy probablemente
la decisión de Don Víctor de optar por la vida sacerdotal se debió a la
influencia que sobre él tuvo este venerable varón eclesiástico, Don José Pons
Camallonga.
Don Víctor había
nacido el 21 de julio de 1927 en Todoque, un anejo de Los Llanos de Aridane, la
segunda población de la isla de La Palma, la "Isla Verde", “La Isla
Bonita” del archipiélago canario. Ha sido el único salesiano de esta isla. Tuvo
la suerte de tropezar en su niñez con un párroco, Don José Pons, que marcó su
vida. Él lo consideró siempre un santo y más tarde escribirá su biografía en la
que volcó todo el cariño del mundo y su saber de periodista. Los consejos de
este sacerdote lo llevaron a dirigir sus pasos a la familia de Don Bosco. Don
José lo puso en contacto con el director del colegio de Las Palmas de Gran
Canaria, primera y única obra de los salesianos en aquel entonces en el
archipiélago. El párroco lo presenta al director como candidato al aspirantado.
Efectivamente, en 1941 estrena con sus
compañeros el aspirantado de Antequera, para continuar en Montilla en los años
siguientes, donde se solicita su ingreso en el Noviciado de San José del Valle
(1945-46). Su primera profesión tuvo lugar el 16 de agosto de 1946.
DON VÍCTOR
"ERA UNA CAJA DE SORPRESAS". Así lo definió un antiguo alumno
diciendo: "…He de reconocer que Don Víctor era una caja
de sorpresas". "Creador de sonetos. Soñador; que pasó su vida echando
a volar una cometa. Sacerdote comprometido, de profundas convicciones
religiosas, puso toda su energía al servicio de aquello en lo que creyó.
Defensor incondicional de su familia salesiana. Honrado por principios. Si la
vida le hubiera dado una segunda oportunidad, habría vuelto a ser lo mismo:
sacerdote salesiano, educador, poeta y amigo" (J. T. González). "Trabajador incansable pero sin ruido en
su forma de hacer las cosas. Todos hemos apreciado la trascendencia de las
palabras que pronunciaba con aquel tono sudamericano, a veces poco perceptible,
con el que acostumbraba a sentirse escuchado…”
Es justo reconocer
el cariño y generosidad que derrocharon el director y los hermanos de la
comunidad de La Orotava con Don Víctor durante el tiempo de su enfermedad. El
funeral, presidido por el Sr. inspector Don Francisco Fernández Mármol,
acompañado por los salesianos de las tres comunidades de las islas y un buen
grupo de párrocos, tuvo lugar en la parroquia villera de la Concepción, que
permitía una mayor participación de la familia salesiana, de antiguos alumnos,
autoridades y de los muchos amigos que Don Víctor tenía. Una semana más tarde se celebró un funeral en
la iglesia de Benijos, uno de los barrios de "Los Altos". Y dos días
después otro en la capilla de María Auxiliadora del colegio salesiano. Siempre
con una gran participación de fieles y de familia salesiana.
MARÍA NÉLIDA SARMIENTO SUÁREZ, MÁRTIR DE "LOS
ALTOS". Nació
en Moya en noviembre de 1949 y falleció en La Orotava veinticinco años más
tarde, en noviembre de 1974, le gustaba mucho el otoño. Vio la luz en el norte
de Gran Canaria y se marchó a los cielos en "Los Altos" de La
Orotava, en el norte de Tenerife, al pie del Teide. Fue en un barranco de la
zona de medianías, en Benijos, donde la bruma hace sopanda junto a esa alfombra
volcánica que se desparrama desde las cumbres de la isla hasta el mar atlántico
y que según el amigo de la infancia de la Calle El Calvario de La Orotava;
Isidoro Sánchez García: “…tanto le llamó la atención a
una poetisa cubana, Dulce María Loynaz, cuando recorrió Tenerife en los
primeros años de la década del 50 del siglo XX. Como le sucediera a María
Nélida, años más tarde, que le gustaba viajar en coche desde la universitaria
ciudad de San Cristóbal de La Laguna hasta "Los Altos" del Valle y,
en particular a Benijos, en compañía de uno de sus compañeros de estudio, el
sacerdote salesiano Víctor Rodríguez Jiménez…”
María Nélida Sarmiento fue una joven grancanaria que vino a Tenerife en 1979 a estudiar Filosofía y Letras. En la universidad conoció a don Víctor Rodríguez, un sacerdote salesiano que le
ofreció trabajar con él para enseñar a
leer y escribir a los habitantes de una de las zonas más pobres de la
isla: "Los Altos" de La Orotava. Allí pasó cuatro años hasta que un
accidente le arrebató la vida con apenas 24 años. El religioso, que conducía el coche ese
día, se sintió
tan culpable que para honrar su memoria se propuso acabar con la marginalidad de aquella
zona rural. Fue así como gestó un movimiento social que desembocó en
asociaciones de vecinos y hasta
en un partido político que gobernó el municipio.
