domingo, 8 de octubre de 2017

LA PERDOMA, ANTIGUO PAGO DE HIGA, Y EL ORIGEN DE LAS FIESTAS CRISTIANAS…



JOSÉ MANUEL DE TAORO MARTÍN amigo perdomero del antiguo Pago de Higa, profesor de filosofía en el sexto curso de  bachillerato y revalidad superior en el colegio de San Isidro de la Villa de La Orotava (promoción 1967 – 1968), no habla del origen de la fiestas cristianas en el programa de las fiestas mayores de este populoso barrio villero del año 2010: “…Una fiesta es un rito socio-religioso-cultural en el cual se reverencian ciertos acontecimientos multitudinarios: Navidad, Semana Santa, fiestas patronales de una ciudad o nación...; o en la que se celebran algunas ocasiones especiales: una boda, un bautizo, etcétera. Junto con algún ritual específico, la fiesta suele ir acompañada de música, comida, baile, juegos y otras atracciones.
Las fiestas cristianas son las de mayor alcance en todos los sentidos, las más estables y organizadas. Nacieron a través de los siglos de un deseo de la Iglesia de profundizar en los diversos momentos de la vida de Cristo. Se comenzó con el Domingo, pero las primeras en aparecer fueron la Navidad y la Semana Santa, luego se unió Pentecostés y, con el tiempo, la de los santos en general...
Con la expansión del Cristianismo, los evangelizadores fueron introduciendo esas con­memoraciones entre los gentiles para dar una significación nueva a los ritos paganos. Así, la Pascua navideña se instituyó para festejar el nacimiento de Cristo en el solsticio de invierno, día en que numerosos pueblos paganos celebraban el renacimiento del Sol. De esta manera, poco a poco se fue conformando el Año Litúrgico con una serie de fiestas solemnes, alegres, de reflexión o de penitencia. Cada celebración litúrgica tiene un triple significado: recuerdo (todo acontecimiento importante debe ser recordado: el Nacimiento de Cristo, su Pasión...); presencia (Cristo es el centro de la celebración); espera (la liturgia es el anuncio de la esperanza de una vida más allá de la muerte).
Los Tiempos litúrgicos celebran no sólo la vida y muerte de Jesús, sino de los santos y mártires. En cada tiempo litúrgico, el sacerdote se reviste con una casulla de diferentes colores: blanco (significa virtud) se utiliza en el tiempo de Navidad y de Pascua; verde (esperanza) se usa en el tiempo ordinario; morado (luto, penitencia) es la elección en Adviento, Cuaresma y Semana Santa; rojo (fuego, martirio) se utiliza en las fiestas de los santos mártires y Pentecostés. Las fiestas que cambian todos los años son: miércoles de Ceniza, Semana Santa, La Ascensión, Pentecostés, Fiesta de Cristo Rey. Hay otras que nunca cambian de fecha: Navidad, Epifanía, La Candelaria, Fiesta de San Pedro y San Pablo, La Asunción de la Virgen, Fiesta de Todos los Santos.
El Año litúrgico se fija a partir del ciclo lunar, es decir, no se ciñe estrictamente al año solar. La fiesta más importante de los católicos, la Semana Santa, coincide con la fiesta de la "Pascua judía", la misma que se realiza cuando hay luna llena. Se cree que había luna llena la noche en que el pueblo judío huyó de Egipto, lo que le permitió prescindir de las lámparas para que no les descubrieran los soldados del faraón. La Iglesia fija su Año litúrgico a partir de la luna llena, entre el mes de marzo o de abril. Por tanto, debía de haber sido una noche de luna llena cuando Jesús celebró la Última Cena con sus discípulos, respetando la tradición judía de celebrar la pascua.
Desde el principio de los tiempos el hombre adoró a la Luna, pero ésta fue abandonada muy pronto por el culto al Sol, que vencía las tinieblas nocturnas y marcaba las estaciones. La celebración de la Navidad surgió de la influencia de las fiestas paganas en honor del dios Sol, deidad central en la mayor parte de las civilizaciones antiguas. Durante la antigüedad, en todo el planeta, el Sol fue el primero entre todos los grandes dioses; curiosamente, los reyes de todos los imperios se hicieron adorar como hijos del Sol. El Sol se identificaba con la primavera, la estación en la que estalla la vida en su ciclo anual después de su muerte invernal (aspecto simbolizado por la muerte de Jesús y su resurrección radiante). Caldees, egipcios, persas, sirios, fenicios, cananeos, griegos, romanos, hindúes, y otras culturas orientales y las precolombinas, celebraban en el solsticio de diciembre el nacimiento de su dios solar. En Grecia, concretamente, el culto a Dionisos se repartía en cuatro festividades: dos de ellas en el solsticio invernal y otras dos en primavera; las primeras marcaban el nacimiento de la deidad y las primaverales establecían la resurrección de la naturaleza. Este ciclo sería el que años después adoptaría el Cristianismo para situar el nacimiento de Jesús en diciembre y la Pascua de Resurrección en primavera.
No es casualidad que la fecha de la Navidad se estableciese el 25 de diciembre, el mismo día que los romanos festejaban el nacimiento del "Sollnvictus". Los romanos también celebraban las fiestas Saturnalias en honor a Saturno, que se caracterizaba por sus festejos, banquetes y la costumbre de intercambiar regalos. Es obvio que, tras una gran controversia entre los cristianos, estas características pasaran a la tradición cristiana: en los siglos I, II Y III, los cristianos todavía no celebraban el nacimiento de Cristo, sólo se conmemoraba la Pascua de Resurrección. Clemente de Alejandría (siglo II) propuso el 25 de mayo para el natalicio de Jesús, la fecha más coherente con los textos bíblicos, pero el papa Fabián (siglo III) establecería como sacrilegio el intentar fechar el nacimiento del Nazareno. Sería el papa Liberio (siglo IV) el que establecería definitivamente el nacimiento de Cristo, el 25 de diciembre. El primer texto que relaciona la natividad de Cristo con la festividad romana, es del escritor romano Cipriano; escribe: "iOh, qué maravillosamente actuó la providencia, que en el día en el que nació el Sol... Cristo debía nacer".
