Fotografía correspondiente a un óleo en
color del artista de la Villa de La Orotava don José María Perdigón, que le
dedicó a mi abuelo materno Bruno Abréu Rodríguez, mi padrino de nacimiento,
músico de las entonces bandas municipales; de La Villa de La Orotava e Icod de
Los Vinos, zapatero ebanista y una inteligente personalidad de las letras, la
poesía, y la música. Amigo suyo, que nunca se lo entregó.
Su hija María Candelaria Perdigón me lo
regaló un día de Reyes, que conservo en mi domicilio particular.
Bruno significa: "fuerte como una
coraza o armadura metálica" (Brunne, en alemán es coraza). Este santo
se hizo famoso por haber fundado la comunidad religiosa más austera y
penitente, los monjes cartujos, que viven en perpetuo silencio y jamás comen
carne ni toman bebidas alcohólicas.
Nació en Colonia, Alemania, en el año
1030. Desde joven demostró poseer grandes cualidades intelectuales, y
especialísimas aptitudes para dirigir espiritualmente a los demás. Ya a los 27
años era director espiritual de muchísimas personas importantes. Uno de sus
dirigidos fue el futuro Papa Urbano II.
Ordenado sacerdote fue profesor de
teología durante 18 años en Reims, y Canciller del Sr. Arzobispo, pero al morir
éste, un hombre indigno, llamado Manasés, se hizo elegir arzobispo de esa
ciudad, y ante sus comportamientos tan inmorales, Bruno lo acusó ante una
reunión de obispos, y el Sumo Pontífice destituyó a Manasés. Le ofrecieron el
cargo de Arzobispo a nuestro santo, pero él no lo quiso aceptar, porque se
creía indigno de tan alto cargo. El destituido en venganza, le hizo quitar a
Bruno todos sus bienes y quemar varias de sus posesiones.
Dicen que por aquel tiempo oyó Bruno una
narración que le impresionó muchísimo. Le contaron que un hombre que tenía fama
de ser buena persona (pero que en la vida privada no era nada santo) cuando le
estaban celebrando su funeral, habló tres veces. La primera dijo: "He sido
juzgado". La segunda: "He sido hallado culpable". La tercera:
"He sido condenado". Y decían que las gentes se habían asustado
muchísimo y habían huido de él y que el cadáver había sido arrojado al fondo de
un río caudaloso. Estas narraciones y otros pensamientos muy profundos que
bullían en su mente, llevaron a Bruno a alejarse de la vida mundana y dedicarse
totalmente a la vida de oración y penitencia, en un sitio bien alejado de
todos.
Teniendo todavía abundantes riquezas y
gozando de la amistad de altos personajes y de una gran estimación entre la
gente, y pudiendo, si aceptaba, ser nombrado Arzobispo de Reims, Bruno renunció
a todo esto y se fue de monje al monasterio de San Roberto en Molesmes. Pero
luego sintió que aunque allí se observaban reglamentos muy estrictos, sin
embargo lo que él deseaba era un silencio total y un apartamiento completo del
mundo. Por eso dispuso irse a un sitio mucho más alejado. Iba a hacer una nueva
fundación.
San Hugo, obispo de Grenoble, vio en un
sueño que siete estrellas lo conducían a él hacia un bosque apartado y que allá
construían un faro que irradiaba luz hacia todas partes. Al día siguiente
llegaron Bruno y seis compañeros a pedirle que les señalara un sitio muy
apartado para ellos dedicarse a la oración y a la penitencia. San Hugo
reconoció en ellos los que había visto en sueños y los llevó hacia el monte que
le había sido indicado en la visión. Aquel sitio se llamaba Cartuja, y los
nuevos religiosos recibieron el nombre de Cartujos.
Bruno redactó para sus monjes un
reglamento que es quizás el más severo que ha existido para una comunidad.
Silencio perpetuo. Levantarse a media noche a rezar por más de una hora. A las
5:30 de la mañana ir otra vez a rezar a la capilla por otra hora, todo en coro.
Lo mismo a mediodía y al atardecer.
Nunca comer carne ni tomar licores.
Recibir visitas solamente una vez por año. Dedicarse por varias horas al día al
estudio o a labores manuales especialmente a copiar libros. Vivir totalmente
incomunicados con el mundo... Es un reglamento propio para hombres que quieren
hacer gran penitencia por los pecadores y llegar a un alto grado de santidad.
San Hugo llegó a admirar tanto la
sabiduría y la santidad de San Bruno, que lo eligió como su director
espiritual, y cada vez que podía se iba al convento de la Cartuja a pasar unos días
en silencio y oración y pedirle consejos al santo fundador. Lo mismo el Conde
Rogerio, quien desde el día en que se encontró con Bruno la primera vez, sintió
hacia él una veneración tan grande, que no dejaba de consultarlo cuando tenía
problemas muy graves que resolver. Y aun se cuenta que una vez a Rogerio le
tenían preparada una trampa para matarlo, y en sueños se le apareció San Bruno
a decirle que tuviera mucho cuidado, y así logró librarse de aquel peligro.
Por aquel tiempo había sido nombrado Papa
Urbano II, el cual de joven había sido discípulo de Bruno, y al recordar su
santidad y su gran sabiduría y su don de consejo, lo mandó ir hacia Roma a que
le sirviera de consejero. Esta obediencia fue muy dolorosa para él, pues tenía
que dejar su vida retirada y tranquila de La Cartuja para irse a vivir en medio
del mundo y sus afanes. Pero obedeció inmediatamente. Es difícil calcular la
tristeza tan grande que sus monjes sintieron al verle partir para lejanas
tierras. Varios de ellos no fueron capaces de soportar su ausencia y se fueron
a acompañarlo a Roma. Y entonces el Conde Rogerio le obsequió una finca en
Italia y allá fundó el santo un nuevo convento, con los mismos reglamentos de
La Cartuja.
Los últimos años los pasó entre misiones
que le confiaban el Sumo Pontífice, y largas temporadas en el convento dedicado
a la contemplación, la filosofía y a la penitencia.
Murió el 6 de octubre del año 1101
dejando en la tierra como recuerdo una fundación religiosa que ha sido famosa
en todo el mundo por su austeridad.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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