FRANCISCO JAVIER SÁNCHEZ GARCÍA. Nacido en La
Orotava en el año 1943, estudió párvulo y bachiller en el Colegio de San Isidro
de su pueblo natal y Preu en el colegio de San Idelfonso de Santa Cruz de
Tenerife. Licenciado en Derecho por la universidad Complutense de Madrid. Jugó
al fútbol, en el Iberia, Plus Ultra, UD. Orotava. CD. Puerto Cruz. Real Madrid,
UD. Las Palmas y CD. Tenerife. Fue presidente del UD. Orotava, alcalde de La
Orotava y casó con Carmina Gutiérrez, tuvo dos hijos Pablo y Borjas.
SANTIAGO PALMERA GARCÍA, EN RECONOCIMIENTO POR SU
ESFUERZO EN EL TRABAJO, POR EL BIEN DEL PUEBLO Y SU GENTE. Nacido en agosto de 1943 en la finca de los Sres. de
la Cruz, en El Castillo del Realejo Alto, hijo de Pedro y Luz, y fallecido en
el Hospital Universitario el día de Reyes de 2004, tuvo tiempo en sus sesenta
años para dejar su impronta personal singular tanto en su pueblo como en el
Puerto de la Cruz y La Orotava. Estudió en el colegio de
San Agustín de su pueblo, teniendo como profesores, entre otros, a Don José
Estévez y a Don Rafael Yanes, a quienes admiraba. Cuando empezaba el
preuniversitario (1959/60) en el instituto Cabrera Pinto de La Laguna dejó los
estudios, según su familia, por comodidad y cabezonería; según él, por razones
económicas. Lo cierto fue que, enrabietado, se empleó en el Bar Dinámico del
Puerto de la Cruz, antes de trabajar en las empresas de Demetrio Domínguez, de
Manuel Pérez Siverio y de Manuel Yanes
Barreto, desde donde formó, hace treinta años, con su amigo y compañero Francisco
Sánchez García, el despacho profesional en la Villa de La Orotava, en el que
asesoró con su sabia praxis jurídica a varios profesionales que empezaban y en
el que se retiró laboralmente por su enfermedad renal. En
todo ese tiempo se atrevió con la corresponsalía deportiva del Aire Libre en
Los Realejos, utilizando el abreviado SANPALGAR, coincidiendo con Paladín y con
Juan Cruz, a los que reconocía. Fundó el Juvenil Hispano de Los Realejos, en el
que comenzó a brillar por sus magníficas dotes organizativas, pero en el que
sufrió los contratiempos de las rivalidades entre el Realejo Alto y el Realejo
Bajo. Y después de pasar una corta etapa como directivo de la UD Realejos, con
el que tuvo la desgracia deportiva de descender a segunda regional, se destapó
en la secretaría de su Juvenil Longuera-Toscal.
