El amigo de
la infancia de La Villa de La Orotava; ANTONIO LUQUE HERNÁNDEZ. Remitió entonces (13/01/2001) estas notas que tituló; “BREVÍSIMO
CATÁLOGO DE REALEJEROS ILUSTRES”
PUBLICADAS
EN <EN LA PRENSA>, EL DÍA (SANTA CRUZ DE TENERIFE), SÁBADO
13 DE ENERO DE 2001: “…Los catálogos biográficos son una vieja tradición de la
historiografía canaria que inició el realejero José de Viera y Clavijo con la
publicación en Madrid, el año 1783, de la Biblioteca de Autores Canarios incluida en el tomo
cuarto de sus Noticias de la Historia General de
las Islas de Canaria. Con tan brillante «preludio» no puede sorprender
la abundancia y calidad de los prontuarios subsiguientes, entre los que
mencionaremos: Biografías de canarios
célebres, de Agustín Millares Torres; Ensayo de una bio bibliografía de escritores naturales de las Islas
Canarias (siglos XVI, XVII Y XVIII), de Agustín Millares Carlos; La
Literatura en
Canarias (del siglo XVI al XIX), Índice cronológico de pintores canarios e
identificación histórica de algunos de los Conquistadores que incluye Viana en
el canto IX de su Poema, los tres de María Rosa Alonso; Antología de la poesía canaria, de
Domingo Pérez Minik; los Fastos
Biográficos de La Palma,
de Jaime Pérez García; y últimamente Orotavenses ilustres, de Melchor de Zárate y Cólogan, relación
incluida en mi libro La Orotava, corazón de Tenerife, todo ello sin
omitir, naturalmente, el Nobiliario de
Canarias, la más extensa galería de canarios ilustres jamás publicada,
obra iniciada por Francisco Fernández de Betancourt, ampliada y actualizada
en los años 1952-1967, por una junta de especialistas coordinados por Juan
Régulo Pérez. A los estudiosos del pasado les brindo en esta nómina un
curioso manuscrito titulado Noticias
de los primeros vecinos de Los Realejos de Tenerife u abecedario de /os
antiguos oficios ó escribanías de los propios Realejos y otras citas, legajo
hoy conservado en el Archivo de la santacrucera parroquia de La Concepción, fondo
Hardisson, que perteneció a Pedro
González Carmenatis, quien se lo regaló a Francisco Rodríguez de la Sierra, realejero, abogado
y profesor de la
Universidad de La
Laguna.
Con esta restringida lista que voy a presentar sólo pretendo
rescatar del olvido y dar a conocer algunos nombres dignos de memoria pública e
incentivar así la curiosidad de los investigadores realejeros a confeccionar
un completo índice de sus más sobresalientes personajes. Menciono aquí
únicamente a unos pocos de los ilustres paisanos, aquellos que podemos
denominar «hombres representativos en la historia de Los Realejos». Juzgo muy
acertado invitar, que ya no sólo incentivar, a los investigadores locales a
trazar un más amplio y documentado estudio, para que se conozcan las vidas de
esos hombres y mujeres de mérito, para estímulo e instrucción tanto de los que
comienzan la vida como de los mayores, porque la Historia es sin duda una
inmejorable maestra y olvidar el sentido de sus enseñanzas significa verse
conducido de nuevo a repetir los errores del pasado.
Está claro que, el lugar del nacimiento escapa por completo a
nuestra voluntad, pero no así el del lugar que nos acoge y enamora, en el que desearíamos permanecer
toda la eternidad, si tal cosa fuera posible. Es esta la razón por la que me
permito incluir asimismo a varios de aquellos individuos que honraron a esta
Villa de Los Realejos viviendo, compartiendo, enseñando, y que como realejeros
quisieron ser considerados. Ese fue el deseo de hombres como Diego de Alvarado
Bracamonte y Grimón (1631-1681), caballero del Hábito de Calatrava, ministro
del Supremo Consejo de la
Guerra y primer marqués de la Breña, que amó tanto a esta
tierra que dispuso por su testamento, otorgado en Madrid, ser enterrado en Los
Realejos y lo está ciertamente bajo la capilla mayor del templo parroquial de
Santiago Apóstol; o Felipe Machado y Benítez de Lugo, empresario agrícola,
inspirado pintor y músico, fundador de la primera banda de música de este
Realejo; o también Guillermo Camacho y Pérez Galdós (1898-1995), eminente
historiador y cumplido caballero. Y entre tanto realejero adoptivo, una mujer:
Elisa González de Chaves (1914-1967), fundadora y directora del primer colegio
para sordomudos de Canarias.
