jueves, 12 de octubre de 2017

ADOLPHE COQUET (VIAJERO FRANCÉS, SIGLO XIX)


Fotografía referente al sepulcro vacio del Marqués de la Quinta Roja; don Diego Ponte del Castillo, diseño  original del arquitecto masón francés Adolphe Coquet.

Observen como aún se conserva la cruz y el doble cuerpo o espadaña del mausoleo.

 

ADOLPHE  COQUET arquitecto masón Francés que diseñó el mausoleo de mármol que aún se conserva en los jardines del Marquesado de la Quinta Roja, símbolo de la intolerancia del siglo XIX. Encargo de la marquesa de la Quinta Roja Madre doña Sebastiana del Catillo y Manrique de Lara para enterrar a su hijo el Márquez don Diego Ponte del Castillo fallecido muy joven en su casa de Garachico. También fue el encargado de diseñar el Gran Hotel Taoro del Puerto de la Cruz, su edificación y sus jardines.

Adolphe Coquet, arquitecto francés (1841-1907), cursó sus estudios y desarrolló toda su actividad en Lyon. Sus obras más notables en Francia son el Hospital General de Vichy (1885-1887) y el Sepulcro de los Niños, de Rhone. Viajó dos veces a Tenerife, la primera en la 1882 para realizar el

Mausoleo situado en los jardines del antiguo Hotel Victoria, en La Orotava, y la segunda, en 1889, para realizar los planos del edificio sanatorio del Taoro-Gran Hotel Jardín en el Puerto de la Cruz. En su primer viaje escribió el libro «Excursión a las Islas Canarias» del cual entresacamos este relato.

«Bajo el sol de mayo el Teide se ha desprendido de la nieve: es el momento de intentar su escalada, pero antes de emprenderla me queda por describir y recorrer la parte más hermosa del Valle de La Orotava.

Precisamente es la que tengo que atravesar para ir al Realejo, pequeño pueblo donde voy a preparar la primera etapa de mi ascensión.

La carretera se extiende paralela al mar, un poco más debajo de La Orotava. Cuando me encuentro en medio de la vegetación frondosa de la isla tengo que hacer las mismas descripciones, con la diferencia de que, si bien mi relato se vuelve monótono, la impresión que siento me parece siempre nueva y el espectáculo tan grandioso como la primera vez que lo vi.

Este ancho y bonito camino por el que me interno está bordeado completamente por gigantescos eucaliptos, tamariscos y adelfas que expanden a lo lejos sus ricos olores. En las ramas de los árboles, en los matorrales, por todas partes, se ven flores con matices más variados y más vivos, verdaderos bosquecillos de rosas y geranios con los colores más brillantes.

Incluso los barrancos parecen haberse puesto un adorno festivo. Ya no es necesario dar rodeos, pueden atravesarse sobre puentes.

Algunos de ellos han tenido que llevarse a efecto con costosas y trabajosas obras. El arquitecto francés Adolphe Coquet en Los Realejos de 1882 pero lo pintoresco no ha perdido nada y la comodidad de las comunicaciones ha ganado mucho.

Dejamos a la izquierda, a media ladera, un camino que comunica con dos pequeños pueblos, La Perdoma y La Cruz Santa, que vemos por debajo del monte de castaños cubiertos de verdor. Del lado del mar se ven las costas que avanzan en promontorios, perfilándose de una manera extraña. En un rincón del terreno que desciende hasta el mar descubrimos una estancia deliciosa: La Rambla de Castro. Es una quinta bonita, completamente rodeada de palmeras y cuyos jardines, regados por las fuentes que manan de los bosques vecinos, siguen las mil vueltas de las cavidades en las que están de alguna manera suspendidos. Las terrazas, unidas por desfiladeros estrechos que bordean los contornos del acantilado, dominan el precipicio, los manantiales brotan de todas partes, uniendo su dulce murmullo al ruido de las olas que vienen a morir a nuestros pies.

Los amigos de la Villa de La Orotava; JOSÉ RODRÍGUEZ MAZA Y NICOLÁS GONZÁLEZ LEMUS nos cuentan en su libro “MASONERÍA E INTOLERANCIA EN CANARIAS, EL CASO DEL MARQUESADO DE LA QUINTA ROJA”; páginas del prologo, que se descubre temas importantes, como por ejemplo: “…La conexión epistolar entre el médico de la familia, el palmero don Víctor Pérez González y el arquitecto francés Adolphe Coquet, artística y técnica también aparece documentada con nueva y valiosa informa­ción, así el inédito proyecto de construir junto al mausoleo una escuela para los hijos de los masones necesitados, proyecto que nunca se ejecutó. Y el magní­fico diseño del jardín que se dirige obligatoriamente hacia el eje central desde donde aparece como un espa­cio ordenado y simétrico, coronado en lo alto por el mausoleo. Una escalera central alargada y ancha, pero pavimentada con peldaños bien proporcionados y fla­queados de jarrones, conduce directamente a la cueva colocada debajo del mausoleo. La misma atraviesa los parterres, espacios horizontales y cami­nos, dada la orografía del terreno. El pavimento de guijarros del estrecho camino en el extremo oriental está dise­ñado con mucho arte, en ocasiones de color con formas y tamaños uniformes y en círculos concéntricos de textura fina, a pesar de que caminar sobre ellos es incómodo. Todo el conjunto del jardín está conectado por un entramado de caminos y paseos que conducen a la escalera central que lleva al mausoleo. Por sus características, dispuesto. A lo largo de un eje que corre entre la casa y el panteón (escalera central), con gruta de agua al fondo, dos grandiosas esca­linatas y parterres a los lados. Jardín probablemente de estilo italiano.

