jueves, 5 de octubre de 2017

LAURA GONZÁLEZ HERNÁNDEZ



A Laura González Hernández, la conocí a través del Facebook, la verdad que conocía la trayectoria de su querido  padre Eugenio González, que había sido un gran músico de pulso y púa en los instrumentos de cuerda, miembros de aquellas inolvidables agrupaciones de este género que se habían creado en La Villa de La Orotava a lo largo del tiempo; Euterpe (1934) y Eslava (1943). Conocí a su hermanos; Juan ex funcionario del Correo de la oficina de La Orotava y a Pepe practicante sanitario que prestó sus servicios en casa de mi madre en la calle El Calvario de La Orotava (su hijo Jesús es casado con mi sobrina Carmen Aurora Naranjo Álvarez).
La amistad se fue  alargando a través de la red, y así sucesivamente hasta que descubrí en ella un arte de luz y sombra que me llamó la atención. Se trataba de una serie de cuadros a oleos que ella había trabajado en su vida. Por esto le pedí que si me podía mandar su semblanza artística, para mi Blog Personal y Altruista Efemérides.
Precisamente así lo hizo, claro, una hija de La Orotava, desconocida por su mayoría de los habitantes, que se casó por capricho, en la misma villa que le vio nacer, aún viviendo fuera de ella, el día 7 de Julio de 1979.
Siendo sus padrinos: su padre el orotavense Eugenio González Barreda y su suegra Nélida Méndez y Méndez. Es para mí una villera en el arte de la espátula, oleo y lienzo. Y así la presento a todos mis convecinos de La Villa de La Orotava: “…PINCELADAS SOBRE MI VIDA. Un día a  comienzos de verano, allá por el mes de julio del año 1955, abrí los ojos al mundo, en la calle Marqués numero 4 de La Orotava.  Vivíamos en la casa de mis abuelos y en ella también estaban mis tías Chicha  y Charo. La calle  era empedrada con aceras  estrechas e hileras de casas adosadas, donde todos eran  amigos o familiares que se encontraban en las tardes con sus alegres charlas, cuentos y risas. Mi tías era costureras y  en el taller también se formaban encuentros muy agradables. Rafael, mi tío se había casado  y  vivía en la Piedad. Mi primo  Falo  dos años mayor y Cari, de mi edad, eran  compañeros de juego. Un poco más lejos, en la calle Claudio, vivía mi otra abuela por parte paterna, Consuelo, y con ella María Luz. Fuimos los cuatro primeros nietos, luego fueron llegando los restantes.
De aquellos tiempos recuerdo pocas cosas, como los cumpleaños, los juegos con mis primos y vecinos, y una gran plaga de” cigarrones”  de gran tamaño llegada de África. Se posaban en los tejados, calles, ventanas… y la gente los ahuyentaba con estopas de fuego al anochecer. Yo tenía una de mascota,  que atada  por una pata con un hilo, llevaba conmigo paso a paso. Un día se me escapó y yo desconsolada, señalaba el tejado  pidiendo me la devolvieran, pero me convencieron de dejarla allí para que se alimentara y pudiera vivir.
 Con  poco más de tres años nos trasladarnos a vivir a Los Realejos. Mi padre hizo una oposición de ascenso  y obtuvo plaza en el Juzgado. Los tres nos fuimos a vivir allí,  con pena y desgana. Quedaba atrás el hogar de mis abuelos, el aroma de las flores y frutos  que tanto cuidaba mi abuela, mis primos y amiguitos del lugar. La llegada a Los Realejos trajo algunos inconvenientes por la distancia y la soledad de mi madre que se hacía sentir. Poco después ingresé en el Colegio religioso de Nazaret. Los comercios del pueblo en aquellos tiempos (1958…) estaban poco surtidos y mis padres realizaban sus compras mensuales en la Venta Nueva, La Orotava, limitándose a comprar lo necesario  en  el pueblo. Esto no impidió que hiciéramos amigos y aún conservo muchos recuerdos y personas queridas de esa época.
Al poco tiempo apareció en casa  el primer televisor (blanco y negro)  y  en las tardes de futbol se llenaba nuestro piso  de  vecinos. Los niños venían a ver las  películas de Bonanza, El Llanero Solitario y los dibujos animados. Como no había sillas para todos,  nos sentábamos en el suelo. Eso daba igual. La TV con su único canal y la “carta de ajuste” nos atraía como un imán.