El amigo, compañero de docencia, ex alcalde de la
Villa de Los Realejos; Jesús Manuel Hernández García, prologa este importante
libro: “…Luis Hernández
Melo, como en otras tantas ocasiones anteriores, me llamó para preguntarme si
podía ayudarle en un nuevo proyecto: en este que tienes en tus manos. Y aunque
la primera intención era la de echar una visual a los textos que en el libro se
plasman, por aquello de los duendes tipográficos y porque cuatro ojos ven más
que dos (dupliquen cantidades por lo de las gafas), aquí me hallo prologando
una publicación sin que concurra en mí mérito alguno para tal honor. Puede que
aquel otro que abrió las páginas de La Perdoma del siglo XX: historia, personajes, evocaciones y fotografías,
no haya quedado tan mal como para no brindar una segunda
oportunidad. y como a Eusebio (así lo
conocí más en el Colegio San Agustín de Los Realejos) le sobra generosidad -o
ganas de comprometerme con estos embolados-, aquí estoy de nuevo, aun a
sabiendas de la archiconocida sentencia de las segundas partes. Sigo remolcando
el inconveniente de no haberme aprendido a pie juntillas los adverbios de
negación. Puede que haya asimilado algunos de duda, aunque sin demasiada
convicción. Y a los hechos me remito. El resultado de tal laxitud se desperdiga
por ahí. Eso, dejémoslo así, por ahí. Pero tras cumplir la tarea encomendada en
sus inicios y leer con deleite los interesantes artículos, después de esa
primera criba que conforma el esqueleto que Toña, el de Tipografía García, debía empezar a componer y maquetar,
me topo con la proposición de que sea un servidor el primero que se alongue a
este magnífico compendio. Me refiero a las que observarás inmediatamente
después de que concluyan estos párrafos, surgidos más de una vieja amistad que
de la preparación y valía de este pobre aficionado a juntar palabras. Colijo
que quizás exista cierta similitud de las experiencias de un pasado, que por
mor de adelantos tecnológicos se antojan lejanas, pero que girando la cabeza
las vislumbramos con meridiana claridad a la vuelta de la esquina, con
bastantes peripecias en las que este realejero, y casi perdomero de adopción,
se ha visto envuelto. Van unos botones: En este contexto que se nos muestra
cuando rememoramos las carencias de unos núcleos poblacionales marginados hasta
los extremos del abandono y la desidia, Juan Dóniz, aquella primera luz que se
encendió de la mano de D. Víctor, relata, con
ese humor que le caracteriza, la anécdota -vamos a mentarla así para no herir
susceptibilidades- de cuando, siendo ya universitario, suspendieron un examen
por haber habido un apagón eléctrico generalizado que imposibilitó el acceso a
la lectura del repaso final. Y él, junto a otros pocos, optó por presentarse
voluntariamente porque ese tipo de alumbrado no le había aún encandilado sus
retinas. Y, salvando las distancias de ubicación residencial y de edad, señalar
que el autor y responsable de estas líneas ya estudiaba también en La Laguna
cuando aquellos filamentos metálicos se pusieron al rojo blanco, debido al
denominado Efecto Joule y ante el tránsito desenfadado de los alegres
electrones, que hicieron posible el que la Casona de La Gorvorana se viera
libre de las fantasmagóricas figuras con las que nos íbamos a la cama cada
noche mientras la palmatoria, hermana humilde del candelabro, era asida por la
mano temblorosa. Encontrándose este entorno, junto a T oscal y Longuera, casi
en la costa -dicen que la cultura viene por el océano-, imagínense el precario
escenario de aquellos asentamiento s del Valle rayanos con el monte. Pasados
los años, no demasiados, uno, asimismo, fue partícipe de múltiples innovaciones.
Primero en movimientos asociativos, en los que se practicaba la doctrina del
ilustre salesiano: "arrimar el hombro para solucionar los problemas".
