sábado, 16 de septiembre de 2017

DON LUIS DIEGO CUSCOY



Nació en Girona el 22 de octubre de 1907 y, cuando contaba nueve años, sus padres se trasladaron a Tenerife, primero a Buenavista y después a la Villa de La Orotava, donde estudió en el popular colegio de San Isidro, con los Lasalianos.
Según sus propias palabras su infancia y adolescencia fue como la de cualquier niño de la época nacido en una familia de clase media-baja, con una madre catalana muy afectuosa y amante de la lectura, de la cual mamó su apetito por los libros. De su padre heredó quizás cierto individualismo, pues era un sobrio castellano que había sido seminarista, luego voluntario en la guerra de Cuba y, finalmente, ingresó en la Guardia Civil; era aficionado a la música, poseía cierta cultura y era capaz de hablar fluidamente en latín.
Siendo muy joven ya se descubrían en Luís Diego las inquietudes literarias y periodísticas que tendría toda su vida, empezando a publicar poesía, prosa poética y ensayos en la prensa de mediados los años 20, época verdaderamente interesante en el ámbito cultural de las Islas, cuyo punto culminante fue la década de los treinta, truncada por la Guerra Civil.
Su primer libro -“Tenerife Espiritual”- se publicó en 1928 y refleja un veinteañero romántico, muy relacionado ya con el mundo cultural del momento. Si su primera pasión fue la literatura, la segunda fue la enseñanza. Finalizó en 1927 su carrera de Magisterio en la Escuela Normal de La Laguna y ganó las oposiciones en 1928, siendo trasladado por dos años a Galicia, concretamente a Castro das Seigas (provincia de Lugo). Este viaje tendría gran importancia en su vida profesional, porque allí conoció a Fermín Bouza-Brey, quien lo inició en la Etnología, que luego sería una de sus facetas profesionales. Allí también se inició en la Arqueología, participando en su primera excavación arqueológica en un castro Celta. Ambas experiencias las recordó toda su vida como algo extremadamente positivo para su formación. De la mano de Bouza-Brey, Diego Cuscoy se introdujo en el Seminario de Estudos Galegos, descubriendo la influencia galaico-portuguesa en la cultura tradicional canaria; y se interesó por las derivaciones didácticas de sus cartillas escolares, profundizando en el papel de la lengua como mecanismo de comunicación, enseñanza e identidad (Galván, 1987).
Regresó a Canarias, destinado al Sauzal y ansioso de poner en práctica todas las innovaciones en el terreno de la enseñanza que había asimilado, consciente de que en las Islas –con un 70% del analfabetismo- hacia falta un fuerte impulso educativo. Aunque las condiciones socioeconómicas del momento no ponían las cosas fáciles: los años de la II República, en medio de la enorme crisis del 29, eran caldo de cultivo de los continuos enfrentamientos sociales de aquellos años. El 14 de abril de 1934 se casó con Victoria Fernaud de la Rosa.
Un maestro innovador, lector de revistas especializadas, que aplicaba las últimas técnicas pedagógicas, sólo podía tener problemas en El Sauzal del año 1936, un ambiente rural y conservador, donde los impulsos republicanos en la enseñanza eran considerados anticristianos y contrarios a la familia tradicional. Otro maestro del mismo centro escolar le denunció, con los cargos de realizar actividades anticristianas y de ser partidario de ideas izquierdistas, por lo cual se le abrió un expediente de depuración. El texto de su defensa es un excelente documento para entender su delicada posición, su claridad de ideas y su capacidad literaria. De todas maneras, lo que mejor contribuyó a salvarle de una pena mayor fue seguramente el respaldo de unos familiares de su mujer, reputados militares del momento. Tras varios años de suspensión de empleo y sueldo, en 1940 se le reincorporó al cuerpo, aunque “desterrándolo” a una de las zonas más apartadas y deprimidas de Tenerife: Cabo Blanco en el municipio de Arona. En 1942 se le reintegró a su plaza del Sauzal y el castigo quedó reducido a una sanción administrativa, que implicaba la incapacitación para desempeñar cargos de confianza, la cual permaneció en su expediente hasta la década de 1950.
Como a tantos otros, la Guerra Civil no sólo le supuso un trauma personal, sino que le obligó a acomodarse a un clima social y político antagónico con su formación. La estancia en Cabo Blanco le apartó de su familia y de su ambiente cultural, pero lo puso en contacto con dos realidades que más adelante serían los ejes de su actividad profesional: el pastoreo tradicional y la arqueología canaria. En el libro “Entre pastores y ángeles” (Diego, 1941), narra algunas de sus vivencias en aquel ambiente marginal de cabreros, y describe su primer encuentro con una cueva sepulcral que rebuscó con sus alumnos (capítulo: El collar de las cuentas de barro). Cuando en 1998 el Ayuntamiento de Arona reeditó este libro, acudieron a la presentación varios antiguos alumnos suyos, que 58 años más tarde recordaban a aquel profesor que les impactó tan positivamente en su dura infancia.
