El célebre músico
compositor aragonés don Miguel Castillo Alfonso, en casa de mis padres en la Calle el Calvario de la Villa
de La Orotava, se hablaba mucho de él, pues mi abuelo Bruno Abréu Rodríguez que
tuvo que emigrar a la ciudad del Drago, Icod de Los Vinos, en los años de la
primera Guerra Europea, formó parte de la Banda Municipal de Icod como
ejecutante de trombón, era su director don Miguel Castillo.
Nació en Zaragoza el 14 de junio de 1876, a las 10 de la
mañana, siendo hijo del maestro de música don Miguel Castillo y Valle y de doña
Joaquina Alfonso Luna, ambos naturales de Oliete en la provincia de Teruel. Fue
bautizado al día siguiente, en la iglesia parroquial de San Gil Abad de dicha
ciudad, por don Andrés Almenara, presbítero Coadjutor de la misma; le fueron
puestos los nombres «Basilio Miguel», siendo su madrina doña Teodora Cordon y
Gimeno.
Desde muy corta edad pasó a Madrid, donde adquirió los primeros
conocimientos musicales con su padre, que a la sazón era director de la banda y
academia de música del Real Sitio de El Pardo. Casi niño ingresó en el
Conservatorio Superior de la mencionada capital, donde cursó solfeo,
composición y armonía y estudió clarinete, completando su formación musical.
Por esta época, su tío don Emilio Oliete, que poseía un
importante comercio en el nº 10 de la calle de don Jaime I de Zaragoza,
solicitó a su padre que lo enviase a dicha ciudad natal para que se fuera
haciendo cargo del negocio; al poco tiempo lo encontraron en el sótano de la
tienda llorando y abrazado a su clarinete; este hecho decidió que su padre lo
reclamase a El Pardo, siendo tal la alegría del joven Miguel, que escribió una
de sus primeras composiciones, «La
Pilarica», mazurca dedicada a su «querido padre a la vuelta
de Zaragoza».
Aún muy joven obtuvo, tras reñida oposición, una plaza de
Clarinete solista en el Inmemorial del Rey, donde, bajo la dirección de una
destacada personalidad artística conquistó fama de músico eminente. Por esta
época formó parte de varias orquestas de teatros de Madrid, en las que afirmó
su fama.
Cuando le llegó la hora de realizar el servicio militar fue
destinado a la banda de música del Batallón de Cazadores de Canarias, radicado
en Santa Cruz de La Palma,
ciudad donde arribó hacia 1898 y en la que dirigió además la banda municipal,
que colocó a gran altura. En esta etapa palmera compuso sus pasodobles «El
subalterno», «El Ayudante» y «Cazadores de Canarias», entre otras producciones.
Con ocasión del primer concurso de bandas que se celebró en Santa Cruz de
Tenerife hacia 1902, los amantes de la música de dicha ciudad gestionaron que
los cuatro profesores que eran el sostén de la banda militar palmera se
incorporaran, una vez cumplidos sus compromisos con dicha agrupación, a la
municipal de la capital tinerfeña, entonces bajo la dirección del maestro
Sendra; y así lo hicieron. Tales cuatro eran: Miguel y su hermano Joaquín
Castillo (clarinetes), Fernández Denche (bombardino) y Ramón Frías (f1iscomo);
fueron llamados los «cuatro castillos», por ser los mejores puntales con que la
banda capitalina sostenía su prestigio; de don Miguel diría la prensa que era
«uno de los mejores profesores de clarinetes que por aquí han desfilado».
A comienzos de 1904, gracias a las gestiones de su amigo don
Miguel Rodríguez Cervantes, don Miguel se hizo cargo de la dirección de la
banda de música de Güímar, que por entonces ya tenía cierto apoyo municipal; el
pueblo celebró el acontecimiento, pues en marzo de ese mismo año ya tenía una
academia con 24 alumnos que prometían mucho. Fue uno de los principales
fundadores de la
Sociedad Filarmónica «Euterpe» de esta localidad, en cuyo
seno creó el «Sexteto Euterpe», que amenizaba actos culturales en el antiguo
teatro-cine, al propio tiempo que realizaba composiciones musicales. Uno de los
acontecimientos más destacados de este periodo, fue la concurrencia de la banda
a los festejos celebrados en Santa Cruz con motivo de la visita de S.M. el don
Rey Alfonso XIII, el año 1906. El 28 de octubre de 1908, cuando contaba 32 años
de edad, contrajo matrimonio con doña Florinda Campos Díaz, natural de Güímar,
de 13 años de edad, hija de don Wenceslao Campos Ramos y de doña Margarita Díaz
Castro. Fueron padrinos de la ceremonia don José Rodríguez Cervantes y doña
Hortensia Gutiérrez Marrero, En esta primera etapa guimarera, el maestro
Castillo compuso varias obras, entre ellas el celebrado pasodoble «jAI
Socorro!», A mediados de 1914, y debido aciertas divergencias con algunos
sectores de la Sociedad
«Euterpe», surgidos Con motivo del intento de municipalización de la banda, don
Miguel Castillo renunció ala dirección y abandonó la localidad.