O como indicaba la Madre Teresa de Calcuta: "Yo hago lo que usted no
puede, y usted hace lo que yo no puedo; juntos podemos hacer grandes
cosas". Y luego como miembro de una corporación -la segunda
de la etapa democrática en la que se continuó cimentando el solar de la
transformación social. Acontecer que me hizo entablar amistad, que aún perdura,
con Isaac Valencia, una vez hubo tomado el testigo de Francisco Sánchez, otro
de los personajes recordados en varias de las interesantes colaboraciones que
conforman este vademécum y que podría ser calificado como el de la entrega
desinteresada a una noble causa. Capítulo al que habremos de añadir la figura
de Santiago Palmero, al que sí conocimos y tratamos durante mucho tiempo. Y del
que sufrimos, como bien se expresa en el apartado que se le dedica, más de uno
de sus 'prontos' en la etapa que formaba parte de la directiva de los equipos
de fútbol del barrio realejero de Longuera-Toscal, en aquellos tiempos en que
uno abandonó, motu proprio, los vericuetos de la política para dedicarse a
otros también preclaros menesteres. Decíamos en el libro editado con motivo del
25° aniversario de la Agrupación Folclórica de Higa que el pionero D. Víctor
fue, amén de componente e impulsor en aquellos primeros meses de 1980, el que
consiguió la primera actuación en el barrio de Cañeño. Unas elecciones para
nombrar la Junta Directiva de su Asociación de Vecinos dieron lugar a dos
nacimientos: el de la participación, sin miedos ni tapujos, de unas gentes
hasta ese entonces marginadas, y, a la par, el inicio de la singladura del
colectivo que ha fijado su residencia en La Marzagana. Y como uno tuvo cobijo
en las instalaciones del antiguo secadero, se percata de cómo estar metido en
mil berenjenales puede provocar estas extrañas coincidencias. Felices y
gratificantes, por cierto.
El recordado alcalde de Madrid, el 'viejo profesor'
Enrique Tierno Galván, quien alcanzara enorme popularidad con el espectacular
renacimiento de la vida cultural, artística y social del adormecido Madrid,
insistía en lo de "más libros, más libres". Qué aserto. Qué acierto.
Cómo congratula el contemplar el actual retrato de "Los Altos". Ni semejanza, que
decía mi suegra. Porque despertaron a tiempo -solo fue necesario, y no es poco,
aquella sacudida en el momento oportuno- y bogaron al unísono, cual avezados
marineros de tierra adentro. Alcanzó tal punto su maestría que un buen día el
capitán creyó conveniente desembarcar y dejarlos solos ante los embates de la
mar para que comprobaran per se que podrían proseguir la singladura. Y a fe que
lo consiguieron. Excelente tripulación digna de tal señor y mejor comandante.
Es la prueba palpable de aquel dicho que lo dibuja perfectamente:
"Trabajar en equipo divide el trabajo y multiplica los resultados".
Coincido con el planteamiento que traza Antonio
Hernández Díaz en este mismo libro cuando destaca que "estas labores deben
ser recordadas como hitos de justicia social y como contribuciones al proceso
modernizador de las poblaciones". Y en ese frente es donde debemos situar
esa pomposa etiqueta, ahora citada como dinámicas de grupo, que, sin
calificativos y aditamentos, se puso en práctica en aquellos tiempos en los que
la ilusión fue capaz de sacudir montañas, o remover Roma con Santiago.