La casita suiza, como la llamaba la prensa local, constituía un acento sereno del jardín, un sublimen rincón donde se ponía de manifiesto el amor por lo anglosajón. La triste y desaparecida actualmente casita suiza estaba construida a base de madera con todos los elementos del estilo neogótico; planta cuadrada, cubiertas con gran inclinación dé teja inglesa y riostra proyectada a fachada de alto voladizo de madera, también pronunciado; sostenido un listón den­tado. Detalles todos del más puro estilo neogótico anglosajón. Además, mandaría construir una casita más pequeña, también de fantasía neogótica, en un extremo del estanque para refugio de los patos, los cuales convivían con los bellos cisnes blancos que mandó traer de Marsella…”.

Según nos cuenta el amigo y compañero de docencia;  JUAN JOSÉ MARTÍNEZ SÁNCHEZ en su libro “LA OROTAVA LUGAR Y VILLA” paginas; 84 – 85 – 86 y 87: “…La Orotava es una pequeña ciudad de 8.000 habitantes, construida en medio del valle. Las calles son muy escarpadas y las casas se escalonan unas encima de otras, mirando hacia el mar y su amplio horizonte. Numerosos jardines superponen sus terrazas cubiertas de un espeso tapiz de plantas, presentando una vegetación extraordinaria y especies fenomenales.

Allí es donde se encontraba el famoso drago, contemporáneo de las épocas más remotas de la historia. Humboldt le asignaba seis mil años de existencia. Su circunferencia, medida en la época de la conquista, era de 18 metros; tres siglos más tarde, el naturalista  Ledru constataba que el perímetro del árbol no había aumentado sino un pie; se veía por la lentitud de su crecimiento, el enorme número de años que había debido tardar en desarrollarse. Este gigante ha desaparecido, abatido por una tormenta.

En estos jardines todavía existe la palmera de 30 metros de altura que los

Primeros conquistadores nos señalaron.

La araucaria, importada en la isla, extiende sus ramos majestuosos. Allí se encuentran mil arbustos de diversas especies que se desarrollan muy bien. La hierba se salpica de flores y se escalonan en anchas graderías donde los arroyos de la montaña vienen a multiplicar sus cascadas.

Esta Naturaleza vigorosa forma un contraste sorprendente con las calles desiertas y silenciosas y las viviendas cerradas de La Orotava. Este aspecto triste, en medio del más imponente espectáculo de la Naturaleza, parece una antítesis inexplicable. Aquí no existe ningún comercio: el terreno es suficiente para alimentar a los habitantes. El campesino habita en cabañas, cultiva la tierra, vive con poco y permanece miserable. El suelo no le pertenece; está repartido entre las familias antiguas, cuya inmensa mayoría hace remontar su origen a la época de la conquista.

La Orotava es la residencia preferida de la nobleza. Muchas casas tienen por encima de la puerta de entrada un escudo de mármol donde están grabadas las armas familiares. En la fachada, balcones de madera, destacados y cubiertos, con los postigos cerrados, que se abren al paso de los transeúntes y dejan ver rostros graciosos con miradas inquisidoras.

Un techo de tejas y paredes enlucidas con cal, con una decoración pintada de negro o rojo, grabada a veces a manera de los graffiti italianos. En el interior, un patio cubierto de flores, que trepan a lo largo de los muros y unas bellas escaleras de madera con pinturas vivas y elegantes barandas de balaustres que comunica el patio y las amplias galerías con vidrieras que rodean el primer piso. Grandes puertas de dos batientes se abren a este ancho corredor, dejando penetrar el aire fresco en las diferentes habitaciones de la vivienda. Como en todos los países cálidos, las salas son espaciosas y altas, emblanquecidas con cal y sin colgaduras…”.

Según nos cuenta; JUAN CARLOS DÍAZ LORENZO en su blog “LA PALMA ISLA ADENTRO”: “…En 1884, el arquitecto francés Adolphe Coquet describe su visita a la Caldera y escribe que “estamos al borde de una muralla cortada a pico que forma por debajo de nosotros un circo enorme, cráter abierto de 1.000 metros de profundidad en cuyas paredes se apretuja una vegetación tupida de árboles y plantas de todas clases. Este cráter tiene seis leguas de circunferencia, su profundidad da vértigo y está lleno de nubes que se elevan rápidamente con el sol, dejando ver el fondo del abismo, por donde corre un pequeño arroyo. Cabras, pastores medio salvajes y palomas torcaces que pasan volando por el aire son los únicos habitantes de este paraje extraño producido por una gran conmoción volcánica, maravilla olvidada de este rincón perdido de la Tierra, último resto de la Atlántica engullida…”.

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

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