domingo, 1 de octubre de 2017

DON ENRIQUE GONZÁLEZ MATOS



Practicante en Medicina y Cirugía Auxiliar en Puerto de la Cruz. Un señor muy querido, respetado y conocidísimo de quien quiso imitar todas sus amplias virtudes su hijo y nunca lo logró plenamente pese haberlo, ser tan perfecto como él, ya que fue imposible imitarle por sus cualidades humanas ante todo y luego su capacidad teórica y práctica en su trabajo, habiéndosele otorgado por El Consejo Nacional de Auxiliares Sanitarios (Sección Practicantes) el Título de Honor, como testimonio de gratitud y reconocimiento por la valiosa cooperación prestada a esa Organización, en beneficio de los Practicantes Españoles. Dado en Madrid el 8 de marzo de 1971.
De ese señor me han hablado mucho en su ciudad natal, Puerto de la Cruz (Tenerife) y todos coinciden al decir lo bueno que era. Fue el Practicante de los pobres y Funcionarios Municipales adscritos en su zona sanitaria, también de los que más “tenían”. Lo que ganaba con ellos, los que estaban bien económicamente, no sólo lo repartía con su familia, sino con los más desfavorecidos. Cosa paradójica, dicen, muchos descendientes de aquellos indigentes, los desaparecidos y descendientes, han salido adelante, con la ayuda de Dios y su constancia en el trabajo, algunos tienen, hoy día,  tanto o más que algunos ricos de los de antes y de los de hoy. Las cosas de la vida.
Tenía don Enrique una cuenta reservada en la antigua tienda de don Paco Gómez Ibáñez, cliente asiduo suyo, y todo lo que reunía lo dejaba pendiente para comprar periódicamente, ropas, calzados, cacharros de cocina, etc. Y llevárselo a los pobres que iba atender por prescripción facultativa, más de las veces. Si veía que no tenían calderos, en la próxima visita aparecía con un caldero sin estrenar, recién comprado. Una vez, una señora le dijo: ¡Ay!, don Enrique, no le esperaba tan temprano, las ropas de la cama las quité esta mañana para lavarlas y me pilló sin ellas. ¡Qué vergüenza! Perdone UD. La próxima visita aparecía el bueno de don Enrique con un hermoso paquete con muda completa para que no pasara tantos apuros. Y así, muchos casos anecdóticos. Era puntual como nadie.
Su hijo Celestino González Herreros practicante sanitario como su padre, cuando va por las calles de su ciudad, si va caminando lo paran mucha gente y todos nombran a su viejo como si de alguien especial se tratara y dice su hijo: Era su forma de ser, lo mismo sentía por todo aquél que lo necesitara. Sentía un gran respeto por las gentes y nunca esquivaba a nadie.
A los sesenta años de edad, aproximadamente, se fue quedando ciego, luego el glaucoma acabó por completo con su vista. Más, aún estando ciego, iban a buscarlo a su casa, bien buscando sus servicios profesionales o para lo que fuera, allí estaba él. Escuchar su dulce voz tranquilizaba al más desesperado de sus clientes o amigos, como les llamaba. En sus horas negras solía componer preciosos poemas acompañado de una grabadora corriente y luego los mentalizaba, poemas que llegan al alma. No acabaríamos de hablar de don Enrique, que Dios lo tenga en La Gloria.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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