A Laura
González Hernández, la conocí a través del Facebook, la verdad que conocía la
trayectoria de su querido padre Eugenio
González, que había sido un gran músico de pulso y púa en los instrumentos de cuerda,
miembros de aquellas inolvidables agrupaciones de este género que se habían
creado en La Villa de La Orotava a lo largo del tiempo; Euterpe (1934) y Eslava
(1943). Conocí a su hermanos; Juan ex funcionario del Correo de la oficina de
La Orotava y a Pepe practicante sanitario que prestó sus servicios en casa de
mi madre en la calle El Calvario de La Orotava (su hijo Jesús es casado con mi
sobrina Carmen Aurora Naranjo Álvarez).
La
amistad se fue alargando a través de la
red, y así sucesivamente hasta que descubrí en ella un arte de luz y sombra que
me llamó la atención. Se trataba de una serie de cuadros a oleos que ella había
trabajado en su vida. Por esto le pedí que si me podía mandar su semblanza
artística, para mi Blog Personal y Altruista Efemérides.
Precisamente
así lo hizo, claro, una hija de La Orotava, desconocida por su mayoría de los
habitantes, que se casó por capricho, en la misma villa que le vio nacer, aún
viviendo fuera de ella, el día 7 de Julio de 1979.
Siendo
sus padrinos: su padre el orotavense Eugenio González Barreda y su suegra
Nélida Méndez y Méndez. Es para mí una villera en el arte de la espátula, oleo
y lienzo. Y así la presento a todos mis convecinos de La Villa de La Orotava: “…PINCELADAS SOBRE MI VIDA. Un día a comienzos de verano, allá por el mes de julio
del año 1955, abrí los ojos al mundo, en la calle Marqués numero 4 de La
Orotava. Vivíamos en la casa de mis
abuelos y en ella también estaban mis tías Chicha y Charo. La calle era empedrada con aceras estrechas e hileras de casas adosadas, donde
todos eran amigos o familiares que se
encontraban en las tardes con sus alegres charlas, cuentos y risas. Mi tías era
costureras y en el taller también se
formaban encuentros muy agradables. Rafael, mi tío se había casado y vivía
en la Piedad. Mi primo Falo dos años mayor y Cari, de mi edad, eran compañeros de juego. Un poco más lejos, en la
calle Claudio, vivía mi otra abuela por parte paterna, Consuelo, y con ella María
Luz. Fuimos los cuatro primeros nietos, luego fueron llegando los restantes.
De aquellos tiempos recuerdo pocas cosas, como
los cumpleaños, los juegos con mis primos y vecinos, y una gran plaga de”
cigarrones” de gran tamaño llegada de África.
Se posaban en los tejados, calles, ventanas… y la gente los ahuyentaba con
estopas de fuego al anochecer. Yo tenía una de mascota, que atada por una pata con un hilo, llevaba conmigo paso
a paso. Un día se me escapó y yo desconsolada, señalaba el tejado pidiendo me la devolvieran, pero me
convencieron de dejarla allí para que se alimentara y pudiera vivir.
Con poco más de tres años nos trasladarnos a vivir
a Los Realejos. Mi padre hizo una oposición de ascenso y obtuvo plaza en el Juzgado. Los tres nos
fuimos a vivir allí, con pena y desgana.
Quedaba atrás el hogar de mis abuelos, el aroma de las flores y frutos que tanto cuidaba mi abuela, mis primos y
amiguitos del lugar. La llegada a Los Realejos trajo algunos inconvenientes por
la distancia y la soledad de mi madre que se hacía sentir. Poco después ingresé
en el Colegio religioso de Nazaret. Los comercios del pueblo en aquellos
tiempos (1958…) estaban poco surtidos y mis padres realizaban sus compras
mensuales en la Venta Nueva, La Orotava, limitándose a comprar lo necesario en el pueblo.
Esto no impidió que hiciéramos amigos y aún conservo muchos recuerdos y
personas queridas de esa época.
Al poco tiempo apareció en casa el primer televisor (blanco y negro) y en
las tardes de futbol se llenaba nuestro piso de vecinos.
Los niños venían a ver las películas de
Bonanza, El Llanero Solitario y los dibujos animados. Como no había sillas para
todos, nos sentábamos en el suelo. Eso daba
igual. La TV con su único canal y la “carta de ajuste” nos atraía como un imán.