Posteriormente,  mi padre  compró un coche, algo también novedoso en el entorno. Se trataba un Opel Capitán, de segunda mano, matrícula TF-7145, color  azul marino oscuro, casi negro, y bastante amplio. Eso  nos daba la oportunidad de viajar y salir a otros lugares. Mis abuelos maternos  ya se habían trasladado a vivir a la casa de la C/ Centella núm. 14  y gozaban de mayor amplitud y despojo. Por ello,  en ocasiones pasábamos temporadas allí. Tal vez mi padre compró el coche,  con la idea de airearnos un poco y consolar a mi madre. Visitábamos con frecuencia  la familia. Íbamos a la playa de Martiánez. Allí  con la prima de mi madre, Angelita Viera y Pepe su esposo, así como  sus cinco hijos,  disfrutábamos de la playa y la correspondiente caseta que albergaba trastos  y cestas de merienda. La playa contenía abundante  arena negra  y unos camellos que hundiendo sus patas paseaban turistas por  los  alrededores.   Otras veces, salíamos los domingos a Santa Cruz, visitando El Parque  García Sanabria que  contenía algunos ejemplares zoológicos, el muelle y sus barcos, Las Cañadas. Mención especial haría de los viajes hasta las playas del sur,  llegando en varias ocasiones a acampar en el Médano con Lala y José Luis, matrimonio de Los Realejos y sus dos hijos. Ya había nacido mi siguiente hermano Pedro Eugenio. Descubrir el espectáculo del amanecer desde la arena a las seis de la mañana, es algo que nunca olvidaré. Mi madre era alegre y vital, hogareña y trabajadora hasta el extremo de la pulcritud y el desgaste físico; salvo cuando  caía en pesares y desánimos, debidos a su nerviosismo e inseguridad. Había pasado una juventud reprimida.  La época de la guerra civil y sus consecuencias la hizo una mujer dependiente, proteccionista y ansiosa. Juan Jesús,  el hermano menor  nació al cabo de nueve años. Hubo Un aborto antes de él y mi madre, delicada y con un embarazo difícil, dio a luz en la Laguna, en la  Clínica privada del doctor Trujillo, Avenida Trinidad.
 En el colegio Nazaret de Los Realejos conocí las primeras letras de los capítulos de mi vida. Estuve en clases de piano,  pero el solfeo se me  atragantó  y desistí continuar. Por eso siempre digo  “mi asignatura pendiente”. Mis amistades fueron llenando un vacío de nostalgia. Tanto en Los Realejos como en La Orotava tenía un grupo de amigas y primas con quien salir, conversar y compartir mi adolescencia. Vivía entre dos  pueblos sin asentarme en ninguno. Los horarios de salida los domingos eran reducidos y la vuelta a casa antes del anochecer. El cine y los  paseos alrededor de la plaza eran la máxima aspiración.
Al comenzar el bachiller me trasladé al Colegio La Milagrosa de la Orotava. De mis profesores   recuerdo a Don José Estévez, Don Víctor Jiménez, J. Manuel Taoro, María del Carmen Siverio, Sor María Dolores, Alfonso Trujillo… De todos ellos me impactó la figura de Alfonso y de él aprendí, aparte de Latín, muchos secretos de la realidad que mi inocente cabecita desconocía. Su visión amplia y crítica de la vida, su experiencia dentro y fuera del seminario, humor, cultura y reflexiones. Mi inclinación por las letras era evidente. Latín y  Griego, Historia del Arte, Literatura… Tuve  una juventud dedicada a estudiar y leer todo lo que caía en mis manos.  Cuando terminé  el bachiller superior y la Reválida, hice el COU en el Instituto del Puerto de la Cruz. Allí nos desplazamos  los alumnos de La Milagrosa y convergimos muchos colegios  de distintos puntos del valle. Precisamente ahí conocí a Manolo, quien posteriormente se convertiría en mi esposo.
A continuación mi padre pidió destino al Juzgado de Santa Cruz y nuestro domicilio fue La Laguna, a dos pasos de la Universidad. Estudié en la Facultad de Filosofía y Letras, en la sección de Psicología, obteniendo la licenciatura a los 23 años, siendo la primera promoción de la posterior facultad. A continuación hice el CAP y cursos de formación con la idea de dedicarme a la enseñanza, aunque lo que realmente me atraía era la Psicología Clínica, ocupación no muy entendida ni establecida en aquellos tiempos. Ese mismo año  comencé  a trabajar  en la Escuela de Turismo de Santa Cruz, dando clases de  Psicología y Relaciones Humanas.
Me casé en 1979, un año después de asegurar  un poco el porvenir, ya con Manolo trabajando  en  el  Hospital General y Clínico, hoy llamado HUC, en el departamento de Informática. En 1980 nació mi primera hija Cristy, y dos años después llegó Samuel. Salvo periodos  cortos de lactancia  tras los  embarazos, seguía trabajando como psicóloga, ahora  en  gabinetes de seguridad vial, labor que combinaba con el cuidado de la  casa e hijos .Mis padres me brindaron su inestimable ayuda  para  cuidar de los niños mientras yo me ausentaba.