Los Realejos como enclave de población existe desde finales del
siglo XV desde la época, pues, de los Reyes Católicos, que marcan singular
tiempo en los anales españoles. Es por tanto mucho lo que hay que espigar desde
entonces para acá, reseñando los caracteres principales de aquellas
inteligencias luminosas que en estos cinco siglos han pasado a formar parte de
la cultura tinerfeña.
Ahora bien, las manifestaciones de la vida de una Villa como esta tienen, de todos es sabido,
muy diversas facetas y a sus representantes habremos de referirnos, es decir,
militares juristas, médicos, maestros, sacerdotes, artesanos, etc., sean de la
condición que fueren, y así hablar tanto del poderoso hacendado como del
paciente e innovador vinatero o del ingenioso foguetero, para que próceres y
humildes, puedan recordar vidas ejemplares que les sirvan de enseñanza en el
largo y, demasiadas veces, inclemente sendero de la vida.
Hay en todo este periodo dos nombres gloriosos, sobre todos los
demás, que influyen grandemente en la vida científica y cultural de las Islas:
José de Viera y Clavijo, primer e insuperado polígrafo de Canarias, y el doctor
Antonio González y González, sabio prestigioso, cuyos estudios e
investigaciones han acreditado la fama y elevado el nivel de conocimiento de la Universidad de La Laguna, concediéndole un
puesto destacado en el orden científico español.
Pero aparte de esos próceres, en uno y otro Realejo, han nacido:
Juan de Gordejuela y Grimón, fundador y patrono, de los conventos agustinos
del Realejo y de la iglesia parroquial; fraile Domingo
Agustín de Veraud, dominico, lector en filosofía, erudito
escritor y buen amigo de Viera; Cándido Fernández Veraud, genealogista
destacado y alcalde de Realejo Bajo, en el primer tercio del siglo XIX; Dámaso
de Quesada y Chaves, historiador, autor de una estimable historia de las Islas
Canarias, que desde 1774 espera en una
biblioteca romana ser publicada; el jurista Antonio de Rojas y Abreu,
magistrado de la Real
Audiencia de México; el coronel Baltasar Gabriel Peraza de
Ayala y Machado (1701-1770), almotacén mayor, fiel ejecutor y síndico personero
general de Tenerife; Gonzalo Machado de la Guardia, capitán, regidor y diputado del Cabildo
para el ofrecimiento y recaudación del donativo que hizo Tenerife al rey
Felipe V en 1703; el abogado Amaro José González de Mesa, consiliario y rector
de la Universidad
de Salamanca durante el curso de 1733
a 1734, «ciudadano de grandes talentos y recursos»,
según Viera; Diego José Díaz de la
Guardia, tesorero de Su Majestad en Guatemala y México e
importante auxiliar de aquel famoso virrey Matías Gálvez, que administró un
tiempo la realejera Hacienda de la Gorvorana; Félix Pérez
de Barrios, abogado y vocal de la Junta
Suprema de Canarias; Pedro de Ponte Y Peraza de Ayala (1753-1830), sexto conde de
El Palmar y coronel del Regimiento de
Garachico; el capitán José Pérez de Chaves y Barroso, que tomó parte en la defensa
de Santa Cruz de Tenerife en 1797, condecorado con el Escudo de la Fidelidad y la Cruz de Oro de Su
Santidad Benedicto XIV y caballero de la Milicia de Roma, por Breve
del Papa León XII, dado en Roma el 14 de julio de 1826, y que fue además
gobernador de las Armas, alcalde y síndico personero de Los Realejos; Francisco
Rodríguez de la Sierra,
doctor en Derecho y profesor en la Universidad de La Laguna, fallecido el 15 de
febrero de 1871; por no olvidar al padre José Siverio, sobresaliente sacerdote
y publicista o a la famosa saga de los médicos García Estrada, don José y sus
hijos Pepe y Joaquín, sin relegar a Julio, químico, profesor universitario y
técnico excepcional, de quien hablaremos prontamente.
El doctor Antonio González y González y su allegada Elisa
González de Chaves son cada uno de ellos directos descendientes de Fabiana
Márquez de Chaves -hija de aquel Marcos Hernández de Chaves, patriarca y
alcalde del Realejo Alto, fallecido a fines del siglo XVI- y de BIas Martín de la Guardia, su esposo, en
cuya casa se custodiaban el primer libro de cuentas de Fábrica de la parroquia
de Santiago Apóstol y la humilde pila sobre la que recibieron el bautismo y se
convirtieron a la fe cristiana los derrotados menceyes guanches. Libro y pila
que, reliquias de nuestro pasado, desaparecieron, según cuenta Camacho en Las Iglesias de la Concepción y Santiago
Apóstol, en el incendio que destruyó, antes del 7 de febrero de 1591, la
casa y los enseres de BIas Martín, donde se custodiaban. Esa primera quema, en
la que ya padeció nuestro patrimonio, se convertiría, por así decido, en la
chispa y mecha de los consecutivos e incomprensibles incendios que figuran
como puntos negros en los anales de la
Villa y que han transformado en cenizas a lo largo de los
siglos, víctimas del devorador fuego, sus más representativos monumentos.
