Cuento aquí la historia, la semblanza de un hombre que, en cierto modo, se
hizo así mismo. Hijo indigente, llegó a ser un virtuoso en la música, ocupó el
cargo de organista oficial de Nuestra Señora de La Concepción, director
del recordado coro polifónico “Capilla de Santa Cecilia”. Un músico Bohemio por
excelencia que aprendió viajando. Una filosofía anclada en un profundo sentido musical
de la vida, que vivió con gran coherencia desde su juventud. Un hombre
profundamente enamorado de su música indudablemente cuando le llegaba de
pronto, generalmente cuando estaba en una situación de sentimiento, sea
ciertamente ante un utensilio musical, sea porque le alumbraba una sinfonía
realmente bohemia, que alumbraba algún cambio importante en la vida del
protagonista. Y para que se vea, como es natural, que existen casos similares
cuando es la pobreza lo que acompaña a un preceptor. Muchos pensamos “no
pudo ser verdaderamente pleno y feliz sin alguien que le custodiase. El séquito
es imprescindible para la felicidad”. Sin embargo, convertir la fidelidad en un
requisito esencial para sentirse feliz se denomina dependencia. Y esto
significa que el individuo no será capaz de asumir la responsabilidad de una
vida emocional después de tantos años viviendo en la soledad. Me parece que Don
Antonio vivió muchísimos años entristecido. Por eso nos pareció un Bohemio de
la Música, claro está que mediante esta conducta solitaria nos eluden en
definitiva que fue él ultimo abnegado musicalmente hablando en nuestra Ilustre
Villa Orotavense. Evidentemente fue un domingo 16 de Diciembre de 1956,
cuando la Villa le tributó un merecido homenaje al maestro Don Antonio
Sosa Hernández. Los actos fueron organizados por la Banda de la
Agrupación Musical Orotava, en colaboración con otras sociedades
artísticas y de recreo y dirección del desaparecido Semanario “Canarias”, y
patrocinado por Excmo. Ayuntamiento de La Orotava. Primeramente, al
mediodía, la Banda de Música de la nombrada Agrupación, bajo la
dirección del señor Correa Negrín, dio un concierto de obras selectas ante
numeroso auditorio. Posteriormente en el desaparecido y de grato recuerdo
Bar-Restaurante “La Academia”, hubo almuerzo, al que asistieron ciento setenta
y tres comensales. De entre ellos los entonces; Alcalde de la Villa, Don
José Estévez Méndez, Juez de Instrucción señor Sánchez Parodi, Párroco de
nuestra Señora de la Concepción y de San Juan Bautista Don Juan Reyes
Pérez y Don Domingo Hernández González; Don Rafael Hardisson Pizarroso,
Presidente de la Orquesta Cámara de Canarias; Don Santiago Sabina
Director de la nombrada Orquesta; Don Evaristo Iceta, Director de la Banda
Municipal de la Capital y de la Coral Sacra de la
Laguna; Don Francisco Reig, Director de la Banda de Música del
Regimiento de Infantería; Don Rafael Marrero, Profesor del Conservatorio
Provincial de Música; El Presidente del Orfeón La Paz de la
Laguna Don Luís Ramón Falcón; señores directores de las Bandas de Música de
Icod de Los Vinos, La Rambla, Garachico, y la Guancha; otras
representaciones de varios pueblos entre ellos varios alcaldes; La soprano Doña
Libertad Álvarez y esposo Señor Falcón; los escritores Álvaro Martín Díaz y
Luís Diego Cucoy, y otras distinguidas personas que sería largo reseñar.
