JOSÉ MANUEL DE TAORO MARTÍN amigo perdomero
del antiguo Pago de Higa, profesor de filosofía en el sexto curso de bachillerato y revalidad superior en el
colegio de San Isidro de la Villa de La Orotava (promoción 1967 – 1968), no
habla del origen de la fiestas cristianas en el programa de las fiestas mayores
de este populoso barrio villero del año 2010: “…Una fiesta es un rito socio-religioso-cultural en el cual
se reverencian ciertos acontecimientos multitudinarios: Navidad, Semana Santa,
fiestas patronales de una ciudad o nación...; o en la que se celebran algunas
ocasiones especiales: una boda, un bautizo, etcétera. Junto con algún ritual
específico, la fiesta suele ir acompañada de música, comida, baile, juegos y
otras atracciones.
Las fiestas
cristianas son las de mayor alcance en todos los sentidos, las más estables y
organizadas. Nacieron a través de los siglos de un deseo de la Iglesia de
profundizar en los diversos momentos de la vida de Cristo. Se comenzó con el
Domingo, pero las primeras en aparecer fueron la Navidad y la Semana Santa,
luego se unió Pentecostés y, con el tiempo, la de los santos en general...
Con la expansión
del Cristianismo, los evangelizadores fueron introduciendo esas conmemoraciones
entre los gentiles para dar una significación nueva a los ritos paganos. Así,
la Pascua navideña se instituyó para festejar el nacimiento de Cristo en el
solsticio de invierno, día en que numerosos pueblos paganos celebraban el
renacimiento del Sol. De esta manera, poco a poco se fue conformando el Año
Litúrgico con una serie de fiestas solemnes, alegres, de reflexión o de
penitencia. Cada celebración litúrgica tiene un triple significado: recuerdo
(todo acontecimiento importante debe ser recordado: el Nacimiento de Cristo, su
Pasión...); presencia (Cristo es el centro de la celebración); espera (la
liturgia es el anuncio de la esperanza de una vida más allá de la muerte).
Los Tiempos litúrgicos
celebran no sólo la vida y muerte de Jesús, sino de los santos y mártires. En cada tiempo litúrgico, el sacerdote se reviste con una
casulla de diferentes colores: blanco (significa virtud) se utiliza en el
tiempo de Navidad y de Pascua; verde (esperanza) se usa en el tiempo
ordinario; morado (luto, penitencia) es la elección en Adviento, Cuaresma y Semana Santa; rojo (fuego, martirio) se utiliza en las fiestas de los
santos mártires y Pentecostés. Las fiestas que cambian todos los años
son: miércoles de Ceniza, Semana Santa, La Ascensión, Pentecostés, Fiesta de
Cristo Rey. Hay otras que nunca cambian de fecha: Navidad, Epifanía, La
Candelaria, Fiesta de San Pedro y San Pablo, La Asunción de la Virgen, Fiesta
de Todos los Santos.
El Año litúrgico se
fija a partir del ciclo lunar, es decir, no se ciñe estrictamente al año solar.
La fiesta más importante de los católicos, la Semana Santa, coincide con la
fiesta de la "Pascua judía", la misma que se realiza cuando hay luna
llena. Se cree que había luna llena la noche en que el pueblo judío huyó de
Egipto, lo que le permitió prescindir de las lámparas para que no les
descubrieran los soldados del faraón. La Iglesia fija su Año litúrgico a partir
de la luna llena, entre el mes de marzo o de abril. Por tanto, debía de haber
sido una noche de luna llena cuando Jesús celebró la Última Cena con sus
discípulos, respetando la tradición judía de celebrar la pascua.
Desde el principio
de los tiempos el hombre adoró a la Luna, pero ésta fue abandonada muy pronto
por el culto al Sol, que vencía las tinieblas nocturnas y marcaba las
estaciones. La celebración de la Navidad surgió de la influencia de las fiestas
paganas en honor del dios Sol, deidad central en la mayor parte de las
civilizaciones antiguas. Durante la antigüedad, en todo el planeta, el Sol fue
el primero entre todos los grandes dioses; curiosamente, los reyes de todos los
imperios se hicieron adorar como hijos del Sol. El Sol se identificaba con la
primavera, la estación en la que estalla la vida en su ciclo anual después de
su muerte invernal (aspecto simbolizado por la muerte de Jesús y su
resurrección radiante). Caldees, egipcios, persas, sirios, fenicios, cananeos,
griegos, romanos, hindúes, y otras culturas orientales y las precolombinas,
celebraban en el solsticio de diciembre el nacimiento de su dios solar. En
Grecia, concretamente, el culto a Dionisos se repartía en cuatro festividades:
dos de ellas en el solsticio invernal y otras dos en primavera; las primeras
marcaban el nacimiento de la deidad y las primaverales establecían la
resurrección de la naturaleza. Este ciclo sería el que años después adoptaría
el Cristianismo para situar el nacimiento de Jesús en diciembre y la Pascua de
Resurrección en primavera.
