Practicante en Medicina y Cirugía Auxiliar en Puerto de la Cruz. Un señor
muy querido, respetado y conocidísimo de quien quiso imitar todas sus amplias
virtudes su hijo y nunca lo logró plenamente pese haberlo, ser tan perfecto
como él, ya que fue imposible imitarle por sus cualidades humanas ante todo y
luego su capacidad teórica y práctica en su trabajo, habiéndosele otorgado por
El Consejo Nacional de Auxiliares Sanitarios (Sección Practicantes) el Título
de Honor, como testimonio de gratitud y reconocimiento por la valiosa
cooperación prestada a esa Organización, en beneficio de los Practicantes
Españoles. Dado en Madrid el 8 de marzo de 1971.
De ese señor me han hablado mucho en su ciudad natal, Puerto de la Cruz
(Tenerife) y todos coinciden al decir lo bueno que era. Fue el Practicante de
los pobres y Funcionarios Municipales adscritos en su zona sanitaria, también
de los que más “tenían”. Lo que ganaba con ellos, los que estaban bien
económicamente, no sólo lo repartía con su familia, sino con los más
desfavorecidos. Cosa paradójica, dicen, muchos descendientes de aquellos
indigentes, los desaparecidos y descendientes, han salido adelante, con la
ayuda de Dios y su constancia en el trabajo, algunos tienen, hoy día,
tanto o más que algunos ricos de los de antes y de los de hoy. Las cosas de la
vida.
Tenía don Enrique una cuenta reservada en la antigua tienda de don Paco
Gómez Ibáñez, cliente asiduo suyo, y todo lo que reunía lo dejaba pendiente
para comprar periódicamente, ropas, calzados, cacharros de cocina, etc. Y
llevárselo a los pobres que iba atender por prescripción facultativa, más de
las veces. Si veía que no tenían calderos, en la próxima visita aparecía con un
caldero sin estrenar, recién comprado. Una vez, una señora le dijo: ¡Ay!, don
Enrique, no le esperaba tan temprano, las ropas de la cama las quité esta
mañana para lavarlas y me pilló sin ellas. ¡Qué vergüenza! Perdone UD. La
próxima visita aparecía el bueno de don Enrique con un hermoso paquete con muda
completa para que no pasara tantos apuros. Y así, muchos casos anecdóticos. Era
puntual como nadie.
Su hijo Celestino González Herreros practicante sanitario como su padre,
cuando va por las calles de su ciudad, si va caminando lo paran mucha gente y
todos nombran a su viejo como si de alguien especial se tratara y dice su hijo:
Era su forma de ser, lo mismo sentía por todo aquél que lo necesitara. Sentía
un gran respeto por las gentes y nunca esquivaba a nadie.
A los sesenta años de edad, aproximadamente, se fue quedando ciego, luego
el glaucoma acabó por completo con su vista. Más, aún estando ciego, iban a
buscarlo a su casa, bien buscando sus servicios profesionales o para lo que
fuera, allí estaba él. Escuchar su dulce voz tranquilizaba al más desesperado
de sus clientes o amigos, como les llamaba. En sus horas negras solía componer
preciosos poemas acompañado de una grabadora corriente y luego los mentalizaba,
poemas que llegan al alma. No acabaríamos de hablar de don Enrique, que Dios lo
tenga en La Gloria.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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