Fotografía del principio del siglo XX, que remitió entonces la
amiga del Puerto de la Cruz; MARÍA CRISTINA ARROYO, donde podemos ver el
desaparecido Charco “Los Piojos”, lugar actualmente donde está el Lido San
Telmo y las piscinas del mismo nombre. Una panorámica que tiene mucho de
leyenda e historia y poco del surrealismo.
El amigo del Puerto de la Cruz; CELESTINO GONZÁLEZ HERREROS, remitió
entonces (2013) estas notas, que tituló “SAN TELMO DELICIOSO
LUGAR DE ENCUENTRO”: “…No voy a retroceder en el tiempo para evocar
vivencias imborrables y personales, ni mías ni de otras generaciones
pretéritas; no voy a revivirlas todas, sólo algunas, porque no acabaría en tan
buen tiempo. Decir que me entristece cuando me acerco a ese alegórico y
enternecedor lugar, y veo a tantas gentes, sin distinción de edades, disfrutando
casi durante todo el año de su playita favorita, de piedras y arenas negras que
se complementan, para emular el bello arenal de otras playas que, si bien
tienen mejor lecho, nunca el encanto familiar de su acogedor ambiente... Este
antiguo embarcadero del boquete de San Telmo, supongo que, a cada uno de
nosotros, a todos, nos habrá ocurrido algo semejante. Hubo una edad, un momento
en la juventud, que sólo nos alimentaba la fantasía, como si no tuviéramos los
pies en la tierra y las ideas flotaran como estrellas en el firmamento y se
alinearan buscando realidades, aunque fueran insólitas; y nos aventurábamos en
el ejercicio de las mismas. Es quizás, el complejo urbanístico, social y
turístico mejor asentado que tiene Puerto de la Cruz y el que menos gastos
genera, porque todo allí es natural. En ese paradisiaco lugar, siendo niño
aprendí a nadar, me empujaron otros muchachos y no tuve más remedio que mover
los brazos, las piernas y los pies. Allí aprendieron a nadar mis hijos y ahora
los nietos. Actualmente, lo digo así porque el tiempo ha transcurrido
inexorablemente; veo con frecuencia a algunos de los que fueron activos
protagonistas, aquellos muchachos de entonces, ya con las sienes plateadas
algunos, que aun siguen ejercitando el cuerpo como antes lo hicieran; algunos
con el mismo estilo que cuando eran jóvenes. Digo que me entristece, porque
reconozco que he perdido habilidades. Recordemos cuando nos lanzábamos al mar
desde el muro de la Ermita de San Telmo -todos aquellos buenos amigos están en
mi mente- o de la gran grúa que entonces existía en el Penitente. Cuando nos
íbamos nadando, primero hasta la “Cebada”, luego la gran aventura del risco “El
Pris”, el lugar más distante desde la punta del muro. Ya sé, había otros
aventajados que hacían el recorrido desde el Muelle Pesquero hasta la Playade
Martiánez. Algunos viven aún, para corroborar lo que digo y añadirán también
que me quedo corto al recordarlo. En las rocas de Santo Domingo, al lado del
Penitente, se celebraban, igual que hoy, verdaderas competiciones de saltos al
mar y las gentes curiosas lo pasaban muy bien, viendo los acrobáticos saltos de
la muchachada de entonces. Casi siempre exhibiéndonos para “cautivar” la
atención de las muchachas que por razones obvias admiraban tanto valor y riesgo
de unos y otros. Hoy en día, igual que antes, la gente va a la playita a
relajarse y olvidarse de todo y con ello recuperar la paz del espíritu en buen
grado y las energías perdidas por el incesante esfuerzo y el estrés por el
precipitado curso del tiempo de que disponemos para resolver los asuntos
propios y los ajenos en el trabajo; poder estar al día en todo.
En
verano como en invierno y con ello digo todo el año, da gusto ir a la playita
de San Telmo y sus atractivos bajíos junto a la escollera que los resguarda. En
el extremo del muro está lo más delicioso para los que saben sostenerse en el
agua: el Reboso. Como su nombre indica, cuando llega la mar hasta su hondo
cauce se llena hasta rebosar para enseguida bajar, súbitamente y volver a subir
bruscamente. Es un juego divertidísimo y tan atractivo escenario se llena de
bañistas. En el muro -muellecito rompeolas- cuando las olas baten con fuerza,
premeditadamente, en la parte posterior del mismo hay un descanso y allí
agarrados o simplemente agachados llegaba la ola rota propinándonos la
abundante espuma cual si fuera una mágica ducha. El charco “Los Espadartes
“cuando hay pleamar es una gozada y los charquitos adyacentes para los niños
pescar peje verde y cabozos, además de zambullirse ellos, pues son ideales para
el baño y a la vez jugar.