Posteriormente, mi padre
compró un coche, algo también novedoso en el entorno. Se trataba un Opel
Capitán, de segunda mano, matrícula TF-7145, color azul marino oscuro, casi negro, y bastante
amplio. Eso nos daba la oportunidad de
viajar y salir a otros lugares. Mis abuelos maternos ya se habían trasladado a vivir a la casa de
la C/ Centella núm. 14 y gozaban de
mayor amplitud y despojo. Por ello, en
ocasiones pasábamos temporadas allí. Tal vez mi padre compró el coche, con la idea de airearnos un poco y consolar a
mi madre. Visitábamos con frecuencia la
familia. Íbamos a la playa de Martiánez. Allí con la prima de mi madre, Angelita Viera y
Pepe su esposo, así como sus cinco
hijos, disfrutábamos de la playa y la
correspondiente caseta que albergaba trastos
y cestas de merienda. La playa contenía abundante arena negra y unos camellos que hundiendo sus patas paseaban
turistas por los alrededores. Otras veces, salíamos los domingos a Santa Cruz,
visitando El Parque García Sanabria
que contenía algunos ejemplares
zoológicos, el muelle y sus barcos, Las Cañadas. Mención especial haría de los
viajes hasta las playas del sur,
llegando en varias ocasiones a acampar en el Médano con Lala y José
Luis, matrimonio de Los Realejos y sus dos hijos. Ya había nacido mi siguiente
hermano Pedro Eugenio. Descubrir el espectáculo del amanecer desde la arena a
las seis de la mañana, es algo que nunca olvidaré. Mi madre era alegre y vital,
hogareña y trabajadora hasta el extremo de la pulcritud y el desgaste físico;
salvo cuando caía en pesares y
desánimos, debidos a su nerviosismo e inseguridad. Había pasado una juventud reprimida.
La época de la guerra civil y sus
consecuencias la hizo una mujer dependiente, proteccionista y ansiosa. Juan
Jesús, el hermano menor nació al cabo de nueve años. Hubo Un aborto
antes de él y mi madre, delicada y con un embarazo difícil, dio a luz en la
Laguna, en la Clínica privada del doctor
Trujillo, Avenida Trinidad.
En
el colegio Nazaret de Los Realejos conocí las primeras letras de los capítulos
de mi vida. Estuve en clases de piano, pero el solfeo se me atragantó y desistí continuar. Por eso siempre digo “mi asignatura pendiente”. Mis amistades
fueron llenando un vacío de nostalgia. Tanto en Los Realejos como en La Orotava
tenía un grupo de amigas y primas con quien salir, conversar y compartir mi
adolescencia. Vivía entre dos pueblos
sin asentarme en ninguno. Los horarios de salida los domingos eran reducidos y
la vuelta a casa antes del anochecer. El cine y los paseos alrededor de la plaza eran la máxima
aspiración.
Al comenzar el bachiller me trasladé al
Colegio La Milagrosa de la Orotava. De mis profesores recuerdo a Don José Estévez, Don Víctor Jiménez,
J. Manuel Taoro, María del Carmen Siverio, Sor María Dolores, Alfonso Trujillo…
De todos ellos me impactó la figura de Alfonso y de él aprendí, aparte de Latín,
muchos secretos de la realidad que mi inocente cabecita desconocía. Su visión
amplia y crítica de la vida, su experiencia dentro y fuera del seminario, humor,
cultura y reflexiones. Mi inclinación por las letras era evidente. Latín y Griego, Historia del Arte, Literatura… Tuve una juventud dedicada a estudiar y leer todo
lo que caía en mis manos. Cuando terminé
el bachiller superior y la Reválida, hice
el COU en el Instituto del Puerto de la Cruz. Allí nos desplazamos los alumnos de La Milagrosa y convergimos
muchos colegios de distintos puntos del
valle. Precisamente ahí conocí a Manolo, quien posteriormente se convertiría en
mi esposo.
A continuación mi padre pidió destino al
Juzgado de Santa Cruz y nuestro domicilio fue La Laguna, a dos pasos de la
Universidad. Estudié en la Facultad de Filosofía y Letras, en la sección de
Psicología, obteniendo la licenciatura a los 23 años, siendo la primera promoción
de la posterior facultad. A continuación hice el CAP y cursos de formación con la
idea de dedicarme a la enseñanza, aunque lo que realmente me atraía era la
Psicología Clínica, ocupación no muy entendida ni establecida en aquellos
tiempos. Ese mismo año comencé a trabajar en la Escuela de Turismo de Santa Cruz, dando
clases de Psicología y Relaciones
Humanas.
Me casé en 1979, un año después de asegurar
un poco el porvenir, ya con Manolo trabajando
en
el Hospital General y Clínico,
hoy llamado HUC, en el departamento de Informática. En 1980 nació mi primera
hija Cristy, y dos años después llegó Samuel. Salvo periodos cortos de lactancia tras los embarazos, seguía trabajando como psicóloga,
ahora en gabinetes de seguridad vial, labor que combinaba
con el cuidado de la casa e hijos .Mis
padres me brindaron su inestimable ayuda para cuidar de los niños mientras yo me ausentaba.