Y como adelanté, voy a detenerme ahora unos momentos, y ya para
concluir, en una figura realejera del presente, Julio García Estrada y
González, doctor en Ciencias Químicas, emérito profesor de la Universidad de La Laguna, alto directivo de la Compañía Española
de Petróleos, hijo menor del célebre médico José García Estrada y Brito y de
Candelaria González Pérez, su primera esposa. Don Julio, dotado de gran
energía, memoria, inteligencia y locuacidad, que permanecen a sus ochenta y
tantos años, ha tenido el desprendimiento de poner sus conocimientos a mi
disposición, sin los cuales estas palabras carecerían, aparte del rigor a la
verdad, del calor humano que precisan.
García Estrada comenzó su enseñanza elemental en la escuela
pública de San Agustín y poco después pasó a estudiar con Cándido Chaves, para
luego cursar bachillerato en el colegio de enseñanza media del Puerto de la Cruz. Su tía Mercedes,
segunda mujer de su padre, le daba por entonces siete pesetas y cincuenta
céntimos para comprar un abono de transporte, él se ahorraba la mitad de ese
dinero, pues sólo tomaba la guagua para regresar al Realejo, para abajo iba «de
prisa» por el camino viejo, y lo grande del caso es que siempre llegaba a
tiempo. Allí tuvo la fortuna de tener a su primo Agustín Espinosa de profesor
de Literatura, quien además de ser uno de los más insignes escritores de
Canarias, no tanto entonces como hoy, era un pedagogo insuperable, que logró
hacer del joven Julio un lector apasionado. Por cierto que, en el camino al
Puerto, muchas veces se topaba en la carretera con el coche de Nicolás
Grijalba, a quien llamaban Camejo, conduciendo siempre por la izquierda; Julio
podía escuchar sus improperios cuando otro coche trataba de adelantarle y
para conseguir que le diera paso su conductor no podía hacer otra cosa que
tocar insistentemente la bocina, así que Camejo, refunfuñando, tomaba la
derecha, pero de inmediato volvía nuestro don Nicolás a la izquierda, al tiempo
que continuaba soltando lindezas contra quien le había obligado a torcer su particular
rumbo. Todo hay que decido, en aquel tiempo los coches se contaban con los
dedos de una mano. Ese conductor a la inglesa era hermano de Vicente GrijaIba,
un vejete simpatiquísimo, antiguo seminarista que, al interrumpir sus estudios
al sacerdocio, se vio sin nada y vivía malamente a expensas de su hermano
Nicolás y como no lo pasaba muy allá, esto a pesar de "la opulencia de
aquel, el doctor Estrada lo aceptó en su casa y allí vivió en familia, como un
hijo más, entreteniendo a los niños como nadie, contándoles fascinantes
historias del viejo Realejo y otros divertidos cuentos.
En esa casa de García Estrada siempre había gente en movimiento:
pacientes en la consulta y en la clínica, visitas en general y una numerosa
familia. Como en esos días ya el hermano mayor era médico, las sobremesas
resultaban enormemente animadas, en ellas se hablaba de política nacional y,
sobre todo, de medicina. El padre y su primogénito estaban bien avenidos y no
sólo coincidían en diagnósticos y tratamientos, sino que también concordaban
en política, ambos simpatizaban con la izquierda moderada, sin extremosidad,
como partidarios de Manuel Azaña y de Alejandro Lerroux.
Pese a que Pepe Estrada no necesitaba, como hemos visto, ir a la
calle para encontrar compañía, a veces acudía a la tertulia que se formaba en
la rebotica de Antonio Hernández, a la que también solían acudir Narciso
Rosado y Marcos Fuentes, los dos practicantes. En esa reunión se hablaba de
todo, de lo grande y de lo menudo, y especialmente de enfermedades y de su
curación, así que con frecuencia podía presenciarse cómo don Narciso y don
Marcos se enzarzaban en excitadas y bulliciosas discusiones, aunque
conservando siempre los buenos modos, que de esta forma se solía comportar la
sociedad de entonces. Con lo que desde aquellos tiempos hasta hoy se ha ganado
en conocimientos y comodidades, ¡cuántas cosas esenciales y hasta prosaicas
quizá pero elementales no se han perdido acaso para siempre! ¿Para siempre?...”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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