Al regresar a su escuela del Sauzal, más cercana a La Universidad de Laguna, comenzó la estrecha relación con Elías Serra Ráfols, su gran maestro. En la zona de Tacoronte y El Sauzal continuó las excursiones arqueológicas, acumulando una pequeña colección de cuentas de collar y algunas vasijas. En 1943 Elías Serra lo invitó a participar en una reunión en la Universidad, con el Comisario Provincial Juan Álvarez Delgado, donde Diego hizo entrega de aquella colección y Álvarez lo invitó a colaborar con la Comisaría.
No vamos a tratar las interesantes facetas de Luís Diego como literato y como etnólogo, sino que nos centraremos en el arqueólogo. Su trayectoria científica en este terreno puede dividirse en tres etapas: Desde su vinculación a la Comisaría (1943) hasta la fundación del Museo Arqueológico de Tenerife (1958). A partir de ese momento se vinculó a la Comisaría Provincial recibiendo en 1944 su nombramiento como secretario de la misma. Aunque Juan Álvarez era el Comisario Provincial, quien realmente desarrollaba casi todas las actividades era Luís Diego. En 1947 se produjo un duro enfrentamiento entre ambos, porque Álvarez publicó con su nombre un libro (Álvarez, 1947) elaborado por Cuscoy. Este último presentó una queja formal a Julio Martínez Santa-Olalla, que investigó el asunto y advirtió la injusticia que se venía cometiendo. Su primera decisión fue nombrarlo Comisario Local del Norte de Tenerife en 1948, pero tras unos años de tensiones, en 1950 finalmente Álvarez Delgado fue cesado y Diego Cuscoy nombrado Comisario Provincial. La Comisaría de Excavaciones Arqueológicas en las Canarias Occidentales. Este primer periodo fue un tiempo de formación bajo el magisterio de Elías Serra, con quien cursó la Licenciatura de Filosofía y Letras, aunque luego no le fue reconocido el título. Fue también su época más positivista, con una intensísima investigación empírica que generó un inmenso cúmulo de datos, y no poco material arqueológico destinado a su proyecto de Museo, que ya venía gestando como su principal ambición. El no entendía el trabajo de campo sin la exposición posterior en un Museo, que a la vez actuara como aula didáctica en la que se pudiese explicar la prehistoria de Tenerife. Por tanto, fue entonces cuando desarrolló una actividad arqueológica de campo más intensa, casi febril, en El Hierro, La Gomera y sobre todo en La Palma y Tenerife, localizando centenares de yacimientos, y excavando varias decenas de ellos con procedimientos bastante apresurados en muchos casos.
La gran aportación de estos primeros años fue el descubrimiento de Las Cañadas del Teide como un gran complejo arqueológico, y su vinculación a esta zona de la Isla fue en buena medida espiritual, pues varios de sus mejores poemas las redactó en las noches que pasó en los refugios pastoriles. Mantuvo una campaña de defensa del patrimonio arqueológico y natural, presentando denuncias y “memorandums” en los Ayuntamientos y Gobierno Civil. También hizo lo propio en la prensa de los años 40, marcando un hito en el periodismo de denuncia en el que destacó por su particular contienda contra determinadas prácticas de los carboneros y colmeneros, y la defensa de que Las Cañadas se convirtiese en Parque Nacional. Al mismo tiempo, promovió la idea de incluir el patrimonio arqueológico entre los bienes a proteger dentro del Parque, vinculándolo a las ofertas de ocio y turismo de este espacio natural y de la globalidad de la isla (Diego and Larsen, 1958). Aunque en esto fracasó, porque los responsables públicos no entendieron que el patrimonio cultural pudiese correlacionarse con el natural, ni que la historia y la arqueología pudiesen interesar a los turistas.
En esas largas caminatas y estancias en las tierras áridas del sur, en los acantilados del norte, en las medianías, en las cumbres y en las Cañadas del Teide, o en los barrancos de La Gomera, entabló una relación muy estrecha con el territorio, la cual indiscutiblemente influyó en que adoptara unos enfoques ambientalistas que le acompañarían toda su vida. En aquel momento, eso se materializó en asumir de manera decidida el determinismo geográfico, propio de los planteamientos histórico-culturales de la época y que le había transmitido Serra (Diego, 1951). Durante esos trabajos de campo se relacionó con algunos pastores tradicionales de Rasca, Arico, Las Cañadas, etc. que le sirvieron de guías e informantes, pero que en sí mismos despertaron un interés muy grande en el Diego etnógrafo a la par que arqueólogo. De esta manera empezó a configurarse en su pensamiento la idea de que aquellos cabreros eran herederos de los pastores guanches y, por esa razón, adquirían valor extraordinario como documento vivo. Así fue llegando al mismo razonamiento que medio siglo antes formulara Juan Bethencourt Alfonso, cuya obra desconocía él por aquel entonces.