En un principio, la festividad navideña tuvo un carácter humilde y campesino, pero a partir del siglo VIII comenzó a celebrarse con gran pompa litúrgica, al igual que en las Iglesias orientales, aunque éstas mantuvieron y mantienen la festividad del nacimiento de Cristo el día 6 u 8 de enero.
A principios del siglo IV había en la Cristiandad una gran confusión sobre cuándo había de celebrarse la Pascua Cristiana (Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús). Habían surgido numerosas tendencias o grupos de practicantes que utilizaban cálculos propios. En el Concilio de Arlés (año 314) se obligó que en todas partes se festejara la Pascua el mismo día, y que esta fecha habría de ser fijada por el Papa; sin embargo, no todas las congregaciones siguieron estos preceptos.
Fue en el Concilio de Nicea I (año 325) donde se llega finalmente a una solución, estableciéndose que la Pascua de Resurrección había de ser celebrada cumpliendo, entre otras, la siguiente norma: que fuera en el domingo inmediatamente posterior a la primera Luna llena tras el equinoccio de primavera (para que no coincidiera con la pascua judía). De ahí que puede ser tan temprano como el 22 de marzo, o tan tarde como el 25 de abril. La Pascua de Resurrección ha sido llamada también Pascua Florida, por transcurrir en la época primaveral del fiorecimiento de las plantas. Durante esta conmemoración tiene lugar la costumbre de regalarse el "huevo de Pascua" pues, desde la época neolítica, el huevo está ligado al ciclo agrario de la eclosión de la vida.
El 21 de junio, solsticio de verano en el hemisferio norte, es el momento en que se celebraban fiestas paganas en torno al fuego de las hogueras. La finalidad de este rito era "dar más fuerza al Sol" que, a partir de esos días, iba haciéndose más "débil" (los días se van acortando hasta el solsticio de invierno).
Como el fuego también tiene, simbólicamente, una función "purificadora" 'en las personas que lo contemplaban, la Iglesia escogió desde muy antiguo esa fecha para la celebración de la festividad de San Juan Bautista, cuyo rito principal era también encender hogueras. En la mayoría de los lugares en los cuales se celebra actualmente, continúa la tradición original, aunque en España y Portugal se ha perdido parte de su significado; por ejemplo, en España la fiesta se celebra la noche que va del 23 al 24 de junio, cuando en realidad la noche más corta del año -que corresponde con el solsticio de verano- es la del 21 de junio.
El Martirologio es un catálogo de mártires y santos de la Iglesia Católica ordenados según la fecha de celebración de sus fiestas. La palabra viene del griego: marfyr (testigo) y logos (tratada). Es el libro de los aniversarios de los mártires y, por extensión de los santos en general. La mayoría de los mártires se dieron en las diez persecuciones que sufrieron los cristianos por parte de los emperadores romanos: Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo, Maximiano,- Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano. También hubo mártires en misiones de África, Asia o Hispanoamérica; y en persecuciones de todas las épocas.
Desde muy antiguo, la humanidad tributaba culto a los muertos. Los cristianos aportaron algo nuevo: la celebración del dies natalis no como hacían los paganos (que la efectuaban en el aniversario del nacimiento del difunto), sino en la fecha del martirio o de la defunción, o eri algunos casos del enterramiento. Así, en el siglo II, los cristianos de Esmirna celebraban con alegría el primer aniversario del martirio de su obispo Policarpo. En el siglo III, Cipriano de Cartago ordena que se anote la fecha de la muerte de "los confesores de la fe" (sacerdotes, obispos...).
A partir del siglo IV se introduce en los calendarios y martirologios la fecha de la consagración de las iglesias a sus santos titulares. La fecha más antigua conocida se refiere al recuerdo de la consagración de la iglesia edificada sobre el Calvario. Muy pronto, empezando en África, el culto de las reliquias se sumó al de los mártires desde el momento en que fueron oficialmente abiertos sus sepulcros para sacar los restos de sus cuerpos. Una vez terminadas las persecuciones, comenzó a ensalzarse la virtud de los ascetas y de las vírgenes (que sufrían un "martirio" espiritual incruento); con esto los santos no mártires entraron en la liturgia, siendo introducidos en los calendarios y martirologios a continuación de los obispos.
En el siglo XVI, el papa Gregorio XIII, una vez implantado el calendario que lleva su nombre, se propuso la publicación de un Martirologio Romano oficial. Bajo la dirección del erudito César Baronio, una comisión especial inicia los trabajos basándose en fuentes literarias e históricas. Ese Martirologio fue siendo completado y revisado en los siglos posteriores a la luz de nuevas fuentes. La última reforma, la más seria, se llevó a cabo tras el Concilio Vaticano 11, devolviendo la verdad histórica a la vida de los santos...//…

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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