Se trasladó a Las Palmas de Gran Canaria, en cuya banda estuvo
un año como subdirector y clarinete principal. A mediados de 1915 fue requerido
Por el Ayuntamiento de Icod de los Vinos, para que dirigiese su banda
municipal. Su estancia en la entonces villa fue muy productiva, Pues la
agrupación musical alcanzó un gran respeto y consideración en todo el norte de
la isla y, como compositor logró su plena madurez, Con obras tales como los
pasodobles «A la villa de Icod», «Aires del terruño» y «Cheme, gofio, papas y
mojo picón; el «Himno al Drago Icodense», con letra de don Juan López Tamayo; el
intermedio «Soñando», de preciosa melodía y perfecta instrumentación; la marcha
«Amarca», inspirada en la leyenda de la joven guanche icodense del mismo
nombre; etc.
Sin embargo, los amigos güimareros de su juventud le solicitaban
insistentemente que volviera; así, en los primeros días del mes de abril de
1920, el entonces alcalde don Ignacio González García encomendó a don Miguel
Castillo la reorganización de la disuelta banda municipal, a fin de que cuando
se proveyese la plaza de Director, cuyo concurso se hallaba en tramitación,
tuviese preparado el personal necesario para empezar a funcionar
inmediatamente; siendo una prueba evidente de la eficaz labor realizada por el
Sr. Castillo, el éxito alcanzado en la tocata verificada el 3 de mayo de 1920,
acordándose por la corporación el gratificarlo con el sueldo de un mes. En
Pleno celebrado el día 9 de mayo, se acordó por unanimidad nombrar director de
dicha banda a don Miguel Castillo, único solicitante de la plaza, con la
asignación anual de 2.160
pts .! En esta segunda etapa güimarera escribió
bastantes piezas pequeñas, su «Villancico pastoril», en el que se recogía una
antigua melodía local, probablemente de origen vasco; otras sobre temas de las
fiestas locales, como la «Salve a la
Virgen del Socorro», que dedicó a don Domingo Pérez Cáceres
(Párroco entonces de Güímar), basada en un antiguo canto a dicha Virgen, el
pasacalle «¿Pares o nones?», dedicado al maestro de instrucción primaria don
José Hernández Melque, el pasodoble «El 29 de junio», que dedicó al maestro
Cobeño; su obra cumbre en cuanto a trabajo de investigación se refiere,
«Rapsodia Tinerfeña», ejecutada en la inauguración del pabellón de Canarias en la Exposición Universal
de Sevilla, donde se manifiesta una versión propia de los cantos más singulares
del folklore tinerfeño y en la que se recoge y salva de su desaparición la
música de un antiguo romance popular chasnero de tema guanche, cuya letra salvó
igualmente el Dr. Betancourt Alfonso; música descriptiva de facetas locales,
como son su «Crepúsculo», que interpreta la puesta del sol por la cumbre de
Izaña, y la serenata «Noches de Güímar», de finísima y delicada melodía; además
de música de carácter general, como el original intermedio morisco «En el harén
del Sultám”, que dedicó a su hermano Joaquín. En 1928 participó con su banda de
música en el concurso insular que por las Fiestas de Mayo se celebró en la
plaza de toros de Santa Cruz de Tenerife. La actuación de la banda de Güímar
fue tan meritoria, que el público la premió con una extraordinaria ovación, la
mayor con mucho, de la tarde. Todo parecía indicar que el primer premio sería
para ella; pero la arbitraria decisión del jurado, de declarar desierto el
primer premio, creando tres segundos (Icod, Güímar y La Laguna, por este orden),
originó la retirada espontánea e inmediata de todas las agrupaciones
concurrentes (a excepción de la beneficiada) de los actos en que las mismas
debían intervenir a continuación. Se recuerda que don Domingo Pérez Cáceres,
que por aquella época era Párroco y Arcipreste de Güímar, y el alcalde don
Tomás Cruz García, que habían animado al maestro Castillo, se indignaron como
todo el mundo con dicha decisión del jurado, por lo que don Domingo,
recogiéndose las sayas y dando un salto a la barrera, le dijo a don Miguel
«Castillo, pá Güimar que aquí no se nos ha perdido nada». Se produjo en días
sucesivos una enconada polémica periodística, que zanjó don Miguel Castillo con
un artículo titulado «Unas declaraciones del director de la banda de Güímar»;
como consecuencia, se suspendieron durante mucho tiempo los concursos de bandas
en Santa Cruz.
A partir de esta desdichada fecha, y pese alas muestras de
solidaridad recibidas de muchos puntos de la isla, en particular de La Laguna, cuya banda y
autoridades municipales se sumaron espontáneamente al homenaje que Güímar
rindió al maestro Castillo y su banda, la salud de don Miguel se resintió.