Fueron años duros entre trabajo, casa y
desplazamientos. No tenía “horario ni fecha en el calendario” como dice la
canción. Soy de la generación que se
propuso estudiar y trabajar, cumplir las tareas domésticas junto con la crianza
y educación de los niños. No quería perderme
esos momentos irrepetibles del balbuceo, primeros pasos…etc. Y me multiplicaba para no
desprenderme de ellos.
Con treinta y un años me sorprendió
un cáncer linfático y, salvo ocasiones por
ingreso hospitalario tras recibir tratamiento, seguía cogiendo el coche
para ir a trabajar. A poco de terminar y superar el percance, me quedé embarazada
nuevamente de mi tercera hija, Raquel, quien pese a dudas y pruebas de
salud supuso un nuevo reto. Hasta los
ocho meses de embarazo seguí conduciendo
y desplazándome a trabajar. Finalmente
nació la niña en buen estado de salud. Me jugué
la vida, no voy a comentar detalles. Mi ginecólogo estuvo pendiente de mi
salud y la de mi hija. Hoy doy las gracias a Don Celestino González de Chávez. Me atrevo a decir que éste embarazo regeneró mis “células” y me devolvió la salud
quebrantada por muchos años. Sin embargo, era consciente que sufría una
enfermedad crónica y como tal podría volverse a repetir.
La
tenacidad y empeño en trabajar era por cumplir un sueño compartido con mi esposo.
Teníamos un propósito, construir nuestro futuro hogar. Así, bloque a bloque,
fuimos realizando el proyecto de tener una casa propia, un poco alejada del
centro de La Laguna, donde los niños vivieran al aire libre y apreciaran la
naturaleza y el espacio abierto. Buscábamos un lugar tranquilo y menos
bullicioso, que estuviese al alcance de nuestras posibilidades. La realidad superó con creces el primitivo proyecto, pero era
tarde para desistir. Parábamos la obra cuando no podíamos acarrear con los gastos y luego, cuando reuníamos una
cantidad prudente, seguíamos adelante. Así transcurrieron ocho años.
En 1989
nos mudamos al nuevo hogar. Yo dejé de trabajar. Mis padres ya mayores no se
podían ocupar de mis hijos. Mi padre tuvo varias anginas de pecho que desembocaron en posteriores infartos. El peso de
”mi mochila” iba en aumento. En Abril de 1990 murió mi padre y mi madre se vino
a vivir con nosotros. Su estado, en esos
momentos, era de una fuerte depresión y una gran dependencia emocional de sus hijos. La pérdida de mi padre, contribuyó a que su estado anímico empeorara. Fue una
experiencia dura. Logró recuperar el
trauma y se mostraba alegre y cariñosa,
tanto con los niños como con otras personas del entorno, siempre fue muy
generosa y desprendida, cantaba en reuniones y se prestaba a los entretenimientos, juegos de mesa, tejía ropa
de abrigo a ratos para los nietos. Disfrutaba muchísimo con los niños, a los
que quería como hijos propios.
En
el mes de Julio de 1990 surgió un nuevo
trabajo en Santa Cruz. Lo acepté dado que tuvimos que pedir una hipoteca para
poder rematar parte de la construcción y
acondicionar nuestro hogar. Éramos familia numerosa y había que sumar colegios,
actividades extraescolares y demás, así como la
carga bancaria.
Aunque contaba con poco tiempo para pensar
en otras cosas, sin embargo yo sentía la necesidad de buscar un espacio para poder
realizar algunas de las inquietudes que
bullían en mi interior. Poder dedicar un tiempo a aprender algo que siempre admiré.
Me parecía imposible llegar a pintar y conocer
los secretos del óleo. Me inscribí en los cursos Municipales del
Ayuntamiento de la Laguna, dos horas semanales, que yo convertía en cuatro. En casa dedicaba un tiempo más al estudio autodidacta y pintaba hasta altas
horas de la noche. Esa parte de mi vida la recuerdo con gran cariño. Aprender a
“saber mirar”, es decir, valorar la realidad y saber entresacar aquello que
realmente deseaba imprimir en el lienzo. Era un diálogo interior entre la voluntad
y el pincel, una conexión entre la mente y el objeto. La contemplación “in vivo”
de la multiplicidad de matices de un color a elegir era una experiencia
alucinante. Los cuadros cuentan
historias, hablan de sentimientos, sensaciones y deseos. Descubrí un inmenso
mundo imposible de abarcar. ¡Cuántos recursos y técnicas! ¡Cuántos estilos y
formas de representar la realidad! Con
el paso del tiempo veía que mi forma de
pintar se hacía más libre y suelta, no se ceñía tanto al modelo. Comprendí el concepto
de profundidad, luces y sombras, brillos y transparencias. Era salir del plano
de la fotografía y darle otra dimensión a la imagen.