Está
muy bien cuidado ese recinto abierto al mar, con bar, terraza, solarium, duchas
y ese santito, San Telmo, que desde su hornacina vela por todos los presentes
en ese delicioso lugar de encuentro.
Mientras,
abajo, en la playa, los bañistas lo pasan “bomba”, la calle San Telmo, moderna
y marinera arteria urbana de Puerto de la Cruz, se ve concurridísima de gentes
de distintas procedencias y condición social, que van y vienen, entrando y
saliendo de los muchos comercios que la conforman, si bien y casi siempre, con
sus prisas habituales por razones obvias. No dejan de mirar hacia abajo,
alongados en el muro blanco, ni disimulan sus desconsuelos por no estar ahí,
gozando de esa bella y popular ribera, tan acogedora, que le da al entorno tal
semblanza de romanticismo y ternura, que, en la mirada de buena parte de tantos
transeúntes se asoma una mezcla de emoción y envidia de tan placentera
contemplación que convoca decididamente a participar de ese ambiente. A mí siempre
me cautivó. Cuando joven, acostumbraba a contemplar ese bello lugar con
desmedida nostalgia; miraba al mar con cierto recelo, pues me atraía
considerablemente y a la vez respetaba su silencio cuando estaba en calma, con
sus suaves marejadillas que sigilosas llegaban a las orillas, tanto de la arena
como de los basálticos acantilados y riscos de los estáticos bajíos... Cuando
la mar rugía, golpeando la muralla, también sentía ese incondicional respeto,
pero en mi fuero interno sentía una extraña sensación de ira que me hacía
cómplice del natural arrebato de las olas; en la mar veía reflejado mi espíritu
y por eso le entendía. Largas horas contemplándola viví ajeno a todo cuanto me
rodeaba y en ella buscaba evadirme de mi propia confusión, que son las dudas de
esa tierna edad. Del porqué de las cosas que van sucediendo en la vida... Era
pues, un lugar especial para mí, lo confieso sin rubor alguno. Allí, desde la
calle, mirando al mar, oí la voz de mi destino, cuando me llamaba con
insistencia; y no descansé hasta cruzar el “charco”. En sus profundas oquedades
intuía su silencio más profundo, como si abajo hubiera un atractivo mundo de
ensueños... Viendo los colores marinos del subsuelo, adivinaba senderos de
márgenes distintos a los habituales y sin fronteras que detener pudiera a mis
pasos; entonces buscaba entender el final de un presente tedioso que me
aburría, sin horizontes... Quería rehacer un sueño roto que, desde la infancia
se había quebrado cual ánfora rota en mil pedazos. Entonces yo luchaba por restaurar
el encanto perdido de mi inocente adolescencia, quería, al sentirme hombre,
trasponer los umbrales que me condujeran, sin dilación alguna, a algún lugar
estable y seguro. Llegué a América, concretamente a Venezuela, país que me dio
el temple que necesitaba para sentirme mejor. Allí se forjó mi espíritu y
estando allá siempre recordaba al blanco muro de la calle San Telmo, cuando
apoyado en el, tantas noches, bajo los claros de luna, con mareas altas o bajas
y siempre en el silencio de la noche, oía voces extrañas que llegaban de
allende, quién sabe de dónde, invitándome a serenar mi espíritu. Me ofrecía la
ruta de otros navegantes que se fueron antes; y muchos de ellos hallaron lo que
buscaban.
San
Telmo y todo su bello entorno, fue, seguramente el lugar más apetecible, hoy y
lo será siempre, para soñar despierto, para vivir soñando la paz y el sosiego
del descanso, recuperando la ilusión perdida de algunos y la libertad de otros,
en el contexto espiritual; y eso ayuda a vivir más tiempo y enseña a sonreír
como lo estáis haciendo.
Sin
duda alguna, la playita de San Telmo es el lugar más atractivo, visto desde la
calle Santo Domingo, mirador excitante y de excepción de nuestra alegre ciudad,
donde solemos detenernos al transitar el lugar con desmedida admiración al
contemplar tanta belleza natural desde su angular visión. Esa única panorámica,
por sus atractivos encantos ha seguido la ruta de los sueños, está repartida
por todo el mundo llevada en la retina y en el corazón de nuestros visitante y,
a través del mágico celuloide.