Aquel hombre de tanta entereza moral y amor propio, acusó la injusticia y su
mal moral, aliado ala diabetes que padecía ya una gripe complicada en
tuberculosis, propiciaron su fallecimiento, que tuvo lugar el 22 de octubre de 1929, a los 52 años de
edad, en su domicilio de la calle Marrubial; dejó viva a su mujer y sus hijos:
Emilio (nacido en Güímar) y Basilisa «Chila» (nacida en Icod). La inesperada
muerte del Sr. Castillo produjo gran sorpresa y hondo sentimiento entre sus
innumerables amigos y conocidos, que lo acompañaron masivamente en su sepelio,
que tuvo lugar al siguiente día 23, oficiando el funeral don Domingo Pérez Cáceres,
siendo sepultado a continuación en el cementerio de la localidad. La banda
municipal de la capital, en el concierto que esa noche del 23 dio en la alameda
de La Libertad
de Santa Cruz, en homenaje al distinguido finado ejecutó su obra «Rapsodia
Tinerfeña» y los pasodobles «El subalterno» y «Power». En sesión de la Comisión Permanente
del Ayuntamiento de 26 de octubre de 1929, el Presidente manifestó “no haberse
repuesto aún de la dolorosa impresión recibida en La Laguna el día 23 del actual
al serle notificado por teléfono el fallecimiento del Director de la Banda de Música de este
Municipio, D. Miguel Castillo Alfonso, pues aunque no ignoraba el grave mal que
éste padecía, no esperaba tan rápido y sentido desenlace. Hace un cumplido
elogio de la personalidad musical del finado, que dice dio gloria y renombre a
esta Villa por su brillante labor artística al frente de nuestra banda de
música que por ello fue galardonada en Certamen público de Bandas y propone se
haga constar en el acta de esta sesión el sentimiento que a la Corporación embarga
por su fallecimiento». La
Comisión, por unanimidad, acordó que así se haga.
El maestro Castillo dejó escritas alrededor de 115
composiciones, muchísimas de ellas inéditas. Canario de corazón, hasta el punto
que era el músico de Tenerife que más a fondo conocía y con más cariño había
estudiado el folklore musical de nuestra región. Era un enamorado del gran
Power, a quién había dedicado una de sus composiciones y en cuya memoria se
descubría cada vez que le nombraba.
El 22 de octubre de 1933, con motivo del 4º aniversario de su
muerte, se celebraron por la banda dos actos de homenaje a su memoria, uno en
el cementerio y otro en la Plaza
de la República,
donde se dio un concierto con ejecución de varias composiciones del malogrado
maestro. Tres años más tarde, el 20 de mayo de 1936, el Ayuntamiento de Güímar
acordó, a sugerencia del concejal don Pedro Trujillo, dar su nombre a la calle
llamada de Santo Domingo; pero los vaivenes políticos de la época dejaron sin
efecto la iniciativa. El 26 de junio de 1957 se hizo una misa de réquiem en la
parroquia de San Pedro Apóstol por los músicos de Güímar fallecidos; a la
terminación de la misma, se trasladaron las autoridades y demás personas
asistentes al Cementerio de la población, donde depositaron una corona de
flores en la tumba del añorado director Sr. Castillo. El 15 de junio de 1961,
el Ayuntamiento Pleno le rindió un nuevo homenaje póstumo, dando su nombre a
una calle del barrio del Rincón, cuya lápida se descubrió el I de julio de
1962. Finalmente, en sesión del 12 de diciembre de 1986, el Ayuntamiento de
Güímar acordó, por unanimidad, nombrarlo Hijo Adoptivo de la ciudad a título
póstumo, haciéndose el acto de entrega del correspondiente pergamino a su hijo,
en acto celebrado el 21 de junio de 1987, donde actuaron la banda de música y
la agrupación Amigos del Arte, que interpretaron obras del homenajeado; a
continuación se descubrió una lápida en la casa donde vivió y murió este
ilustre músico. También el pueblo de Arafo honró su memoria, dando su nombre a
una calle de la localidad.
Sobre el maestro Castillo escribió don Eutropio Rodríguez
Benítez, en 1928, lo siguiente: «...para ser un verdadero músico es necesario
serlo por vocación decidida, por organización de sus facultades anímicas. Esto
precisamente es Miguel Castillo: músico por vocación única y avasalladora,
músico por sí propio, músico enamorado con fiebre loca de su arte, que con
tanto entusiasmo cultiva... Porque Miguel Castillo es el único compositor de
nuestro tiempo que con más cariño ha estudiado la psicología musical de nuestra
tierra. Tinerfeño por adaptación, estudia con afán nuestro folklore musical,
siendo el compositor contemporáneo que más se ha identificado con el motivo
regional, el cantor más exaltado que en nuestro tiempo tienen nuestras plácidas
costumbres y el que mejor las ha sabido reflejar en sus obras».
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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