El amigo de la Calle El Calvario de La
Villa de La Orotava desde la Infancia; JUAN DEL CASTILLO Y LEÓN, remitió
entonces (08/05/2014) estas notas, que tituló “UN ALCALDE PARA LA HISTORIA DE
SU VILLA”: “…Con la perspectiva y objetividad que da
el haber trascurrido más de medio año, me voy a referir, en este segundo
domingo de junio, el mes de las alfombras y de la romería, el del Corpus, en
suma, el de La Orotava, al hombre que ha regido sus destinos durante más de
treinta años. Un caso insólito, único, sin precedentes. Si ojeamos la relación
de alcaldes orotavenses del incombustible Melchor de Zarate, que figura en el
libro, enciclopedia mejor, del historiador y genealogista, mi sobrino Antonio Luque,
observaremos que desde su prehistoria casi todos los regidores de la Villa eran
anuales o bianuales. Además, ha sido un mandato rico en obras, fecundo en
realidades, pródigo en inauguraciones. La Orotava está hoy más majestuosa,
limpia y hermosa que nunca.
Nos
enseñaron en Derecho Romano que “las cosas claman por sus dueños”. De ahí, lo
que suena el nombre de Valencia; y los barrios pugnan por hacerle homenajes; el
primero será en julio, en los barrios altos. Es natural. Antes de la llamada “Manifestación
de las Velas”, arriba se sufría la mordedura de la injusticia.
Con
nuestro personaje llega, ¡por fin!, la honda de la transformación. Subió hasta
allí la luz, el agua, el asfalto, la esperanza, hasta el venerable don Víctor…
En otras palabras, todo.
Si
partimos de la España constitucional, con las Cortes de Cádiz, en 1812, los
alcaldes son siempre de la aristocracia, incluso los dos de la Primera República.
Se repetían los apellidos de muchas campanillas: los Benítez de Lugo, Llarena,
Monteverde, Urtusáustegui, Pimienta, Díaz- Flores… Hay que llegar a don Agustín
Hernández y Hernández (La Orotava, 1890-1953), que lo fue cuatro veces (1910,
1916, 1922 y 1934), la última con la Segunda Republica, para encontrar un
regidor cuya extracción social era la clase media.
Es
verdad que algunos del patriciado –como
los llama, reverentemente, Luque– fueran universitarios, incluso brillantes,
como los hermanos Domingo (La Orotava, 1880-1939) y Tomás Salazar y Cólogan (La
Orotava,
1879-Madrid,
1924).
La
Orotava tiene un nombre bellísimo, de sonora eufonía, derivado de la voz
guanche “Arautápala”. Por otra parte, aunque, hoy, en Tenerife, todos los
municipios se llaman villas –parece que pueblo es algo despectivo, peyorativo–,
en Tenerife, es la Villa por excelencia. Y, a nivel nacional, hay tres ciudades
que son las Villas por antonomasia: Madrid, Bilbao y La Orotava. Pues, a pesar
de esto, Isaac, acaso por ser tan piadoso él, se empeña en bautizarla de nuevo.
Dos botones de muestra: “El paisaje urbano de nuestro municipio, su patrimonio
monumental, sus plazas, fuentes, calles adoquinadas o zona de los molinos, me
hace comparar a la Villa con la ciudad italiana de Florencia. Yo no digo que mi
pueblo sea igual que Florencia, sino que es la Florencia de Canarias (EL DÍA,
17-III-1992). El segundo: “El Valle de La Orotava debe parecerse a la Costa
Azul ya que desde Marsella hasta Nápoles hay pueblos grandes y pequeños y
tenemos que inspirarnos en eso y acoplarlo a lo nuestro” (EL DÍA, 18-VII-2004).
Valencia
figura ya en el cuadro de honor de los grandes alcaldes de España. Me vienen a
la cabeza dos de la época antigua y dos de la contemporánea. Los primeros son
Pedro Crespo (1600-1681), el famoso alcalde de Zalamea, nombrado alcalde
perpetuo por Felipe II y a quien inmortalizó Calderón de la Barca con la mejor
de sus obras, el drama del mismo nombre. El otro es Andrés Torrejón
(1736-1812), el célebre alcalde de Móstoles que, con su conocido bando del Dos
de Mayo, puso en guerra al pueblo de Madrid contra el invasor francés.
Los
segundos son Tierno Galván y Pedro Zaragoza. Tierno, el Viejo Profesor, fue
nombrado por los socialistas alcalde de Madrid para que pinchara y les salió el
tiro por la culata: resultó ser, con sus bandos, con su movida, en fin, con sus
arengas a los jóvenes para que se “colocaran”, uno de los alcaldes más
populares que ha tenido la Villa y Corte. El otro, Pedro Zaragoza Ort
(Benidorm, 1922- 2008), fue un adelantado a su tiempo, el inventor del turismo
en la bella ciudad alicantina. La pirueta que le catapultó a la fama: ir en
moto desde Benidorm al Pardo, donde convenció a don Francisco de que el bikini
no era algo pecaminoso, inventado por Satanás. Y toda la costa de Levante se
cubrió de una atractiva y sugerente nube de bañadores de dos piezas…
Pasó el
tiempo y un día del último otoño Isaac dimitió para siempre. A su manera. Como
lo hizo cuando tomó posesión, en el lejano 1983. Callado, sin ruidos, de
puntillas casi. Como corresponde a un hombre de bien, a un caballero cabal, a
un villero hasta en los cromosomas, que lo “orotavizaba” todo, para decirlo en frase
feliz de Ricardo Melchior, otro señor de la política que, también, se fue por
entonces.
Un
antecesor de Valencia, José Estévez, en un librito dado a la estampa, primero
en Tenerife y, más tarde, en Valladolid, escribió que una de las más hermosas y
honrosas misiones que se le pueden confiar a un hombre, uno de los cometidos que
con mayor satisfacción recordará toda la vida es ser alcalde de su pueblo.
Querido Isaac: tú lo has sido, dignísimamente, durante tantos y tantos años, la
mitad de tu vida útil. Por eso, es natural que el orgullo se te salga por el
pecho. Al igual que a Rosa Ana, la compañera buena, sensata, prudente, que
recorrió contigo el largo camino. ¡Tiene que ser inconmensurable…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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