Presidieron el acto, justamente con el Alcalde de la Villa y el presidente
de la Banda de la Agrupación Musical Orotava Don Eulogio
Borges Coello y otros, el maestro Señor Sosa Hernández. Pronunciaron elocuentes
y emotivas palabras el nombrado señor Borges Coello, el Alcalde Señor Estévez
Méndez, los escritores Álvaro Martín Díaz y Luís Diego Cuscoy, uno de los
componentes de la Capilla Santa Cecilia, Don Domingo Luís y el Señor Hardisson
Pizarroso. Se leyeron cartas y telegramas de adhesión, muchos de ellos
de la Península. El maestro Sosa Hernández profundamente emocionado
dio las más expresivas gracias por la ofrenda de aquel acto. Se obsequió a los
asistentes con una edición especial del desaparecido semanario “Canarias”
dedicada a la conmemoración del acto. Seguidamente, cantaron la Soprano
Doña Libertad Álvarez acompañada al piano por el Maestro Iceta, y luego,
con el acompañamiento del Señor Martín Díaz(Almadi), la excelente cantante
tinerfeña interpretó dos composiciones del nombrado señor Martín Díaz,
titulada; “Elegía a una flor” y “Canción de Sueño”. Recibieron numerosos,
prolongados aplausos. La distinguida señorita de esta Villa, Manolita Zárate y
Machado cantó, acompañada por la profesora de piano señorita Juana Zolia Díaz,
obteniendo ambas muchos aplausos. También intervinieron el Señor Falcón, Don
Domingo Quintero y otros, siendo muy aplaudidos todas estas brillantísima
intervenciones. La reunión se consideró como la más espléndida, la de más
profundo significado emocional y artístico, que se ha celebrado es esta
población desde hace muchos años. De ello sinceramente todos los asistentes se
congratularon a la reiteración de la felicitación y admiración del pueblo
orotavense al maestro Sosa Hernández. He aquí las cuartillas que leyó el
recordado Don Luís Diego Cuscoy, al maestro Sosa en este artístico homenaje:
Amigos, yo no voy a comenzar con aquella frase tan sabida de que no es él más
indicado para hablar en este momento, porque me creo, si no el más, si uno de
los más indicados. Estoy, desde la lejana adolescencia, oyendo nombrar a este
hombre, alrededor del cual hoy nos sentamos para que sepa que estamos cerca de
él. La adolescencia es una maravillosa edad, y está hecha de cosas vagas e
inconcretas, y cuando la contagian paisajes hermosos y hombres sensibles y
buenos, cobra una fuerza con la que más tarde caminará más segura. Con la
adolescencia de muchos ha tenido que ver este hombre. Yo sé que el caballero
Don Antonio Sosa Hernández, sencillamente el amigo Sosa, profesionalmente el
maestro Sosa, ha vivido una vida de grato y dulce valvén: de grato y dulce
valvén espiritual. Pudo tomar de las adolescencias que tan cerca tuvo, la
expansiva alegría que le es propia, y dio a esas adolescencias tan necesarias
de ilusión en el destino, un contenido de belleza y también de ilusión. Yo no
quisiera que esta fuese solamente una reflexión mía, sino que me gustaría ser
él interprete de otras reflexiones iguales, porque así es como las palabras
tienen sentido. Por eso quisiera que bajo ese aspecto de misión delicada y
generosa viéramos a este hombre porque esas misiones no son fáciles, y cuando
de veras son puras, dan, en vez de caudales, contentamiento y alegría, y para
vivir hay que ser y sentirse alegre como aconsejaba San Pablo, que es una
alegre manera de aconsejar la bondad. Estoy seguro que no desorbito las cosas y
quisiera que todos las vieran como yo las veo. Puedo hablar de ello por varias
razones: porque estuve cerca de aquella misión, sin darme cuenta entonces;
porque aprendí mucho de este hombre, que tuvo la caballerosidad por divisa y la
bondad y sencillez por norma, y porque mi adolescencia recibió el generoso y
alegre impacto. Permite que por un momento hable de cosas personales, pero
tomadas como apoyo y razón para lo que con ello quiero expresar. Entonces yo no
sabía lo que la Orotava había sido como entidad histórica y humana,
gracias a eso tuvo para mí el valor de principio. Uno es, sin saberlo,
descubridor de mundos, aunque uno de esos mundos se oculte en un Valle que
tiene su cosmogonía y su canción de paraíso. Yo descubría todo eso de un modo
repentino, con asombro y sorpresa. Acaso en soledad, en triste soledad, porque
los hados también disponen de la soledad del hombre. Estaban el mar y su
sinfonía, el verdero y su gracia, las quebradas y barrancos y su orquestación
de viento y rumor, el bosque y su misterio, la montaña y su poder en forma y
elevación. Ese era el contorno, el vasto contorno, porque la ciudad, es decir
la villa, desdoblaba mesuradamente su vivir ordenado y recóndito, atenta más a
sus hondos latidos que a su desperezo vital, sujeta, esclava, sumisa, pendiente
de aquel orden y de aquella mesura, tocada por un señorío antiguo y armónico.