Cuando
ha pasado algún tiempo desde el día que escribí hasta aquí y publiqué en algún
Diario regional, lo dicho en esa ocasión, desde un punto de vista sentimental
por lo que ello representó siempre para mi generación, los románticos de ayer,
que por cierto, muchos de ellos ya no están físicamente entre nosotros, debo
añadir como respuesta a mis actuales observaciones, la evidencia de los logros
urbanísticos de la zona en ciernes y sus afines lindes.
Desde
que comenzaron a ejecutarse las obras de modernización en esos límites urbanos,
cada vez es mayor mi entusiasmo y observo con lógica complacencia la aprobación
colectiva de mis conciudadanos y visitantes.
Es
ese atractivo paraje, como una parcela marítima de excepción e índole familiar,
allí casi siempre veo a las mismas personas, asiduos beneficiarios que no
faltan a la cita, haga frió o haga calor, asisten al diario acontecer a
disfrutar del aire yodado, limpio y salitroso que se respira deliciosamente y
del baño tan recomendado como revivificador y el sol tan necesario tomado con
prudencia en todo momento, necesario y regenerador.
Siempre
que paso por la calle Santo Domingo, el lugar llamado “Punta del Viento” al
llegar a esa altura mágica, me detengo para contemplar la soberbia y hermosa
estampa marinera, social y deportiva, esa calidez ambiental que enamora y
sugiere libertad y progreso. La imaginación, como siempre me ocurre, vuela sin
poder evitarlo, me traslada a pretéritas etapas de mi vida, a mi niñez, primera
infancia y aquellos años de mi juventud, como a tantos otros debe estarles
ocurriendo, Mi mente se va poblando, inevitablemente, de tantos recuerdos…
Nuestra playita de San Telmo para mí fue y lo sigue siendo, lo mismo que para
muchas personas conocidas que veo al transitarlo, abajo en la diminuta playa,
yendo placidamente de un lugar a otro, el obligado movimiento o paseo por el
muro hasta la orilla final del mismo. El “Reboso”, aquella sensación cuando la
mar nos sube… Éramos también como peces en el mar. Hoy ya no es igual, al menos
para mí. Hace tiempo me despedí de ese enorme placer, necesariamente, por
imperativos mayores. Más, si recomiendo, sin límites de edades, disfrutar todo
el tiempo que la vida les permita, seguir asistiendo a ese entrañable lugar.
Desde
la atalaya de Santo Domingo suelo extasiarme largos ratos, en silencio asomado;
y leo el pensamiento de cuantas personas ven el panorama veraniego y
eminentemente llamativo, que ven con expresión de desconsuelo y natural envidia
al no estar abajo entre tantos bañistas de todas las edades viviendo momentos
inmejorables, mientras en sus lugares de origen nieva abundantemente…
Antes
de terminar, me urge felicitar a todos los bañistas de la Playa de San Telmo,
por haber sido distinguidos con la Bandera Azul, distintivo este, bien ganado y
que ha de ser respetado cuidándolo todo el tiempo posible y por supuesto, en
tanto lo cuiden, conservarán ese honor indiscutible. También que nuestras
autoridades se impliquen porque siempre la Bandera hondee en dicha playa.
La
Bandera Azul es un distintivo que otorga anualmente la Fundación Europea de
Educación Ambiental a las playas y puertos que cumplen una serie de condiciones
ambientales y de servicio. Cada año hay que ir renovando dicha certificación de
calidad, ya que el distintivo tiene una duración de un año solamente. Dicha
Organización sin ánimo de lucro, persigue entre sus objetivos, el desarrollo
sostenible de playas y puertos y la educación e información ambiental de sus
usuarios.
Los
criterios Bandera Azul exige el cumplimiento de normas de calidad del agua
según análisis oficiales, la seguridad con presencia de socorristas o equipo de
salvamento, la prestación de servicios generales y de ordenación del medio
ambiente, como papeleras, acceso al transporte público, acceso para
discapacitados, duchas, limpieza periódica de la playa, etc.
Los
perfiles extraordinarios que sustente ese emblemático lugar, vistos desde
cualquier ángulo que se les mire, se han hecho merecedores de tan exquisito
acontecimiento. ¡A cuidarlos, para orgullo de excepción también de nuestra
progresista ciudad turística!...”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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