Fue también una época prolífica en publicaciones, aunque la inmensa mayoría de ellas eran trabajos meramente descriptivos, en los que daba a conocer los resultados de sus prospecciones y excavaciones, pues estaba convencido de que toda investigación debía ser dada a conocer. Años más tarde sería bastante autocrítica con los procedimientos apresurados que empleó en esos trabajos de campo, y con la calidad de las publicaciones de esta primera etapa, particularmente con sus dos volúmenes de Informes y Memorias. Pero también publicó ensayos sobre distintas categorías de evidencias arqueológicas: adornos, hábitat, ajuares funerarios, cerámica, industria lítica, etc.; y realizó el primer intento de síntesis de la prehistoria canaria en su artículo Paletnología de las Islas Canarias (Diego, 1954), que años más tarde convertiría en un libro.
Su colaboración estrecha con Serra y con la Universidad se proyectó en numerosas contribuciones en la Revista de Historia Canaria. Algunas de las menos conocidas, pero muy interesantes, fueron sus recensiones a publicaciones de otros colegas suyos, haciendo a menudo una crítica sutil pero demoledora sobre la metodología o los resultados, como las que dedicó a trabajos de Sebastián Jiménez Sánchez. En realidad, los dos Comisarios-Delegados Provinciales siempre mantuvieron posiciones teóricas, metodológicas e incluso ideológicas diferentes, cuando no totalmente opuestas y, aunque mantenían una relación cortés, nunca llegaron a colaborar estrechamente. De manera que no exageramos al decir que Luís Diego tenía un pobre concepto de Sebastián Jiménez, que empeoró con el paso del tiempo. Por el contrario, mantendría una buena colaboración con el Museo Canario de Las Palmas, sobre todo a partir de que se creara el Museo Arqueológico de Tenerife, lo cual era más llamativo si tenemos en cuenta que la relación de Sánchez con el Museo de su “jurisdicción” era de tensa coexistencia.
Luís Diego Cuscoy en Las Cañadas (Tenerife), localizando escondrijos con cerámica.
La Comisaría de Excavaciones Arqueológicas en las Canarias Occidentales. Probablemente estemos ante los sempiternos problemas derivados de los conflictos de competencias, que han salpicado la historia de la arqueología hasta la actualidad y de los cuales no estuvieron exentos los Comisarios en sus respectivas provincias. El mayor objetivo de Diego en estos años fue crear un Museo Arqueológico. La Comisaría General disponía de escasos recursos y Santaolalla había encargado a los Comisarios que se vincularan a las Diputaciones Provinciales, para conseguir cobertura económica. Por suerte para Diego, era presidente del Cabildo de Tenerife Antonio Lecuona Hardisson, un hombre culto y sensible a estos temas quien, como punto de partida, creó en 1951 el Servicio de Investigaciones Arqueológicas de Tenerife (S.I.A.), del que Luís Diego fue nombrado Director. Por fin, en mayo de 1958 abrió sus puertas el Museo, exhibiendo los fondos por él acumulados, más los que vinieron del Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz, la mayor parte de los cuales procedían, a su vez, de dos entidades decimonónicas ya desaparecidas: la sociedad El Gabinete Científico y la colección particular conocida como Museo Villa Benítez.
Desde la creación del Museo Arqueológico hasta 1970. En la mayor parte de este periodo siguió su relación con la Universidad, impartiendo clases prácticas a los alumnos de Historia en el Museo Arqueológico. Pero al final se fue enfriando, porque nunca llegó a superar el problema de su Licenciatura y por sus desavenencias sobre competencias profesionales con profesores con los que había colaborado en el pasado, como los catedráticos Juan Álvarez y Telesforo Bravo. A partir de entonces sólo mantuvo relación con Elías Serra y algunos de los colaboradores de éste, como Juan Régulo o Leopoldo de la Rosa, cuyos ámbitos científicos eran ajenos a la arqueología. Sus intervenciones arqueológicas de campo disminuyeron notablemente en cantidad, pero mejoraron en el plano del método. Su interés se concentró en unos pocos temas. Por una parte, las necrópolis y los ajuares, sobre todo de Tenerife; por otra, la arqueología de El Hierro; y aumentó su atracción por la arqueología de La Palma, donde buscaba el refrendo a su teoría difusionista del poblamiento de Canarias: Una primera oleada neolítica norteafricana habría afectado a toda Canarias, y posteriormente llegarían otras oleadas con orígenes diversos (una de ellas desde la Europa Atlántica), afectando a una o varias islas.
Los petroglifos y los diferentes estilos cerámicos palmeros podrían ser la prueba de todo ello, por lo cual empezó a estudiar estaciones de grabados rupestres y excavó en cuevas con estratigrafías, como Belmaco y el Roque de la Campana, pero no supo seguir esas complejas secuencias estratigráficas y concluyó que en Canarias no era posible emplear el método estratigráfico.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL.

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