Este es también otro descubrimiento. Solo más tarde se vio la perfecta
conjugación entre medula y envoltura, entre cuerpo y atmósfera, entre cuerpo y
latido, pero hasta tanto eso se supo, se había hecho el descubrimiento de un
hombre. De un hombre que era un producto de aquel aire y de aquella mesura, de
aquel señorío antiguo y armonioso. Y distinguí tanto a este hombre, aunque él
no lo supiera, sencillamente porque acababa de darle sentido a mi
descubrimiento. Hoy puedo decir que Don Antonio Sosa Hernández es un puro producto
orotavense, y por eso mismos estamos aquí, porque nos hemos dado cuenta a la
hora en que estas cosas se hacen evidentes: cuando el tiempo dice su verdad.
Nuestro amigo cumplía con la misión de ir jalonando la vida y andadura de la
villa y de ir animando toda esta geografía con su presencia alegre y generosa.
En un ámbito donde la naturaleza era ancha paradigma de equilibrio, en una
villa donde el señorío era un modo de ser y la mesura una lección cotidiana,
nada de extraño que se encontrase a un hombre que era artista y caballero y a
culto lado podía uno vivir gratos instante y de paso descubrir y
copiar - si a ello estaba dispuesto - ejemplo de
caballerosidad. Yo no me propongo decir aquí lo que todo el mundo sabe, sino
que trato de acercar este hombre a mi vida, porque mi vida fue igual entonces a
la de muchos, y al descubrir lo que para mí significó lo hago con la buena
intención de descubrir lo que fue para los demás. Él estaba en la fiesta y en
el artístico recrear; en la paciente, fervorosa, incansable pedagogía de la
música, y en esa opulenta solemnidad de las fiestas, cuando todo el mundo se
siente alegre y feliz. Sigue estándolo, porque estas misiones del espíritu solo
tienen acabamiento con la muerte. Hermoso este vivir, pero más hermoso todavía
si uno vuelve a recordar a todas aquellas adolescencias que atrajo al artístico
quehacer y el modo como pasó, año tras año por sobre esta apasionante
geografía. No llevaba a todos enredados, gustosamente complicados en su misión.
De aquella manera tan singular fueron aprendidos los pueblos del Valle, y los
retablos barrocos, y los mármoles, y la imaginaría dorada y estofada, y los
artesonados mudéjares, y toda la noble arquitectura religiosa, porque nos
llevaba a cantar a las iglesias. Y entre los adolescentes, los mayores, los
hombres ya maduros, que hacían que uno tomase más en serio las cosas: porque
algo tenía que haber en aquella misión llevada por un hombre de tal calidad y
seguido por otros hombres, también alegres, mesurados y caballerosos. Pertenecer
a la Capilla creo yo que era algo que nos enorgullecía un poco a
todos. Cuando el Maestro Sosa estaba frente al órgano - digo estas cosas
a través de mí, y por eso esa inevitable referencia al pasado - sus dedos
le sacaban al plural teclado un trémolo y una confidencia que tenía que ver más
con el corazón que con las manos. Acaso ahora lo haga - yo hace mucho
tiempo que no lo oigo -, porque el tiempo suaviza todavía más los ecos íntimos.
Después habría que recordar viejos, lejanos pasos de adolescente por las
silenciosas calles de la villa. Todavía debe acontecer igual. Entonces se
encontraba junto al muro o bajo la ménsula del balcón, el aire y la luz de la
tarde con las enredaderas en flor. Las fachadas tenían los cristales cerrados.
En la calle sólo unos pasos y el hondo bullir del agua por los canales ocultos.
En ese instante sonaba un piano, aterciopelado, como muy distante. Ya se sabe
que mensaje melancólico y nostálgico traen las notas de un piano. Ocurre
siempre así. Manos adolescentes, manos de finas doncellas en el teclado. Se
estudiaba la lección mientras la calle se ponía pálida de atardecer. Y honrado
al hombre y a su símbolo estamos aquí, no para decírnoslo en amigable charla,
sino para decírselo a Don Antonio Sosa Hernández, al amigo Sosa, al Maestro
Sosa, que convirtió en vida el consejo de San Pablo: siempre alegre siempre
contento.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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