No es casualidad
que la fecha de la Navidad se estableciese el 25 de diciembre, el mismo día que
los romanos festejaban el nacimiento del "Sollnvictus". Los romanos
también celebraban las fiestas Saturnalias en honor a Saturno, que se
caracterizaba por sus festejos, banquetes y la costumbre de intercambiar
regalos. Es obvio que, tras una gran controversia entre los cristianos, estas
características pasaran a la tradición cristiana: en los siglos I, II Y III,
los cristianos todavía no celebraban el nacimiento de Cristo, sólo se
conmemoraba la Pascua de Resurrección. Clemente de Alejandría (siglo II)
propuso el 25 de mayo para el natalicio de Jesús, la fecha más coherente con
los textos bíblicos, pero el papa Fabián (siglo III) establecería como
sacrilegio el intentar fechar el nacimiento del Nazareno. Sería el papa Liberio
(siglo IV) el que establecería definitivamente el nacimiento de Cristo, el 25
de diciembre. El primer texto que relaciona la natividad de Cristo con la
festividad romana, es del escritor romano Cipriano; escribe: "iOh,
qué maravillosamente actuó la providencia, que en el día en el que nació el
Sol... Cristo debía nacer".
En un principio, la
festividad navideña tuvo un carácter humilde y campesino, pero a partir del
siglo VIII comenzó a celebrarse con gran pompa litúrgica, al igual que en las
Iglesias orientales, aunque éstas mantuvieron y mantienen la festividad del
nacimiento de Cristo el día 6 u 8 de enero.
A principios del
siglo IV había en la Cristiandad una gran confusión sobre cuándo había de
celebrarse la Pascua Cristiana (Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús). Habían
surgido numerosas tendencias o grupos de practicantes que utilizaban cálculos
propios. En el Concilio de Arlés (año 314) se obligó que en
todas partes se festejara la Pascua el mismo día, y que esta fecha habría de
ser fijada por el Papa; sin embargo, no todas las congregaciones siguieron
estos preceptos.
Fue en el Concilio de Nicea I (año 325) donde se llega
finalmente a una solución, estableciéndose que la Pascua de Resurrección había de ser celebrada
cumpliendo, entre otras, la siguiente norma: que fuera en el domingo
inmediatamente posterior a la primera Luna llena tras el equinoccio de
primavera (para que no coincidiera con la pascua judía). De ahí que puede ser
tan temprano como el 22 de marzo, o tan tarde como el 25 de abril. La Pascua de
Resurrección ha sido llamada también Pascua Florida, por transcurrir en la
época primaveral del fiorecimiento de las plantas. Durante esta conmemoración
tiene lugar la costumbre de regalarse el "huevo de Pascua" pues,
desde la época neolítica, el huevo está ligado al ciclo agrario de la eclosión
de la vida.
El 21 de junio,
solsticio de verano en el hemisferio norte, es el momento en que se celebraban
fiestas paganas en torno al fuego de las hogueras. La finalidad de este rito
era "dar más fuerza al Sol" que, a partir de esos días, iba
haciéndose más "débil" (los días se van acortando hasta el solsticio
de invierno).
Como el fuego
también tiene, simbólicamente, una función "purificadora" 'en las
personas que lo contemplaban, la Iglesia escogió desde muy antiguo esa fecha
para la celebración de la festividad de San Juan Bautista, cuyo rito principal
era también encender hogueras. En la mayoría de los lugares en los cuales se
celebra actualmente, continúa la tradición original, aunque en España y
Portugal se ha perdido parte de su significado; por ejemplo, en España la
fiesta se celebra la noche que va del 23 al 24 de junio, cuando en realidad la
noche más corta del año -que corresponde con el solsticio de verano- es la del
21 de junio.
El Martirologio es
un catálogo de mártires y santos de la Iglesia Católica ordenados según la
fecha de celebración de sus fiestas. La palabra viene del griego: marfyr (testigo) y logos (tratada). Es el libro de los aniversarios de los mártires y, por
extensión de los santos en general. La mayoría de los mártires se dieron en las
diez persecuciones que sufrieron los cristianos por parte de los emperadores
romanos: Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo, Maximiano,-
Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano. También hubo mártires en misiones de
África, Asia o Hispanoamérica; y en persecuciones de todas las épocas.
Desde muy antiguo,
la humanidad tributaba culto a los muertos. Los cristianos aportaron algo
nuevo: la celebración del dies natalis no como hacían los paganos (que la efectuaban en el aniversario del
nacimiento del difunto), sino en la fecha del martirio o de la defunción, o eri
algunos casos del enterramiento. Así, en el siglo II, los cristianos de Esmirna celebraban con alegría el primer aniversario
del martirio de su obispo Policarpo. En el siglo III, Cipriano de Cartago ordena que se anote la fecha de la muerte de
"los confesores de la fe" (sacerdotes, obispos...).
A partir del siglo
IV se introduce en los calendarios y martirologios la fecha de la consagración
de las iglesias a sus santos titulares. La fecha más antigua conocida se
refiere al recuerdo de la consagración de la iglesia edificada sobre el
Calvario. Muy pronto, empezando en África, el culto de las reliquias se sumó al
de los mártires desde el momento en que fueron oficialmente abiertos sus
sepulcros para sacar los restos de sus cuerpos. Una vez terminadas las
persecuciones, comenzó a ensalzarse la virtud de los ascetas y de las vírgenes (que sufrían un "martirio" espiritual
incruento); con esto los santos no mártires entraron en la liturgia, siendo
introducidos en los calendarios y martirologios a continuación de los obispos.
En el siglo XVI, el
papa Gregorio XIII, una vez implantado el calendario que lleva su nombre, se
propuso la publicación de un Martirologio Romano oficial. Bajo la dirección del
erudito César Baronio, una comisión especial inicia los trabajos basándose en
fuentes literarias e históricas. Ese Martirologio fue siendo completado y
revisado en los siglos posteriores a la luz de nuevas fuentes. La última
reforma, la más seria, se llevó a cabo tras el Concilio Vaticano 11, devolviendo la verdad histórica a la vida de los santos...//…
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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