Fotografía
tomada en la azotea de casa de mis padres en la orotavense calle El Calvario en
el año 1951. Nuestro abuelo Bruno Abréu Rodríguez acompañado de un servidor,
con solo un año de edad.
Nuestro
querido abuelo había sido mi padrino de bautismo de hecho llevo su nombre y el
de mi padre en el segundo lugar.
Texto que
remitió entonces mí primo hermano; Enrique Abréu Rodríguez, residente en Madrid desde el año 1964, tras la
muerte prematura y con un fallo en la medicina en general de su padre Enrique
Abréu González (mi tío). Un texto sencillo y que nos lleva al pasado, no muy
lejano sobre la figura de nuestro abuelo Bruno Abréu Rodríguez, ebanista de la
zapatería y músico de la entonces Banda de Música Municipal de La Villa de La
Orotava: “…Quisiera
comentar algunas de las anécdotas que tuve con
mi abuelo Bruno, cuando yo era un chaval y él vivía aún, esto no es una
cosa que implique dificultad, debido a que él era un hombre activo y muy dado a
los demás; conocido en esa Villa por Bruno Abreu Rodríguez; y entre la
chavalería siempre nos encontrábamos siguiéndole, como aquél que sigue a su
Maestro. Un día como en muchas ocasiones él nos indicó el camino hacia aquello que
era nuestro asombro... y allí estaba. ¡Era en el centro de la plaza de la Alameda! El kiosco de la Música se erguía en mitad
de plaza, y junto a sus compañeros Músicos, interpretaban y armonizaban
aquellos instrumentos que les servían para inundar el aire de notas melodiosas
que a su vez llenaban nuestros oídos llevando nuestra imaginación hacía otras
realidades más sutiles.
Intrigados por este acento en el cual estábamos sumidos, pasamos
algún tiempo recordando las palabras de este hombre sabio y humilde, del cual
confiábamos todos plenamente. Y es aquí en este instante donde pongo el
principio a este corto relato.
Todo empezó una mañana al salir de casa; cuando él nos cogió a
mi primo y a mí, y después de caminar a un paso rápido hasta la plaza del
kiosco, y forzando después nuestros pasos hasta llegar a la Plaza del Ayuntamiento; yo
sabía en aquel momento que iba ha suceder algo que pasaría a la posteridad
familiar; y nunca lo olvidaré.
Nos presentó a D. José Mesa y a D. Teodoro Sanabria; para mirar
que podrían hacer con nosotros, musicalmente hablando. Yo escuché desde afuera,
la conversación casi enigmática de los dos profesionales y de mi abuelo, que
comentaban sobre nuestro futuro musical. Personalmente tenía en mi cabeza una
idea clara y peregrina a la vez, sobre los músicos.
¡Pensaba... que cada músico con su instrumento tocaban en
conjunto todos, en un plano armónico!
¡Nosotros ya estábamos dentro de la Academia! Pero... ¿Dónde
estaban los instrumentos que nos tendrían que darnos, para aprenderlos a
tocarlos? ¡Yo estaba totalmente equivocado! Primero y antes de nada, había que
Solfear; solfear, y solfear... y luego si eras bueno, pues te darían el famoso
instrumento tan anhelado por nosotros. ¡Bueno! Lo que se dice bueno; parece ser
que no lo era, pero recuerdo que de tanto mover la mano para arriba y para
abajo, hacia derecha, y hacia la izquierda, en un acompasado son, llevaba ya
más de cuatro sesiones musicales... Por fin y al final, a pesar de las
sugerencias de mi abuelo, y viendo que no progresaba en esta nueva experiencia;
decidí abortar las directrices dadas por mi abuelo, y renunciar a la música. Dejando
paso libre a los más cualificados que ya existen ahora en ello…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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