Fueron años duros entre trabajo, casa y desplazamientos. No tenía “horario ni fecha en el calendario” como dice la canción.  Soy de la generación que se propuso estudiar y trabajar, cumplir las tareas domésticas junto con la crianza y educación de los niños.  No quería perderme esos momentos irrepetibles del balbuceo,  primeros pasos…etc. Y me multiplicaba para no desprenderme de ellos.
Con treinta y un años  me  sorprendió   un cáncer linfático y, salvo ocasiones  por  ingreso hospitalario tras recibir tratamiento, seguía cogiendo el coche para ir a trabajar. A poco de terminar y superar el percance, me quedé embarazada nuevamente de mi tercera hija, Raquel, quien pese a dudas y pruebas de salud  supuso un nuevo reto. Hasta los ocho meses de embarazo seguí  conduciendo y  desplazándome a trabajar. Finalmente nació la niña en buen estado de salud. Me jugué  la vida, no voy a comentar  detalles. Mi ginecólogo estuvo pendiente de mi salud y la de mi hija. Hoy doy las gracias a Don Celestino González de Chávez.  Me atrevo a decir  que éste embarazo  regeneró mis “células” y me devolvió la salud quebrantada por muchos años. Sin embargo, era consciente que sufría una enfermedad crónica y como tal podría volverse a repetir.
 La tenacidad y empeño en trabajar era por  cumplir un sueño compartido con mi esposo. Teníamos un propósito, construir nuestro futuro hogar. Así, bloque a bloque, fuimos realizando el proyecto de tener una casa propia, un poco alejada del centro de La Laguna, donde los niños vivieran al aire libre y apreciaran la naturaleza y el espacio abierto. Buscábamos un lugar tranquilo y menos bullicioso, que estuviese al alcance de nuestras posibilidades.  La realidad  superó  con creces el primitivo proyecto, pero era tarde para desistir. Parábamos la obra cuando no podíamos acarrear con  los gastos y luego, cuando reuníamos una cantidad prudente, seguíamos adelante. Así transcurrieron ocho años.
 En 1989 nos mudamos al nuevo hogar. Yo dejé de trabajar. Mis padres ya mayores no se podían ocupar de mis hijos. Mi padre tuvo varias anginas de pecho que  desembocaron en posteriores infartos. El peso de ”mi mochila” iba en aumento. En Abril de 1990 murió mi padre y mi madre se vino a vivir con nosotros. Su  estado, en esos momentos, era de una fuerte depresión y una gran  dependencia  emocional de sus hijos. La pérdida de mi padre,  contribuyó a que  su estado anímico empeorara. Fue una experiencia dura.  Logró recuperar el trauma  y se mostraba alegre y cariñosa, tanto con los niños como con otras personas del entorno, siempre fue muy generosa y desprendida, cantaba en reuniones y se prestaba a los   entretenimientos, juegos de mesa, tejía ropa de abrigo a ratos para los nietos. Disfrutaba muchísimo con los niños, a los que quería como hijos propios.
 En el mes de Julio  de 1990 surgió un nuevo trabajo en Santa Cruz. Lo acepté dado que tuvimos que pedir una hipoteca para poder rematar  parte de la construcción y acondicionar nuestro hogar. Éramos familia numerosa y había que sumar colegios,   actividades extraescolares y demás, así como la carga bancaria.
Aunque contaba con poco tiempo para pensar en otras cosas, sin embargo yo sentía la necesidad de buscar un espacio para poder realizar algunas de las  inquietudes que bullían en mi interior.  Poder dedicar  un tiempo a aprender algo que siempre admiré. Me parecía imposible llegar a pintar y conocer  los secretos del óleo. Me inscribí en los cursos Municipales del Ayuntamiento de la Laguna, dos horas semanales, que yo convertía en  cuatro. En casa dedicaba un tiempo más  al estudio autodidacta y pintaba hasta altas horas de la noche. Esa parte de mi vida la recuerdo con gran cariño. Aprender a “saber mirar”, es decir, valorar la realidad y saber entresacar aquello que realmente deseaba imprimir en el lienzo. Era un diálogo interior entre la voluntad y el pincel, una conexión entre la mente y el objeto. La contemplación “in vivo” de la multiplicidad de matices de un color a elegir era una experiencia alucinante.  Los cuadros cuentan historias, hablan de sentimientos, sensaciones y deseos. Descubrí un inmenso mundo imposible de abarcar. ¡Cuántos recursos y técnicas! ¡Cuántos estilos y formas de representar la realidad!  Con el paso del tiempo  veía que mi forma de pintar se hacía más libre y suelta, no se ceñía tanto al modelo. Comprendí el concepto de profundidad, luces y sombras, brillos y transparencias. Era salir del plano de la fotografía y darle otra dimensión a la imagen.