Recuerdo que las llamábamos obras comunitarias. En
las que todos arrimábamos el hombro, mejor, lo poníamos al servicio de cubetas,
bolsas de cemento, bloques y todo ese material que hizo posible disfrutar de
instalaciones largamente anheladas, gracias, como señaló Manuel Rodríguez Mesa
en su libro Higa, a la "constante preocupación de las activas asociaciones
vecinales, verdaderos motores que dieron el impulso que requerían aquellas
almas adormecidas". Es, fue, la constatación más evidente del viejo
aforismo de que un grano no hace granero, pero ayuda al compañero. Cuánta
verdad y qué maravillosos resultados. Allá por los años setenta del siglo
pasado, cuando me hallaba recién embarcado en la profesión que estimé
conveniente ejercer, vivía en una de las casas de los maestros en San Antonio,
en la Barriada, como despectivamente les apetecía mentar a algunos. y a pesar
de carencias y necesidades -puede que no tantas como las que padecían los
vecinos de "Los Altos"-, ya se columbraba una notable preocupación
por la formación de los hijos y se dejaba entrever un singular espíritu
colaborativo. Recuerdo de manera especial a Sor Luisa Lamas, aquella monja que
durante 12 años visitó las casas de los enfermos en horario de tarde o los
atendía en el 'hospitalito' que tenía en la parroquia, y a la que en 2004 se
homenajeó con la rotulación de una calle. Y que además de actuar como enfermera,
inculcó la música en los chiquillos del entonces y nos deleitaban en las
Navidades con unos villancicos que antes no habíamos escuchado. Los mismos
escolares que la recibieron dos décadas después, ya hombres y mujeres, con
bellas melodías, al tiempo que Máximo García, padre de varios alumnos que tuve
en aquella época, le hacía entrega de un ramo de flores para simbolizar su
agradecimiento personal por cuando lo asistió en un paro cardiaco del que pudo
felizmente recuperarse. En
la actualidad, cuando prima el conformismo y el que me lo sirvan en bandeja -de
plata, a ser posible-, cuando lo negativo es lo único que merece la pena
destacar, cuando seguimos pagando las servidumbres del permitirlo porque yo no
lo tuve, cuando hemos cerrado los ojos a los pequeños detalles, tendemos a
olvidar con suma facilidad a quienes en un día no tan lejano pusieron los
cimientos de lo que ahora mencionamos como estado del bienestar. Al que yo me
he atrevido, en más de una ocasión, a considerar como estado de la comodidad. Porque
somos muy dados a la confusión interesada y a incluir lo superfluo, lo
prescindible, en nuestro capítulo de necesidades básicas. Y bueno sería,
siquiera por un instante, echar la vista atrás, no para colegir aquello de que
cualquier tiempo pasado, sino para entender que nos sobra vanidad en ese afán
incontrolado de acaparar sin más.
Pongo siempre de ejemplo el Día de Reyes. Cuando
nuestras casas se inundan de artilugios que lo hacen todo. Y contemplamos a los
pequeños que, tras abrir multitud de paquetes y dejar un reguero de cachivaches
esparcidos por todas las dependencias del hogar, la mayoría de ellos
funcionando solos hasta que las pilas digan basta, se dedican a tirar de una
simple caja de cartón -para él un elegante camión-, porque aquella máquina que
tanto gustó a su padre, no le causa atracción alguna ni le permite estimular su
creatividad. Si me permiten el símil, ese infante sería aquel individuo de
antaño, comprometido y preñado de ingentes dosis de utopía, ávido por crear,
transformar, investigar. Nosotros, los adultos, los padres, la otra cara de la
moneda, el acomodaticio, el contemporizador, el del sillón reclinable y tele de
amplio formato, con mando a distancia que nos sirve el leche y leche. Somos,
pues, tan dados a los extremos que obviamos ese enorme abanico de tonos
intermedios. Hemos, incluso, olvidado la virtud del comedimiento, del sopesar
pros y contras. Nos cegamos y marginamos el recuerdo. No para reproducir
esquemas, pero sí para marcar pautas.' Porque debería ser el progreso un
proceso armónico y consecuente, jamás forzado. Y da la impresión de que nos
encanta ir delante de los bueyes. Entiendo, pues, y concluyo, que pudo haberse
fijado Melo en los precedentes de este tal Jesús, que se dejan esbozados en
este exordio, y cuya peculiar religiosidad no le hace comulgar con dogmas y
preceptos, pero que aplaude -si preciso fuere con las orejas- los quehaceres
que rompen esquemas y traspasan las gruesas paredes de vetustas catedrales o de
modernistas iglesias, para incardinarse en el tejido social. Como lo hizo mi
'tocayo' hace más de dos mil años. Y lo siguen haciendo, a Dios gracias, otros
curas al menos tan comprometidos como lo fue D. Víctor. Infinitas gracias por
la deferencia. Excúsenme por echarme a un lado y, desde ya, a leer con
verdadera fruición. Lo interesante y enjundioso, al doblar la hoja….”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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