Realicé algunas exposiciones: Exposición
Colectiva, en salones de la Caixa, La Laguna, en 1997 y 1998; en el año 1999
tres exposiciones, una colectiva en la A.V. Las Madres de La Laguna, una
segunda también colectiva al aire libre en la Plaza del Adelantado de La Laguna
y una tercera en La Escuela Magisterio de La Laguna; en el año 2000 Exposición
Colectiva en la A.V. Las Madres de La Laguna; en el 2001, de nuevo otra
colectiva en A.V. Las Madres de La Laguna; en Junio de 2001 Exposición con mi amiga pintora Concepción Melián Martín
en el Hotel Aguere de La Laguna; y, por último, en noviembre de 2001,
Exposición en la Cafetería Tutti Frutti de La Laguna, también junto a Concepción Melián
Martín.
De este capítulo de mi vida dedicado a la pintura comprendí que se trataba de un proceso de evolución continuo. No solo consistía en intentar copiar y
aprender técnicas, sino de crear, buscar
la voz interna, encontrar mi propio
sello. Sentimientos y personalidad
proyectados en una lámina. Se podía ser un buen dibujante y mal pintor, y a la inversa. Una obra podía ser alegre y colorista, y
limitarse a ser pura estética, la
simbología era una manera secreta de hablar, la pintura podía ser crítica, histórica o
simplemente abstraer la esencia de las cosas. Y de ese proceso surgió la idea de hacer
representaciones de la vida usando un “banco” como modelo, “triste y solitario,
depositario de secretos, romances, susurros y te quiero, de mendicidad, soledad, risas y cuentos…” (Laura González,
Poemas inéditos). Mi pincelada y estilo habían cambiado, y mis ideas también. Las
exposiciones tenían éxito en cuanto a satisfacción propia, público y ventas. Pero justo ahí me planteé qué camino
seguir y “la mochila” pesaba mucho, cada vez más. La etapa duró desde 1997
hasta el 2005, según data el último cuadro.
Mi actividad como pintora se solapaba con
la realización de cursos de Yoga y
Taichí, así como la lectura de libros y novelas que siguen siendo buenos
compañeros. Tanto prosa como algo de poesía cae con frecuencia en mis manos.
Como no podía ser menos, al inaugurarse el Complejo Deportivo San Benito, y ya
apartada de los cursos y la pintura, creí oportuno trabajar el cuerpo. Como decían
los romanos “Corporis sane in mente sana”, Y allí me pasaba muchas tardes entre natación, gimnasio, fitness,
sauna y jacuzzi. Muchas veces llevaba a
mi madre para que se entretuviera y no
estuviera ausente de la vida. Ella iba gustosa y se entretenía hablando con el
que se encontrara. Con mis hermanos también pasaba algún fin de semana y en
ocasiones vivió algún tiempo con ellos, Pero la mayor parte del tiempo,
compartió nuestra vida y familia.
Hacia el año 2009 volvió a reaparecer la
enfermedad. Tuve que abandonar todas las actividades. El tratamiento era muy fuerte y terminaba muy decaída. Me recuperé y
al cabo de dos años tuve una recaída. Esta vez mi corazón también se afectó y
desde ese momento sufro una cardiopatía. Estuve muy grave en 2012 y casi no lo supero,
pues se añadieron otras complicaciones.
Cuatro días en la UVI, sin saber a ciencia cierta qué iba a pasar. Pero volví a
superar el tercer linfoma y equilibrar
un poco mi salud. He permanecido alejada de pigmentos y compuestos químicos,
plaguicidas, animales, tintes capilares…etc.
Estoy en remisión desde abril de 2013, pero sigo un riguroso control, dada las
secuelas que sufrí con el tratamiento y
la precaución médica para evitar un
nuevo brote.
He
pasado de una actitud ante la vida a
otra. Antes decía “Hago todo lo que puedo”, ahora digo “Hago lo que quiero,
cuando puedo y dentro de mis posibilidades”. Valoro la salud y la vida en la
categoría que se merecen. O tal vez, la sobrevaloro dada la experiencia. Todo
ello no me impide ser feliz, vivir y descubrir nuevos alicientes y objetivos. Mis
inquietudes siguen vigentes. He pasado
de “pintar con el pincel a pintar con las palabras”. Me gusta escribir prosa
poética, poemas o relatos donde la imaginación y la fantasía son mis dueños. Ansío
poder viajar y conocer más mundo del que he visto, y dedicarme a expresar por
escrito mi poesía interior. Así, “verso a verso, hago poema al andar”…”
Su
amiga María José Ferrer González, remitió entonces (12/11/2013) estas notas: “…Es apasionante, aleccionador, emotivo e intenso. El relato
de la vida, de mi querida amiga Laura González. Gracias por mostrarlo y
compartirlo. Hay cosas que sabia por Laura, pero muchas no y me ha cautivado.
Gracias. Un abrazo muy fuerte para mí querida Laura. Mujer coraje...”.
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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