Realicé algunas exposiciones: Exposición Colectiva, en salones de la Caixa, La Laguna, en 1997 y 1998; en el año 1999 tres exposiciones, una colectiva en la A.V. Las Madres de La Laguna, una segunda también colectiva al aire libre en la Plaza del Adelantado de La Laguna y una tercera en La Escuela Magisterio de La Laguna; en el año 2000 Exposición Colectiva en la A.V. Las Madres de La Laguna; en el 2001, de nuevo otra colectiva en A.V. Las Madres de La Laguna; en Junio de 2001 Exposición  con mi amiga pintora Concepción Melián Martín en el Hotel Aguere de La Laguna; y, por último, en noviembre de 2001, Exposición en la Cafetería Tutti Frutti de  La Laguna, también junto a Concepción Melián Martín.
De este capítulo de mi vida  dedicado a la pintura comprendí  que se trataba de un  proceso de evolución continuo.  No solo consistía en intentar copiar y aprender técnicas,  sino de crear, buscar la voz interna, encontrar mi  propio sello.  Sentimientos y personalidad proyectados en una lámina. Se podía ser un buen dibujante y mal pintor,  y a la inversa.  Una obra podía ser alegre y colorista, y limitarse a ser pura estética,  la simbología era una manera secreta de hablar,  la pintura podía ser crítica, histórica o simplemente abstraer la esencia de las cosas. Y de  ese proceso surgió la idea de hacer representaciones de la vida usando un  “banco” como modelo, “triste y solitario, depositario de secretos, romances, susurros y te quiero, de mendicidad,  soledad, risas y cuentos…” (Laura González, Poemas inéditos). Mi pincelada y estilo habían cambiado, y mis ideas también. Las exposiciones tenían éxito en cuanto a  satisfacción propia, público  y ventas. Pero justo ahí me planteé qué camino seguir y “la mochila” pesaba mucho, cada vez más. La etapa duró desde 1997 hasta el 2005, según data el último cuadro.
Mi actividad como pintora se solapaba con la realización de cursos de Yoga y  Taichí, así como la lectura de libros y novelas que siguen siendo buenos compañeros. Tanto prosa como algo de poesía cae con frecuencia en mis manos. Como no podía ser menos, al inaugurarse el Complejo Deportivo San Benito, y ya apartada de los cursos y la pintura, creí oportuno trabajar el cuerpo. Como decían los romanos “Corporis sane in mente sana”, Y allí me pasaba muchas  tardes entre natación, gimnasio, fitness, sauna y jacuzzi. Muchas veces  llevaba a mi madre para que se entretuviera  y no estuviera ausente de la vida. Ella iba gustosa y se entretenía hablando con el que se encontrara. Con mis hermanos también pasaba algún fin de semana y en ocasiones vivió algún tiempo con ellos, Pero la mayor parte del tiempo, compartió nuestra vida y familia.
Hacia el año 2009 volvió a reaparecer la enfermedad. Tuve que abandonar todas las actividades. El tratamiento era muy  fuerte y terminaba muy decaída. Me recuperé y al cabo de dos años tuve una recaída. Esta vez mi corazón también se afectó y desde ese momento sufro una cardiopatía. Estuve muy grave en 2012 y casi no lo supero, pues se añadieron otras  complicaciones. Cuatro días en la UVI, sin saber a ciencia cierta qué iba a pasar. Pero volví a superar el tercer linfoma  y equilibrar un poco mi salud. He permanecido alejada de pigmentos y compuestos químicos, plaguicidas, animales,  tintes capilares…etc. Estoy en remisión desde abril de 2013, pero sigo un riguroso control, dada las secuelas que sufrí  con el tratamiento y la precaución médica  para evitar un nuevo brote.
 He pasado de una actitud ante  la vida a otra. Antes decía “Hago todo lo que puedo”, ahora digo “Hago lo que quiero, cuando puedo y dentro de mis posibilidades”. Valoro la salud y la vida en la categoría que se merecen. O tal vez, la sobrevaloro dada la experiencia. Todo ello no me impide ser feliz, vivir y descubrir nuevos alicientes y objetivos. Mis inquietudes siguen  vigentes. He pasado de “pintar con el pincel a pintar con las palabras”. Me gusta escribir prosa poética, poemas o relatos donde la imaginación y la fantasía son mis dueños. Ansío poder viajar y conocer más mundo del que he visto, y dedicarme a expresar por escrito mi poesía interior. Así, “verso a verso, hago poema al andar”…”
Su amiga María José Ferrer González, remitió entonces (12/11/2013) estas notas: “…Es apasionante, aleccionador, emotivo e intenso. El relato de la vida, de mi querida amiga Laura González. Gracias por mostrarlo y compartirlo. Hay cosas que sabia por Laura, pero muchas no y me ha cautivado. Gracias. Un abrazo muy fuerte para mí querida Laura. Mujer coraje...”. 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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